La campaña de Greenpeace para que la Antártida sea declarada un santuario a salvo de explotación comercial sigue en marcha. Y a esta lucha se suma el actor y escritor Carlos Bardem, quien piensa que la iniciativa puede prosperar “si millones de personas nos unimos”.
No hay plan B porque no hay un planeta B. Así de sencillo y así de dramático. El reloj de la historia ha comenzado la cuenta atrás y ya vamos tarde si queremos evitar la destrucción de la madre Tierra.
Cambio climático, contaminación, aumento de la temperatura, derretimiento de los polos, subida del nivel del mar, desaparición de especies animales y vegetales, ciudades inundadas y millones de personas desplazadas. Eso es lo que le espera a la especie humana en los próximos cien años si no toma medidas drásticas y urgentes ahora mismo. Carlos Bardem (Madrid, 1963) ya ha tomado su decisión personal: embarcarse con Greenpeace en campañas de concienciación para salvar regiones amenazadas del planeta como la Antártida. Cuando los ecologistas le propusieron ese viaje al corazón del último reducto de tierra virgen que queda en el planeta no se lo pensó dos veces: convenció a su hermano, el actor Javier Bardem, y se lanzaron a una aventura tan noble como fascinante. Allí, rodeado de crías de pingüinos que mueren por efecto del cambio climático, de ballenas que entonan tristes lamentos en medio de un silencio sobrecogedor solo roto por el crujido de los inmensos témpanos de hielo al resquebrajarse, ha vivido una experiencia única, casi mística.
“La Antártida no es un sitio donde el ser humano tenga que estar si no es para investigarlo o documentarlo o defenderlo. Lo que más impresiona es su silencio sólido que se impone a cualquier otra cosa, y la verdad es que te mueve a la meditación y a la reflexión”. Mientras el ser humano se enfrasca en estúpidas guerras por terruños y banderas y los polos continúan licuándose en un fenómeno que parece ya imparable, la campaña de recogida de firmas de Greenpeace para que la Antártida sea declarada un santuario a salvo de explotación comercial sigue en marcha.
“Yo creo que en este caso hay muchas posibilidades de que, si millones de personas nos unimos y hacemos presión a nuestros gobernantes, consigamos finalmente el objetivo”, asegura esperanzado.
—¿Cómo te embarcaste en esta aventura fascinante de la Antártida? ¿Te lo propuso Greenpeace o fue iniciativa tuya y de Javier?
—Yo ya había acompañado a Greenpeace España en uno de sus barcos, El Esperanza, durante otra campaña en el Ártico en la que se lograron 8 millones 600,000 firmas y eso sirvió para conseguir muchas líneas rojas y moratorias. Ahora contactaron conmigo de nuevo para decirme que planeaban hacer una nueva campaña en el Antártico y que querían contar con Javier. Yo se lo comenté a él, aunque tiene una agenda infernal, y me respondió: me encantaría, pero no sé cuándo hacerlo. Y le dije: mira, es una maravilla la experiencia y tanto tú como yo podríamos darle visibilidad. Hay que empezar a invertir las jerarquías y a empezar a poner el foco en los problemas reales. Hay que empezar a meterse en la cabeza que, si el planeta no es viable, la raza humana no es viable, y hay que actuar ya en este tipo de cosas.
—Así que hiciste el petate y para allá te fuiste, no lo pensaste dos veces…
—Nada, nos fuimos encantados y, tal como suponíamos, fue una experiencia maravillosa. Aparte, esta expedición de Greenpeace, a diferencia de otras que están más centradas en el activismo, tenía un objetivo no solo ecológico, sino también científico. A bordo iban oceanógrafos, biólogos, marinos, científicos, químicos buscando muestras de microplásticos y policlorados, y resultaba apasionante tener la oportunidad de escucharlos y que nos contaran cuál es el impacto real de la actividad humana sobre el entorno.
—Supongo que la travesía debe ser dura, desde fuera se ve como una cosa romántica, pero hay que estar metido en ese barco, sufrir las marejadas, las tormentas, la falta de comodidades básicas que tenemos en casa…
—Bueno, el barco es un antiguo rompehielos ruso, efectivamente no es una embarcación de recreo. Nosotros volamos desde Punta Arenas, en Chile, a la Antártida, y allí nos embarcamos en la Isla Rey Jorge, por lo que tuvimos la suerte de que, a diferencia de la sufrida tripulación del barco, no pasamos por el Pasaje de Drake, que es el mar más duro del mundo. Aun así, efectivamente no es un viaje de placer, hay temperaturas bajísimas, hay fuertes oleajes. A nosotros nos agarró un día y medio con olas de más de seis metros y la verdad es que lo pasamos regular… regular tirando a muy mal (ríe). Pero desde luego merecía mucho la pena, y cuando estábamos allí pasándolo regular, una de las cosas que te ayudan a aguantarlo es pensar que estás participando en algo que crees que es útil y hermoso.
—¿Cuántos días de singladura hasta llegar a la Antártida?
—Estuvimos ocho días de navegación por el entorno de la península.
—El cuerpo se acostumbra a vivir con lo mínimo, a las estrecheces, y eso debe ser también una experiencia de vida…
—Como te digo, ya tenía mi experiencia en el viaje con El Esperanza. En este caso estábamos embarcados en el Arctic Sunrise y evidentemente tienes que vivir como vive el resto de la tripulación. Hombre, en estos barcos no falta nada, la calefacción es buena y se come muy bien y se come muy fuerte porque es gente que está trabajando en cubierta con temperaturas bajo cero o incluso bajo la nieve. En ese sentido nosotros lo que intentábamos era integrarnos al máximo con la tripulación, y desde luego lo que resulta apasionante es escuchar las historias que tiene que contar cada uno de ellos, y sobre todo no molestar, molestar lo menos posible. Lo que yo saco de este viaje, y también Javier, que era su primera experiencia con Greenpeace, es una admiración realmente grande por esta gente que se embarca durante meses para una campaña, dejando de lado la vida familiar, metiéndose en entornos de trabajo muy duros, lugares donde hay cierto peligro para la integridad física, gente que a esas dificultades aúna su activismo. Gente que cada dos por tres tiene que vérselas con la policía o la marina de los ejércitos allá donde van. Así que mi admiración para estas personas que están allí sacrificando muchas cosas solo por defender algo que no es de nadie, y como no es de nadie, es de todos, y todos tenemos la obligación de defenderlo.
—Todos son expertos marinos y científicos…
—Pues sí, la verdad es que cada uno tiene una película o una novela que contar y llevan muchos años navegando en los tres barcos que tiene Greenpeace con tripulaciones que van rotando, y la verdad es que les han pasado muchas cosas. Es muy interesante oírlos hablar, pero sobre todo es muy interesante ver la pasión con la que hacen su trabajo. Ellos están convencidos de que hay muchos problemas en el mundo, pero hay una causa común: no hay plan B porque no hay planeta B. Y más vale que nos pongamos todos en marcha para actuar con el mismo entusiasmo que pone la gente de Greenpeace en defender el planeta y en combatir el cambio climático.
—Y llegas a la Antártida, ¿qué fue lo que más te impresionó?
