Su evolución como escritor ha sido compleja. Sin embargo, acepta que espera haber madurado lo suficiente como para que la experiencia del mundo no haya ocurrido en vano. Sobre ello y más reflexiona en esta conversación.
CUANDO el escritor Juan Villoro comenzó a leer por gusto, en la década de 1960, la literatura estaba llena de búsquedas estructurales, formales, cambios de puntos de vista, saltos gramaticales, propuestas sumamente novedosas. Pero esta poco a poco se estandarizó, reflexiona.
“Por supuesto, exagero porque sigue habiendo distintos tipos de escritores, pero creo que hoy en día la norma es la de una escritura mucho más simplificada”, comenta en entrevista con Newsweek México.
Villoro es una de las plumas más destacadas de la literatura latinoamericana contemporánea. Su extensa obra incluye casi todos los géneros literarios, aunque, a su parecer, el cuento es el más difícil en cuanto a la prosa se refiere.
“El silencio pesa mucho en el cuento, es algo que está ahí susurrando cosas sin decirlas. El cuento depende de una economía de recursos para sorprender al lector y que sea él quien complete la interpretación de la historia. No la historia porque esa la estás contando tú”, explica.
“El significado profundo de esa historia se la da el lector que debe de decir: ‘Yo creí que estaba leyendo una competencia náutica y ahora me doy cuenta de que esa competencia en realidad era una historia de tradición romántica”.
Esa interpretación es mucho más fuerte si es el lector quien aporta las claves, agrega: “Pienso que la inspiración de lo que se habla muchas veces en el acto creativo es algo que más bien debe de sentir el lector. Yo creo más en lectores inspirados que en escritores inspirados”.
LO GRAVE ES “EXTRAORDINARIO”
Las temáticas de Villoro son diversas. Centrado en la literatura, también escribe sobre deportes, rock y cine. Ha sido profesor de literatura en la Universidad Nacional Autónoma de México y profesor invitado en las universidades de Yale, Pompeu Fabra y Princeton.
Entre otros, ha sido premiado y condecorado con reconocimientos como el Premio Xavier Villaurrutia por La casa pierde; el Premio Herralde por El testigo; y el Premio Internacional de Periodismo Vázquez Montalbán por Dios es redondo.
En 2013 se hizo merecedor del Homenaje Nacional de Periodismo Cultural “Fernando Benítez” de la FIL-Guadalajara por la “riqueza y la variedad” de su obra como escritor y periodista.
También lee: Octavio Paz: “El Nobel no es un pasaporte a la inmortalidad”
En 2016 obtuvo el Premio al Mérito Literario Internacional FILZIC “Andrés Sabella”, de la Feria Internacional del Libro Zicosur Antofagasta-Chile, por su destacada obra literaria en habla hispana.
Su evolución como escritor es compleja, explica. Sin embargo, espera haber madurado lo suficiente para que la experiencia del mundo no haya ocurrido en vano en su vida, es decir, para que haya adquirido diversos conocimientos.
Muchos de los cuales ha plasmado, por ejemplo, a lo largo de varias décadas en una gran cantidad de cuentos.
Recientemente, el escritor aplicó un examen extraordinario a los cuentos que ha escrito a lo largo de 30 años. El autor enfrenta el desafío mientras recuerda que en México lo grave es “extraordinario”.
Examen extraordinario (FCE, 2020) es la más reciente antología de cuentos del autor. El título, comenta, resume la sensación de poner a prueba una vez más estos textos que ya tuvieron su oportunidad en otros libros.
Así, juega con la expresión irónica para someterse nuevamente al juicio de los lectores. Su propósito es combinar textos que tuvieran suficiente independencia para cobrar autonomía dentro de ese volumen y, al mismo tiempo, suficiente familiaridad para que se relacionen de una manera en que no se repudien unos a otros.
“Examen extraordinario no fue concebido como un libro unitario, sino que es el resultado de 30 años de trabajo. Hay consonancia entre las cosas que yo he escrito en las últimas décadas. Por supuesto cambian los acentos, cambian los focos de interés, pero creo que esta diversidad mantiene cierto sentido de la unidad hasta el grado de que incluí dos cuentos inéditos que creo que pueden combinarse muy bien con los que escribí hace tres décadas”.
Un examen extraordinario es la última oportunidad que se tiene muchas veces para aprobar una materia. “Es un término curioso y por eso me llama la atención. En México alude a algo terrible, pero lo hace, como suele ocurrir entre nosotros, con palabras bastante suaves y casi entusiastas.
“Para un extranjero, que alguien se vaya a extraordinario le puede parecer un premio porque suena bastante positivo, y los mexicanos somos especialistas en maquillar nuestra complicada realidad con algunas expresiones que la mejoran”, comenta el escritor.
“NO ESCRIBO EN ESTADO DE GRACIA”
El autor reflexiona sobre sus clases con el maestro Augusto Monterroso, quien, recuerda, “nos demostró que la vida existe para volverse cuento.
“Yo no escribo en estado de gracia, pero me gustaría provocarle la ilusión al lector de que él está en estado de gracia cuando completa el cuento, por eso es tan importante tener un final dominado.
“Por eso escribo los cuentos de atrás hacia delante, pensando hacia dónde van los personajes, pensando cuál va a ser su desembocadura y, a partir de eso, trato de construir todo para que eso tenga sentido. Y un buen final me parece que es aquel que te revela algo, te da un sentido de la sorpresa y, al mismo tiempo, esa revelación, esa sorpresa, son congruentes con todo lo que pasó antes”.
Expresa al respecto: “Esa mezcla de que todo parezca deliberado y que, al mismo tiempo, el desenlace tenga algo especial y asombroso, es muy difícil de lograr, pero eso es lo fascinante del cuento. Es una de las tantas cosas que valen la pena en la vida por el trabajo que cuesta”.
En Examen extraordinario Villoro vuelve a colocar el cuento como protagonista. “Paco Ignacio Taibo ll me propuso hacer una antología de cuentos incompletos y que fuera yo mismo quien los eligiera. Esto me metió en un brete porque nadie puede ser objetivo respecto a sí mismo, de modo que traté de apelar a lo más genuino, que es la sinceridad de la memoria: cuáles eran los cuentos que regresaban a mí con más fuerza.
También lee: TV y noticiarios, enemigos del periodismo y la lectura: Poniatowska
“De qué manera me tocaban y cómo podía sentir que estaban cerca de mí o ya no tanto, un poco a la manera de un cantautor que está dando un concierto y le piden una canción que no tiene puesta y dice: voy a cantar las que me sé”.
Villoro explica que eso mismo sucede con el escritor que reúne sus cuentos de memoria. Está acudiendo a la relación sentimental que cada persona tiene con su propio trabajo. “Por supuesto que traté de establecer equilibrios —comenta—, que si había un cuento protagonizado por una mujer que hubiera otro inmediatamente después protagonizado por un hombre”.
Añade que, incluso, si había alguno en primera persona, procuró que el siguiente pudiera estar en tercera persona. “De alguna manera traté de establecer complementos y por supuesto también tomé en cuenta mi experiencia de todos estos años leyendo cuentos y escuchando a otras personas que los leen o atendiendo comentarios que me han hecho.
“Tengo que aceptar que si la antología la hiciera hoy probablemente incluiría cuentos distintos. Dejé fuera cuentos de mis tres primeros libros porque me pareció que estilísticamente ya estaban un poco lejos de lo que he hecho después”.
Villoro comenta que si se acorrala a sí mismo de inmediato comienzan a salir muchos cuentos que no metió y se siente como un padre que no les hizo caso a sus hijos y que los maltrata. “Sé que fui injusto con ellos, les pido disculpas”.
—Como escritor, ¿qué le ha significado la pandemia?
—Un escritor siempre está deseando estar solo. Que lo dejen en paz entre cuatro paredes y le den tiempo para escribir. En ese sentido, el inicio de la pandemia para muchos de nosotros fue una oportunidad de ponernos al día en muchas cosas que no habíamos hecho porque uno mismo se sabotea con toda clase de pretextos y la pandemia acabó con estas excusas. Te encierras en un cuarto donde si no lees o no escribes te puedes volver loco, y afortunadamente para mí esto me dio una oportunidad de concentrarme en mi trabajo.
