Glenda Jackson regresa a Broadway, después de 30 años, en Tres mujeres altas. A sus 81 años, todavía puede acallar una sala con una mirada.
Después de 23 años como miembro del Parlamento británico, Glenda Jackson regresó a actuar como solo ella podría, ferozmente, como el rey Lear en una aclamada producción de 2016 en el Old Vic de Londres. Que haya conquistado al rey loco de Shakespeare sin un escándalo especial porque el papel lo representase una mujer no fue una sorpresa para un completista de Jackson. Considera su primer papel estelar en cine, en Mujeres enamoradas, de Ken Russell, una adaptación de la novela psicosexual de D. H. Lawrence. Lo que llamó más la atención cuando se estrenó la película fue una lucha cuerpo a cuerpo homoerótica y desnuda entre sus estrellas masculinas, Alan Bates y Oliver Reed. Al verla ahora, ese momento parece pintoresco, al igual que la película. Por otra parte, la actuación ganadora del Óscar de Jackson como Gudrun Brangwen, la devoradora de hombres de Lawrence, sigue siendo excepcionalmente intensa y desfachatada. Se ve como ninguna estrella de cine antes que ella, y no muchas después de ella.
Es por todos sabido que Reed, una estatua deliciosamente atractiva de Miguel Ángel que cobró vida, se opuso a que Jackson fuera seleccionada como su amante, diciendo que ella no era lo bastante deseable físicamente. Él era la supuesta estrella de la película, pero es Jackson —con su piel manchada y rasgos en extremo angulosos— a quien no le puedes quitar los ojos de encima. “Plana como panqueque, sin maquillaje, lisa, cabello poco atractivo”, dijo de ella una amiga en un perfil de la revista Look en 1970. “Pero una actriz como Glenda te hace creer que es hermosa”.
Las entrevistas a lo largo de su carrera invariablemente hacen mucho lío por el desinterés de ella en las formas del estrellato femenino: una estética sin cosméticos, de zapatos cómodos, que perdura. Para un retrato reciente en The New York Times —pregonando su regreso a Broadway después de tres décadas, en una reposición de Tres mujeres altas de Edward Albee—, ella posó en una sudadera de Tintin (en alguna parte, Frances McDormand dijo ¡chócalas!).
Nos conocimos en una mañana ilógicamente fría de Manhattan, en un salón de té en el Upper East Side de Nueva York, pocas semanas antes del estreno de Tres mujeres altas, el 29 de marzo. Jackson está retrasada porque se le olvidó la cita, y está mortificada. “La vejez”, dice la actriz de 81 años, mirando hacia arriba y levantando británicamente la barbilla, el rechazo multiusos a cualquier cosa lamentable. Después de que ella ordena una tetera de té Earl Grey, le menciono que su actuación en Mujeres enamoradas fue un hito para muchas mujeres jóvenes en 1969. Se ve anonadada. “¿En serio? ¿Por qué?”. Porque en una sola actuación, Jackson desafió todo estereotipo femenino. Ella escucha con atención, y se ve vagamente desconcertada. “Por Dios”, dice Jackson finalmente.
Los estereotipos y las barreras de género continúan disolviéndose en sus manos, pero a pesar de su actuación premiada en Lear, no es optimista sobre más trabajo en teatro. “Pienso que los papeles para mujeres de mi edad están más que terminados”, dijo en una entrevista de 2016 para The Guardian.
Y aun así, he aquí Tres mujeres altas. La obra de Albee ganadora del Pulitzer es un retrato velado de su madre dominante, quien prefería los caballos a su hijo adoptivo. Ella es interpretada en tres etapas de su vida por Jackson (a los 92 años, acercándose a la senilidad con una ira desenfrenada), Laurie Metcalf (una cínica de 52 años) y Alison Pill (de 26 años y llena de esperanza). En Metcalf, Jackson ha hallado su igual en repartir desdén con elocuencia mordaz. También comparten un don para la improvisación facial, que usan como otras lo harían con el diálogo, y que resulta en momentos espontáneos de hilaridad. “Oh, ella me hace reír”, dice Jackson. “¿Hay algo que ella no pueda hacer?”.
Esta no es la primera vez de Jackson con un papel de Albee. Interpretó a Martha en una reposición en 1989 de ¿Quién teme a Virginia Woolf? en Los Ángeles, una producción dirigida por el dramaturgo (John Lithgow interpretó a George). “No nos llevamos bien”, dice ella de Albee. “Él era tan cerrado”. Y aun así, escribió personajes femeninos de complejidad irresistible. Lo que se revela en el transcurso de ambas obras es que los aniquiladores misiles verbales que estas mujeres despliegan esconden heridas profundas; son bravuconas, sí, pero también víctimas.
“Albee fue muy categórico en cuanto a que Tres mujeres altas no es una obra de venganza [contra su madre]. Pienso que lo es, pero ahí tienes”, dice Jackson. “Lo en verdad interesante es que justo al final de su vida, Albee escribió —y estoy parafraseando— que nunca conoció a alguien a quien le agradara su madre en vida, pero nunca conoció a alguien a quien no le agradara ella en la obra. ‘¿Qué he hecho?’, dijo él”.
Sería un error asumir que Jackson aceptó este papel, o cualquier otro, por algún gran plan de carrera. (cuando menciono la tendencia actual “de marca”, casi se ahoga con su té). “Soy una actriz de trabajos ocasionales. Es lo que llega a mi puerta, si algo llega a la puerta…”. Por ejemplo, no aceptó el papel de Gudrun en Mujeres enamoradas porque fuera un personaje femenino inusualmente fuerte. “¡Por favor!”, casi ruge. “Lo acepté porque fue un trabajo que me ofrecieron”.
