La periodista y escritora, icono del feminismo, habla de #MeToo y sus experiencias con el acoso sexual.
GLORIA STEINEM experimentó su primera ronda de fama en 1963, cuando escribió una revelación revolucionaria sobre convertirse en conejita de Playboy para la revista Show. En 1972, cofundó la revista Ms., cuya portada inaugural revela un ama de casa cual “diosa” de ocho brazos —cada uno tomando un artículo doméstico—, con un bebé en su vientre y lágrimas corriéndole por las mejillas. Pasó a fundar la Alianza de Acción de las Mujeres, el Caucus Político Nacional de las Mujeres y el Centro Mediático de las Mujeres. Más de 45 años después de que comenzaron sus acciones por las mujeres, la infatigable mujer de 83 años sigue siendo una de las voces más relevantes, elocuentes y persuasivas del feminismo.
Antes del Día Internacional de la Mujer (el 8 de marzo), Newsweek habló con Steinem sobre el ascenso de lo que es, de muchas maneras, la culminación de la labor de su vida, el movimiento #MeToo, y también cómo convertir este ímpetu notable en un cambio concreto.
—¿Cómo va #MeToo?
—Veo un nivel de activismo que no había visto jamás en mi vida. Doquiera que voy, veo personas que no votaban antes y ahora se postulan a un cargo, o quienes no sabían quién era su representante [congresista] y ahora hacen fila afuera de sus oficinas para cabildearlos. No es mi intención disminuir el peligro de tener a una persona trastornada como presidente, pero [Donald Trump] ha hecho despertar a muchísima gente que simplemente vivían sus vidas sin prestarle atención al sistema electoral o al gobierno.
—¿Puede ampliar cómo Donald Trump ayudó al movimiento?
—Lo que otrora era una experiencia invisible sin una frase, el acoso sexual, luego fue una frase sin una ley, y luego una ley sin una conciencia nacional, ahora permite decir la verdad, con cierta posibilidad de que te crean la primera vez. Empezamos a ver la magnitud de un sistema de dominio masculino que se entremezcla con la clase y la raza. Empezamos a ver qué tanto el sexo ha sido distorsionado por el poder.
—¿#MeToo le ha hecho replantear sus experiencias pasadas con los hombres?
—Me percato de que hubo una razón por la cual nunca trabajé en una oficina antes de Ms. Siempre escribí mis artículos en casa, luego los entregaba al Sunday New York Times. De vez en cuando, el editor me daba una opción: ¿quieres ir a una habitación de hotel o enviar mis cartas?
“Recuerdo una vez que, cuando tenía 30 años, estaba sentada en un sofá en una oficina con un conocido. Esperábamos a una tercera persona, un hombre; era su oficina. El conocido se me acercó y me agarró de la muñeca para besarme. Lo mordí en la mejilla y le saqué sangre. ¡Ni siquiera lo pensé! No sugiero que esto sea una virtud de mi parte, pero gracias a la manera en que crecí, todavía tenía mis instintos. La cultura no me había quitado eso.
“En realidad, él fue muy amable al respecto, incluso después de decir: ‘Mira, tengo una pequeña cicatriz’. Pero me hizo percatarme de que en la ausencia de este sofocante mensaje cultural de complacer, de ser obediente, de no dar problemas, tenemos instintos como mi gata. Mi gata no aguantaba nada porque nunca le oprimieron ese instinto”.
—¿Cómo podemos motivar ese instinto en las jóvenes?
—¡Nunca es demasiado tarde! Sabes cómo los jóvenes de todo el mundo dicen “¡No es justo!” y “¡Tú no me mandas!” Pienso que eso es muy esperanzador… Tenemos más posibilidades de inculcarles eso a las muchachas y los muchachos al escucharlos. ¿Qué les interesa? ¿Qué les gusta hacer? Así es como sabemos que vale la pena escucharlos. Motivarlos a hacerlo por su cuenta. No ayudar demasiado. Dar una comunidad de apoyo. De cierta forma, las muchachas se vuelven dependientes porque no se les permite ser independientes. En parte, es simplemente decir: “¿Te gusta hacer eso? ¡Hazlo!”
—¿Qué ha aprendido que haya cambiado su comportamiento?
—Lo que hay de creativo en ser una organizadora es ver cada situación y descifrar las posibilidades. A veces construyes un puente revelando la experiencia de una persona, o un ejemplo de prejuicio que hayan sufrido, ya sea por la religión o algo paralelo. Como mínimo, puedes modelar el comportamiento que quieres fortalecer mediante no gritar ni chillar.
“Sin embargo, sí pienso que nosotras, como mujeres que tratamos de complacer, necesitamos ser conscientes del problema a veces. Cuando te presentan 500 personas listas para hacer algo, y después 100 personas dicen que no, [las mujeres] tratarán de persuadir a esas 100 en vez de seguir adelante con las 400. A veces puedo oírme diciendo: ‘¿No estás de acuerdo conmigo? Déjame explicártelo de nuevo’. En vez de decir: ‘Muchas gracias’, y seguir hacia algo positivo”.
—¿Cuál es su mejor consejo para las mujeres jóvenes, político o de otro tipo?
—No me escuchen; escúchense ustedes. ¿Qué les encanta muchísimo hacer que se les olvidó? Hallen apoyo para eso. Hallen a otras personas que saben cómo hacerlo mejor, a quien puedan aprenderle. No le den importancia al debiera ser. Levántense en la mañana y hagan lo que puedan.
“Mi mejor consejo político por mucho tiempo provino del tipo que recogía la basura, un líder político en Queens. Él sabía todo. Me decía cuáles eran los problemas con la política de la ciudad, qué candidato él pensaba que iba a ganar. Me ayudó a percatarme de que aprendes muchísimo, y también enseñas muchísimo, cuando sigues las líneas de equilibrio: si tenemos más poder que otras personas, recordemos escuchar tanto como hablamos, y si tenemos menos poder, recordemos hablar tanto como escuchamos, lo que puede ser igual de difícil. Estos son principios simples de equilibrio, de democracia”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation whit Newsweek