Los disturbios en el Capitolio limpiaron el camino para la postulación en 2024 de una hija de inmigrantes que ofrece un trumpismo sin Donald Trump.
NIKKI HALEY le era fiel a Donald Trump, una de las raras miembros de alto perfil del gabinete que dejó la Casa Blanca en buenos términos. Jared Kushner, el yerno de Trump, incluso dijo a Newsweek el verano pasado que el regreso de ella sería bien recibido cuando ella quisiera. Pero luego apareció en el programa de Laura Ingraham en Fox News, a finales de enero, ofreciendo una perspectiva de la elección de 2020 claramente no trumpiana.
“Perdimos a muchas mujeres y a mucha gente con educación universitaria. Queremos traerlos de vuelta y ampliar el alcance”, dijo Haley. “El 6 de enero fue un día duro, y las acciones del presidente desde el Día de la Elección no fueron sus mejores, y [eso] me conflictúa enormemente porque en verdad estoy orgullosa de los éxitos de la administración de Trump, ya fuese la política exterior o la política local. [Pero] las acciones del presidente, después del día de la elección, no fueron buenas”.
La declaración de Haley cimbró al Partido Republicano y, no tan casualmente, articuló una lógica para su propia postulación en 2024, asumiendo que quiera una. Tuvo el cuidado de alabar los logros de Trump, pero se distanció inequívocamente de su exjefe de una manera que otros candidatos potenciales para 2024 —Ted Cruz, Marco Rubio, Rand Paul— no lo han hecho. En el mundo de Trump, en Mar-a-Lago, “las cabezas estallaron”, dijo un exalto asesor de campaña a quien se le concedió el anonimato para que hablase abiertamente.
Como una gobernadora republicana de Carolina del Sur a favor de las empresas y bastante convencional, Haley se ganó el apoyo de las mujeres y los votantes con educación universitaria en dos elecciones estatales. Lo que no se dijo —no necesitaba decirse— fue que no pensaba que Trump pudiera recuperar a esos votantes, y que ella sí podría. Tampoco se dijo que, como una mujer indioestadounidense, sería la candidata perfecta para postularse en contra de la vicepresidenta Kamala Harris.
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Los comentarios de Haley dejaron en claro cuán profundamente se alteró el panorama del partido tras la debacle del Capitolio. Con sus 74 millones de votos en 2020 —un récord para un republicano— y su derrota estrecha (que su base no aceptó, en todo caso), Donald Trump era el republicano abrumadoramente favorito para 2024. Si el expresidente no se postulaba, el puesto principal seguramente recaería en un suplente ungido por Trump, como Donald Jr. o Cruz. Pero la violencia en D. C. marchitó el poder político de los trumpistas, e incluso la exoneración en el juicio político en el Senado no restaurará su posición.
Muchos analistas ya habían especulado sobre las posibilidades de Don Jr. Durante la campaña de 2016, y desde entonces, el hijo mayor de Trump había asumido un papel político de alto perfil en discursos, apariciones en televisión y en las redes sociales, defendiendo a su padre y destripando a sus críticos. Era bueno con las multitudes boquiabiertas y animadas y parecía disfrutar del combate político. No tenía experiencia política —todavía trabaja como vicepresidente ejecutivo de la compañía de su padre—, pero como lo dejó en claro la victoria de su padre en 2016, eso puede ser un extra.
En las semanas transcurridas tras el 6 de enero, Trump y sus partidarios se reconfortaron con encuestas que mostraban cómo el expresidente conservaba un apoyo importante entre los votantes republicanos. Un sondeo de NBC realizado a finales de enero mostró que el 87 por ciento apoyaba el desempeño de Trump como presidente, apenas dos puntos abajo de su índice de aprobación entre los republicanos poco antes de la elección.
Pero las ambiciones políticas del júnior se derrumbaron junto con las barricadas del Capitolio. Fue un orador inicial en el mitin “Detengan el robo”, que resultó ser fatal. Desde entonces, ha participado en las redes sociales, defendiendo el mitin y atacando a los críticos demócratas, casi como si nada importante hubiera sucedido. La mayoría de los analistas políticos, e incluso algunos leales a Trump, no pueden creer que él en verdad piense eso. “Si alguno [de los Trump] piensa en un futuro político, entonces rehabilitar la imagen de la ‘marca’ después del 6 de enero tiene que ser una operación de 24 horas los siete días de la semana”, opina el exasesor de campaña.
¿HALEY AL RESCATE?
Para aquellos republicanos que creen que el partido simplemente debería alejarse de los Trump —tal como lo hizo de los Bush después de los ocho años desastrosos de George W. en la Casa Blanca—, allí está Haley. Ella es una elección obvia para un partido que necesita expandirse más allá de los hombres blancos sin educación universitaria. Es una mujer indioestadounidense, hija de padres inmigrantes, y tiene un historial como una gobernadora capaz por dos periodos. Como embajadora ante Naciones Unidas trabajó en silencio y, según comentan varios de sus colegas embajadores, impulsó eficazmente la política exterior de Trump. No tiene una sola de las actitudes mordaces de Trump, pero sus aliados políticos creen que podría traer políticas similares a la Casa Blanca.
La idea del “trumpismo sin Trump” tiene un atractivo serio para muchos republicanos que creen que Haley está posicionada para ser el puente entre el “trumpismo” y el conservadurismo más tradicional. Por mucho tiempo después de su victoria impactante en 2016, la mayoría de los republicanos establecidos creyeron que el trumpismo era como un huracán que pasaba por una ciudad: un evento aislado que provocaba daño, pero no se repetiría en poco tiempo. La derrota estrecha en 2020 —y los 74 millones de votos que Trump recibió, más que cualquier candidato republicano anterior— señalan lo falso de esa idea.
Según sus amistades, Haley hace mucho llegó a la conclusión de que la opinión establecida sobre Trump y lo que él representaba era errónea. Entendió que las doctrinas políticas claves del trumpismo que difieren marcadamente de lo que solía ser el catecismo republicano llegaron para quedarse: escepticismo sobre el libre comercio; renuencia profunda a desplegar tropas estadounidenses en largas guerras en tierra; una exigencia de que los aliados paguen más por su propia defensa; una oposición a la inmigración ilegal y, lo más importante, una disposición a defender todo lo anterior sin arrepentimiento. Muchas de estas eran posturas radicales antes de Trump; ahora son el nuevo catecismo republicano.
Haley es “una neotrumpiana con principios”, sugiere Cliff May, fundador y presidente de la Fundación por la Defensa de las Democracias, un grupo de expertos en Washington. En los ojos de sus defensores, ella alisaría los bordes estilísticos más mordaces del trumpismo —los tuits constantes, la combatividad retórica que agotó a muchísimos republicanos en los últimos cuatro años— a la par que se adhiere a la mayoría de las políticas de Trump.
El único asunto en el que ella difiere marcadamente de Trump es el racial. Sus amistades citan el que podría decirse el momento característico de sus dos periodos como gobernadora de Carolina del Sur: el asesinato en 2015 de nueve afroestadounidenses en la Iglesia Episcopal Metodista Mother Emanuel, una congregación negra en las afueras de Charleston, a manos de un supremacista blanco.
Los asesinatos devastaron a Haley y la convencieron de que había llegado la hora de retirar la bandera confederada, la cual todavía ondeaba sobre la casa de gobierno en Columbia. Desde hacía mucho tiempo, la bandera de batalla había sido un foco de tensión política en Carolina del Sur y a lo largo y ancho de gran parte del sur. Ella sabía que necesitaba un apoyo amplio, incluido el de algunos políticos que en el pasado rechazaron las acciones de retirar la bandera. Después de los asesinatos de Mother Emanuel, Tim Scott, senador por Carolina del Sur y a quien Haley nombró en su escaño en el Senado en 2021, le dijo a Newsweek que la única manera de reunir esa coalición era liderar “desde un sitio de ternura, de espíritu quebrantado, de vulnerabilidad, y eso es exactamente lo que ella hizo. Fue muy impresionante”.
