
Marcos Rodriguez aprendió una lección fundamental desde temprano—no solo sobre ingeniería, sino sobre ambición.
En 1987, recién egresado del programa élite de Gestión de Manufactura de GE, Rodriguez comenzó a llegar media hora antes de su turno cada mañana. Una de esas madrugadas, su supervisor le lanzó una pregunta aparentemente inocente:
“Son, do you believe in the hereafter?”
El joven ingeniero respondió que sí.
“Good. Because if you get here after I do in the morning, you’d better be here after I leave.”
No fue solo un comentario ingenioso. Fue advertencia y desafío. El talento abre puertas; la tenacidad te mantiene en el juego.
Casi cuarenta años después, esa lección sigue acumulando interés compuesto. Hoy, Rodriguez lidera Palladium Equity Partners, una firma de capital privado con 3 mil millones bajo gestión que ha redefinido cómo fluye el capital hacia las comunidades más dinámicas de Estados Unidos. De sus 240 inversiones, más de la mitad han sido en empresas lideradas por hispanos, canalizando aproximadamente 1,600 millones hacia mercados en el punto ciego de Wall Street.
Rodríguez lo entendió antes que McKinsey, antes que los gurús del marketing, cuando las tendencias aún no eran obvias. Donde otros veían márgenes, él vio propósito—y una oportunidad monumental.
Hijo de inmigrantes cubanos—su padre mesero en el icónico Plaza Hotel de Manhattan, su madre farmacéutica en Washington Heights— creció con una mirada cercana a la lucha diaria. Esa experiencia temprana se tradujo primero en ambición académica: Ingeniería Mecánica en Columbia, después un MBA en Wharton y una Maestría en Estudios Internacionales del Instituto Lauder.
Después de trabajar para GE, se incorporó a Joseph Littlejohn & Levy (hoy JLL Partners), una de las firmas pioneras de adquisiciones del mercado medio, cuando el capital privado todavía era más artesanía que ciencia—un negocio de instinto y relaciones personales.
“Era un oficio de aprendizaje,” recuerda. “Todos nos conocíamos y habríamos cabido en una sala de juntas.”
Durante ocho años absorbió el manual clásico: identificar activos subvalorados, optimizar operaciones, estructurar apalancamiento. Pero mientras dominaba las reglas del juego tradicional, el centro de gravedad económico del país se desplazaba —y la mayoría de los inversionistas institucionales no lo percibía.
Para 1997, la brecha entre realidad demográfica y capital de inversión era demasiado evidente, y Rodriguez identificó una oportunidad a plena vista: el crecimiento explosivo de la población hispana en Estados Unidos. En lugar de esperar a que Wall Street reaccionara, hizo lo impensable en el mundo financiero: hipotecó su casa.
Con 1.5 millones en capital semilla, fundó Palladium con una premisa tan sencilla como poderosa: las tendencias demográficas son las mejores señales de inversión, y los retornos más sustanciales vienen de emprendedores que conocen íntimamente a sus mercados.
La apuesta funcionó. Para el año 2000, Palladium ya había levantado 100 millones de dólares.
“Vi la oportunidad de trabajar con fundadores y emprendedores para construir y hacer crecer grandes negocios estadounidenses,” señala. “Desde 1997, Palladium ha invertido mas de 3 mil millones en 240 empresas, y más de la mitad se han enfocado en la comunidad latina.”
La resiliencia es parte central de su filosofía: “Apoyar a los fundadores más ambiciosos—los que han recorrido el camino más largo y trabajan con mayor disciplina para alcanzar sus metas—es la mejor forma de cumplir con los objetivos de nuestros inversionistas. Además de ser lo correcto, ha sido una estrategia que nos ha funcionado durante décadas.”
Esa estrategia se materializó en inversiones como ABRA, Daniel’s Jewelers, Second Nature Brands, Taco Bueno, La Vaquita, Cannella Media, Wise Foods—alianzas con operadores que conocían a sus clientes mejor que cualquier estudio de mercado. Lo que comenzó como tesis se convirtió en principio rector: preservar la autenticidad, profesionalizar las operaciones y atender demandas que otros ignoraban.
Los datos finalmente confirmaron la tesis que Rodriguez ya defendía desde hacía años. Según el informe de McKinsey de 2022 The Economic State of Latinos in America, los negocios propiedad de latinos son el segmento de emprendimiento con mayor crecimiento en Estados Unidos—un 34 por ciento en la última década. El mercado hispano más amplio—63 millones de personas generando 3.6 billones de dólares en actividad económica anual—es más grande que el PIB de la mayoría de los países del G20.
“Con base en esta tendencia y la necesidad que tienen estos negocios de acceder a capital para crecer, la oportunidad es enorme,” declara. “Vemos a las empresas lideradas por hispanos como uno de los mejores mercados para generar rendimientos consistentes. Es lo que hemos hecho como firma desde el año 2000.”
Considera que estos son principios de inversión, no activismo. Y esa lógica también rige sus operaciones internas. Aproximadamente el 75 por ciento del equipo de Palladium está compuesto por mujeres o minorías. El equipo senior ha sido el mismo por más de 18 años—una excepción en una industria de alta rotación. La fórmula es clara: diversidad genera criterio; el criterio genera resultados.
“Los buenos retornos y el impacto positivo no son excluyentes,” asegura Rodriguez. “Se refuerzan mutuamente.”
Aun así en Palladium, todo empieza—y termina—con resultados medibles. “Los inversionistas exigen y merecen buenos rendimientos,” afirma sin ambigüedad. “Y también les importa cómo se logran.”
Ese “cómo” ha evolucionado dramáticamente. “La velocidad de cambio tecnológico y regulatorio ha sido impresionante,” elabora. “Utilizamos OKRs—objetivos y resultados clave—como sistema de gestión. Hemos adoptado la transformación digital, desde los primeros días del internet hasta la inteligencia artificial actual, usando analítica avanzada para optimizar desde operaciones hasta estrategias de crecimiento.”
Ser flexible, propone, ya no es ventaja; es requisito. “Estos cambios exigen modelos de negocio ágiles y adaptativos para seguir compitiendo.”
Y en medio de esa agilidad, hay una brújula ética que se niega a tercerizar. “Para mí, como católico e inmigrante, no me interesa construir empresas que no tengan la intención genuina de beneficiar a sus comunidades y empleados,” dice con convicción. “Como inversionista con más de 30 años de experiencia, sé que los resultados no siempre reflejan las intenciones. Pero eso es lo que buscamos hacer: entregar grandes retornos, y hacerlo de una forma que nos haga sentir orgullosos.”
Su visión del rol del capital privado es ambiciosa y sin concesiones: “Los líderes del sector estamos en una posición única para influir tanto en las empresas que financiamos como en la economía general. Como industria, dirigimos inversiones por billones de dólares.” En Palladium esa influencia conlleva responsabilidad.
Su consejo a la siguiente generación no es romántico, pero sí directo: “Tu origen, tu impulso, tu ambición y tu hambre son bendiciones. Si lo deseas con suficiente intensidad, harás sacrificios. El mundo no es justo. Pero si tienes salud, puedes decidir con quién y cuánto trabajar. Tú controlas tu mentalidad. Todos quieren en su equipo al que más trabaja y tiene la mejor actitud.”
Palabras que cargan peso especial viniendo de alguien que hipotecó su casa para construir una firma sin manual de instrucciones—y que tres décadas después, sigue expandiéndose.
“Cuando fundé Palladium, la industria de private equity apenas estaba naciendo,” recuerda. “Hoy existen miles de firmas. Muchas han crecido exponencialmente. Muchas otras no sobrevivieron al colapso de las puntocom, la Gran Recesión o la pandemia. Los líderes que perduran son los que se adaptan ante la adversidad, mantienen enfocado a su equipo y aprenden desde perspectivas diversas. Tener metas claras y sistemas de rendición de cuentas es esencial.”
Los números se pueden medir con precisión; el impacto cultural es más difícil de cuantificar, pero aún más poderoso. La trayectoria de Rodriguez no trata solo de capital privado—es una historia de visión: de apostar por mercados que otros ignoraron, de respaldar emprendedores antes de que los datos validaran su potencial, y de construir una firma que entiende la
transformación demográfica como el futuro de la economía estadounidense.
En una industria obsesionada con la velocidad, él apostó por la resistencia y la perspectiva a largo plazo. Donde otros buscaron ganancias inmediatas, Rodriguez levantó una firma sobre una convicción simple y profunda: diversidad, autenticidad cultural y rendimientos extraordinarios no compiten entre sí. Se multiplican.
Porque incluso en el frío cálculo del capital, hay espacio para transformar con intención. N
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