“LES DABA igual si eran niños, mujeres o ancianos. La mayoría de los habitantes de Tarhuna están bajo tierra”, dice Mohamed Amer, que perdió a su hijo a manos de los Kaniyat, un grupo de seis hermanos que sembró el terror durante mucho tiempo en esta ciudad libia.
Esta sangrienta hermandad fue expulsada de Tarhuna pero sus crímenes siguen estremeciendo a la población. La milicia hacía desaparecer de forma sistemática a sus detractores y a sus familias.
“Cada día había desaparecidos”, recuerdan los habitantes de esta ciudad, situada a 80 km de la capital Trípoli.
Como cada viernes, un pequeño grupo de hombres acude a una explanada dominada a lo lejos por una colina rocosa y grisácea.
Carteles fijados en un muro llevan los nombres y los retratos de los “mártires” de Tarhuna, incluidos niños.
Como casi siempre desde el verano boreal de 2020, los habitantes se reúnen los viernes para una plegaria funeraria, mientras se exhuman los cadáveres. Ese viernes son trece.
“Soy el padre del mártir Moaid, asesinado a sangre fría por la banda criminal de los Kaniyat”, dice Mohamed Amer, uno de los primeros en llegar. Y pide que sus miembros “sean detenidos y juzgados, si no no habrá reconciliación”.
“FIERAS”
En junio de 2020, la pequeña localidad salió del anonimato al descubrirse fosas comunes.
Entonces, Tarhuna acababa de ser reconquistada por el Gobierno de Unión Nacional (GNA) basado en Trípoli, de las manos del mariscal Jalifa Haftar, jefe de guerra y líder de un poder rival instalado en el este de Libia
Desde esa fecha, se han exhumado 140 cadáveres.
Fue en 2015 cuando la milicia de Al-Kani, designada como “Kaniyat”, tomó el control de Tarhuna. Primero fue pro-GNA, y luego se asoció a los pro-Haftar, que convirtieron a Tarhuna en su base de retaguardia en su intento en abril de 2019 de conquistar la capital.
Durante estos años, esta milicia “secuestraba, arrestaba, torturaba, mataba y hacía desaparecer a personas” que se oponían a ella, denuncia la onegé Human Rights Watch (HRW).
Según algunos testimonios, recurrían incluso a “fieras” -leones- para sembrar el terror.
“Los Kaniyat dirigían la ciudad con mano de hierro. Nadie tenía derecho a hablar (…). Tenían ojos en todas partes. Estaban los hermanos, pero también sus hombres, criminales procedentes de todas las tribus” recuerda Milad Mohamed Abdelgader, un anciano que perdió a “sus primos”.
Los trece cadáveres, envueltos en mortajas, son transportados en camillas y alineados. Los habitantes recitan la plegaria de los muertos, con devoción.
Tras un largo silencio, una voz se eleva a través de un megáfono para pedir que sea juzgada “la banda criminal terrorista Al-Kani”.
HUIDOS
Dos de los hermanos murieron pero los otros cuatro —entre ellos su jefe Mohamed— están huidos. “En Bengasi” en el este del país, dicen los habitantes.
Se han lanzado órdenes de captura contra ellos por parte de la fiscalía general de Trípoli, en momentos en que el país aspira a una cierta normalización con la designación de un gobierno unificado.
Pero “nadie hasta ahora ha sido considerado responsable” de esos hechos, se lamenta Hanan Salah, investigadora de HRW para Libia.
En total “33 familias fueron liquidadas”, se indigna Issa Harouda, presidente de la Asociación libia de derechos humanos. Él ha perdido a allegados.
Los hermanos “se han rodeado de guardaespaldas a los que han dado armas y dinero, aprovechándose del estado de necesidad de los habitantes, beduinos que viven de la ganadería y de la agricultura”.
En un bario residencial de la localidad, grandes casonas de mármol contrastan con la carretera polvorienta que pasa frente a ellas. Ahí vivían los Kani y sus hombres. N