Durante años, los productores de cine de Estados Unidos han aplacado a los censores comunistas para que les permitan exhibir sus películas en China. Pero las crecientes tensiones binacionales podrían arruinar sus esfuerzos.
China es una oportunidad tremenda para Hollywood. Y también su peor pesadilla. La oportunidad es un enorme mercado cinematográfico, que pronto habrá de convertirse en el más grande del planeta. En palabas de Tuna Amobi, analista de la industria del entretenimiento en la compañía de investigaciones CFRA: “El éxito internacional de cualquier estudio depende del crecimiento en China”.
La pesadilla es que, para exhibir o hacer películas en China, todos los productores occidentales tienen que lidiar con un ejército de burócratas que decide lo que puede ver el público de ese país. Y sus nombres no podrían ser más orwellianos, entre ellos la Comisión Estatal de Asuntos Étnicos, la Administración de Asuntos Religiosos, el Departamento de Publicidad del Comité Central del Partido Comunista de China y el Ministerio de Seguridad Pública del Estado.
La misión de todas esas dependencias es no solo asegurar que China sea representada de manera favorable, sino impedir que las cintas occidentales toquen ciertos temas. En particular el de las tres “T” —Taiwán, Tíbet y Tiananmén—, aunque también existen otras prohibiciones, por ejemplo: el esfuerzo del presidente Xi Jinping para prolongar su mandato de manera indefinida; la detención y tortura de 13 millones de uigures, kazajos y musulmanes turcos; la abolición del cristianismo en China; y el embarazoso asunto de los activistas prodemocráticos de Hong Kong.
En buena medida, Hollywood ha seguido los lineamientos desde la década de 1990, cuando China abrió sus fronteras a la industria cinematográfica de Occidente. Un caso es el de Paramount Pictures que, el verano pasado, lanzó un avance de Top Gun: Maverick, la reciente secuela de su taquillero título de 1986, en coproducción con el gigante de internet chino TenCent. Una escena muestra a Tom Cruise —como el protagonista ya entrado en años— poniéndose lo que, en apariencia, es la chamarra de piel marrón que utilizó en la versión original. En 1986, dicha prenda estaba decorada con parches conmemorativos de los ejercicios de la Armada, incluidas las banderas de Taiwán (separada del territorio chino continental en 1959) y Japón (acérrimo enemigo regional de China). Y aun cuando la chaqueta del nuevo tráiler parece ser la misma, ese par de distintivos brilla por su ausencia. Paramount se negó a hablar del asunto con la prensa.
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Indicios muy sutiles —pero muy reales— apuntan a que los estudios estadounidenses que adecuan sus películas al mercado chino tienen los días contados. Las relaciones entre Washington y Pekín se han deteriorado en todos los frentes, y las tensiones desatadas por la guerra comercial de Trump han escalado con ataques y contraataques por el COVID-19, la represión comunista en Hong Kong y las ambiciones de Pekín en el mar del Sur de China.
Si bien los grandes estudios se abstienen de hablar públicamente sobre la censura china, algunos cineastas han dado en quejarse y hasta oponerse a ella. Hace unos meses, los conservadores del Congreso de Estados Unidos presentaron una legislación que propone castigar a los productores hollywoodenses que censuren sus películas para complacer a Pekín. ¿Un caso concreto? La chamarra de Tom Cruise. En mayo, durante su discurso ante el Senado, Ted Cruz (republicano por Texas) se expresó en los siguientes términos: “El mensaje de Maverick es que un icono estadounidense tiene miedo de los comunistas chinos”.
A pesar de que Paramount, Universal, Disney, 20th Century Fox, Sony Pictures, MGM y Warner se negaron a hacer declaraciones sobre sus estrategias para el mercado chino, Newsweek obtuvo declaraciones de decenas de expertos de la industria cinematográfica, y todos aseguraron que la censura es el impedimento principal para introducirse en el mercado chino de manera significativa.
UN POTENCIAL PASMOSO
Cuando el coronavirus obligó al cierre de todas las salas de cine del mundo, China estaba perfilándose como el mercado cinematográfico más grande de 2021; según datos de PricewaterhouseCoopers, con ventas de taquilla que ascienden a 11,200 millones de dólares contra los 10,900 millones de Estados Unidos. A decir de The People’s Daily —órgano noticioso del Partido Comunista de China—, hacia fines de 2019 el país contaba con 69,000 pantallas de proyección, comparadas con apenas 9,700 en 2018. Amobi, el analista de la CFRA, dice al respecto: “Este año [2020] se ha perdido, pero no hay duda de que China recuperará su preeminencia, tal vez durante 2021”.
Hollywood ha estado buscando el dinero comunista desde 1971, cuando el presidente Richard Nixon puso fin a un embargo comercial de dos décadas y permitió que los estudios licenciaran sus películas a China, casi siempre a razón de unos 20,000 dólares por título. Una tarifa apenas nominal, ciertamente. Sin embargo, la alternativa era rendirse ante la piratería desenfrenada a cambio de nada. Llegados los años 1990, el Partido Comunista permitió que algunas producciones estadounidenses entraran anualmente en el país mediante un esquema de ingresos compartidos.
Y, así, en el libro China’s Encounter with Global Hollywood (University Press of Kentucky, 2016), Wendy Su detalla que las cintas autorizadas incluyeron éxitos como El fugitivo (Warner), Forrest Gump (Paramount) y El rey león (Disney), si bien los dólares que recibía Hollywood siguieron siendo bastante escasos; alrededor de 13 por ciento de la taquilla, según cuentas de Chris Fenton, ejecutivo de producción que ha trabajado con China desde hace más de dos décadas.
A partir de un acuerdo firmado en 2012, China ha aumentado su cuota anual a 34 películas extranjeras; entrega 25 por ciento de la venta a los estudios y reparte lo demás entre las compañías nacionales, incluidas las distribuidoras paraestatales China Film Group y Huaxia Film Distribution Co. No obstante, expertos de la industria —al abrigo del anonimato— aseguran que esos 34 títulos son más una cantidad base que un límite, sobre todo porque los estudios pueden coproducir con alguna empresa china y, así, evitar que sus cintas queden clasificadas como “extranjeras”. Tal es el caso de La gran muralla (2016), con Matt Damon en el papel estelar y un elenco secundario de actores chinos y occidentales; y también el de la reciente Top Gun: Maverick (2020).
“Es muy revelador que, a fin de capturar la atención de los cinéfilos chinos, los grandes éxitos estadounidenses estén incluyendo actores locales populares o hasta escenas rodadas en China”, comenta Jeff Bock, analista sénior de Exhibitor Relations Co., empresa dedicada a estudiar los datos de Hollywood. “Aunque los estudios no reciben una buena tajada de la taquilla china —como sucede en Estados Unidos o en otros territorios—, el potencial de crecimiento es pasmoso, por lo que están dispuestos a correr el riesgo”.
Lo mismo opina Jamie Chen, analista sénior de Third Bridge Research, compañía de inversiones de Shanghái, quien agrega que la industria cinematográfica china produce unas 1,000 películas al año, pero solo unas 400 se consideran dignas de llegar a las salas. Chen asegura que, antes de la pandemia, “había vacantes inmensas en las salas de cine nacionales”, situación que creaba un gran vacío que los estudios estadounidenses podían llenar, a condición de que estuvieran dispuestos a seguir las reglas del gobierno.
Richard Gere ha servido de ejemplo a los productores que contemplan la posibilidad de rebelarse. Cuando recorrió la alfombra roja de los premios Óscar en 1993, Gere —quien entonces se acercaba a la cima de su trayectoria actoral— protestó por la “horrenda” ocupación china en el Tíbet. Tiempo después, el actor reconoció que esa postura dañó gravemente su carrera, toda vez que el mercado chino creció tanto en tamaño como en importancia. Es más, en 2017, durante una entrevista con una publicación de la industria, Gere (quien se negó a hacer comentarios para Newsweek) reveló: “Hace poco hubo un incidente en el que alguien dijo que no podía financiar una película conmigo, porque molestaría mucho a los chinos” (algo parecido le ocurrió a Brad Pitt, cuya intervención en la cinta de 1997 Siete años en el Tíbet, lo inscribió durante algún tiempo en la lista negra del Partido Comunista. Aun así, la cinta Guerra mundial Z [2013] se estrenó en Hong Kong, donde generó escasos 5.5 millones de dólares).
Los cineastas hollywoodenses se han acostumbrado a la interferencia china en cualquier asunto, relevante o no. Jerry Molen, quien ha producido varias películas de Steven Spielberg —incluida La lista de Schindler—, señala que esa intromisión suele ser bastante inofensiva. “Los chinos piden un montón de cosas esperando recibir algo”, explica. “A veces, se trata de un actor nacional o de escenas rodadas en el país. Eso no significa que debas mostrar Shanghái, Pekín o la Gran Muralla en todo su esplendor; lo que no puedes hacer es presentarlas de manera desfavorable”. En 2018, Molen fue productor ejecutivo de Megalodón, coproducción de Warner Bros. y China Media Capital cuya trama giraba en torno al enorme tiburón prehistórico. Los heroicos científicos de la cinta son chinos, y la recaudación de taquilla fue estupenda: 530 millones de dólares en todo el mundo y, de ellos, 153 millones salieron de China.
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En 2013, China Film Group pidió que Disney rodara la escena del hospital de Iron Man 3 en uno de sus flamantes estudios de sonido de Pekín. En aquellos días, el productor Chris Fenton era el presidente de DMG Entertainment Motion Picture Group, compañía de Pekín que lanzó la película en China. Actual CEO de Media Capital Technologies y autor del libro Feeding the Dragon: Inside the Trillion Dollar Dilemma Facing Hollywood, NBA & American Business (que Post Hill Press pondrá a la venta el 28 de julio), Fenton recuerda que “el suelo era de madera vieja y los ladrillos de las paredes estaban tan agrietados que soltaban polvo cada vez que los rozábamos con los equipos. Terminamos con tanto polvo que tuvimos que usar cubrebocas para poder respirar”. Al concluir el rodaje descubrieron que casi todas las escenas habían salido tan borrosas que fueron inservibles.
Un requisito para las coproducciones extranjeras es que la versión china se exhiba en todo el mundo; lo que, de hecho, permite que los censores comunistas decidan lo que verá el público internacional. El productor Matthew Malek, quien ha mediado para llevar numerosas cintas estadounidenses a los cines chinos, señala: “Aunque digan que solo quieren controlar lo que se ve en China, todos los contratos incluyen una cláusula que convierte la versión china en la maestra. Se niegan a reconocerlo, pero he visto la cláusula en muchos contratos. Y tampoco hay manera de evitarla, a menos de que seas un estudio gigantesco que inicia el rodaje pensando siempre en lo que quieren los chinos”.
A veces es posible adecuar el requisito. En 2013, para Iron Man 3, Disney apaciguó a Pekín al incluir actores y productos chinos en la versión utilizada en el país. Ese año, Paramount lanzó su apocalipsis zombi Guerra mundial Z con Brad Pitt en el papel protagónico. Pese a que la novela de Max Brooks (2006) precisaba que científicos y médicos creían que la pandemia zombi había iniciado en China a causa de un acto de canibalismo, la película no hace referencia alguna al respecto. De hecho, cuando estaba por estrenarse, Paramount desmintió rumores de que había rodado una escena en la que se hablaba de China como el posible punto cero zombi y que tuvo intenciones de incluirla en la versión internacional, mas terminó por omitirla cuando las autoridades chinas insistieron en que proyectara una misma versión en todo el mundo.
Los expertos dicen que, de los estudios más importantes, Disney es el que ha negociado más exitosamente con China, como lo demuestra el arreglo al que llegó con las autoridades para el estreno de Iron Man 3. La compañía se ha asociado con el Estado chino en sus parques temáticos de Shanghái y Hong Kong; e incluso, a insistencia del gobierno, ha sustituido algunas de sus atracciones principales —como Space Mountain— con juegos mecánicos exclusivos del país. El resultado ha sido que, el año pasado, Avengers: End Game se convirtió en la película más taquillera de la historia, con una recaudación mundial de 2,800 millones de dólares, de los cuales China aportó más o menos el 22 por ciento (614 millones de dólares).
Disney ha cifrado sus esperanzas en la nueva versión live-action (imagen real) de Mulan, basada en una leyenda popular sobre una joven que se hace pasar por varón para tomar el lugar de su padre en el ejército. El año pasado, cuando el tráiler comenzó a circular en línea, 52 millones de chinos vieron la sinopsis durante las primeras 24 horas. No obstante, en medio de la represión de la disidencia hongkonesa del verano pasado, la protagonista Liu Yifei tuiteó su apoyo para la policía de Hong Kong, y las represalias —inmediatas y estridentes— desencadenaron una campaña para boicotear el filme. A resultas de los comentarios de Liu, Twitter decidió suspender unas mil cuentas que promovían la etiqueta #SupportMulan, argumentando que el Estado chino estaba utilizando bots para socavar la “legitimidad y la postura política del movimiento de protesta”.
Aun cuando estudios como Disney se esmeran en mantener buenas relaciones con China, algunos cineastas han decidido romper su silencio. En 2014, como parte de un panel en el Festival Internacional de Cine de Pekín, el director Oliver Stone declaró que las autoridades habían frustrado tres proyectos para rodar coproducciones con empresas chinas. Uno de ellos era una adaptación del libro Azalea roja, de Anchee Min (publicado en 1994 por Pantheon Books), donde la autora cuenta una historia de amor lésbico ambientada en la Revolución Cultura de la década de 1960. La razón: los censores chinos prohíben cualquier representación de relaciones entre personas del mismo sexo. Más aún, para su exitosa cinta Bohemian Rhapsody (2019), 20th Century Fox tuvo que eliminar toda referencia a la homosexualidad de Freddie Mercury. Sin embargo, aun más espinosos son el tema de la Revolución Cultural y las críticas —implícitas o abiertas— dirigidas contra el presidente Mao o las acciones del Partido Comunista durante aquel sangriento periodo.
El año pasado, China bloqueó Había una vez… en Hollywood, donde Quentin Tarantino hace un retrato del maestro de las artes marciales, Bruce Lee. Sucede que el protagonista (Mike Moh) interpreta a Lee como un relamido fanfarrón que empata en un enfrentamiento con su doble Cliff Booth, encarnado por Brad Pitt. La familia de Lee manifestó su inconformidad, y lo mismo hizo Pekín, insistiendo en que la escena fuera eliminada del filme. De los contados directores con el reconocimiento necesario para decidir la edición final, Tarantino se negó.
¿UNA LLAMADA DE ATENCIÓN?
Aunque el tira y afloja de Hollywood y China se ha desarrollado mayormente en la intimidad de las oficinas corporativas y en las salas de edición, la contienda empieza a extenderse hacia un foro mucho más visible. El 21 de mayo pasado, el senador Ted Cruz presentó un proyecto de ley conocido como SCRIPT (siglas en inglés de la “Ley para detener la censura, restaurar la integridad y proteger el cine”), el cual amenaza con retirar los subsidios que el Departamento de Defensa proporciona a los estudios si estos persisten en censurar sus producciones para complacer a los chinos.
“Las compañías de Hollywood saben que China censura las películas estadounidenses, así que muchas veces modifican sus películas antes de enviarlas al mercado chino”, dice Cruz, en entrevista con Newsweek. “Los censores comunistas no solo controlan lo que ve el público chino, sino también lo que ve el público estadounidense”. El senador —uno de los tres legisladores que los funcionarios chinos han proscrito recientemente— asegura que su proyecto de ley es una “llamada de atención” para Hollywood, y también impedirá que el FBI y el Departamento de Seguridad Nacional brinden ayuda a los estudios que se someten a los censores chinos. Según Cruz, el objetivo es obligar a los productores a “elegir entre la ayuda que necesitan del gobierno estadounidense y el dinero que quieren sacar del mercado cinematográfico chino”.
Hollywood no ha tomado en serio la amenaza de Cruz, pero el productor Chris Fenton opina que la industria está cometiendo un error. “Lo relevante aquí no es que aprueben o no el proyecto de ley… Muchas encuestas demuestran que los electores recelan de China, y estamos en un año electoral”, advierte.
Por su parte, el representante Mike Gallagher (republicano por Wisconsin) está ejerciendo presión para que los estudios estadounidenses informen cuándo presentan sus cintas a los censores chinos; y, además, en cada etapa del proceso: desde la producción del guion hasta la edición final. La intención de Gallagher es que los créditos finales incluyan un descargo de responsabilidad parecido a la leyenda “ningún animal fue dañado durante la creación de esta película” que figura en muchas producciones.
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El representante republicano dice a Newsweek que el ejemplo más vergonzoso de los esfuerzos hollywoodenses para aplacar a los chinos es la versión 2012 de Amanecer rojo, una coproducción de Film District, MGM y Sony. Cuando terminó el rodaje, la cinta contaba la historia de unos adolescentes pueblerinos que trataban de repeler una invasión china en Estados Unidos. Pero durante la posproducción, MGM y Sony hicieron una modificaron digital para que los invasores fueran norcoreanos. Gallagher reconoce que las acciones de Hollywood dejan entrever el deseo de ganar dinero más que una postura prochina favorable a la ideología del Partido Comunista. “Los cineastas no se levantan cada mañana pensando en la naturaleza del PCC, pero tampoco se han dado cuenta de lo peligroso que es”, comenta Gallagher.
“Hollywood enfrenta una disyuntiva difícil, entre las utilidades y los valores que representa”, prosigue el republicano. “No tiene empacho en criticar a los estadounidenses, y produce montones de las películas que retratan Estados Unidos como un país perverso, cruel y racista. El problema es que está favoreciendo al bando equivocado, sobre todo porque China está librando una guerra ideológica”.
Es la misma cruzada ideológica que la Unión Soviética perdió durante la Guerra Fría, cuando intentó mantener a raya las películas, la música, los libros y las ideas occidentales. Aquel fracaso ha sido una lección muy importante para los chinos, quienes se han abstenido de proscribir la cultura occidental. De hecho, están haciendo todo lo contrario al empeñarse —con bastante éxito— en asimilarla.
HECHO A LA MEDIDA
Películas que se modificaron para adaptarse a los deseos de las autoridades chinas.
LA MOMIA: LA TUMBA DEL EMPERADOR DRAGÓN (2008)
Los censores insistieron en que no se identificara al “emperador” y en que no se pareciera a Mao Zedong ni a ningún otro dirigente chino.
KARATE KID (2010)
En la versión local del refrito de Will Smith, los niños chinos no son pendencieros, sino que responden a las agresiones del joven protagonista.
AMANECER ROJO (2012)
Antes del estreno mundial de su remake, MGM modificó digitalmente al Ejército chino de la película para sugerir que Corea del Norte estaba invadiendo Estados Unidos.
HOMBRES DE NEGRO 3 (2012)
La versión china eliminó la escena en que borraban la memoria de un grupo de estadounidenses asiáticos que habían presenciado la lucha entre los agentes y los extraterrestres.
TITANIC 3D (2012)
En la edición china, Leonardo DiCaprio no dibuja un desnudo de Kate Winslet.
CLOUD ATLAS (2012)
Después de que los censores cortaran las escenas de sexo y violencia, la versión china de la cinta de ciencia ficción de los hermanos Wachowski se redujo 39 minutos.
007: OPERACIÓN SKYFALL (2013)
Sony y MGM eliminaron una escena en la que James Bond mata a un guardia de seguridad chino.
IRON MAN 3 (2013)
Marvel Studios —división de Disney— lanzó en China una versión especial con escenas en las que actuaba Fan Bingbing, una estrella del cine nacional.
GUERRA MUNDIAL Z (2013)
Según el libro que inspiró esta cinta, la pandemia que desata el apocalipsis zombi se origina en China, pero la película no menciona la nacionalidad del paciente cero.
UNA NOCHE FUERA DE SERIE (2013)
En la versión china de esta atrevida comedia, el sexo y el alcohol destacan como atributos estadounidenses que los jóvenes chinos rechazan.
BOHEMIAN RHAPSODY (2019)
La versión china fue tres minutos más corta, ya que omitió todas las escenas alusivas a la homosexualidad de Freddie Mercury.
UN AMIGO ABOMINABLE (2019)
Cofinanciada por una compañía de Shanghái, la cinta de DreamWorks Animation incluyó un mapa sugiriendo que la frontera de China se extiende casi hasta el mar del Sur de China.
TOP GUN: MAVERICK (23-12-2020)
Esta secuela de Paramount es una coproducción con la compañía china TenCent. En el tráiler, la chamarra de Tom Cruise ya no luce las banderas de Japón o Taiwán.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek