Los cuatro años de gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador han demostrado la fortaleza de nuestra economía alcanzada en los últimos años a partir del TLCAN, hoy T-MEC. Esta fortaleza se ha sostenido particularmente en lo que se refiere a los indicadores macro, producto tanto de la disciplina monetaria que lleva a cabo Banxico como de la disciplina fiscal que ha mostrado el gobierno.
Lo anterior reviste importancia en virtud de que, en administraciones anteriores, sobre todo las encabezadas por los presidentes Calderón y Peña Nieto, el cociente de la deuda con relación al PIB rebasó el 50 por ciento, para entregar el gobierno a López Obrador en 46 por ciento. Gracias al positivo ajuste al final del sexenio 2012-2018, hoy se encuentra en el 51 por ciento.
Para decirlo de otra forma, el presidente Fox dejó un endeudamiento de 5 billones, y en las siguientes dos administraciones lo elevaron a 10 billones sin que ello representara más infraestructura física o mejores niveles educativos: la acumulación de deuda terminó en gasto corriente.
Sin embargo, en estos cuatro años de gobierno el PIB no ha hecho más que caer a la par de la inversión pública y privada. Esta razón ha llevado al incremento de la deuda, que llegó a 13.5 billones resultado de la falta de crecimiento y nuevos créditos. Se terminó el margen para seguir creciendo la deuda, más con las tasas de interés que se tienen disponibles.
Es difícil saber hasta dónde la estabilidad fiscal pueda mantenerse. Continuar apretando a los contribuyentes cautivos ya no representa la salida. Los gastos crecientes soportados por estos, con una economía informal cada vez más grande, son una bomba de tiempo que estallará en cualquier momento.
POBRE DEL SALARIO
Por el lado monetario, se ha perdido la recuperación de los salarios reales. El tema de la falta de inversión en el sexenio pronto estará cobrando factura; recordémoslo en virtud de que, después de la cancelación del aeropuerto de Texcoco, no ha hecho más que decrecer.
La pandemia que vivimos detuvo por un tiempo lo que ahora es inminente, un nuevo choque entre las civilizaciones de Oriente y Occidente. Hartas del dominio estadounidense no solo en el orden comercial-financiero —patrón dólar—, sino cultural, las potencias orientales y no pocas economías emergentes ha comenzado a reaccionar violenta y agresivamente.
La invasión de Rusia a Ucrania, el tácito apoyo de China a Rusia y la alineación de Brasil y la India a estas naciones presuponen que ha comenzado a dibujarse un nuevo orden geoestratégico.
Para el caso de México, no podemos volver a caer en el error ocurrido en la década de 1970. En aquella época, en plena Guerra Fría, el entonces presidente Echeverría quiso jugar con los dos bandos, lo que dio como resultad tanto pérdida de oportunidades como un endeudamiento excesivo.
Lo que resta de este gobierno es aprovechar la configuración de la nueva arquitectura económica para, de una vez y por todas, salir adelante del rezago ancestral en el que nos encontramos. El poco crecimiento que tenemos se sustenta en lo que le vendemos a Estados Unidos, las remesas que vienen de ese país y el turismo preponderantemente estadounidense.
En adición, estos países están altamente comprometidos con los derechos humanos y el medioambiente, asignaturas indispensables para transitar el resto del siglo. El T-MEC nos ha hecho creer que somos una potencia exportadora; sin embargo, nuestros números palidecen cuando se analizan los datos duros.
EVITAR LA CRISIS FISCAL
En miles de millones de dólares (mmdd), China (3,594), Estados Unidos (2,065), Alemania (1,655) y Holanda (966) encabezan la lista de potencias realmente exportadoras. México (578) se encuentra en el lugar 13, por debajo incluso de naciones como Canadá, Italia, Francia, Emiratos Árabes, entre otros. Empero, es hacia Estados Unidos en donde canalizamos nuestros esfuerzos.
Lo mismo podemos hablar de las remesas. Si bien los mexicanos radicados en Estados Unidos envían 50 mmdd al año, nuestro vecino arroga 257 mmdd en el mismo periodo.
En los 17 meses que le quedan a este gobierno no hay otra opción para la economía más que evitar que la crisis fiscal actual crezca al grado de reventar el menguante arreglo tributario que tenemos. Hay que entender, además, que no pueden seguir creciendo los programas sociales y los costos de Dos Bocas, Tren Maya y el AIFA en tanto no crezcan los ingresos.
También será fundamental ser objetivos para dejar en claro que es en Estados Unidos en donde se encuentran las mejores oportunidades: el margen de error no existe. Naturalmente, existe el reto de detener la caída de las inversiones porque son estas la única manera de revertir el endémico rezago económico en el que nos encontramos. Detener la crisis fiscal, frenar la caída de la inversión, fortalecer la relación comercial con nuestros socios, constituyen los retos fundamentales para este fin de sexenio. N
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Carlos Alberto Martínez Castillo es doctor en Desarrollo Económico, Derecho y Filosofía y profesor en la UP e Ibero. Ha colaborado en el Banco de México, Washington, Secretaría de Hacienda y Presidencia de la República. Correo: drcamartí[email protected] Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.