Pollo con papas, ensalada de zanahoria con col, sandía… Puede parecer un “menú detox” (para adelgazar), pero se trata de un almuerzo en un comedor escolar de Río de Janeiro, decidido a combatir el exceso de peso que afecta a uno de cada tres niños brasileños. La mira esta en acabar con la obesidad infantil en Brasil.
“¿Torta? ¡Aquí nada de torta!”, dice divertida la cocinera Neide Oliveira, mientras pica cebolla para los 650 alumnos de la escuela municipal Burle Marx, del barrio occidental de Curicica. Tampoco habrá galletas ni pan con aditivos a la hora del tentempié: los alimentos ultraprocesados fueron prohibidos este año por la alcaldía.
En cambio, los estudiantes descubren frutas y hortalizas típicas de Brasil, pero olvidadas en la cocina diaria, como el ñame, el quingombó o el sabroso caqui, que muchos confundieron al principio con un tomate, explican en la escuela.
A juzgar por el apetito con que devoran sus platos en el comedor de hileras de mesas y sillas azules, la apuesta es un éxito. Y muchos dan fe: “Aquí todo me gusta y es bueno para mi salud. En casa, como mucha porquería, como pizza y hamburguesas”, admite Guilherme, de 15 años.
“La obesidad infantil es una epidemia, no solo en Brasil, sino en el mundo”, explica Marluce Fortunato, responsable de nutrición de la alcaldía de Río, cuyo programa se aplica en escuelas públicas y privadas, y también involucra a los profesores para que promuevan una educación alimentaria en las aulas.
OBESOS, PERO DESNUTRIDOS
El 31 por ciento de niños y adolescentes brasileños tiene sobrepeso u obesidad y, según el instituto Desiderata, más del 80 por ciento de entre 5 y 19 años había ingerido al menos un alimento ultraprocesado al ser interrogados, como embutidos, bebidas azucaradas o panes.
“La ciencia ha demostrado que estos productos son muy perjudiciales para la salud y responsables del 70 por ciento de las enfermedades crónicas en el mundo”, asegura el pediatra Daniel Becker.
Además, en los niños causa un “fenómeno de obesidad con desnutrición”, con carencias que alteran la capacidad de atención y aprendizaje, agrega. Sin embargo, sustituirlos por productos naturales es un desafío gigantesco: primero porque están fabricados con ingredientes que “vician el paladar” y segundo porque tienen una distribución mayor y son más baratos, según Becker.
Sentado junto a Guilherme, su amigo Lucas, de 14 años, también se deleita con el pollo, acompañado con arroz y fríjoles. Pero confiesa que al salir de la escuela se compra a menudo “galletas o chips de maíz”.
Para Fortunato, la escuela necesita la implicación de los padres. “Es más fácil educar a los pequeños. Cuando una persona ya está con su pensamiento formado, es un reto introducir nuevos conceptos”, explica.
Esta responsable pone como ejemplo el caso de un padre que se quejó a la escuela porque su hijo empezó a pedir en casa jugos naturales, más laboriosos y caros que las bebidas azucaradas.
A sus 60 años, Vera Lucia Perreira, madre y abuela, cambió el chip: descubrió las verduras orgánicas y aprendió a cocinarlas de forma “no solo saludable, sino también sabrosa”. “Mi nieta, de 7 años ya come mejor” que las generaciones anteriores, afirma.
FAVELA ORGÁNICA, LA OBESIDAD INFANTIL PREOCUPA EN BRASIL
Perreira es una de las 160 mujeres que colaboran con la iniciativa Favela Orgánica, fundada hace 13 años en la favela de Babilonia, un barrio pobre con vistas a la idílica playa de Leme.
El proyecto busca transformar los hábitos alimentarios mediante talleres y sensibilización, como los grafitis de recetas sanas dibujados en los muros de las calles. Su fundadora, Regina Tchelly, explica que también interviene en escuelas. El objetivo: que los niños tengan cinco colores en el plato de productos naturales.
“Enseñamos a cocinar manteca de aguacate” o “huevos Barbie”, teñidos con el rojo de la remolacha, dice esta emprendedora de 42 años, cuyo libro de recetas ganó el año pasado el prestigioso premio literario Jabuti, en la categoría de economía creativa.
A nivel nacional, la concienciación se refleja en la mediática campaña “Dulce veneno”, lanzada en marzo por instituciones, celebridades y expertos. La iniciativa pretende que el gobierno tribute los alimentos ultraprocesados y que la recaudación sirva para abaratar los alimentos saludables, para que sean más accesibles.
“Es difícil cambiar, pero eso no significa que la gente deba ser presa de sus ideas. Hay que abrir la mente y mirar de otra manera los alimentos, por el bien del futuro de la sociedad”, sostiene Perreira. N