Nikki Haley atrajo un apoyo predecible de algunos demócratas eminentes, como el congresista afroestadounidense James Clyburn. Pero también se las arregló para persuadir a Paul Thurmond, senador estatal e hijo del senador segregacionista Strom Thurmond, de que apoyara el retiro de la bandera.
Haley entendió, según sus palabras, que algunos residentes de Carolina del Sur miraban la bandera “con reverencia”. Pero dejó en claro que también era un símbolo del capítulo más desagradable en la historia estadounidense. El día que la bandera descendió, dijo Haley, “fue un día grandioso para el estado de Carolina del Sur”.
Para 2024 sus aliados esperan el tipo de buen juicio político que ella demostró que podría ser exactamente lo que buscarán los republicanos. “Tendrías muchas de las políticas de Trump, pero nada del desastre que viene con ello”, le dijo a Newsweek un senador amistoso con Haley antes de la elección, a quien se le concedió el anonimato para que hablase abiertamente. “Tendrías a alguien que demostró calma, competencia pragmática como una gobernadora exitosa por dos periodos, más la experiencia en política exterior en Naciones Unidas, más la historia inmigrante, todo ello presentado en un paquete muy elegante. ¿Honestamente piensas que Donald Jr., o alguien más ya entrados en gastos, tiene posibilidades de vencer eso? Yo no”.
Para los partidarios de Haley, ese argumento se hizo aún más convincente después del 6 de enero, y no hay duda de que es parte de la razón por la cual Haley estuvo dispuesta a criticar a Trump pocas semanas después del disturbio.
EL PREMIO EN LA MIRA
Pocos en la órbita de Haley dudan que tenga el premio en la mira. En una convención política conservadora durante la Navidad de 2019, en Palm Beach, cierto número de luminarias republicanas, personalidades de Fox News, donadores republicanos y asesores actuales y antiguos de Trump se reunieron para tomar cocteles una noche. La conversación no oficial giró alrededor de cómo se vería el Partido Republicano después de Trump. El nombre de Haley surgió rápidamente. “Bueno, ella seguramente tiene el espíritu de lucha”, opinó un senador republicano que podría estar considerando postularse a la Casa Blanca. “Diablos, tiene todo un canto de guerra en ella”.
Este reportero le recordó al grupo que, en sus memorias, Haley escribió que no se consideraba ambiciosa: ella la llama la “palabra con A”. (“Nunca me he pensado como ambiciosa —escribió—, por lo menos no de la manera calculadora con que la gente usa esta palabra para describir a las mujeres”.)
Un eminente experto conservador miró al senador, quien observó a un gran patrocinador financiero de Trump, quien miró a uno de los asesores de Trump. Y luego, más o menos simultáneamente, todos se carcajearon.
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Sin importar cómo la exgobernadora y embajadora Haley quiera caracterizar su propia ambición, es muy claro que esta se extiende a residir en el 1600 de la Avenida Pensilvania. Después de formar un grupo defensor en 2019 —Respaldar a Estados Unidos— para darle una voz en los debates políticos, Haley, como el resto del Partido Republicano, está a la espera de ver qué hará Trump en 2024. Si él no compite, ella estará entre las favoritas republicanas. E incluso si él compite, sus amistades dicen que ella se lanzaría de todas formas y se enfrentaría a su exjefe. “No digo que Haley esté 100 por ciento dentro en este momento”, comenta un aliado político de hace tiempo de Carolina del Sur, hablando de manera no oficial para hacerlo abiertamente. “Pero el 6 de enero la conmocionó y le disgustó. Ella va a dar una mirada muy pronto y se preguntará: ‘¿Puedo limpiar este desastre?’ Y su respuesta va a ser: sí”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek