Un año después del lanzamiento de ChatGPT, la revolución de la inteligencia artificial está en marcha, pero la reciente crisis en el creador de esta herramienta, OpenAI, dejó claro que son los gigantes tecnológicos los que comandan las acciones.
La revelación, el 30 de noviembre de 2022, de las posibilidades que ofrece ChatGPT fue una suerte de revancha de los “geeks”, esos investigadores e ingenieros que construyen discretamente y tras bastidores la inteligencia artificial generativa, esa capaz de generar contenidos.
A medida que los usuarios descubren la capacidad de generar en algunos segundos poemas o recetas, ChatGPT se convirtió en la aplicación más rápidamente adoptada en la historia, antes de ser destronada por Threads, la red social lanzada por Meta en respuesta a X.
Es un éxito que debe en buena medida a Sam Altman, número uno de OpenAI a los 38 años y hasta entonces poco conocido fuera del mundo tecnológico. Este exestudiante de la Universidad de Stanford —que abandonó antes de obtener su diploma— se convirtió en una suerte de rey-filósofo de la IA, consultado por autoridades del mundo entero.
Con la IA, “el trabajo consiste en fabricar y vender cosas que no se pueden tocar”, analiza la historiadora estadounidense Margaret O’Mara, autora de The Code, una historia sobre Silicon Valley.
“Tener una figura capaz de explicarlo, en particular cuando se trata de una tecnología punta, es realmente importante”.
LOS BENEFICIOS Y PELIGROS DE LA IA SON CONSTANTES
La devoción de Altman hacia la IA pareció por momentos casi religiosa. Los adeptos de OpenAI consideran que el mundo será un lugar más seguro si tienen la libertad (y los capitales) para establecer la inteligencia artificial general, que tendría las mismas capacidades de aprendizaje que el cerebro humano.
Pero esta misión tiene un costo: OpenAI tuvo que aliarse con Microsoft, que se comprometió a invertir 13,000 millones de dólares en el proyecto. Para justificar la erogación, Altman reorientó a OpenAI hacia el lucro, lo cual finalmente llevó a un cortocircuito hace pocos días con el directorio, convencido de que más valía mantener alejadas a las potencias financieras.
Hay un “fundamentalismo religioso en juego aquí”, resumió el inversor Dave Morin en un pódcast para el sitio especializado The Information. Despedido súbitamente como director ejecutivo de OpenAI, Altman fue reintegrado a su puesto cinco días después.
Microsoft le tendió una mano y los empleados de OpenAI lo apoyaron amenazando con renunciar, por considerar que el futuro comercial de su empresa era más importante que las discusiones filosóficas sobre la forma en la que la inteligencia artificial debería ser utilizada.
Esta cuestión sobre los beneficios y peligros de la IA es constante. Elon Musk, fundador de Tesla, SpaceX y propietario de X, firmó una carta llamando a hacer una pausa en la innovación vinculada a la IA, antes de crear su propia compañía en el sector, xAI, en un mercado cada vez más disputado.
LOS GIGANTES TECNOLÓGICOS Y LA IA GENERATIVA
Google, Meta y Amazon han prometido incluir la IA en sus productos e invirtieron en startups especializadas. En todos los sectores, las empresas comienzan a ensayar con esta tecnología. “Se trata de difundir las ventajas de la IA a todos”, declaró este mes el presidente de Microsoft, Satya Nadella.
Sin embargo, los intentos de integración siguen siendo prudentes, debido al temor de que los robots produzcan contenido falso, absurdo u ofensivo. La explosión de la IA hace temer desde la extinción de la humanidad hasta la supresión masiva de puestos de trabajo, pasando por una enorme desinformación.
Cualquiera que sea el futuro de la IA, se hará con los gigantes de la tecnología a bordo. El gigante cofundado por Bill Gates podría obtener un lugar en el directorio de OpenAI luego de la reciente crisis.
“Asistimos a una nueva batalla en Silicon Valley entre los idealistas y los capitalistas, y los capitalistas ganaron”, subrayó la historiadora Margaret O’Mara.
El próximo capítulo para la IA también se escribirá de la mano de Nvidia, el fabricante de un ingrediente clave de esta “receta tecnológica”: la unidad de tratamiento gráfico (GPU), un potente chip indispensable para entrenar a la inteligencia artificial generativa.
Gigantes tecnológicos, startups o investigadores, todos requieren estos componentes fabricados en Taiwán, caros y escasos. Allí también, Microsoft, Amazon o Google están en primera línea. N