El expresidente de la Corte Suprema de Estados Unidos, Louis Brandeis, dijo alguna vez que en ese país puede haber democracia o puede haber mucha riqueza concentrada en manos de unos pocos, pero no puede haber ambas cosas al mismo tiempo.
En 2020, los políticos estadounidenses gastaron más de 14,000 millones para ser elegidos. El 1 por ciento más rico de la población controlaba el 32 por ciento de la riqueza de la nación. El 50 por ciento más pobre controlaba solo el 2 por ciento de la riqueza.
¿Puede sobrevivir una democracia cuando el financiamiento de las elecciones privilegia a aquellos con más recursos económicos y riqueza? Si es así, ¿los políticos pueden poner las necesidades de los votantes por encima de las de sus financiadores? No parece ser así.
Muchas personas alrededor del mundo están frustradas y se sienten excluidas por una clase política que no toma en cuenta sus necesidades y sus puntos de vista. Están cansadas de votar por políticos que simplemente siguen la línea de un partido en lugar de traducir las necesidades y opiniones de sus electores en políticas y programas.
Un ejemplo importante de esto es el hecho de que el 73 por ciento de los votantes estadounidenses apoyan la legislación sobre el control de armas, pero el Congreso sigue atendiendo las demandas de la Asociación Nacional del Rifle, que financia sus campañas políticas.
Aristóteles decía que las repúblicas se deterioran y se convierten en democracias, y las democracias degeneran en despotismos. Esto se está volviendo más evidente a medida que los líderes de muchos países intentan destruir o minimizar las instituciones democráticas en favor de su propio poder personal.
EL BINOMIO DEMOCRACIA-RIQUEZA
La frustración de los votantes de todo el mundo con sus respectivas clases políticas se traduce en que están más dispuestos a alejarse de los partidos políticos tradicionales y considerar partidos y líderes que amplifican estas frustraciones y las utilizan para lograr el poder político.
Mark Twain decía que una mentira le dará la vuelta al mundo cuando la verdad apenas se está poniendo las botas. Las redes sociales crean instantáneamente comunidades virtuales globales que amplifican estas frustraciones, y los líderes moldean la opinión pública en contra de los principios democráticos que guían a las democracias liberales.
¿Quién tiene la culpa? La riqueza, el dinero y las redes sociales, dos elementos importantes en el declive de la democracia. Pero eso no es todo. Cada vez se les pide a los votantes que voten por el candidato menos malo en lugar del mejor.
Mucha gente en Estados Unidos se pregunta si un septuagenario desacreditado y un octogenario envejecido son los mejores candidatos de una población de 300 millones. En Canadá, muchos se cuestionan si las únicas alternativas son un primer ministro liberal que va de escándalo en escándalo y un líder conservador que importa su política de división del Estados Unidos de Trump.
“El mejor argumento contra la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante promedio”. Esta cita de Winston Churchill resume lo que significa tener una buena democracia.
Para que una democracia funcione, aquellos que toman las decisiones, es decir, los votantes promedio, necesitan tener un amplio conocimiento de temas complejos. Sin embargo, en la actualidad, en lugar de estudiar los temas, muchos votantes se quedan simplemente con tuits demasiado simplistas que con frecuencia son inexactos y sirven solo a los intereses de quienes los tuitean.
VERDADES Y MENTIRAS COMPARTIDAS
La mayoría de los medios no ofrecen verdades objetivas. En cambio, se adaptan a sus diferentes audiencias y a los caprichos de sus propietarios, quienes buscan moldear las mentes de los votantes en lugar de informarles para que puedan tomar sus propias decisiones.
Cuando los demócratas iliberales llegan al poder, lo primero que hacen es destruir el sistema educativo y reemplazar los hechos y la ciencia por conjeturas y propaganda.
Estamos presenciando este fenómeno en los estados controlados por los republicanos en Estados Unidos y en otros países donde los líderes políticos han reemplazado la ciencia y los hechos por la religión y la intolerancia, denigrando a los expertos como “élites” y promoviendo teorías de la conspiración que son más fáciles de entender que los hechos verdaderos.
Hoy en día, unas cuantas personas poderosas controlan las redes sociales, la principal herramienta utilizada por las fuerzas antidemocráticas para tener un impacto a nivel mundial.
Como ha señalado el comediante británico Sacha Baron Cohen, la democracia depende de verdades compartidas y la autocracia, de mentiras compartidas. La democracia se basa en la verdad; la autocracia, en el miedo y la mentira.
Hoy en día, las verdades compartidas y las mentiras compartidas se enfrentan para convencer al votante promedio. La supervivencia de la democracia depende de quién gane esa batalla y de cómo enfrentemos individual y colectivamente esta situación.
En este momento, no soy optimista de que la democracia tal como la conocemos pueda sobrevivir dadas las dinámicas sociales y políticas actuales. Espero equivocarme. N
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Eduardo del Buey es diplomático, internacionalista, catedrático y experto en comunicaciones internacionales. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.