—Allí lo primero que te llama la atención es un paisaje desmesuradamente hermoso, primigenio, hay muy poca huella o impacto de la actividad humana. Es un paisaje muy dramático, muy montañoso, pero cubierto de hielo, cubierto de nieve, los valles entre las montañas forman unos glaciares con unas paredes congeladas de 30, 40, 50 metros, y oyes crujir el hielo. Yo siempre digo que lo que más nos impresionaba tanto a Javier como a mí era el silencio, un silencio sólido que se impone a cualquier otra cosa, y la verdad es que te mueve a la meditación y a la reflexión. En ese sentido yo no podía evitar escuchar una voz de fondo que decía: no perteneces a este lugar. No es un sitio donde el ser humano tenga que estar si no es para investigarlo o documentarlo o defenderlo. Es un paisaje que eso te lo dice bien a las claras porque al dramatismo, a la belleza dramática que tiene —porque realmente es un lugar escenográfico e impresionante—, se une el hecho de que está lleno de vida. Allá donde mires vas a ver focas, pingüinos, ballenas, aves… Recuerdo que un día salimos a ver glaciares, a ver icebergs, y vimos 13 ballenas jorobadas alimentándose de kril. No una, ni dos, ni tres, ¡13! Eso hay que protegerlo de alguna manera…
—Debe ser una imagen que se te queda grabada para siempre, ¿te sientes como si estuvieras profanando algo sagrado, como humanos que ponen sus zarpas en un santuario?
—Bueno, nosotros intentábamos que nuestras zarpas y nuestras piernas dejaran la menor huella posible, pero sí, como te digo, yo creo que es un sitio que te grita que quien quiera ir allí debe ser para estudiarlo y protegerlo. Nunca debe ser un lugar abierto al turismo masivo. Ya empiezan a llegar cruceros, y aunque se supone que a todo el mundo que va en ellos les dan unos briefing sobre cómo causar el menor impacto ambiental posible, no dejan de ser grupos de personas. Y el problema mayor es el de la pescadería industrial. La razón principal por la que se ha realizado esta campaña es para que se cree en el Mar de Wedell la mayor zona protegida del planeta y evitar la pesca industrial, esos barcos que van allí con una especie de mangueras enormes que aspiran toneladas y toneladas de kril y que ya están causando estragos y graves daños en el ecosistema en toda la península Antártica. Una de los cosas que hemos aprendido en nuestro viaje es que el kril, que es como un pequeño camarón, es la base de la alimentación en todo el Antártico. Es decir, todo en el Antártico come kril o algo que come kril. Si te cargas esa base nutricional estás dinamitando toda la biodiversidad de la Antártida. Así que sí, sí, tenemos que sentirnos intrusos allí, es bueno que nos sintamos intrusos en lugares donde no debemos estar y que esto nos lleve a reflexionar sobre si nuestra presencia allí sirve para algo.
—De modo que el equilibrio ecológico en la zona es muy delicado, en el momento en que rompes algo, como esos pececillos, lo rompes todo. Cada ser, cada cosa tiene su sentido allí…
—Claro, hay un ejemplo que me contaron los científicos de Greenpeace, que es terrorífico y que a mí me causa una pena enorme, y es el caso de los bebés pingüinos. Resulta que en la Antártida, donde nieva mucho —pero nieva, no llueve—, el índice de lluvias es menor que en el Sáhara o el Gobi, el desierto más seco del planeta. Los pingüinos se han adaptado durante miles de años al frío extremo. Los bebés de esta especie tienen ese plumaje gris, una especie de plumón como un peluche que les proporciona un efecto de cámara de aire y que les protege de temperaturas muy frías. Pues resulta que con el calentamiento global está cambiando la pluviometría de la Antártida y se ha puesto a llover, llueve cada vez más, cosa que no ha pasado nunca allí. ¿Y qué ocurre entonces? Que cuando se mojan, el plumón de los pingüinos se les pega a la piel, ya no produce ese efecto de cámara de aire, y se mueren de frío por la noche. Eso es lo que te demuestra la fragilidad y la complejidad de los ecosistemas, es decir, cómo la adaptación de una especie a las duras condiciones climáticas se puede ir al traste por una subida de un grado y medio de temperatura que cambia el índice de lluvias.
—El episodio con las ballenas debió ser una experiencia única…
—Las vimos muy de cerca, pero a una distancia prudente, al margen de por un tema de seguridad propia porque hay una serie de normativas que impiden acercarse demasiado a ellas para no estresarlas, no incordiarlas y no espantarlas. De modo que las observábamos a unos 20 o 30 metros de distancia como máximo. Como te digo, tuvimos la oportunidad de ver un grupo de 13 ballenas y cómo se alimentan en superficie, cómo nadan de lado y en círculo para levantar el kril, para formar burbujas que llevan el kril a la superficie, cómo abren la boca enorme, lo filtran con las barbas, hacen un embudo y se tragan la comida. Es impresionante. Y luego, sobre todo, como te digo, es impresionante verlo en medio del silencio de la Antártida. Estábamos allí, con los motores apagados, por supuesto, y podíamos oír el surtidor de las ballenas, el crujido del hielo, porque el hielo está vivo y se mueve, todo eso es algo impresionante.
—¿Cuáles son ahora mismo las especies más amenazadas?
—No es solo una cuestión de una especie, sino que la pesca industrial está yendo directamente contra la base de toda la pirámide alimenticia de la Antártida, que es el kril, y si nos llevamos el kril de allí irán cayendo todas las especies como un efecto dominó. El kril o todo aquello que coma kril está amenazado. Es incluso peor que lo que pasaba hace años, cuando se cazaban las ballenas sin control o las focas para la industria peletera. Eso afortunadamente parece que está cada vez más controlado o cada vez se cazan menos o hay más restricciones contra este tipo de actividades, pero ahora el problema es que nos estamos llevando la base de la pirámide alimenticia. Y solo para fabricar cosas tan absurdas como complementos de omega 3 que venden en nuestros herbolarios supuestamente ecológicos.
—¿Qué les dirías a los escépticos del cambio climático, tú que has visto los efectos dañinos en la Antártida?
—Yo cuando escucho a los negacionistas me sorprendo, me asusto y me apeno porque desde hace años estamos viviendo el cambio climático. Estas olas de calor que hay todos los años en España, que cada vez empieza antes el calor, que cada vez hace más calor, y que cada vez dura más el calor, eso no había pasado nunca, podría ser algo excepcional, pero si en una serie de años este fenómeno se repite y se repite y cada vez dura más, eso es un cambio climático. Hay una cosa que yo siempre intento explicar a la gente que niega este tipo de cosas o que les parece que es un problema secundario o un problema lejano: que los países y las banderas son inventos del ser humano, que el planeta es un organismo vivo que no entiende de nada de eso, y que tengamos claro que lo que pasa en el Ártico o en el Antártico es lo que modula el clima, tal como lo conocíamos hasta ahora. Si seguimos en esta senda, si se deshielan los polos, el cambio climático irá a más, y hay una cosa que es importante tener clara: para tener un planeta sano, fundamentalmente unos océanos sanos, para poder combatir el cambio climático, hay que concienciarse del problema que tenemos. Y aquí vuelvo al tema del kril. Resulta que nuestra pequeña gamba minúscula, esos millones y millones de seres, atrapan el carbono que está en la superficie y lo fijan en el fondo marino. Son captadores de dióxido de carbono y por tanto ayudan netamente a combatir el cambio climático. Yo la enseñanza que traigo de mis dos expediciones con Greenpeace es que hay que actuar y que ya vamos tarde. Y más vale que nos pongamos las pilas con estas cosas porque a veces nos perdemos en el ruido de lo inmediato, andamos todos peleados con las banderas, y como suba un metro y medio el nivel del mar vamos a ver dónde van a parar todas las banderas, las de aquí, las de allí y las de todos lados. Va a ser un problema global. Estamos viendo, desgraciadamente, el drama terrible y vergonzoso de los refugiados sirios. Pues imaginemos lo que pasaría si subiera el nivel del mar un metro y medio: serían millones y millones los refugiados. El cambio en la línea de costa afectaría a zonas superpobladas del planeta, desde Manhattan al Támesis, pasando por el Sena y el Ruhr. Todo eso sería susceptible de inundarse. Así que, como decía al principio, es el momento de invertir jerarquías y empezar a pensar que hay problemas graves, serios, en los cuales solo la unión de la ciudadanía, solo la unión de millones de personas para exigir que los políticos cumplan ciertos compromisos, va a servir para algo. De ahí nuestra insistencia en que todo el mundo, con un simple clic, entre en greenpeace.es, o en protecttheantarctic.com, y se una con sus firmas de cara a la reunión de representantes de Gobierno del Comité del Antártico, que se reúnen en octubre del 2018. Los políticos deben saber que los estamos vigilando, deben sentir en sus cogotes el aliento de millones de ciudadanos.
