Después de haber completado seis meses de radiación y quimioterapia para el cáncer colorrectal en etapa 3B estoy agradecido por una experiencia de atención médica excepcional y el mejor resultado posible, al que los médicos llaman con cautela “no hay evidencia de enfermedad”, pero ¿qué hay con el tema de la adicción?
Aunque en el futuro previsible necesitaré imagenología que me provocará ansiedad cada tantos meses, mi oncólogo revisó mis resultados recientes, me felicitó con todas las advertencias habituales, y enfatizó: “No todos los días puedo compartir tan buenas noticias”.
Su declaración me dejó aliviado, pero dolorosamente consciente de las disparidades persistentes, no solo en la atención del cáncer, sino también en la forma en que tratamos otras enfermedades; especialmente las adicciones.
Soy un hombre blanco, de clase media y con un buen seguro médico que ha trabajado en servicios de salud conductual sin fines de lucro durante más de 30 años, por lo que mis determinantes sociales de la salud son ciertamente diferentes a los de otras personas que conocí en la sala de infusiones.
La atención médica del cáncer está lejos de ser perfecta, pero el abismo entre la adicción y el resto de la medicina fue al mismo tiempo revelador y desalentador. Si bien los trastornos por consumo de sustancias son más tratables que nunca, más de un millón de personas han muerto solo en Estados Unidos por sobredosis durante la crisis de opioides que ya lleva 20 años, y el fentanilo fabricado ilegalmente llevó las muertes anuales a niveles récord.
“EL CÁNCER Y LA ADICCIÓN SON ENFERMEDADES GRAVES”
El alcohol mata todavía a más personas que cualquier droga ilícita, según el Instituto Nacional sobre el Abuso de Alcohol y Alcoholismo; y el aumento informado por los Institutos Nacionales de Salud durante el covid-19, que se relaciona con el aislamiento social, la pérdida de empleo, las dificultades económicas y los problemas de salud mental, aún no disminuye.
El consumo de cocaína y metanfetamina incrementó en la última década, tanto que algunos expertos advierten que el consumo de estimulantes podría convertirse en la próxima epidemia de drogas.
El cáncer y la adicción son enfermedades graves que se vuelven más manejables y fáciles de sobrevivir con una detección oportuna, un tratamiento de primera línea, seguimientos regulares, una red de apoyo sólida y una buena dosis de esperanza.
Tuve dos tipos de cáncer en dos años y en ambos casos me hicieron pruebas de detección, me diagnosticaron tempranamente y recibí atención médica. Los médicos diseñaron un plan de tratamiento basado en evidencia que comenzó tan pronto como di mi consentimiento.
¿Y EL TRATAMIENTO CONTRA LAS ADICCIONES?
Eso no es lo que suele ocurrir con las adicciones. De hecho, según estimaciones del Departamento de Salud y Servicios Humanos de 2022, solo 6 por ciento de los más de 48 millones de personas con un trastorno por consumo de sustancias diagnosticable recibieron tratamiento para su afección.
La mayoría de esas personas no creían que tuvieran ningún problema, pero otras enfrentaron barreras para recibir atención o se mostraron reacias a buscar ayuda. No es de extrañar por qué.
Yo no oculté mi diagnóstico de cáncer y no tuve que escabullirme para recibir tratamiento. Nunca me preocupé por perder mi trabajo, mi vivienda, la custodia de mis hijos o el apoyo de mis amigos y familiares.
Por otro lado, muchas personas que luchan contra la enfermedad de la adicción también están luchando contra una combinación mortal de vergüenza en privado y estigma público; profundamente arraigada en la noción de que la adicción es una elección personal que refleja una falta de fuerza de voluntad y un fracaso moral. Mis seres queridos no tuvieron que pasar horas buscando en internet y llamando a docenas de centros con la esperanza de que pudieran incluirme en al menos una lista de espera. No tuvieron que buscar entre “intermediarios de tratamiento”, que cobran comisiones, de centros de rehabilitación fuera del estado.
UN PERIODO AGOTADOR Y DESALENTADOR: LA “DIFERENCIA” DE TENER CÁNCER Y UNA ADICCIÓN
Ni mis seres queridos ni yo tuvimos que luchar contra mi compañía de seguro médico para que me extirparan los tumores de mis regiones inferiores. Si bien cada uno de mis costosos tratamientos tuvo que ser autorizado previamente y mis médicos tenían que demostrar continuamente la “necesidad médica”, obtuve lo que necesitaba sin batallar.
Las aseguradoras médicas manejan los padecimientos mentales de manera muy diferente, y lograr que paguen por el tratamiento de adicciones o la atención de salud mental en el entorno adecuado durante un periodo adecuado es agotador y desalentador.
Las aseguradoras exigen habitualmente que los pacientes con trastornos graves por uso de sustancias “fracasen” primero en clínicas de tratamiento de adicciones ambulatorias, que son más adecuadas para casos más moderados, antes de pagar una hospitalización recomendada por un profesional de la salud autorizado.
Aquellos que no mueren o terminan en la cárcel después de fracasar a veces tienen la suerte de terminar en una clínica de internamiento para rehabilitación, pero, incluso entonces, las aseguradoras limitan arbitrariamente la duración de la estadía o cortan abruptamente los reembolsos, lo que obliga a un alta prematura. Además, limitan las consultas de seguimiento de una manera que sería inaceptable para cualquier otra enfermedad.
APOYO PARA LAS PERSONAS CON ADICCIÓN
Mi tumor probablemente seguiría ahí si mi aseguradora hubiera decidido de repente que solo pagaría 11 tratamientos de radiación en lugar de los 27 que me recetó mi equipo médico.
Los medicamentos aprobados por la FDA (Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos), como la metadona, la buprenorfina y la naltrexona, utilizados en combinación con apoyo psicológico tradicional y terapias conductuales, se consideran el “estándar de oro” para tratar el trastorno por consumo de opioides.
Sin embargo, a quienes utilizan tratamientos asistidos por medicamentos para reducir su deseo de consumir, normalizar la química cerebral y reducir el riesgo de una sobredosis mortal a menudo se les dice que están “cambiando una adicción por otra” y se les reprende por necesitar ayuda de una “muleta”. Nadie dijo eso sobre la radiación, la quimioterapia o cualquiera de los medicamentos que me recetaron para controlar los efectos secundarios graves del tratamiento.
Recibí recordatorios de mis citas por mensaje de texto, videos informativos sobre qué esperar durante el tratamiento y mis notas clínicas estuvieron disponibles de forma instantánea después de cada visita.
“NO MERECEN MENOS”
Trabajadores sociales, un nutriólogo y otros miembros del equipo de tratamiento revisaban cómo estaba durante las sesiones de quimioterapia. La gestión de casos, y los navegadores de pacientes tanto del hospital como de mi aseguradora me llamaban regularmente. No necesitaba esos servicios, pero me reconfortaba saber que no estaba solo luchando contra el cáncer.
Cuando dejé abruptamente de tomar medicamentos contra las náuseas que me hacían sentir loco, el personal médico no me juzgó y no se me consideró “incumplido”.
Me preocupa que mi cáncer pueda regresar, pero si lo hace nadie me culpará por no “desearlo lo suficiente”. Nadie me acusará de “recaer” ni sugerirá que el dinero gastado en mi tratamiento fue un desperdicio. No me expulsarían del tratamiento ni me rechazarían en grupos de apoyo.
Con mi esperanza renovada y un plan de tratamiento revisado viviría para luchar un día más. Si todo lo demás fallara sabría que mi equipo de atención médica hizo todo lo posible para salvarme la vida y que mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo y mi comunidad no solo se unieron a mí, sino que también me amaron con todo su corazón.
Las personas con adicción desean todo esto urgentemente y no merecen menos. N
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Jeffrey L. Reynolds, Ph. D., es presidente y director ejecutivo de Family & Children’s Association, una organización sin fines de lucro con sede en Nueva York. Todas las opiniones expresadas son propias del autor. Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek.