El presidente estaba de malas. Mientras veía la televisión en su residencia en la Casa Blanca, su rutina matutina habitual, Donald Trump vio a sus jefes de inteligencia quitarle todo fundamento a una más de sus campañas favoritas: Irán. Trump y dos de sus principales funcionarios de seguridad nacional habían sugerido durante dos años que la república islámica todavía buscaba hacerse con un arma nuclear y representaba una amenaza mortal para sus vecinos y Occidente.
Sin embargo, ahora, Dan Coats, director nacional de inteligencia, estaba en una sala de audiencias del Capitolio diciendo que esto no era cierto: Irán estaba cumpliendo al pie de la letra el acuerdo que Estados Unidos, en tiempos del presidente Barack Obama, y otras cinco naciones negociaron con el país de Oriente Medio para desmantelar su programa nuclear, dijo Coats. No solo eso, añadió Gina Haspel, directora de la CIA, sino que Irán podría decidir reiniciar el programa si las sanciones que Trump acababa de imponer de nuevo —rompiendo los términos de Estados Unidos en la negociación— no eran retiradas.
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Trump acudió a Twitter. Coats y Haspel estaban “equivocados”, publicó el 30 de enero. “¡Tal vez la Inteligencia debería volver a la escuela!” Pero él aún no había terminado con Irán. En comentarios extraordinarios con CBS y The New York Times en los días siguientes, Trump llamó a Teherán “La nación terrorista número uno del mundo”. Culpó a la república islámica de “todos y cada uno” de los problemas que él heredó en Oriente Medio, una aseveración notable, y totalmente sin confirmar. Llamó a sus jefes de inteligencia “pasivos e ingenuos en extremo en lo tocante a los peligros de Irán”.
Trump luego insinuó un aumento en las actividades encubiertas en contra de Irán o incluso una confrontación militar. “Podría contarte muchas historias”, le dijo al Times, “o cosas que íbamos a hacerles en fecha tan reciente como hace una semana”.
Para muchos observadores con buena memoria, los comentarios de Trump fueron una repetición espeluznante de un momento crucial 17 años antes, cuando otro presidente republicano, George W. Bush, etiquetó a Irak como parte de un “eje del mal” que estaba a punto de construir un arma que terminaría con una “nube de hongo” en Estados Unidos. Al año siguiente, en 2003, Bush envió 200,000 soldados estadounidenses a Irak en busca de armas nucleares, químicas y biológicas, que al final no existían. Tampoco existía la supuesta conexión entre el dictador iraquí, Saddam Hussein, y Al Qaeda. Lo que siguió fue una ocupación calamitosa que duró una década, con la que Estados Unidos y todo Oriente Medio siguen batallando.
A personal veterano de Oriente Medio le preocupa que Trump lleve a Estados Unidos a otro desastre regional mal informado, esta vez con Irán. Un ex alto oficial de toda la vida en operaciones de la CIA comparó las distorsiones de Trump sobre Irán con las mentiras que dijeron presidentes consecutivos para justificar la guerra en Vietnam. “No quiero exagerar las analogías con Vietnam, pero estamos en el proceso, por lo que puedo ver, de mentirnos a nosotros mismos y al pueblo estadounidense sobre Irán”, dice él a Newsweek, hablando bajo la condición del anonimato porque conserva lazos cercanos con la agencia. “No van a atacarnos mañana. No van a matarnos mañana. No están interesados en una confrontación directa con Estados Unidos, a pesar de la guerra de palabras”.
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“Cuanto más presiones, más se resistirán”, opina Chas Freeman, ex embajador de Estados Unidos ante Arabia Saudita. “Y cuanto más presiones abiertamente, cuanto más ellos podrán atribuirte todo problema que tengan. Así que hay una especie de sociedad nefasta” entre la administración de Trump y los belicistas de Teherán. A él y otros expertos les preocupa que el problema sea que las pifias de Trump y las reacciones excesivas de los iraníes puedan llevar a una guerra real que nadie quiere.
DESTINO DESCONOCIDO
Mientras tanto, los comentarios de Trump hicieron que altos funcionarios de seguridad nacional se rascaran la cabeza. Algunos comentaron a Newsweek que son escépticos con respecto a las insinuaciones de Trump de que se están considerando acciones en contra de Irán. Pero observadores cercanos dicen que los contornos amplios del enfoque de Trump han sido evidentes desde que asumió el puesto cuando renunció al acuerdo nuclear. Él parecía estar ansioso por iniciar un capítulo nuevo y peligroso en una guerra de 40 años de amenazas y trucos sucios, esta vez con apoyo de los belicistas de Estados Unidos, en especial aquellos a favor de Israel. Freeman lo llama “política exterior de gestos”.
“Muestras tu indignación y le haces la vida difícil a la otra parte”, dice él a Newsweek. “No es muy útil”.
Las armas de Trump incluyen sanciones, apoyo a grupos en el exilio contrarios a Irán y una carta blanca para que Israel ataque puestos de avanzada iraníes en Siria. El resto de esta campaña agresiva se resume a una guerra en la sombra con Irán, acciones encubiertas que incluyen la manipulación de las redes sociales del tipo que Moscú manejó en contra de Estados Unidos durante la elección de 2016.
Los funcionarios están contentos de hablar en general sobre su campaña para “asegurarnos de que Irán no es una influencia desestabilizadora”, como lo plantea el secretario de estado Mike Pompeo, pero por lo demás se niegan a compartir detalles.
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Tales acciones han sido aplaudidas por belicistas de toda la vida contra Irán, incluidos tres de los asesores más favorecidos por Trump: Pompeo; John Bolton, asesor de seguridad nacional de la Casa Blanca, y Jared Kushner, yerno del presidente. El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el príncipe heredero saudita, Mohammed bin Salman, ambos confidentes cercanos de Kushner, desde hace mucho han cabildeado a favor de políticas estadounidenses más agresivas contra Teherán, que incluyen ataques militares directos a sus instalaciones nucleares, militares y de inteligencia.
El problema, según una amplia gama de expertos, es que por cada recrudecimiento que la administración de Trump y sus predecesores han impuesto a Irán, el régimen ha respondido con sus propias amenazas, y violencia. Y nadie, en ningún bando, parece saber hacia dónde se encamina la velocidad cada vez mayor de los ataques y contraataques.
Trump lanzó otra puya y sorprendió a los aliados regionales cuando, a principios de febrero, anunció sus planes de mantener a las tropas en Irak para monitorear a Irán. “Vamos a seguir vigilando”, dijo él a CBS, “y vamos a seguir mirando, y si hay problemas, si alguien busca hacer armas nucleares u otras cosas, vamos a saberlo antes de que las hagan”. El presidente iraquí, Barham Salih, reprendió eso rápidamente. “No sobrecarguen a Irak con problemas de ustedes”, le dijo a Trump a través de los medios noticiosos. Estados Unidos también presiona a Irak, ávido de electricidad, para que deje de comprarle energía a Irán como parte de las nuevas sanciones, tensando todavía más las relaciones con Bagdad.
Todo esto solo añadió confusión con respecto a lo que estaba planeando la administración de Trump, con repercusiones potencialmente peligrosas. “Estados Unidos no tiene idea de lo que quiere e Irán no tiene manera de entender a Washington con todos los mensajes mezclados que provienen de la administración de Trump”, opina Ali Alfoneh, una analista de Irán que es un alto miembro del Instituto de Estados del Golfo Arábigo en Washington, fundado por Arabia saudita, el archienemigo de Irán.
Irán ha provocado miedo y fascinación desde que el clérigo chií ayatolá Ruhollah Khomeini regresó del exilio y encabezó una revolución islámica bastante popular en 1979. El derrocamiento de hecho revirtió un golpe de estado, organizado por la CIA, 25 años antes en el que se derrocó al gobierno socialista de Mohammed Mossadegh a beneficio de los intereses petroleros angloestadounidenses. Las relaciones entre Washington y Teherán se endurecieron todavía más cuando estudiantes iraníes entraron por la fuerza en la embajada estadounidense y tomaron como rehenes a 50 estadounidenses en una crisis que dominó la cobertura noticiosa por televisión durante 444 días. A partir de entonces, Irán fue etiquetada como una nación malvada.
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El presidente Ronald Reagan designó al régimen como “un estado patrocinador del terrorismo”, y en 1981 puso todo su peso detrás de la invasión de Irak a Irán en una guerra que duró casi una década y devastó al país. Después de que Khomeini murió en 1989, su sucesor, el ayatolá Ali Khamenei, aumentó la influencia regional de Irán, primero mediante apoyar a la resistencia chií libanesa a la invasión israelí en 1982, lo cual llevó a la creación de la poderosa milicia Hezbolá que llevó a cabo ataques terroristas contra blancos estadounidenses. Luego se dio la invasión de Irak por Estados Unidos en 2003, lo cual llevó a que agentes iraníes asumieran el poder en Bagdad. En 2011, cuando el presidente sirio, Bashar al-Assad, enfrentó una revuelta popular, Irán y Hezbolá dieron un apoyo crucial. El 11 de febrero, para celebrar el 40o aniversario de la revolución, el presidente iraní, Hassan Rouhani, dio un discurso para presumir el poder militar del país. “No hemos —y no lo haremos— pedido el permiso de nadie para mejorar nuestro poder defensivo”, dijo él.
Trump ha jurado contener a Irán, al que ve como una amenaza mayor a la seguridad regional y mundial que ISIS, lo cual se siente como un retroceso a 1978. Pero Irán también parece estar “tratando de retroceder el reloj de vuelta a los viejos y malos días de la década de 1980 y principios de la de 1990”, desplegando equipos de asesinos en el exterior para asesinar a figuras de la oposición en el exilio, como escribió Alfoneh el otoño pasado en Long War Journal, un sitio web administrado por la Fundación para la Defensa de las Democracias, la cual está a favor de Israel.
EL LARGO BRAZO DE TEHERÁN
Después de iniciar sus operaciones en 1980, las agencias de espionaje de Irán no perdieron tiempo para liquidar a los enemigos del país en casa y el extranjero. Una de las primeras operaciones extranjeras de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica, o CGRI, fue el homicidio de un líder de la oposición en el exilio justo en las afueras de Washington, D.C. Tomando nota de una escena famosa de la película de espionaje de 1975 Los tres días del cóndor, el asesino, un recluta estadounidense de la revolución y quien asumió el nombre Dawud Salahuddin, se disfrazó como un mensajero, tocó el timbre del objetivo y le disparó de muerte cuando abrió la puerta.
Teherán continuó persiguiendo a sus enemigos en el exterior en esos primeros años, arrasando sin piedad con funcionarios en el exilio que conspiraban para derrocar al régimen. Pero tras años de relativa quietud, el Ministerio de Inteligencia y Seguridad de Irán ha redoblado de nuevo los ataques en el extranjero. En 2015 y 2017 fue sospechoso de liquidar a disidentes en los Países Bajos.
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El ritmo y alcance de los ataques se recrudeció el año pasado cuando las agencias de seguridad de toda Europa descubrieron varias conspiraciones de asesinato en contra de grupos contrarios a Irán en el extranjero, y un blanco en particular: el Consejo Nacional de Resistencia de Irán, un frente político del Mujahedeen-e-Khalq, o MEK. Otrora catalogado como un grupo terrorista de Estados Unidos, la organización iraní en el exilio, cuasi marxista, desde hace mucho ha atraído el apoyo de los belicistas estadounidenses, pero cobró fuerza en 2017 con el apoyo público de Bolton y Rudolph Giuliani, abogado de Trump, quien habló en un mitin que el MEK organizó en París en junio pasado.
Según las autoridades europeas, Irán planeaba colocar una bomba poderosa en medio de los asistentes. El complot fue descubierto cuando autoridades alemanas arrestaron a Assadollah Asadi, un iraní acreditado como diplomático en Viena. Ellos dijeron que Asadi entregó en Amberes 500 gramos del poderoso explosivo triperóxido de triacetona a dos belgas nacidos en Irán. Otros tres sospechosos nacidos en Irán y vinculados al complot fueron arrestados en Francia. El portavoz de Irán ante Naciones Unidas negó tener algo que ver con el complot y sugirió que era lo que se conoce como una operación de falsa bandera cometida por el MEK e Israel para desacreditar a Irán, pero a principios de febrero, funcionarios europeos de inteligencia dijeron que habían extraído mensajes de textos o bitácoras de chat entre Asadi y Teherán sobre el complot.
Irán también incursionaba en Estados Unidos. En agosto, el Departamento de Justicia acusó a dos hombres de California —uno de ellos era un ciudadano iraní con residencia permanente en Estados Unidos; el otro tenía doble ciudadanía— de cargos de conspiración para espiar e infiltrarse en el MEK en sus eventos en Nueva York y Washington. El FBI también dijo que los hombres reconocieron blancos judíos, incluida la Casa Rohr Chabad, un centro para estudiantes en la Universidad de Chicago. Grupos judíos en el campus han fungido como grupos de apoyo al gobierno de línea dura de Israel. Pero el enemigo principal de Irán sigue siendo el MEK. Algunos expertos dicen que Teherán ha establecido células durmientes en Estados Unidos, Europa y países del golfo Pérsico para atacar dichos blancos si se suscita una guerra.
Irán “tiene una obsesión demente” con el MEK que está “fuera de la realidad”, dice Bruce Hoffman, uno de los principales expertos en terrorismo de la Escuela Edmund A. Walsh de Servicio Exterior de la Universidad de Georgetown. Es “una amenaza subversiva, pero también lo son otros grupos”, comenta él a Newsweek. De hecho, según Muhammad Sahimi, un experto en Irán de la Universidad del Sur de California, la administración de Trump le ha dado su apoyo a una amplia gama de figuras y organizaciones opuestas al régimen, desde los kurdos iraníes hasta grupos de estudiantes de ultraderecha y monarquistas, personificados en Reza Pahlevi, el hijo exiliado del difunto shah, quien vive en los suburbios de Washington, D.C. Pero el objetivo principal de Irán parece ser el MEK.
Es un poco extraño para Luis Rueda, un veterano jubilado tras 28 años de la CIA con mucha experiencia en Oriente Medio. El MEK “no tiene apoyo dentro de Irán; todos los ven como locos”. Pero el apoyo de la administración de Trump a la organización, la cual es odiada dentro de Irán porque se puso del lado de Irak en la amarga guerra entre Irán e Irak, sin duda le ha dado un respiro al régimen. “Les preocupa que nosotros, Israel y Arabia Saudita estemos usando al MEK para ayudar a desestabilizar a Irán y llenándolo de dinero”, comenta Rueda a Newsweek.
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Los CGRI también fueron señalados en lo que habría sido una bomba espectacular en el centro de Washington, D.C. En 2011, Estados Unidos descubrió un complot para asesinar al entonces embajador saudita, Adel al-Jubeir, en el Café Milano, un lujoso restaurante de moda en Georgetown frecuentado por eminentes funcionarios estadounidenses y extranjeros, cabilderos y periodistas. Manssor Arbabsiar, un texano con ciudadanía doble iraní y estadounidense, fue arrestado y, finalmente, se declaró culpable de organizar el complot a solicitud de un primo que trabajaba para la Fuerza Quds de los CGRI, su rama paramilitar. El complot se desarmó muy al principio, cuando Arbabsiar contrató a un sicario mexicano, quien resultó ser un informante encubierto de la Administración para el Control de Drogas de Estados Unidos.
El complot del Milano intriga a algunos. Las conversaciones nucleares estaban en su apogeo. Una bomba —matando a decenas de personas de élite en la capital, así como a Al-Jubeir— habría descarrilado las negociaciones. Una parte interesada en descarrilarlas: miembros de línea dura de los CGRI, a quienes “nada les gustaría más que crear más tensión y desconfianza entre Occidente e Irán”, dice Rueda.
Si la Casa Blanca hubiera sido capaz de colgarles el complot a líderes iraníes, su respuesta “habría sido casi con seguridad cinética”: un ataque militar, dice un ex alto asesor de seguridad nacional de Obama, quien pidió el anonimato a cambio de discutir un asunto tan sensible.
Como otros adversarios importantes de Estados Unidos, los iraníes también participan en operaciones encubiertas sigilosas, según el más reciente informe anual sobre amenazas mundiales de la Oficina de Inteligencia Nacional. Hace seis años, según acusó el Departamento de Justicia en marzo pasado, unos hackers conectados con los CGRI robaron cantidades enormes de información académica y propiedad intelectual de 144 universidades estadounidenses y 176 universidades en otros 21 países en lo que se llamó uno de los hackeos más grandes patrocinados por un Estado que se haya perseguido. Según la Rand Corp., una organización independiente de investigación con nexos cercanos a agencias de defensa estadounidenses, los hackers iraníes también penetraron “el internet no clasificado del Cuerpo de Infantes de Marina de la Armada”, así como sitios de bancos estadounidenses y las computadoras del gigante petrolero Saudi Aramco y Las Vegas Sands, la compañía de casinos propiedad de Sheldon Adelson, un importante donador republicano y belicista a favor de Israel.
Luego, a finales de noviembre, el Departamento de Justicia acusó a dos iraníes por una serie de ataques con ransomware a los sistemas de computadoras de Atlanta y Newark, Nueva Jersey, así como otros 200 blancos, incluidos hospitales y agencias de atención médica. Los perpetradores acusados siguen en fuga.
Irán negó su responsabilidad en estos y los ataques previos, los cuales bien pudieron haber sido una represalia por el tristemente célebre virus Stuxnet, una operación conjunta estadounidense-israelí que provocó que miles de centrífugas girasen fuera de control en la instalación nuclear de Natanz, empezando alrededor de 2009. desde entonces, Irán ha descubierto por lo menos otros tres virus que han atacado sus sistemas.
OJO POR OJO
El argumento favorito de Irán: ustedes empezaron. Algo es cierto, la CIA ha buscado penetrar y desestabilizar al régimen desde los primeros días de la revolución. Durante la crisis de los rehenes de 1979 a 1980, el difunto amo del disfraz de la CIA, Tony Mendez, se escurrió dentro de Irán para rescatar a seis diplomáticos estadounidenses, en una operación dramatizada más tarde en la película Argo. Pero lo que se sabe del historial de la agencia está manchado en su mayoría por fracasos espectaculares.
Para 1989, “prácticamente todo el aparato de inteligencia de Estados Unidos en Irán había sido detectado e interrumpido exitosamente por los iraníes”, según un recuento en 2007 del veterano observador del régimen Mahan Abedin, director del grupo de investigación Dysart Consulting. “La incompetencia de Estados Unidos —en oposición a la destreza iraní— fue el factor principal en el desarmado de estas redes”.
Luego, entre 2009 y 2013, decenas de fuentes de la CIA fueron atrapadas y ejecutadas en Irán (y China) debido a un lapsus en las comunicaciones clandestinas de la agencia con sus agentes, según Yahoo News. Pero otra conmoción estalló en 2011, cuando Irán anunció el arresto de 12 supuestos espías de la CIA. El desastre lo provocó la agencia al “operar en un grado inferior de control de calidad en términos del reclutamiento y manejo de agentes”, escribió Abedin por entonces.
También se dio la Operación Merlín, un intento fallido durante la administración de Clinton de darle a Irán un diseño manipulado de un componente de un arma nuclear, presumiblemente para desviar su programa de armas nucleares. Más bien, quizás lo haya acelerado, según State of War: The Secret History of the CIA and the Bush Administration, un libro de 2006 escrito por James Risen, ex reportero del New York Times.
Y así están las cosas: un bando golpeando al otro sin que haya un final a la vista. La administración de Trump ha hecho ruidos aún más belicosos sobre exprimir más a Irán, citando que la república islámica ha desplegado cohetes y la Fuerza Quds en Siria, su apoyo encubierto a los rebeldes hutíes, también chiíes, en Yemen y sus pruebas recientes de misiles balísticos. El 13 de enero, The Wall Street Journal reveló que Bolton le pidió al Pentágono que hiciese una lista de opciones para atacar a Irán. “Esto definitivamente inquietó a la gente”, dijo un ex alto funcionario de la administración al Journal. El mismo día, Axios reportó que, en 2017, “Trump pidió en repetidas ocasiones a su equipo de seguridad nacional planes para hacer volar ‘botes veloces’ iraníes en el golfo Pérsico”. Las revelaciones fueron condenadas por funcionarios de política exterior, pero las filtraciones tal vez hayan sido intencionadas, para inquietar todavía más a Irán.
Trump debería mantener la presión, dice Norman Roule, un veterano de 34 años de la CIA, quien coordinó operaciones de inteligencia y políticas estadounidenses en Irán desde 2008 hasta su retiro en 2017. La respuesta de Occidente ha sido “muy poco entusiasta”, sostiene él. Endurecer las sanciones contra Irán es bueno, comenta él a Newsweek, y aplaude la decisión reciente de Alemania de revocarle los derechos de aterrizaje a la iraní Mahan Air por sospechas de que la aerolínea se ha usado para actividades terroristas. Pero él argumenta que Estados Unidos y sus aliados deben ir más allá. “Aun cuando la acción militar siempre debería ser la última opción”, dice él, “Teherán debe entender que sus acciones tienen consecuencias”.
Un ataque militar no parece estar en la mesa, al menos por ahora; a menos que Trump quiera otro rompimiento con la alianza de la OTAN. Aun cuando los aliados han pronunciado un profundo disgusto por las conspiraciones iraníes, ellos batallan simultáneamente para mantener el acuerdo nuclear sin Estados Unidos, yendo tan lejos como establecer un sistema alternativo de pagos para evadir las nuevas sanciones estadounidenses y comerciar con Teherán. Ante las amenazas de la administración de Trump, sus posibilidades son inciertas.
Mientras tanto, Pompeo, el secretario de estado, pasó gran parte de enero de gira por Oriente Medio para fomentar el apoyo para expulsar “hasta el último soldado iraní” de Siria (sin importar que su jefe había ordenado una retirada de las tropas estadounidenses que diluiría la ventaja de Washington sobre Teherán allí). Pompeo también promovió una conferencia para mediados de febrero que él organizó en Polonia, dedicada a “asegurarnos de que Irán no sea una influencia desestabilizadora”. Las objeciones europeas al mensaje belicoso de Pompeo lo obligaron a suavizar las metas de la reunión.
Pero la administración no está solo hablando. Estados Unidos conserva la tecnología para escuchar a escondidas en el Kurdistán iraquí y ha metido agentes a Irán y Turquía, según cuentan unas fuentes a Newsweek. Los observadores veteranos también sospechan que la inteligencia estadounidense tuvo algo que ver en el fracaso de dos lanzamientos iraníes de misiles satelitales a principios del año pasado.
Freeman, quien también fungió como secretario adjunto de defensa para asuntos de seguridad internacional en la época de Clinton, señala que, dado que funcionarios estadounidenses han prácticamente presumido de sabotear el programa de misiles de Corea del Norte, “uno tiene que asumir que están aplicando eso en Irán”. Él también sospecha que la administración usa a grupos en el exilio para llevar a cabo operaciones guerrilleras dentro de Irán, como lo hizo Estados Unidos sin éxito en los primeros años después de las revoluciones china y cubana.
Tales operaciones son “estúpidas”, dice él. Las bases de la CIA tampoco son muy entusiastas con respecto de estos operativos, dice una fuente de inteligencia a Newsweek. “El sentimiento dentro de la organización es que Irán es un mal actor, pero no deberíamos acercarnos a una guerra con estos tipos. No vale la pena ir a la guerra”.
Un ataque de Estados Unidos daría escalofríos a algunos de los aliados de Washington en el golfo Pérsico, suscitaría la condena del Consejo de Seguridad de la ONU e incluso uniría a los disidentes iraníes bajo la misma bandera, dice Emile Nakhleh, uno de los principales expertos de la CIA en Oriente Medio antes de retirarse en 2006. “Invadir Irán sin tomar en consideración las realidades regionales es la máxima locura”, escribió él en un análisis publicado por The Cipher Brief, un sitio web cercano a la CIA.
Irán no es una amenaza a la existencia de Estados Unidos, dice el ex alto oficial de operaciones de la CIA. Incluso sus operaciones despiadadas en el extranjero para eliminar a sus enemigos son defensivas, señala él, y no están dirigidas contra Estados Unidos, mientras que ISIS exhorta a sus reclutas a asesinar estadounidenses y sus aliados donde y como sea posible.
Él culpa a Israel de exagerar el problema nuclear. “Todos los años, uno u otro alto funcionario de seguridad israelí viajaba a Washington y decía: ‘Irán está a un año de tener un arma nuclear’. Y siguieron haciendo esto, hasta que alguien finalmente dijo: ‘Han dicho esto por 10 putos años. ¿Cómo es que no tienen un arma nuclear?’”
Él suelta un suspiro de frustración, cansado de tantísimos conflictos errados e indecisos en toda la región. Sin un final claro con Irán, él teme que Israel meta a la administración de Trump en un conflicto con aquel país. “Son una potencial amenaza clandestina para Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos, y una amenaza convencional para Israel”, cuyo arsenal nuclear podría obliterar a Irán, dice él. “Pero no podrían hacer que un batallón cruce el golfo incluso si su vida dependiera de ello”.
Intenten esto, sugiere él: “Pónganse en los zapatos de los iraníes y vean cómo ellos ven las cosas”. De lo contrario, tal vez fanfarroneemos y entremos en un conflicto abierto. “Hay el potencial de un malentendido por ambos bandos”, dice él. “Va a haber un accidente: alguien hará algo que no tenga la intención de iniciar una guerra, pero sí iniciará una guerra”.