Cuando la película Fresa y chocolate se estrenó, en 1993, en Cuba, el público vivió una “catarsis entre aplausos y lágrimas”, después el país avanzó hacia el reconocimiento de los homosexuales, pero en términos de libertad de expresión ha “involucionado”, reflexiona Jorge Perugorría, protagonista de esta historia.
En el 30 aniversario de este filme, que marcó un antes y un después en la cinematografía cubana, el actor de 58 años habla con la agencia al lado de sus compañeros de elenco, en un emotivo reencuentro en el restaurante La Guarida, una mansión de principios de siglo XX de Centro Habana que fue subdividida durante la revolución en viviendas y sirvió como escenario de la película.
El Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, que inicia este viernes en La Habana, hará dos homenajes a este filme largamente ovacionado en su estreno. Hubo “una catarsis colectiva”, recuerda Perugorría, en la terraza del lugar.
“Era como si el público tuviera la necesidad de haber visto esa película porque trataba quizá lo que muchos tenían en su cabeza, frustraciones, esa serie de temas que se habían demorado en llegar a la conversación social”, recuerda.
Cuba entraba entonces de lleno al “periodo especial”, una severa crisis económica por el retiro del apoyo soviético a la isla, y vivía también el coletazo de una oscura política, aplicada 20 años antes, que marginó a homosexuales y a quienes disentían políticamente.
La película retrata este contexto a través de la historia de Diego, un refinado hombre de la comunidad LGBT+ amante del arte, que en un ambiente de censura y homofobia teje amistad con David, acérrimo defensor del gobernante Partido Comunista.
“Ese abrazo final entre Diego y David al término del filme es un canto, una reconciliación entre los cubanos, pero está más lejos hoy que hace 30 años. Las diferencias entre cubanos se han abierto, y el abrazo se ha convertido en una metáfora casi imposible”, sostiene Perugorría, que interpreta a Diego.
“CON FRESA Y CHOCOLATE SE IDENTIFICARON LOS REPRIMIDOS Y LOS REPRESORES”
Para Vladimir Cruz, de 58 años y quien hizo el papel de David, con esta cinta no solo “se identificaron los reprimidos, sino los represores”. “Tuvimos experiencias de gente que salía del cine y decía: ‘yo he actuado así, he sido intolerante, he reprimido a homosexuales'”, recuerda Cruz entre fotos y esculturas que el establecimiento conserva de la escenografía.
Este relato muestra cómo “se quitaba el derecho a la participación en la sociedad al que pensaba diferente. Y en ese sentido creo que la sociedad cubana como pueblo ha progresado, pero a nivel oficial hemos ido a peor”, estima Cruz.
El actor celebra la legalización, en 2022, del matrimonio igualitario. “Pero el que piensa diferente, un milímetro con respecto a la ideología predominante o a la ideología oficial, sigue sufriendo los mismos problemas que tenía Diego y que lo llevaron a la migración”, dice, en momentos en que Cuba enfrenta una oleada de migrantes sin precedentes.
Perugorría coincide: “Hoy, igual que se censuró hace 30 años en la película la exposición de Germán (otro personaje de la cinta), siguen censurando películas y exposiciones”.
Cuba requiere de “una política cultural que sea para todos en nuestra diversidad, nuestra complejidad, no solo para un grupo que piense de una manera”, dice Perugorría.
LA INVOLUCIÓN A ENTENDER LAS DIVERSIDADES
“‘Fresa y chocolate’ aboga por eso y sigue siendo vigente, sobre todo en el respeto a la tolerancia y el respeto a la diferencia, o sea, lamentablemente, ahí hemos involucionado un poco”.
Cita el caso de los más de 300 jóvenes que realizaron una inédita protesta por la libertad de expresión en noviembre de 2020. Una buena parte de ellos emigró. “Es triste pensar que haya personas que no es que se vayan, es que los botan, porque los acorralan, los acosan”, acota.
Detrás de las cámaras se construyó otra historia fraternal entre Tomás Gutiérrez Alea (1928-1996) y Juan Carlos Tabío (1943-2021), codirectores de la cinta.
Gravemente enfermo, Gutiérrez Alea fue operado durante la grabación, pero a los cuatro días volvió al rodaje. Los actores cuentan que subía lentamente las amplias escaleras de la casona para dirigir por las mañanas. Luego Tabío seguía al detalle en el set las recomendaciones de su amigo.
“Esa historia de amistad entre estos dos grandes artistas y de amor por el cine también tuvo mucho peso dentro de la película”, considera Perugorría.
Mirta Ibarra (77 años), que tuvo un papel coestelar en el filme y es viuda de Gutiérrez Alea, dice que fue un momento muy duro por la enfermedad de su marido.
“Fue un sufrimiento, tengo que decirlo”. En el auto camino al set Gutiérrez Alea pedía que tomaran rumbo al Malecón: “‘Quiero ver el mar, ver las zonas lindas de La Habana'”, decía, porque “creía que era su última película”, evoca Mirta con tristeza. N