—¿Confías en que la declaración de santuario de la biodiversidad, de reserva natural, se declare finalmente, o temes que pueda abrirse la veda, consumándose el desastre de la explotación comercial de la Antártida?
—Yo creo que en este caso hay muchas posibilidades de que, si muchos millones de personas se unen y hacen presión, se consiga, porque hay algunos gobiernos importantes como Alemania que están concienciados respecto a la importancia de este asunto y están a favor de obra. Es el momento de poner de manifiesto algo que es obvio: solo cuando la gente se une para demandar algo se consigue. No debemos esperar que los avances en este campo, como en cualquier otro, vengan del poder. El poderoso solo actúa cuando se siente impelido o presionado, así que invito a todo el mundo a que se una a la campaña, a que firme, a que colabore con Greenpeace, de la forma que crea o que pueda, y que consigamos hacer historia en octubre de 2018.
—Sin embargo, con gobernantes como Trump en el poder va a ser complicado…
—Pues sí, pero ahí entra el tema de qué pienso yo sobre los negacionistas del cambio climático, que van desde los señores que dicen que tienen un primo meteorólogo, que sueltan cualquier cuñalada de este tipo, hasta señores como Trump. Estos son los del cambio climático, deberemos entender por qué lo hacen, qué intereses puede haber detrás de negar la evidencia. Aquí hay una cosa que está clara, y es que a veces estos temas de la ecología se ven lejanos, todo eso de salvar ballenas… Pero la ecología empieza por las personas y nos tenemos que meter en la cabeza que los seres humanos necesitamos unas condiciones para vivir y el planeta necesita estar bien para que el ser humano pueda vivir. Nos lo estamos cargando, por eso es mejor que actuemos y que cada uno haga lo que crea o pueda hacer. Que empecemos a entender que la ecología está directamente vinculada con el bienestar de la sociedad. Que comprendamos que uno de los países con más sol, como es España, no puede producir cinco veces menos energía solar, fotovoltaica, que Alemania. ¿Cómo es posible que pase esto y que al mismo tiempo tengamos pobreza energética y la electricidad más cara del mundo? Pues eso es ecología también. Tenemos que ponernos todos manos a la obra con estos temas.
—¿Cómo fue el regreso de la Antártida, sentiste pena por dejar aquel lugar tan fascinante?
—Pues el regreso fue un tanto no traumático, pero sí extraño porque nosotros volamos desde la Isla Rey Jorge hasta Punta Arenas y el mismo día hasta Santiago de Chile, así que mientras por la mañana estábamos con un traje térmico en la Antártida y a mediodía estábamos en Santiago de Chile a 33 grados y en mitad de un atasco, lo cual me hizo pensar que debido a la evolución de los medios de transporte, el cuerpo llega a un sitio antes que el alma, porque yo emocional y sensorialmente seguía en la Antártida y estaba sorprendidísimo de ver el calor y el atasco que hacía en Santiago.
—Sospecho que, siendo escritor, de ahí saldrá una novela…
—Pues sí, de ahí saldrán emociones y experiencias que seguramente se traduzcan en cosas, siempre estoy escribiendo algo y de allí me llevé muchas imágenes y sensaciones que se quedarán ahí para siempre.