Mirna Medina nunca imaginó y mucho menos deseó que un día la apodaran “la loca de las palas”. Tampoco pensó que le acuñarían el calificativo de “pionera” en la búsqueda de fosas clandestinas.
En 2014, envuelta en dolor, angustia y desesperación, tomó una pala, un pico y una varilla y salió a los montes, a los terrenos baldíos, a los campos despoblados, a las barrancas de los alrededores de El Fuerte, Sinaloa, en busca de su hijo Roberto. Esta es la historia de una mujer que ha muerto varias veces, pero que ha renacido muchas más.
Roberto Corrales Medina desapareció el 17 de julio de 2014. El joven, de 21 años, salió de su casa rumbo al trabajo y nunca volvió. “Esa fue la primera vez que morí y, al mismo tiempo, renací. El dolor de perder a un hijo, y más de esa manera, no lo voy a describir porque no existen las frases adecuadas”, relata Mirna Nereida Medina Quiñónez en entrevista con Newsweek en Español. “En aquel momento, Mirna, la trabajadora y ama de casa, murió y nació la rastreadora de fosas clandestinas”.
Hoy, a sus 56 años, Mirna recuerda que tras varios días de búsqueda con familiares, amigos y personas cercanas de su hijo Roberto, así como diligencias con la policía y otras dependencias de gobierno, conoció la historia de un vecino que vio cómo una camioneta “levantó” a su sobrino. El hombre persiguió el vehículo hasta donde su bicicleta se lo permitió.
BÚSQUEDA INCANSABLE
Una semana después aquel hombre volvió a recorrer el camino, ya en compañía de Mirna, que pensó que su hijo pudo haber padecido lo mismo que aquel joven, y pidió ir con él. Llegaron a un terreno detrás de un panteón, en las afueras de un pueblo cercano a El Fuerte. Ahí, semienterrado, yacía el cuerpo del joven. “Esa fue la primera y última vez que el señor desenterró un cuerpo. Encontró a la primera a su sobrino. Esa fue la primera vez que yo descubrí un cadáver y desde entonces no paré”, dice Mirna.
En aquel momento, poco o nada se sabía de casos de gente buscando a sus desaparecidos en fosas clandestinas, mucho menos mujeres. Empero, Mirna —con el miedo de encontrar a su hijo muerto— decidió tomar un pico, una pala y otros artefactos que le permitieran cavar y buscar cuerpos, y así salió a recorrer algunos terrenos baldíos.
“Al principio me decían que estaba loca, se burlaban porque con tanta gente desparecida en el norte, qué podía hacer una mujer. Sin embargo, no pasaron muchos días cuando mis vecinas, incluso gente que no conocía, comenzaron a buscarme, me contaron su historia y se unieron a mi búsqueda. Ellas también tenías hijos, padres, esposos, hijas, sobrinas, y otros familiares, víctimas de desaparición forzada.
“Nos nombraron ‘las locas de las palas’, un terrible apodo en medio de tantísima tragedia”, explica. Actualmente este grupo, conformado por más de 600 personas, ya es conocido, reconocido, admirado y emulado, y es llamado: Las rastreadoras de El Fuerte de Sinaloa y Norte de Sinaloa.
“TE BUSCARÉ HASTA ENCONTRARTE”
En aquel 2014, Mirna le prometió a su hijo: “Te buscaré hasta encontrarte”, una frase que han adoptado como máxima todos los grupos de hombres y mujeres que rastrean fosas clandestinas en busca de sus familiares en todo el país. Sin embargo, esa promesa llevó a Mirna a cambiar su vida radicalmente.
Ella vivía exclusivamente para buscar a Roberto. Todo lo demás perdió absoluta importancia. “Buscarlo era mi adicción”, recuerda. Antes de la desaparición de Roberto, Mirna fue maestra de inglés, también madre de Diego, su hijo menor, esposa, ama de casa y dueña de una ferretería; sin embargo, todo ello desapareció: “Me desdibujé”.
Con el tiempo y la falta de acción y justicia por parte de las autoridades, Mirna comenzó a adquirir experiencia en el rastreo de fosas y ubicación de cuerpos. Sabía cómo reconocer si en una zona había un cadáver con tan solo enterrar una varilla; podía bajar y subir barrancas, e incluso reconocer cuando un perito tenía un mal manejo de la osamenta o el cuerpo localizado.
“Durante tres años encontramos cientos de restos humanos y muchos cuerpos enteros o casi completos. En cada momento, cuando localizamos un tesoro (así nos referimos a los cuerpos), tenía sentimientos encontrados. Por un lado, durante el proceso de desenterrarlo necesitaba que fuera mi hijo el que estaba ahí. Sin embargo, eso significaría que estaría muerto y yo no lo quería así.
“Cuando finalmente era evidente que no era Roberto o cuando las autoridades hacían los estudios correspondientes para determinar la identidad y no era mi hijo, volvía la luz de la esperanza de que lo encontraría vivo y no en una fosa”, narra.
DESCANSAR AL FIN
“Durante el proceso de descubrimiento pensaba que si era él entonces ambos descansaríamos. Porque tener a un ser amado desaparecido y vivir con la incertidumbre al no saber si está vivo o muerto es el peor de los infiernos”, añade.
No obstante, con el paso de los años y las búsquedas, Mirna comenzó a equilibrar nuevamente su vida, a combinar todas sus actividades, a darse el tiempo de volver a ser madre, trabajadora, esposa e hija y, con ello, volver a nacer.
“El tiempo y las circunstancias me enseñaron a darle el tiempo a cada cosa”. Mirna habló con su grupo y planteó la posibilidad de voltear a ver a esa parte de la familia que también había desaparecido por el abandono en medio de la incansable búsqueda de las víctimas.
Así se inició un nuevo itinerario de búsquedas en fosas clandestinas. Dos fueron los días asignados: miércoles y domingos. Los otros días, ella los dedica a su vida como mujer, madre, esposa, trabajadora y, ahora, hasta abuela. “La vida sigue. Tenemos que seguir, el dolor nunca se termina, pero no podemos permitir que se apodere completamente de nuestras vidas y nos ate tan fuerte que no podamos hacer nada más”, señala.
Tres años más tarde, en julio de 2017, cuando aproximadamente 95 familias habían localizado cuerpos de sus seres queridos gracias a las rastreadoras, Mirna recibió un mensaje anónimo, ya comunes en su grupo porque así es como las contactan para darles la ubicación de posibles fosas clandestinas. Sin embargo, en aquella ocasión le proporcionaron una dirección donde “probablemente se encontraba Roberto”.
“LA VIDA DE UNA RASTREADORA”
Durante aquella búsqueda, las rastreadoras encontraron algunos fragmentos óseos. Posteriormente, las autoridades se dedicaron a practicar los estudios y análisis correspondientes para la identificación. Días más tarde, en agosto de 2017, Mirna recibió la confirmación de que se trataba de su hijo Roberto.
“En ese momento morí nuevamente porque pasé de ser Mirna cargando una enorme incertidumbre y renací como Mirna la madre que tenía que enterrar a su hijo y padecer su duelo. Finalmente, había cumplido la promesa que le hice a mi hijo”. Durante el funeral de su hijo, aquel 27 de agosto, al finalizar el entierro Mirna gritó: “¡Promesa cumplida!”.
El grupo de mujeres rastreadoras asumió que su lideresa dejaría el grupo. Su misión había terminado. Mirna se alejó aproximadamente un mes de las actividades de rastreo. Pero no las abandonó. “Soy una buscadora de tesoros, busco tesoros en fosas clandestinas, eso no va cambiar hasta el día que me vaya de este mundo”, asegura.
Mirna añade: “Encontré a Roberto y le di vuelta a la página. Tenía que retomar mi vida y con ello mi núcleo familiar porque durante algunos años a ellos también los perdí por encapsularme en las imparables búsquedas de fosas.
MIRNA MEDINA RENACIÓ
“A veces se cree que solo desaparece quien ya no está físicamente —continúa—. No es así. También desaparece quien busca porque vive en la desesperación y olvida a la otra parte de la familia que muchas veces llega hasta desintegrarse. Con la pérdida y la búsqueda te gastas física, moral y económicamente. Justamente era lo que ya no podía permitir, tenía que volver a renacer. Sin embargo, no se trataba de alejarme de mi nueva vida, la de rastreadora”.
Tras vivir su duelo, Mirna Medina se reintegró al grupo de Las rastreadoras de El Fuerte, Sinaloa. Ella y los centenares de integrantes se dedicaron a la construcción de una base de datos que ayudara a “devolver identidades”, es decir, documentar el proceso de memoria de todo ese camino recorrido por ellas.
Actualmente, comenta Mirna, los lunes los dedica a ir a la oficina donde atiende a familias de víctimas de desaparecidos, imparte asesorías y planea estrategias de acuerdo con la información que obtenga sobre posibles lugares de búsqueda.
“Actualizar la base de datos es de suma importancia. Es decir, cuántas personas que recién se identificaron como desaparecidas usaban tenis negros, cuántas llevaban camisas blancas o playeras amarillas. Todo ello lo descargamos a la base de datos, pero también cotejamos los restos óseos o cuerpos encontrados y registramos las características”.
Los martes los ocupa para dedicarse a los quehaceres del hogar, a las compras, los pendientes, pasa tiempo con su familia, y dedica tiempo para ella. Los miércoles se despierta a las 5 de la mañana y se prepara para salir al campo, es día de búsqueda.
“SOY YO QUIEN DA LA NOTICIA”
Mirna Medina sabe a qué hora saldrá, pero no a qué hora llegará. Lo más tarde que ha regresado a su casa es después de las 2:30 de la madrugada. Estos horarios surgen cuando se han localizado gran cantidad de restos óseos y cuerpos, ya que los peritos demoran haciendo su trabajo y ella junto a una comitiva del grupo debe cuidar que no se abandonen o desechen los restos que son la evidencia.
Llega el jueves y nuevamente va a la oficina de Las rastreadoras por la mañana. Algunas veces, cuando obtiene resultados que arrojan que algún cuerpo o resto identificó a alguna víctima, decide ir personalmente a la casa de la familia. “Soy yo quien da la noticia. No me gusta llamarles porque se me hace una comunicación muy fría para la información tan dolorosa que entregaré. Esto también lo he hecho parte de mis actividades”.
Por la tarde regresa a su hogar a retomar sus múltiples actividades que la hacen recordar que debe centrarse también en su vida personal y familiar. Los viernes y los sábados “por ley son familiares. Debo arropar y permitir que mi familia me arrope. Consentirme y consentirlos. Así el dolor es más llevadero y así también se sanan las heridas”.
En medio de la tragedia, Mirna Medina ha recibido el reconocimiento de su natal Sinaloa. El 8 de marzo de 2022, durante la conmemoración del Día Internacional de la Mujer, el Congreso de Sinaloa le entregó en sesión solemne la “Medalla de Honor Dra. Norma Corona Sapién”.
UN ANDAR DIFÍCIL
Con la presea se reconoció “su distinguida contribución, sus sobresalientes acciones, virtudes, trayectoria y participación en la defensa por los derechos humanos, siendo un ejemplo a seguir para las mujeres sinaloenses”, explicó el Congreso sinaloense.
Durante la ceremonia, Mirna Medina afirmó que largo y difícil ha sido su andar, pero en el trayecto sintió la necesidad de profesionalizarse en la cultura del autocuidado en beneficio de ella, su familia y todo aquel a quien pueda compartirle sus conocimientos.
Además, ha realizado campañas informativas sobre la desaparición forzada, instalado oficinas para impartir talleres a familiares de personas desaparecidas y se ha capacitado en antropología forense en Guatemala para continuar su labor como rastreadora.
Durante su discurso en aquel recinto, dijo: “Yo no debería estar aquí; debería estar cuidando a mis nietas y esperando a mi esposo y a mis dos hijos”, Roberto y Diego. Sin embargo, “soy buscadora de tesoros, busco tesoros y también busco paz, y doy esperanza a muchas familias”.
Las desapariciones forzadas en México constituyen una de las principales violaciones contra los derechos humanos. México cerró 2022 con más de 109,000 personas desaparecidas, de acuerdo con el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas, de la Secretaría de Gobernación.
Mirna Medina reconoce que, aunque a ella y miles más les ha tocado buscar a sus tesoros bajo la tierra, al encontrar los cuerpos se termina la incertidumbre y, aunque sea por un instante, se halla la paz. N