LA POETA mexicana Rocío Cerón se toma un tiempo antes de comenzar sus clases en la Universidad del Claustro de Sor Juana para hablar de la poesía en México, un país que a ratos parece olvidar la importancia del lenguaje y su uso adecuado.
Cerón se define a sí misma como una poeta con interés en diversos campos del saber. Por eso, además de escribir poesía y dar clases, se vuelca en actividades como el festival Enclave, una fiesta de poesía transdisciplinar que este año se dedicó a las poéticas visuales; o Diorama, una obra para la Sala de Arte Público Siqueiros que habla de reconocer el lugar por medio de habitarlo.
—¿Qué es lo especial de hacer poesía en México?
—Creo que lo particular que tiene escribir poesía en México es el estar en un momento histórico muy coyuntural, muy violento, muy tenso y, al mismo tiempo, saber que en el lenguaje podemos volvernos a hacer. Tenemos que cavar en esta tierra y riqueza cultural para volver a reconocer el pueblo valeroso, fuerte y chingón que somos y volver a este espacio de renacimiento que es, por ejemplo, Chapultepec. Y lo que está sucediendo en México con la poesía es un enorme caldo de cultivo porque se está escribiendo una poesía potentísima.
—¿Por qué es tan importante que la poesía dialogue con otras disciplinas?
—Creo que todos los campos del saber deberían de dialogar los unos con los otros. Yo lo veo desde el lenguaje, pero creo que entre una pieza de performance y la investigación de un neurocientífico tampoco hay grandes diferencias. A veces hay una porosidad en el discurso científico o poético en donde las esquinas empiezan a permearse y pierde estabilidad la idea de que todo está empaquetado. Es que las fórmulas, como los gobiernos, están para ser cuestionadas.
—¿Es difícil ser poeta en México?
—A los mexicanos nos falta entender que lo poético es una forma de ver el mundo. Cuando entiendes el contexto de las palabras y los nombres entiendes que no es lo mismo el azul celeste que el azul prusiano, y cuando comprendes eso alimentas esta capacidad de asociación. Es algo que los niños tienen y la escuela lo reduce porque necesitamos ordenarnos para ser carne de cañón del capitalismo, pero la poesía lo que te dice es que hay otras velocidades y otras formas de leer y de vivir en el mundo, y eso es peligroso.
—¿Cuándo fue la última vez que te atacó la inspiración?
—Muy frecuentemente porque soy muy curiosa, como niña chiquita. Tengo una hija de ocho años y compartimos esta idea de exploración.
—¿Cuándo fue la última vez que sentiste que tenías que defender la poesía?
—Todo el tiempo. Es una defensa del lenguaje, y hay que defenderlo porque es un órgano vivo y es lo que permite que tú y yo nos comuniquemos.
—¿Cuál fue el último libro que leíste?
—Leo como tres o cuatro libros al mismo tiempo y estoy leyendo un libro de María Negroni, El arte del error, y también un librito de un filósofo y ensayista francés, La era de la posproducción, donde finalmente todo es posproducido: tu idea de quién eres esta posproducida en las redes y los discursos también se van posproduciendo; y también en el campo del arte contemporáneo y en la poesía. Para los que venimos del texto estamos todo el tiempo editando, y yo creo mucho en la edición, eso puede hacer que todo se corrija y se unifique.
—¿Cuándo fue la última vez que te alejaste de todos para hacer tu trabajo?
—Normalmente es muy difícil porque la vida te obliga a estar en constante actividad. Pero creo que en ese vértigo del día a día hay un trabajo interior, como las veces en que te quedas pensando y mirando al horizonte, esas islas mentales, esos espacios me sirven. Y usualmente trabajo en la madrugada y en los aviones, Nudo Vortex es un libro que escribí literalmente en aviones. Me sirven esos espacios de suspensión para escribir.