Tal y como si se tratara de una criatura de ficción o de un hechicero, la risa ronca y mirada magnética de Diego el Cigala son razones suficientes para sentirse atraído por su persona. Y si a eso agregamos el hecho de que es poseedor de una de las voces más enérgicas de la escena flamenca, heredero de la mejor escuela cantaora de Madrid por el linaje directo de su padre, don José de Córdoba, y de su tío, el genio de la copla, Rafael Farina, es difícil dudar de sus virtudes.
Y más cuando se trata de su más reciente tributo a la música mexicana a través de algunos de sus compositores más emblemáticos. Entrevistado por Newsweek en Español, dice que José Alfredo Jiménez, Consuelo Velázquez, Alfredo Gil y Armando Manzanero, entre otros, marcaron el rumbo de su más reciente material, Cigala canta a México.
—Desde tus orígenes, ¿cuál podrías decir que es tu disco favorito?
—Sin duda este, porque a mi señora, que en paz descanse (Amparo Fernández), y a mí nos ocupaba la cabeza desde hace diez años sin tener un repertorio definido. Pero teníamos esa sensación de querer hacer algo con esa música que de una manera u otra siempre estuvo presente en nuestras vidas.
“UN BUEN MARIACHI NO DEJA A NADIE IMPASIBLE”
—¿Qué significa Cuba y México en tu quehacer artístico?
—Siento fuego porque es música de verdad. Su forma de ser tan pendenciera impregna su composición de una mezcla de elementos arrabaleros y briosos. Es decir, no temen expresar lo que les brota, son pura catarsis, y de eso se tratan esas dos culturas de bravura, alegría y capricho. Por eso un buen guaguancó o mariachi no dejan a nadie impasible, su vigor se te trepa a la cabeza y a la entraña.
—¿Qué cosas te apasionan y que te enfurecen?
—Me irritan la mentira y la hipocresía, esos defectos son muletas de una sociedad advenediza y turgente. Pero me encanta la “difícil sencillez” de la que hablaba Picasso, la pureza en las formas naturales que se expresan en todas las cosas, desde la delicada curva de una guitarra, hasta el amor más sagrado de todos, el de Dios por todos nosotros.
—¿Que lecciones de vida te ha dejado el “cante”?
—Mucho sufrir. No se puede cantar desde un sofá, la buena voz se educa desde los sentimientos y se alimenta de los hechos funestos que te dan carácter. Temo decir que el artista nace y que con el tiempo se hace, con ello me refiero a que las experiencias buenas y malas dan material para la sazón en la voz y el corazón.
En mi experiencia, voy cantando conforme voy viviendo día a día. Habrá momentos donde la dicha me empape y mi voz se contagie de esa sonoridad mientras, que habrá otros donde las penas me agobian escurriéndose por los poros en forma de notas sobrias o graves.

“APERTURA ANTE LA VIDA”
—¿Por qué a menudo dices que el flamenco es un estado de ánimo?
—Porque, conforme estás o amaneces, ese día así desarrollas tu “cante”, acciones y demás. La disciplina es importante, pero no es un elemento indispensable, tiene que ver con tu percepción y apertura ante la vida. Por ejemplo, cuando algo me gusta mucho, me emborracho como buen hedonista que soy. Me embriago de ello hasta la médula, de esa manera puedo aprender. Pero reconozco que hay que prepararse para sobresalir, saber distinguir de un tango a un taranto, y eso te lo da tu disposición ante las cosas.
—¿Quiénes son tus musas y por qué?
—Mi inspiración principal son mis hijos y mujer. Pero si hablamos de númenes tal cual debo admitir que Rocío Dúrcal, Carmen Amaya y Lola Flores.
—Han pasado 15 años desde tu exitosísimo disco Lágrimas negras. ¿Si pudieras volver en el tiempo qué cambios harías y por qué?
—Ninguno. Fue un disco tan bien hecho, tan puro y sincero, que nos dio todo lo que hoy tenemos. Me dejó un gran amigo, Bebo Valdés, que en paz descanse, y una serie de recuerdos que con nada los hubiera conseguido de no haber grabado este fantástico álbum.
Pero a la distancia creo que el aprendizaje y ritmicidad que el son antillano posee fue la mejor lección que me dejó para articulación de Lágrimas negras. Además, hubo un cambio en mi vida, me regaló otra forma de ver las cosas y me enamoró de América como continente intempestuoso e impredecible.
“LE REHÚYO AL DOLOR Y LA ANGUSTIA”
—Los boleros, tangos y salsas son ritmos sumamente sensuales, al mismo tiempo que grandes odas al amor. ¿Tú cómo vives o expresas el cariño, el deseo y la muerte?
—De manera muy intensa (risas). Experimento cada fase de la vida como si fuera la última gota de jugo de la existencia. Para mí es más que vital sentir llamas en todo mi quehacer, de otro modo no tiene caso. En lo que toca a la muerte no le temo porque la espero. Sin embargo, le rehúyo al dolor y la angustia que genera el malestar.
—De ser posible ¿cuál canción de Agustín Lara o Chavela Vargas te gustaría cantar con ellos?
—Por mucho escogería a Chavela. Me la imagino perfecto brindando con tequila mientras cantamos “La llorona” o “Amar y vivir”. Sería la noche bohemia perfecta.
—¿Qué escucha el Cigala a solas?
—Adoro oír música clásica, de Mozart a Beethoven, y a los grandes de la ópera, Callas y Pavarotti. Pero en mis momentos de intimidad me gusta leer poesía de Miguel Hernández, San Juan de la Cruz, Antonio Machado, Federico García Lorca y García Márquez. N