Por entonces, Jackson tenía un hijo pequeño, Dan, con su marido Roy Hodges (se divorciaron, después de 18 años, en 1976). Ella era una estrella en ascenso en Londres, después de su actuación en 1963 como Charlotte Corday en la innovadora producción de Peter Brook de Marat/Sade, pero a los actores no se les pagaba mucho en Inglaterra por entonces. El repunte financiero solo empezó tras su Premio de la Academia por Mujeres enamoradas. En 1971, interpretó a la reina Isabel I en Elizabeth R de la BBC, un retrato definitivo que le dio dos premios Emmy. La soberbia Domingo, maldito domingo de John Schlesinger salió ese mismo año. La película, sobre un joven bisexual compartido por un médico (Peter Finch) y una divorciada (Jackson), sigue siendo sorprendentemente original. “El mejor maldito guion que haya leído jamás”, dice Jackson.
Ganó su segundo premio de la Academia en 1973, por la comedia romántica Un toque de distinción, coprotagonizada por George Segal. Actuar en Hollywood le ofrecía recompensas mucho más allá de un tráiler más grande que su apartamento de Londres. “Cuando empecé en el teatro —comenta—, estaba de moda entre los actores ingleses fingir que lo menos importante en sus vidas era una actuación. ‘Oh, es solo una obra, cariño’. Y aquí estaba George, para quien actuar era algo de vida o muerte, y fue simplemente maravilloso actuar con él. Para mí, eso fue simplemente glorioso”.
También fue glorioso conocer a uno de sus ídolos cinematográficos de su infancia, Bette Davis. La otra era Joan Crawford, y esas pasiones tienen sentido. Se puede decir de Jackson, tal como ella dijo una vez de ellas: “Ellas tenían un sentido excelente de la arrogancia. Cuando caminaban, molían la pobre tierra bajo sus tacones”. Pero Jackson no quiere oír una comparación. “Nunca fui una estrella”, insiste. “O sea, Davis fue una estrella. Eso significaba algo”. Aun así, añade, las mujeres duras en la pantalla, y fuera de ella, “siempre recibían su merecido, ¿no es así?”.
Los personajes femeninos fuertes ya no son castigados rutinariamente, y eso es una mejoría. Pero, dice Jackson, “me parece muy curioso que dados los avances en las vidas de las mujeres y su capacidad para de verdad decir lo que piensan, los dramaturgos contemporáneos aún no hallen interesantes a las mujeres. Rara vez es una mujer el motor dramático de algo”.
Jackson creció en el oeste de Inglaterra, hija de un albañil y una afanadora y la mayor de cuatro hermanas. “Una vez acusé a mi madre de darme un sentido excesivamente desarrollado de la responsabilidad demasiado temprano”, cuenta. “Y ella me veía como si estuviera loca de remate”.
Ese sentido de la responsabilidad, así como su socialismo inquebrantable, con el tiempo la sacaron de la actuación y la llevaron al servicio público. En 1992 fue elegida para la Cámara de los Comunes como la candidata laborista del área de Highgate y Hampstead de Londres, convirtiéndose en una crítica regular del primer ministro, Tony Blair. Por más de dos décadas no pensó en la actuación. Tal vez fue porque el Parlamento es de por sí un teatro extraño; ve su discurso de 2013 por la muerte de Margaret Thatcher. Mientras los opositores políticos la hostigaban despiadadamente, ella demolió elocuentemente el thatcherismo por infligir el “más atroz daño social, económico y espiritual a este país”. En cuanto a Thatcher, dijo, “¿una mujer? No en mis términos”.
Jackson dice que no experimentó el sexismo de Hollywood, pero “en el Parlamento era muy obvio”. Ello ha mejorado con más mujeres entrando en la política y hombres más jóvenes participando activamente en la crianza. “Pero todavía evitamos la base de todo ello, que las mujeres siempre son consideradas como un representante de su género. Si eres exitosa, eres la excepción a la regla. Si fracasas, bueno, solo eres una mujer. Y eso pasa en todo aspecto de la sociedad. Dos mujeres mueren cada semana en mi país a manos de su pareja, usualmente hombres”, dice. “Eso no sale en primera plana, como el sexismo en Hollywood, pero debería. Y ciertamente no hemos cambiado la ley con respecto a la violencia doméstica”.
Tras vivir un movimiento de liberación, Jackson es cautelosa con respecto a #MeToo y Time’s Up. “El mundo ha sido de la manera que es por demasiado tiempo. No puedes transformarlo de la noche a la mañana”, comenta. “Son pasos diminutos, diminutos. Sí, ha habido cambios, pero nos engañamos nosotras mismas si pensamos que ha llegado la igualdad.
“Lo que olvidan es que los problemas de las mujeres están vinculados con muchas otras cosas que suceden en el mundo. ¡Mi país está abandonando a Europa, por amor de Dios! Lo que sucede en tu país, lo que sucede en Europa, los cambios hacia la derecha son extremadamente preocupantes”.
Por el momento, Jackson puede distraerse con Tres mujeres altas. Cuando la temporada limitada termine, el 24 de junio, regresará a su apartamento de sótano en la casa adosada londinense de su hijo, un columnista político. Allí no es una actriz ganadora del Óscar terminando sus noches con ovaciones de pie, o un exmiembro del Parlamento, sino la abuelita “más bien aburrida” de un niño de 11 años que se burla de su ineptitud tecnológica. “Una vez tuve que usar temporalmente un teléfono inteligente”, cuenta Jackson con una risa. “Mi nieto se rindió conmigo. ‘Te he dicho cómo hacer esto tres veces. ¡Abuelita estúpida!’”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation whit Newsweek