Como parte de la anticoncepción forzada a la que fue sometida, “tuve que abrir las piernas y me pusieron un DIU. Me dolió muchísimo”, cuenta Britta Mortensen, que con 15 años se vio obligada a llevar un dispositivo intrauterino cuando llegó a Dinamarca de Groenlandia.
Es una de las cerca de 4,500 jóvenes inuit que sufrieron una política destinada a limitar la natalidad en el territorio ártico que, si bien ya no era una colonia, permanecía bajo tutela de Copenhague.
En 1974, Britta dejó a su familia por primera vez. Ilulissat, la aldea de pescadores donde nació no tenía escuela secundaria. Continuar sus estudios en Dinamarca representaba para ella una oportunidad.
“Llegué al internado y la responsable me dijo: ‘Tienes que llevar un DIU’. Le respondí que no. Si, respondió, vas a tener un DIU, incluso si dices que no”, recuerda.
La decisión resultó indiscutible a pesar de la falta del acuerdo de sus padres, que, a miles de kilómetros, nunca fueron consultados.
Un día de otoño, la adolescente se encontró frente al médico con el dispositivo intrauterino en la mano.
“Era un DIU para mujeres que ya habían tenido hijos, no para jóvenes de 15 años”, explica a la AFP la ahora sexagenaria con cabello gris.
Después de esta “agresión”, se refugió en la ignorancia silenciosa de la suerte reservada a las demás niñas de su internado de Jutlandia, en el oeste de Dinamarca.
“Estaba avergonzada. Nunca se lo conté a nadie. Hasta ahora…”, explica. Una serie de podcasts, basados en archivos nacionales y difundida en primavera por la radiotelevisión danesa DR, reveló la envergadura de la política de ancticoncepción forzada de Copenhague.
“Cuando estalló el tema apareció mi ira”, confiesa. Y también la necesidad de relatar lo que me había ocurrido. “Le dije a mi marido: ¡’Soy una de ellas’. Se quedó azorado. ¡Después de tantos años! Es algo que había enterrado”, explica la jubilada, que tras regresar a Groenlandia vive nuevamente en Dinamarca desde 2019.
GRUPO DE APOYO ANTE LA ANTICONCEPCIÓN FORZADA
Britta participa ahora en debates, sobre todo en Facebook, donde un grupo creado por una psicóloga, también víctima de este dispositivo, reúne a más de 70 mujeres.
Es “un grupo de apoyo mutuo. Para que nadie se sienta sola, especialmente con la reactivación del trauma que muchas reprimieron durante años.
Especialmente las mujeres que no pudieron tener hijos”, explica su creadora Naja Lyberth.
Según la autora, muchas mujeres no sabían que llevaban un DIU. “Hasta el año pasado, los ginecólogos encontraron dispositivos intrauterinos en mujeres que ignoraban su existencia. Por lo general eran colocados durante un aborto sin que las mujeres lo supieran”, añade.
Para el historiador Søren Rud, esta campaña -decidida por Dinamarca a finales de los años 1960- fue posible por la persistencia de la mentalidad colonial mucho después de la descolonización oficial en 1953.
Esta actitud “estuvo marcada por la idea de que los groenlandeses carecían de competencias culturales. A diferencia de muchas formas de control de la natalidad, el DIU no requería ningún esfuerzo por parte de las mujeres groenlandesas para ser eficaz”, indica el profesor de la universidad de Copenhague.
La liberación de la voz de estas mujeres se produce en un período en que Dinamarca y Groenlandia, que en 2009 adquirió la condición de territorio autónomo, exploran su relación pasada.
Este invierno, seis inuit recibieron una disculpa y una indemnización más de 70 años después de haber sido separados de sus familias para participar en un experimento destinado a formar una élite danófona.
Para Britta Mortensen, las mujeres víctimas de la anticoncepción forzada también deben ser indemnizadas. “Deberían ofrecernos una compensación por lo que sufrimos nosotras. Las numerosas niñas que nos vimos obligadas a llevar un DIU”, asegura, considerando las excusas como “obvias”. N