Anthony Díaz, de 21 años, siempre sentirá que la decisión de separarse de una de las pandillas más famosas del mundo la tomó demasiado tarde.
Incluso antes de unirse a la Mara Salvatrucha, mejor conocida como MS-13, a la edad de 16 años, Díaz, cuyo nombre verdadero se ha omitido por temor a las represalias, sabía que quería escapar.
El atractivo de la vida en las pandillas “no es más que una ilusión”, declaró Díaz a Newsweek, sentado en una iglesia de una parte controlada por la MS-13, en uno de los vecindarios más duros de San Pedro Sula, Honduras.
Sin embargo, para este muchacho de 21 años, esa ilusión quedó hecha añicos rápidamente el día que tuvo que ver cómo su hermano menor se desangraba tras recibir un disparo en el pecho durante un tiroteo.
‘Fui yo quien reclutó a mi hermano’
Durante su adolescencia, Díaz se abrió camino en las filas de una pandilla más pequeña afiliada a la MS-13 llamada Los Ponces, llegando a convertirse en “gatillero” del grupo y reclutando a su hermano menor.
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En Los Ponces y en la MS-13 existe una jerarquía clara, explica Díaz. Aunque él y su hermano tenían un rango más alto que otros, eso también significaba que debían hacer parte del trabajo más sucio de la pandilla.
“El primer trabajo suele ser el de ‘puntero’, o vigía,” dice Díaz. Los vigías están por todas partes y, con mucha frecuencia, son niños. Los niños que uno ve sentados sin hacer nada o vagando por las calles no solo están perdiendo el tiempo, o al menos, no creen que lo estén haciendo: ellos se mantienen atentos a lo que ocurre en el vecindario, informando al resto de la pandilla de cualquier actividad sospechosa.
El segundo nivel del escalafón, dice, es el de vendedor. Si bien la MS-13 también es conocida por sus extorsiones, Díaz dice que en esta área, en comparación con otros grupos, la pandilla se centra principalmente en las drogas. “Es fácil vivir de la venta de drogas”, dice.
En tercer lugar está el puesto de ‘gatillero’, continúa diciendo. “El gatillero tiene un arma y va a otros vecindarios a matar a las bandas rivales”.
El siguiente nivel es el de compa, o “amigo”, que es esencialmente, un “jefe” encargado de “coordinar operaciones”, mientras que un “homie” tiene aún más poder. Sin embargo, afirma Díaz, dado que nunca llegó tan lejos, no puede decir exactamente cuánta autoridad tiene o cuáles son los rangos que existen por encima de este grado.
Tras preguntarle qué hizo cuando estaba con Los Ponces y la MS-13, Díaz responde: “Muchas cosas de las que no quiero acordarme”.
“Yo era un gatillero”, dice, suspirando. “Tuve que matar a mucha gente”.
Uno de esos días, en 2013, Díaz y su hermano menor habían sido enviados por Los Ponces a pelear contra una banda rival.
“Hubo un tiroteo con la otra pandilla y mi hermano recibió un balazo… Le dispararon en el pecho”, recuerda Díaz. “Apenas tenía 13 años”.
“Todos [los miembros de la pandilla] sentimos el mismo dolor porque todos éramos amigos”, dice el joven de 21 años. Sin embargo, para él, ese dolor era particularmente grande porque “yo fui quien reclutó a mi hermano”.
‘Ver sufrir a mi madre me hizo pensar, y eso fue lo que hizo que me fuera’
“La muerte de mi hermano y el sufrimiento de mi mamá me hicieron decidir separarme”, dice Díaz. “Ver sufrir a mi madre me hizo pensar y eso fue lo que hizo que me fuera”.
Sin embargo, antes de que Díaz pudiera irse, fue reclutado por la MS-13.
Para él, había pocas diferencias entre las pandillas. “Los Ponces trabajaban con la MS-13 y luego dejaron a la MS-13, por lo que me uní a la MS-13”, dice. “En ese tiempo, realmente no había una gran diferencia entre las dos, porque trabajaban juntas y luego hubo una separación”.
Sin embargo, poco menos de un año después, Díaz vio la oportunidad de separarse de la pandilla mientras ésta atravesaba por un proceso de reestructuración.
“Aproveché ese momento y pedí hablar con los jefes”, dice. “Les dije que ya no quería ser parte de la pandilla, que no me gustaba lo que estaba haciendo”.
Díaz buscó ayuda en una iglesia local, una de las pocas instituciones que los líderes de las pandillas hondureñas están dispuestos a respetar.
Finalmente, los líderes de la MS-13 estuvieron de acuerdo en dejarlo ir, pero le dejaron bien claro que si era sorprendido uniéndose a una banda rival, ello podría costarle la vida.
‘Es extraño que se enfoquen en la MS-13 en Estados Unidos’
Poder separarse con una advertencia es tener mucha suerte, dice. Ante todo, “depende de qué vecindario seas”, explica.
“Si eres parte de Barrio 18 (la pandilla de la Calle 18), no puedes irte”, afirma.
Aunque Díaz piensa que Barrio 18 es mucho más violenta que la MS-13, es esta última pandilla, formada originalmente en el Sur de California en la década de 1980 por los hijos de inmigrantes salvadoreños, a la que el gobierno de Trump ha mencionado constantemente cuando ha jurado mantener a los “criminales” centroamericanos fuera del territorio estadounidense.
“Es raro”, dice Díaz. “Es extraño que se enfoquen en la MS-13 en Estados Unidos”, añade, cuando otros grupos son mucho “peores”.
Aunque sin lugar a dudas la MS-13 es un grupo violento dentro y fuera de Estados Unidos, el gobierno de Trump ha sido acusado de magnificar sus crímenes en un intento evidente de impugnar las solicitudes de asilo de todos los centroamericanos, incluidos aquellos que salen de su país para escapar de la violencia de la MS-13 y de otras bandas como ella.
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Actualmente, se piensa que la MS-13 tiene entre 50,000 y 70,000 miembros, la mayoría de ellos concentrados en El Salvador, Guatemala y Honduras, región conocida como el Triángulo del Norte.
Mientras tanto, de acuerdo con las estadísticas más recientes del FBI, publicadas en 2009, en Estados Unidos hay aproximadamente de 8,000 a 10,000 miembros, lo que constituye menos de 1 por ciento de los 1.4 millones de miembros de pandillas que se calcula que hay en ese país.
A final de cuentas, Díaz piensa que quienes se unen a las pandillas lo hacen por “ignorancia”, sin darse cuenta de cuáles serán las consecuencias hasta que es demasiado tarde.
“Cuando me uní, era un niño pequeño, un niño pequeño e ignorante. No sabía lo que hacía. Solo seguía órdenes”, dice.
“Cuando era pequeño, veía a todas las personas con armas y quería ser parte de eso. Pero cuando uno comienza a madurar, empieza a darse cuenta de que, cuando es pequeño, hace eso porque es ignorante”.
Ahora, el muchacho de 21 años, que vive la casa de su madre, dice estar concentrado en obtener un ingreso para su familia pintando casas y trabajando en la construcción.
“Mi mamá está feliz de ver que trabajo y que ayudo en la casa”, dice.
También dice que, un día, espera tener una familia propia. “Eso es lo que quiero… trabajar y ser independiente”.
Por supuesto, la vida en Honduras puede ser “fea”, dice, a pesar de todas las bellezas naturales que el país ofrece.
“Uno ve muchas cosas en las noticias, mucha violencia”, dice.
Tras haber sido parte de esa violencia durante gran parte de su vida, Díaz dice que entiende por qué tantos hondureños tratan de huir a Estados Unidos “¿A quién puede gustarle esto?”, pregunta.
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek