La banda musical otrora acusada de copiar a históricos iconos post-punk se ha vuelto un icono post-punk que retorna al escenario con el mejor álbum producido en una década.
EL ÁLBUM debut de Interpol, Turn On the Bright Lights, es una de las grabaciones más misteriosamente grandiosas que cayó precisamente en el lugar adecuado en el momento adecuado: la ciudad de Nueva York a principios de la década de 2000.
El ampuloso nü-metal estaba en picada y el rock iba en ascenso. Interpol había estado tocando, sacando discos EP y amasando popularidad desde 1997. CBGB todavía era un club y todavía no un ejercicio de marca del que se apropió Target. La ciudad era asequible a las bandas: el hiperaburguesamiento todavía no había convertido a Manhattan en un patio de juegos para banqueros y buitres de los bienes raíces.
Y luego cayeron las torres. Grabado apenas dos meses después de los ataques al World Trade Center —y sacado a la venta en 2002—, Bright Lights tiene una urgencia deprimente que captó el oído de los críticos ávidos de una nueva autenticidad. “Sentí una magia cuando estábamos escribiendo el disco”, dice el líder Paul Banks. “Sea lo que sea esa cosa, pienso que la teníamos”.
La magia se hallaba en alguna parte entre la melancolía barítona de Banks y la facilidad de la banda para los lánguidos ganchos pospunk, y ayudó a convertir a Interpol en un icono sofisticado del renacimiento rockero de la ciudad después del 11/9. Bright Lights llegó a ser una piedra angular crucial, e Interpol llegó a ser una influencia para bandas como Killers y The XX.
Una década y media después, Interpol se ha reducido a un trío (el bajista Carlos D se marchó en 2010 para convertirse en actor), pero sigue siendo uno de los pocos abanderados sobrevivientes de una escena que incluía a los Strokes, los Yeah Yeah Yeahs y los Walkmen. Y el 24 de agosto salió el primer álbum del grupo en cuatro años, Marauder, un disco muy bueno que también tranquilizará a los seguidores que temían que Interpol había caído en un coma nostálgico.
Hubo una inmersión en el lado retrospectivo con una gira en 2017 para celebrar el 17 aniversario de Turn On the Bright Lights —una indulgencia para los seguidores—, pero la banda prometió trabajar en material nuevo tan pronto como terminase.
“Escribimos este disco cuando hicimos esa gira”, dice Banks. “Parecía que teníamos una pierna en dos mundos: repasando nuestro primer álbum, que todavía lo siento excitante, equilibrado por [una] pierna en el futuro”.
Para ser un grupo viejo del siglo XXI, los públicos en la gira fueron esperanzadores. “Vi adolescentes que probablemente ni siquiera habían nacido, o acababan de nacer, cuando [Bright Lights] salió”, comenta el guitarrista Daniel Kessler. “Vi personas que estaban allí en 2002. Y oí esas historias: ‘Mi novia y yo empezamos a salir por la fecha en que sacaron ese disco, y ahora tenemos hijos de diez años’”.
CRUDA EXPERIENCIA
Hace unos años, Interpol se atascó. Literalmente, se atascó. En noviembre de 2014, el autobús para giras de la banda quedó atrapado en la autopista interestatal 90 en las afueras de Búfalo, Nueva York, durante una tormenta de nieve formidable. Por más de 50 horas, los tres músicos (más sus compañeros de gira) subsistieron con alimentos secos y vodka.
“Fue grave”, cuenta Kessler. “La gente moría en la cercanía. Todas las noches, nos íbamos a la cama y había algo de optimismo. Luego había más nieve que nos enterraba aún más. Mentalmente, eso te hace alguna cosa. Estábamos atrapados”. Finalmente, después de verse obligados a cancelar dos conciertos en Canadá, Interpol escapó para reanudar la gira para promocionar su quinto álbum, El Pintor.
Así, con algo de terror, la banda regresó al norte del estado de Nueva York durante los meses más crudos del invierno para grabar Marauder. “Cada vez que empezaba a nevar, que era casi diario, la banda pensaba: ¿Va a parar? ¿Vamos a estar bien? ¿Vamos a poder salir de aquí?”, comenta el productor Dave Fridmann, quien grabó el álbum en su estudio en Cassadaga, Nueva York.
Tal vez eso haya sido responsable de la intensidad furiosa de Marauder, la música más imponente y fuerte que Interpol haya sacado en más de una década. O tal vez porque Fridmann insistió en grabar la música directamente en cinta de dos pulgadas. “Es una mentalidad muy diferente como músico”, dice Fridmann, cuando necesitas acertar la toma en vez de pedirle al productor que la arregle después. “Nos gustó que no fuimos exageradamente preciosistas”, añade Kessler. “Fue una experiencia cruda de hacer un disco”.
Como te puede decir cualquiera que haya escuchado los últimos seis discos de Neil Young, el fetichismo por lo analógico no puede remplazar la composición inspirada. Y Marauder tiene algunas canciones excelentes: el golpeador primer sencillo, “The Rover”; “Number 10”, una visión oscura del romance de oficina, y “Stay in Touch”, una canción rockera e hipnótica que parece narrar un encuentro fantasmal con una amante prohibida. Las letras, dice Banks, son más directas que antes, aun cuando aún son irritantemente insensibles para los estándares del radio; los temas discernibles incluyen lujuria, remordimiento y lo que el cantante describe como “una tensión” entre los fracasos personales y el avance espiritual. Pero de nueva vez, la abstracción y las imágenes negras han sido centrales del atractivo de Interpol desde el comienzo. A saber, “El metro, ella es una porno”, de “NYC”.
VITALIDAD POS-11/9
La banda se formó hace dos décadas en y alrededor de la Universidad de Nueva York, donde Kessler y Carlos D (nombre real: Carlos Dengler) se conocieron en una clase de historia de la Primera Guerra Mundial. Kessler conoció a Banks en un programa veraniego en París. Banks era varios años más joven, un marihuano y fan del hip-hop que había pasado su niñez brincando entre Inglaterra, Estados Unidos y España. “Él acababa de salir de la preparatoria”, recuerda Kessler. “Cuando tienes esa edad y están con personas que tienen 21 o 22 años, puedes sentirte en cierta forma intimidado. Paul no. Había algo en él; tiene mucho que expresar”.
Los tres comenzaron una banda con un baterista llamado Greg Drudy, quien renunció en 2000 y fue remplazado por Sam Fogarino. Mayor en años, con diez años de experiencia en bandas punk, Fogarino conoció a Kessler en un bar. “Daniel me dio un EP”, dice. “Lo escuché y pensé: tengo que estar en esta banda. Esta es la música que he querido tocar desde no sé cuánto tiempo”.
Al baterista lo emocionó la música, aunque lo confundían sus nuevos compañeros de banda. “Paul, con su doble licenciatura a los 21 años, era engreído. No tenía la impresión de que fuéramos a ser amigos al poco tiempo. Y Carlos era muy pretencioso”. Kessler, añade, era “el serio”, el pacificador de facto.
En esos primeros días, “la escena musical en Nueva York daba una impresión vertiginosa”, escribe Lizzy Goodman en su historia oral tremendamente jugosa, Meet Me in the Bathroom: Rebirth and Rock and Roll in New York City, 2001-2011 (traducción no oficial del título: Nos vemos en el baño: renacimiento y rocanrol en la Ciudad de Nueva York, 2001-2011). “Se sentía a la par extensa e íntima; olvidada por todos los demás, parecía pertenecerle solo a nosotros, a las drogas, a la música”.
Interpol era parte de esa nueva oleada, que restauraba la vitalidad de la ciudad después del 11/9. Menos de garaje que los Strokes y más sombríos que los Yeah Yeah Yeahs, los cuatro, vestidos en trajes de Dolce & Gabbana (una rebelión de sastre contra el grunge), tocaban un art-rock melancólico que nunca permitió al “arte” sabotear al rock, incluso con las referencias eruditas a exploradores nórdicos y modelos suicidas. Bright Lights salió a finales del verano de 2002 y contenía “NYC”, uno de los dos grandes tributos rockeros de esa década a la ciudad (el otro fue la pegajosa “New York, I Love You but You’re Bringing Me Down”, de LCD Soundsystem). La voz taciturna de Banks, similar a la de Ian Curtis, y las guitarras escabrosas de Kessler provocaron que los compararan frecuentemente con una banda británica de finales de la década de 1970. “Se quejan porque todos los comparan con Joy Division”, comenta insidiosamente el crítico Robert Christgau, “y están en lo correcto. Es demasiado noble”.
La aclamación (a pesar de Christgau) se extendió a Antics, de 2004, un gran LP seductor grabado rápidamente después de Bright Lights “solo para no pensarlo de más”, dice Kessler. El álbum contenía tres sencillos que llegaron a las listas de popularidad —incluido el clásico “Evil”, inspirado en asesinatos—, y le dio a la banda la oportunidad de abrirle a The Cure (un máximo de su carrera: juntarse con Robert Smith). Después de Antics, las brechas entre álbumes se ensancharon más, y los primeros pares de la banda se perdieron en la tierra de la pausa indefinida.
El primer álbum de Interpol, que definió una era, ahora es tan viejo como The Queen Is Dead de The Smiths lo era cuando Bright Lights salió a la venta. Lo cual no sugiere que Paul Banks sea el nuevo Morrissey —gracias a Dios, no—, sino que, digamos, Interpol ha envejecido con gracia.
Fue afortunado que Meet Me in the Bathroom llegara para convertir en iconos al renacimiento del rock en la Ciudad de Nueva York justo a tiempo para la gira de aniversario del año pasado. Fogarino dice que tuvieron que recordarle mucho de lo que sucedió, en parte porque la banda estuvo muchísimo de gira a principios de la década de 2000. “Siempre estaba en un aeropuerto esperando para ir a otra ciudad”, comenta. “Es muchísimo más grande de lo que en realidad fue después del hecho”. Aun así, “estoy orgulloso de haber sido parte de ello, ya sea que hubiera demasiadas drogas o no”. ¿Las hubo? “Probablemente”.
Si la gente está idolatrando de más esa época, añade, “no es diferente a como lo hicieron con la escena musical de mediados de la década de 1970 en Nueva York”. Una parte de él, “el pequeño fan”, todavía no puede creer que haya sucedido. “Nunca pensé que fuera a tener una carrera tocando música, sin importar cuánto pudiera saborearla. Es como si quisiera llamar a mi mamá y decirle: ‘¿Adivina qué? ¡Toco en una banda! ¡Ganamos dinero! ¡Y le gustamos a la gente!’”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek