La imaginación es la única resistencia contra el realismo capitalista de Fisher. Por primera vez en la historia, un país decidió elegir de forma total y democrática a sus jueces, magistrados y ministros a través del voto popular. Lo que ocurrió en México el 1 de junio es más complejo que la fantasía de una dictadura. El Poder Judicial, uno de los pilares más cerrados del Estado, fue abierto a la deliberación democrática. Más allá del debate polarizado y de las opiniones inmediatas, lo que ocurrió ese día fue una ruptura cultural. Una grieta inesperada en los fundamentos cognitivos del sistema económico.
En sus últimos años de vida, Fisher trabajaba en un libro que dejaría inconcluso y que titularía Comunismo Ácido. En él, intentaba imaginar salidas postcapitalistas a través de expresiones contraculturales, del derecho a desear y del regreso a la conciencia perdida a finales de los 70s justo con la irrupción del neoliberalismo. Para Fisher uno de los mayores triunfos del capitalismo no era material, sino simbólico: la captura de la imaginación y la clausura del futuro. El capitalismo no necesita policías ni censura si logra que no podamos imaginar otra cosa.
En sus pensamientos inconclusos Fisher distingue entre ideología y conciencia. La ideología separa. La conciencia reúne. La ideología convierte las condiciones materiales en causas sueltas absorbidas por la lógica del mercado, pero justo “esta captura identitaria”… es lo que se “necesita para neutralizar la conciencia de clase”. Entiende que las luchas por el territorio, por el género, por la memoria, por el agua, por la justicia, están entrelazadas, pero solo a través de la conciencia de clase se vuelven acciones transformadoras al entender que esta conciencia va más allá de cuáles sean nuestras “cualidades culturales, personales y subjetivas”. Lo que nos vuelve sujetos transformadores es la “posición estructural y antagónica” frente al sistema económico neoliberal.
El primer ejercicio de elección judicial total y democrático mexicano, se vuelve una posición antagónica a la lógica neoliberal justo en una de sus mayores críticas: En su complejidad. Esta complejidad y saturación de información forzó en el electorado una pedagogía democrática imposible en la inmediatez y en la soledad. Nos forzó a demorarnos y re-colectivizarnos. Muchos de los que votamos estuvimos días hablando con nuestras mamás, papás, con nuestros amigos, colegas y desconocidos. Hicimos listas, agregamos y quitamos nombres, tachamos, repensamos. Revisamos currículums, escuchamos posturas, vimos y armamos entrevistas. Conversamos.
Esta elección tuvo rasgos característicos distintos a lo que estábamos acostumbrados y considerábamos un “realismo electoral” sin cuestionarlo. Votábamos por colores. Verde, azul, blanco, rojo, como identidades preconfiguradas, envolturas ideológicas. Consumíamos el voto.
El ejercicio del primer de junio fue distinto. Las boletas dejaron de traer marcas. Traían solamente nombres. Cientos de nombres. Lo que nos forzó a centrarnos en la persona, trayectorias, ideas sobre justicia. Votos incómodos y complicadísimos. Ya no podías votar por reflejos automatizados inmediatos. Tenías que leer, que pensar, que discutir. Demorarte.
Y en ese proceso lento, incómodo y colectivo, también ocurrió otra cosa. En contra de la lógica del capital y del mercado que provoca inmediatez. Que exige reacción, no reflexión; esta elección nos obligó a darnos tiempo. Este tiempo y esta re-colectivización erosionaron la lógica neoliberal del individuo aislado. La del consumidor que en soledad vota como compra eligiendo productos vacíos de mercado. La propia imperfección de esta elección se convirtió en un ataque inesperado a la ideología neoliberal.
Si querías ejercer tu derecho humano al voto, ahora debías elegir personas, ya no envases políticos, creando un nuevo paradigma de ciudadanía. Una forma de democracia que no se basa en marcas, sino en el juicio, donde se elige mediante la conversación colectiva. Esta elección limitada, conflictiva y desordenada, nos forzó a agruparnos, pero ya no en la inmediatez partidista, sino en la demora antagónica que genera conciencia.
Esta re-colectivización —este agrupamiento forzado por el propio mecanismo de la elección judicial— fue una pedagogía democrática impuesta por la necesidad. Pero su fundamento no fue la identidad, ni el consumo disfrazado de participación: fue el rechazo popular hacia una élite que representa justamente el último escondite del sistema económico neoliberal. Pero como normalmente ocurre en los eventos más extraordinarios, inesperadamente se formó una grieta que iluminó la imaginación colectiva de futuros próximos. Y la muestra de la conciencia antagonista al mercado se confirma al tener como primer Presidente electo de la Suprema Corte de Justicia de la Nación a Hugo Aguilar, abogado de origen indígena mixteco. Una de las colectividades que a lo largo de la historia más le ha costado absorber al sistema económico.
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Marco Agustín Ramírez Rodríguez es abogado fiscalista, constitucionalista y especialista en Derechos Humanos. Fundador y CEO de MR Boutique Legal y director General de Centro de Investigación y Estudios Jurídico Fiscales.