“Los cadáveres yacían allí“: 367 habitantes del pueblo de Iaguidné, en el norte de Ucrania, aún recuerdan el miedo que pasaron en marzo del año pasado cuando estuvieron encerrados durante un mes en el sótano de una escuela, donde murieron 11 personas.
“No nos explicaron nada. Nos llevaron al subsuelo y nos dijeron que nos llevarían a otro lugar más tarde”, explicó este lunes 3 de abril Ivan Polguï a AFP durante una breve ceremonia en esta localidad, a la que asistió el presidente ucraniano Volodimir Zelenski.
“Solo podíamos ir al baño. Era peor que estar en una prisión”, añade este hombre de 63 años.
Después de no haber logrado hacerse con el control de la capital Kiev, el ejército ruso se retiró del norte del país a finales de marzo de 2022 y se concentró en los frentes del este y el sur. Los soldados rusos llegaron a Iaguidné, situada a dos horas en coche de la capital ucraniana, diez días después del inicio de la invasión rusa, que empezó el 24 de febrero de 2022.
“Entraron en las casas con fusiles ametralladoras y obligaron a todo el mundo a ir al sótano (de la escuela). Nos dieron cinco minutos para recuperar todo aquello que necesitábamos”, recuerda Valeri Polguï, de 38 años, el hijo de Ivan.
“Primero, teníamos muchísimo miedo. Golpearon a la puerta y la rompieron”, explica Valentina, de 60 años, otra superviviente que prefirió no dar su apellido.
“Sentí ese miedo durante todo el tiempo en que estuvimos encerrados e incluso un mes después”, asegura esta mujer mayor, sobre esa experiencia traumática. En total, 367 habitantes estuvieron encerrados durante 27 días en el sótano de la escuela, sin ventanas y formado por una gran habitación y otras seis de más pequeñas. Muchos de ellos eran personas ancianas, pero también había niños, incluso un bebé de un mes y medio.
“LOS NIÑOS PASABAN AL LADO DE LOS MUERTOS”, DICE SOBREVIVIENTE DE UCRANIA
“Al principio, hacía frío, pero luego empezó a haber cada vez más gente y no había suficiente oxígeno en las habitaciones (…). Algunas personas mayores perdieron el conocimiento debido a la falta de oxígeno, se volvieron locas y al final murieron”, explica Valeri Polguï. “Cuando alguien moría, (los rusos) no daban permiso para enterrarlo. Si moría por la mañana, podíamos sacarlo afuera durante la tarde y llevarlo (su cadáver) al cuarto de la caldera”, recuerda.
“Los cadáveres yacían allí y los niños se paseaban (a su lado). Y cuando (los cadáveres de) tres o cuatro personas se amontonaban en el cuarto de la caldera, pedíamos permiso para llevarlos al cementerio y enterrarlos”, añade.
Once habitantes murieron durante su detención y sus nombres fueron escritos como homenaje en la pared y una puerta del sótano. Los niños también llenaron las paredes de dibujos.
“No había un lugar para cocinar o comer. Tuvimos que organizar una cocina en el patio. Había restos del comedor escolar y algunas personas también trajeron comida”, afirma Valentina. Su calvario se terminó con la llegada de los soldados ucranianos el 30 de marzo.
“Aún estábamos en el sótano, ya que todo el mundo tenía miedo de salir. No sabíamos quién era”, reconoce Valeri Polguï. “Estuvimos muy contentos de verlos”, añade sobre el día en que fueron liberados. N
(Con información de AFP)