La piel es el órgano más grande del cuerpo. En biología, la protección es una de sus principales funciones, pues refugia al organismo de factores externos como bacterias, sustancias químicas e incluso la temperatura. Y justo esta protección fue el hilo conductor que la escritora mexicana Ana Clavel encontró para su obra más reciente, Autobiografía de la piel, al toparse con Didier Anzieu, un psicoanalista francés que destaca por la contribución del concepto psíquico llamado el yo-piel, el “moi-peau”.
“Este concepto psíquico permite definir la necesidad de la conformación de una piel psíquica protegida y bien estructurada para que la persona pueda tener un equilibrio consigo misma y con el mundo”, explica la autora en entrevista con Newsweek en Español. “Pensar el yo-piel me llevó inmediatamente a pensar en un personaje que fuera la piel. Donde fuera ella misma la que hablara y reflexionara sobre el mundo”.
Además, cuenta, al investigar a profundidad sobre el tema descubrió que tanto el cerebro como la piel están conformados por la misma capa embrionaria, lo que explica de algún modo que, para los humanos, la piel sea el medio por el cual se accede al mundo.
“Somos seres de piel, seres corpóreos que necesitan de lo concreto, de lo físico y de la piel para entender el mundo. De ahí se da el cruce con la metáfora, de esas formas sutiles con que pensamos con nuestros cuerpos. Porque no hay que olvidar que el cerebro también es cuerpo”.
ANA CLAVEL Y LA PIEL COMO PERSONA
Clavel detalla que a menudo se piensa en el cerebro como algo aparte porque se le atribuyen las funciones de abstracción, conceptualización y reflexión, pero tiene una base física, corpórea, que convierte al humano en un ser que necesita aprender sobre el mundo a través de los sentidos para poder llegar a la abstracción.
“Entonces esta piel (como personaje) se vuelve pensante. No solamente siente, sino que también reflexiona sobre muchos temas, sobre su propia historia, sobre el habitante que está dentro de esa piel”, relata la escritora. “Y se va dando una suerte de educación sentimental, educación también reflexiva sobre el devenir de este personaje. Tanto con anécdotas personales que comparte con la protagonista, que es una escritora, como reflexiones sobre diferentes temas”.
Las cicatrices, los tatuajes, los sombreros, la figura del Padre, las referencias a libros y personajes como Marilyn Monroe y Balthus son algunos de los temas y desencadenantes que se encuentran en Autobiografía de la piel (editorial Alfaguara), acompañados de la cuestión del deseo que se desata a partir de la piel tanto física como imaginaria.
En cuanto a la construcción de este libro, la autora destaca la especificidad de cada nuevo trabajo narrativo y cómo en este caso, al tratarse de una piel pensante y personificada, las reflexiones fueron clave, en un sentido casi ensayístico que le permitió tocar diferentes temas que afectan a este órgano humano.
“Lo mismo las escenas de paraíso y de goce que las de violencia y acoso. Todo esto fue dando una escritura muy horizontal, muy líquida, que se iba moviendo y que me permitía sentir que la escritura misma era una suerte de piel extendida. El asunto de la escritura se vuelve una piel propia”, explica la autora.
ROMPER LAS PAREDES DE LA NARRATIVA CONVENCIONAL
Para Clavel, las palabras pueden verse como la piel de las cosas, pues las recubren, las definen y las demarcan. Hay un juego constante con el lenguaje para hacerlo una materia corpórea, en donde casi siempre la base se encuentra en la etimología.
En su obra, la piel además es capaz de transitar entre la primera persona, una especie de narrador omnisciente donde se refiere a la escritora que la habita y, a veces, incluso rompe las paredes de la narrativa convencional y habla directamente con esta habitante, al que interpela.
“A veces la piel le habla a un tú, al que interpela con dudas o incluso con acusaciones de que de pronto está siendo falsa o a veces está aprovechando las experiencias vividas por la piel para ficcionalizar. Entonces se habla de los hilos que están detrás de la ficción y que se articulan en una vivencia concreta”.
Ante su amplia trayectoria, la autora admite que fue un reto ficcionalizar desde el imaginario de la piel, pues, aunque sus trabajos previos contaban con niñas, mujeres y hombres que siempre tienen el deseo, la sensualidad y el cuerpo detrás, imaginar la voz independiente y propio de la piel era otro desafío.
“Por fortuna muy al principio tuve este comienzo que dio pie a la escritura de la novela, donde la piel empieza diciendo: mi memoria es oceánica, todo lo abarca, todo lo envuelve. Eso fue dándome pie para desarrollar el personaje en diferentes aspectos”, detalla, y enlista: “Las cicatrices, la comezón, el miedo, el goce, la finitud, porque también el cuerpo no solamente es nuestro primer ropaje, nuestro primer vestido, sino también es mortaja, nos acompaña siempre”.
LA ESCRITURA COMO UN PAISAJE HORIZONTAL
Todos estos temas y matices permitieron a la autora, según sus palabras, descorrer la escritura como un paisaje horizontal, como un cuerpo extendido y versátil que abarca cada vez más temas conforme la obra avanza. La historia del Padre es una constante que se vuelve una obsesión en la escritura misma y coexiste incluso con temas más delicados como el incesto, que Ana Clavel ha trabajado previamente en novelas como Las violetas y Flores del deseo.

“Es un libro provocador. Es un libro que transgrede, que apela a la lucidez y conciencia del lector para no quedarse en el prejuicio de una moralidad, una cuestión de corrección política, sobre todo en la parte donde se habla de los deseos prohibidos, de los deseos que tienen que ver con una exploración íntima y que nos llevan luego a jugar con fuego, que nos ponen también en riesgo”.
Asumir esos riesgos y deseos significa para la autora una parte vital en la legitimación del deseo y, sobre todo, del placer que conllevan en esa búsqueda para definir a la persona.
Al retomar el concepto de Anzieu, la escritora explica que cuando el yo-piel psíquico no sucede, cuando las funciones básicas de protección y contención no se dan desde la niñez, se estructura entonces un yo-piel fracturado, perforado y mutilado, que dificulta o que crea fenómenos de psicosis y de dependencia, de una vulnerabilidad extrema que somete a la persona a un proceso muy doloroso para relacionarse con el mundo.
LA ACEPTACIÓN DE NUESTRA PARTE DIVINAL
En el mundo actual, este yo-piel también enfrenta la banalización del cuerpo, de la piel y de los deseos que implican, mientras, a la vez, se mantiene una interdicción de esos deseos soterrados, en donde el cuerpo y el placer se estigmatizan.
“Yo busco darles un lugar de exploración y de identificación como una fuerza constitutiva o fundacional que nos permite un lugar en el mundo. Negarlos o banalizarlos son extremos que nos fragmentan”, explica la autora.
“Solamente cuando asumimos los deseos y nuestra búsqueda del placer como cuerpos enamorados, no de los otros, sino de nosotros mismos, es cuando llega esa suerte de equilibrio, de aceptación de nuestra parte divinal, que nos pone en juego muchas veces más allá de lo conveniente”, añade.
En este sentido, la exploración del deseo del incesto en la obra es una especie de provocación para una cultura que se jacta de ser virtuosa, pero que en el fondo solo es puritana. Para la autora, es vital hablar de esos deseos como legítimos y evoca el cuento de Caperucita en la versión original que se ha reconstruido a partir de versiones orales desde el siglo XIX.
En esta historia, la niña va detrás de su curiosidad y de su excitación por dialogar y jugar con el personaje del lobo, un ser demasiado ambiguo. Perseguir la curiosidad la lleva no solamente a meterse en problemas, sino a saber en qué momento parar y escapar.
ANA CLAVEL DESTACA SU PROPIO ATREVIMIENTO
“Por eso es un cuento tan fascinante, porque nos expone zonas oscuras del propio personaje, zonas pulsionales que la ponen en riesgo, pero también la sabiduría y la madurez para poder enfrentar ese bosque que amenaza, no solamente por lo que está afuera, sino por el bosque interior que trae la propia Caperucita y que la lleva a ponerse en peligro”.
Y esto, resalta Ana Clavel, no llega con ayuda de un cazador o de un leñador, ni tampoco con el castigo que se le impone en la versión de Charles Perrault, en donde se la come el lobo, sino por tener la suficiente habilidad e ingenio para salir del problema en el que se metió.
“Asumir esa parte libidinal o sexual de despertar hacia el mundo y asumir el deseo no solamente de escapar, sino también de desear ser devorada, es lo que la ayuda finalmente a equilibrar las fuerzas del exterior para conseguir ese final feliz de la historia donde ella escapa, que es la coronación de haber integrado esas zonas amenazantes de fuera y de adentro en la integración de un yo, que es lo que verdaderamente buscan los cuentos tradicionales ideales”.
Ana Clavel destaca su propio atrevimiento al haber cumplido con la expectativa de merecer el sueño que le fu requerido para esta obra. En la que, además, mucho está basado en el propio lenguaje y no solamente en la historia que se cuenta, sino en la manera en que se expone esta piel y, por tanto, en que también se expone ella misma como autora.
“Creo que en ninguna otra obra he trabajado de manera tan personal, porque por supuesto la autora que está detrás de esa piel, la que la habita, es una escritora llamada Ana Clavel”, concluye. N