“Pero no es lo mismo tener tiempo que tener demasiado tiempo, y no es lo mismo estar aislado un rato sabiendo que vas a salir y vas a tener la recompensa del encuentro con los otros que estar encerrado. Quienes han padecido cárcel o largas enfermedades en las que han tenido que estar recluidos saben que el hecho de tener tiempo disponible o de estar en aislamiento no necesariamente favorece la creatividad, al contrario, todo el tiempo estás pensando en cómo salir de ahí”.
—El inicio de la pandemia parece que fue provechoso, pero ¿y después?
—Creo que el arranque de la pandemia fue muy provechoso, pero ya luego todos caímos en situaciones mayormente complicadas. Primero por el desgaste mismo del encierro, segundo porque cada vez se fue volviendo más evidente que otras personas lo estaban pasando muy mal y no puedes ser indiferente a la situación de muchas otras personas.
“México es un país donde la verdadera pandemia se llama hambre. El 40 por ciento de la población vive en una situación de pobreza y la obliga a salir todos los días a la calle porque, si no, sencillamente no come. Entonces, esa situación evidentemente nos debe de afectar a todos y debemos de estar pendiente de ella”.
—¿Qué elementos ayudan a resistir la pandemia?
—No puedo dejar de decir que si hemos resistido y no hemos perdido totalmente la cordura ha sido en gran medida gracias a las representaciones culturales más variadas. Creo que esto lo deberían de tener en cuenta los políticos que, cuando hablan de salir de la crisis, hacen cálculos meramente económicos o si acaso de salud pública, y yo creo que hemos resistido porque hemos podido divertirnos viendo memes, videos, recitando poemas, cantando canciones, leyendo libros, acudiendo a todas las formas de la representación cultural que demuestran que no solamente somos sujetos materiales que tenemos que estar sanos con comida en la mesa, sino que necesitamos satisfactores culturales.
“Creo que esa es una de las grandes lecciones de la pandemia, que vale la pena estar vivo para representar la vida. Confucio decía: ‘Necesito una libra de arroz para vivir y flores para saber que vivir vale la pena’. La cultura forma parte de esas flores”.
—¿En este periodo de distanciamiento social hubo cambios en su proceso creativo?
—En esta pandemia lo que ha cambiado es el tema de la relación virtual con los demás. Yo sigo escribiendo más o menos en mi mismo horario y leyendo como lo hacía, pero se ha vuelto no solo necesario, sino imperioso, tener reuniones de manera virtual. Lo que ha cambiado mucho es el contacto intenso con la pantalla. Este mundo plano en donde de pronto das una conferencia y las aplicaciones hacen que sientas que esta es una manera sofisticada de hablar con la pared porque tú te diriges a un público que no ves, que no sabes qué reacciones tiene. Es una experiencia que es necesaria, pero es un simulacro de la realidad. Eso sí ha cambiado mucho la sobreabundancia de todas estas actividades.
EL MÉXICO TRAGICÓMICO
En ese sentido, dice que falta empatía cuando se participa en una videoconferencia: “Di un seminario sobre el silencio en el cuento y, por alguna razón, en ocasiones la aplicación sitúa a una persona al frente de la pantalla y había una persona con un rostro furibundo y una expresión como de alguien que está planeando un atentado y no cambió de gesto durante toda mi charla. Parecía que estaba en un casting para ser terrorista en una película y naturalmente yo pensaba que si iba a poner una bomba me la iba a lanzar a mí”.
Ese ejemplo da pie para que el autor señale que es totalmente inhumano no poder desviar la mirada, no poder buscar la complicidad de quienes están comprendiendo mejor la conferencia; aunque muchas veces se equivoque, es totalmente inhumano no escuchar una reacción cuando se dice una pequeña broma.
“Todas estas cosas, que son perfectamente normales en la comunicación tridimensional, se han vuelto imposibles ahora que nuestra presencia física es optativa. Ya no tenemos que estar en los lugares para ser nosotros, es algo muy raro. Creo que una de las cosas más sorprendentes para cualquier persona es cuando descubrimos este efecto de que nuestra imagen está fuera de nosotros o puede estarlo y nos reconocemos en el espejo. Nos volvemos cada vez más espectrales, menos reales”.
Y en el transitar de la sociedad a lo largo de la pandemia, también se vive un México tragicómico, refiere el autor de El Apocalipsis (todo incluido) (Almadía, 2014).
“México es tragicómico desde luego porque estamos en una situación violenta terrible que solamente podemos repudiar. Hace unos días mataron a un amigo mío, el editor Juan Guillermo López, yo acababa de escribir un prólogo para un libro que editó.
“Esto es profundamente trágico y, al mismo tiempo, el sentido del humor hace que muchas de las situaciones que vivimos sean soportables. Precisamente porque podemos contar chistes y decir cosas que nos reconfortan de manera crítica con la realidad. No dejamos de pensar que es una realidad desagradable, pero se vuelve más llevadera con el humor y hay circunstancias, por ejemplo, la rifa del avión presidencial, que son tragicómicas”.
No te pierdas: De Sófocles a Saramago: las epidemias en la literatura
Es trágico, explica, que ese avión hubiera significado un dispendio y, al mismo tiempo, es trágico que al estar estacionado represente otro dispendio y que no pueda ser vendido porque no hay un mercado de segunda mano para aviones presidenciales.
Todas estas circunstancias, fabulosas desde el punto de vista de la capacidad que México tiene para animar su discurso público, tiene aristas trágicas y cómicas. Y así podemos ver muchas circunstancias de la vida nacional, añade.
“El otro día vi a tres policías que tenían no solo cubrebocas, sino también caretas, pero todos tenían las caretas levantadas y el cubrebocas en el cuello, entonces estaban perfectamente equipados para algo que no usaban, lo cual quizá define a la policía mexicana que tiene una serie de elementos, comenzando por las armas que no sabe cómo usar”.
DE LA IRONÍA AL HUMOR
“Nuestra realidad es un surtidor de ironías, pero básicamente tiene que ver con un temperamento personal. Yo creo que uno disfruta mucho cuando alguien tiene sentido del humor, pero pocas cosas son tan patéticas como cuando alguien se hace el chistoso, el humor esforzado, y lo vemos mucho con los cómicos de la televisión”.
Juan Villoro confiesa que suele comentarse entre los lectores el uso frecuente de la ironía en sus cuentos, más que el humor en sí: “No creo que sean cuentos que despierten carcajadas, pero sí una cierta sonrisa producto de la ironía y, luego, también el redescubrimiento de lo cotidiano, los misterios de la vida diaria, y creo que eso tiene que ver con mi manera de imaginar los cuentos”.
Taibo dijo una cosa, agrega, “que me pareció reveladora, y es que más que historias cuento vidas, casi todos los cuentos narran la trayectoria de una persona. Encontramos al personaje en un momento de su vida, pero ese momento lo hace cruzarse con muchos otros. Creo que también esa es una característica a veces de los cuentos, que son como novelas condensadas en la medida en que narran una vida o gran parte de una vida”.
Villoro enfatiza en que la ironía es algo que tiene que salir naturalmente de acuerdo con la habilidad que tiene el escritor.
“Jorge Ibargüengoitia, por ejemplo, solo podía escribir en clave irónica. Hay algunos pasajes serios incluso dramáticos en su libro Las muertas, pero el 90 por ciento de su ejecutoria está tocada por la ironía. Hay otros autores como Juan Carlos Onetti que siempre es azotado, siempre es triste, siempre es melancólico.
“En mi caso, creo que la ironía está presente, aunque no tanto como en Ibargüengoitia. Y hay muchos momentos también de tristeza y de melancolía, pero no tanto como en Onetti. Sabemos que en el fondo de un humorista hay un hombre, si no deprimido, por lo menos irritado porque la ironía surge de un desacuerdo con el mundo. Si estás harto o estás triste para compensar esto se lanza el dardo de la ironía”.
—¿Cómo elige el próximo libro a leer?
—Depende mucho de lo que yo esté haciendo porque hay muchas lecturas que tienen que ver con cosas que estoy escribiendo, por ejemplo, fue el centenario de Ray Bradbury, entonces releí textos de él, leí algunos que no había leído.
“Me invitó Eduardo Matos Moctezuma a participar en la cátedra que da en Harvard y escribí un texto sobre arqueología y literatura mexicana. Tuve que volver a muchos textos y también descubrí otros. Esa selección se va dando un poco por el trabajo que estás haciendo, pero una de las cosas más fecundas es que al leer algún autor que estás buscando para un trabajo encuentras la cita de otro autor que siempre has querido leer y te vas a buscar ese libro.
“O se menciona algo que ya habías leído, pero que no recuerdas bien y regresas a ese texto y así se empiezan a establecer vasos comunicantes, incluso con la lectura utilitaria acabas teniendo muchas lecturas hedonistas que no te sirven para tu trabajo, pero que esperas que te sirvan para ti mismo. Sobre todo, te entretienen, que ese es el cometido fundamental de la lectura.
“Por otra parte, siempre estoy leyendo cosas que me dan curiosidad. Ahora estoy leyendo una novela de Thomas Mann que no había leído nunca y que tenía en el librero: El elegido. Es un autor que siempre me ha gustado mucho, pero estaba pendiente esa novela, aunque no sé por qué, es un misterio para mí saber por qué la elegí. Forma parte de esas lecturas caprichosas. Lo que estoy diciendo es que leo de manera activa, pero sumamente caótica”.
—¿Cuál considera que es el mejor final de una obra literaria?
—Esa pregunta es más psicoanalítica que periodística porque la asocié con un libro de inmediato. No sé si es el mejor final, pero es el que me vino a la cabeza como una asociación libre de ideas. Es el de La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares.
“Me parece extraordinario porque es la historia de un hombre que está en una isla desierta y ve a una mujer hermosísima y luego desaparece. No entiende qué ha sucedido hasta que descubre que esa mujer no es real, sino un holograma.
“Ella forma parte de un proyecto. Hay una máquina que convierte a las personas en espectros y él ama tanto a esa mujer que decide utilizar la máquina que te destruye como cuerpo de carne y hueso y te convierte en un holograma.
“Naturalmente, no sabe si en ese mundo él va a seguir pensando como piensa, tampoco sabe si ella lo va a aceptar en ese mundo o no y, sin embargo, se arriesga. Es una apuesta amorosa maravillosa porque decide dejarlo todo a cambio de pasar al cielo de la mujer a riesgo de que ella no le haga caso. Me parece un final extraordinario y de una obra que por otra parte es como dijo Borges: perfecta”.
—Si actualmente la norma es la de una escritura mucho más simplificada, ¿el Ulises de James Joyce se consideraría “difícil”?
—El Ulises es un libro no solo difícil, sino dificilísimo. Borges decía, con la ironía que lo caracterizaba, que Joyce desperdició las cuatro quintas partes de su libro demostrando experimentalmente cómo no se puede escribir bien para llegar a la quinta parte de su libro y demostrar cómo sí se puede escribir bien. Es decir, es como un gran experimento que primero fracasa y luego ya viene un resultado exitoso.
“Es, por supuesto, la visión de un escritor que es totalmente opuesto a James Joyce, aunque hay vasos comunicantes entre ellos. A mí el Ulises me maravilla y yo pertenezco a quienes consideramos que el Ulises es muy divertido, pero esto por supuesto es una categoría subjetiva. Me parece injusto decir que el Ulises es un libro tedioso.
“Borges también dijo que era una famosa forma del tedio. Ese libro es tedioso para quienes así lo juzgan, pero quienes hemos leído el Ulises no lo hemos leído por obligación o esnobismo, sino porque puede divertirte de una manera complicada.
“En el Ulises desde luego que la complejidad literaria existe y me parece un poco triste que la literatura contemporánea se haya alejado de la apuesta por la dificultad, que haya dejado de correr riesgos que llevaban a formas apasionantes de la complicación narrativa.
“Por eso el Ulises se ha vuelto más complicado ahora de lo que era hace 50 años porque la búsqueda de la complejidad era algo bastante común —concluye Villoro—. Los libros más leídos eran libros complejos, hoy en día esto se ha vuelto imposible, incluso escritores que practicaban esa complejidad en los años 60 y 70, como Mario Vargas Llosa, ahora escriben novelas mucho más sencillas”. N