Una comentarista afirma que si Israel se anexa a Cisjordania sería dar un paso totalmente justificado para lograr la paz y la seguridad. Pero otro afirma que sería un temerario e histórico error. Aquí sus respectivos artículos.
LA SOBERANÍA ISRAELÍ ES LA CLAVE PARA UNA PAZ DURADERA: CAROLINE GLICK
En los próximos meses se espera que Israel aplique su ley y su administración civil a 30 por ciento de Judea y Samaria (o “Cisjordania”) que, según se anticipa en el recientemente develado plan de paz del presidente Donald Trump, permanecerá con Israel tras un acuerdo de paz final.
Cabría esperar que el plan de Israel fuera aclamado por favorecer la paz y la igualdad de derechos de israelíes y palestinos. Sin embargo, la respuesta más común de muchos autodenominados “expertos” ha sido distorsionar los hechos y condenar anticipadamente a Israel. En distintas plataformas, los “expertos” se rasgan las vestiduras por lo que denominan “la anexión israelí”.
Como lo expliqué en mi libro de 2014 The Israeli Solution: A One State Plan for Peace in the Middle East (La solución israelí: un plan de un solo Estado para la paz en Oriente Medio), Israel no puede “anexarse” ninguna parte de Judea y Samaria. La anexión es un acto por el cual un Estado impone su soberanía sobre el territorio de otro Estado.
El Estado de Israel tiene un derecho soberano sobre Judea y Samaria en virtud de su declaración de independencia realizada hace 72 años, el 14 de mayo de 1948. Con su declaración de independencia, junto con la entrega del Mandato que la Liga de las Naciones concedió al Reino Unido para reconstituir el antiguo hogar nacional de los judíos, Israel se convirtió en el único Estado que adquirió la soberanía sobre todo el territorio del Mandato.
El segundo problema con el discurso que rodea el plan de Israel para aplicar sus leyes en esas áreas es que no toma en cuenta por qué hacerlo es tan importante para Israel y por qué el presidente Trump incluyó la soberanía de Israel en plan de paz.
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Desde el punto de vista de Israel, el plan es importante porque mejora significativamente la aplicación de la ley y los derechos civiles de los residentes de esas áreas. En los últimos 26 años, Israel ha compartido la gobernanza de “Cisjordania” con una Autoridad Palestina autónoma. Israel ha gobernado su porción del territorio bajo una administración militar. Cerca de medio millón de israelíes y más de 100,000 palestinos residen en ciudades, poblaciones y aldeas de Judea y Samaria, gobernadas por las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF, por sus siglas en inglés).
El código legal civil de Israel es mucho más liberal que las leyes militares que se aplican actualmente en esas áreas. Las IDF se beneficiarán de esta acción debido a que los soldados y los funcionarios no serán responsables de asuntos como dirigir el tránsito y otorgar permisos de construcción para cualquier cosa, desde estacionamientos y jardines de infantes hasta vecindarios completos.
En cuanto al plan de paz de Trump, en mi libro detallo la prolongada ilusión que sirvió como base para décadas de procesos de paz fallidos. Esa ilusión sostiene que Israel tiene la culpa de la guerra de los palestinos contra ese país y que, para lograr la paz, Israel tiene que apaciguar a los palestinos entregándoles esos territorios.
Lo cierto es precisamente lo contrario. Desde 1937, Israel ha estado de acuerdo constantemente en compartir su tierra con los palestinos, y los palestinos se han rehusado obstinadamente. Desde 2000, Israel ha realizado tres ofertas de paz en las que entregaría casi toda Judea y Samaria a los palestinos y se repartiría el control de Jerusalén. Los palestinos rechazaron todas esas ofertas. En 2000, los palestinos iniciaron una guerra terrorista contra Israel en respuesta a los ofrecimientos de paz de ese país realizados en Camp David y en Taba. Dos mil israelíes fueron asesinados en esa guerra. Y los palestinos respondieron a la oferta de paz hecha por Israel en 2008 intensificando su guerra política contra el Estado judío.
Los supuestos pacificadores fracasados que precedieron al presidente Trump no indujeron a los palestinos a aceptar la coexistencia pacífica con Israel. En cambio, convencieron a los palestinos de que podían continuar y perfeccionar su agresión contra Israel sin arriesgarse a sufrir la condena o el retiro del apoyo internacional.
Asimismo, el apoyo que los palestinos han recibido de gobiernos occidentales, entre ellos, la administración de Obama, a su fanática exigencia de que todos los judíos deben ser expulsados de Judea y Samaria y de unificar a Jerusalén como una condición previa para estar de acuerdo en vivir en paz con el Estado judío, ha hecho que la paz sea imposible de lograr.
El plan de paz de Trump es el primer plan de paz propuesto por Estados Unidos que tiene alguna oportunidad de éxito porque rechaza la ilusión patológica y antisemita que fue la base de los planes de todos sus predecesores. El plan de Trump rechaza la idea de que Israel tiene la culpa de la centenaria renuencia de los palestinos a aceptar el derecho del pueblo judío a la autodeterminación y a la independencia en su patria ancestral. En lugar de culpar a Israel, acepta el hecho de que este país tiene derechos legales y nacionales a la soberanía en toda su patria nacional, que incluye a Judea y Samaria. También acepta que Israel no puede defenderse ni asegurar su futuro sin un control permanente sobre su frontera oriental en el Valle de Jordania.
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Finalmente, el plan de Trump rechaza la exigencia palestina de realizar una limpieza étnica contra los judíos. El plan de Trump acepta que los judíos también tienen derechos legales y morales a vivir pacíficamente en sus hogares y en su Estado-nación.
Más allá de la afirmación sin fundamento legal de que Israel no tiene derechos legales sobre Judea y Samaria, y la exigencia inmoral de que los judíos sean expulsados de esas tierras, los autoproclamados expertos afirman que el hecho de aplicar la ley israelí en esas áreas perjudicará las florecientes relaciones con los Estados árabes suníes. Sin embargo, los palestinos mismos han dejado claro que esto no es así. A diario, los líderes palestinos lamentan no poder convencer a los líderes árabes de abandonar su apoyo al plan de Trump, así como su interés en mantener una buena relación con Israel.
Como lo explicó recientemente a la BBC el periodista saudí Abdul Hameed Al-Ghabin, “ya no se trata simplemente del apoyo público por la normalización y el establecimiento de relaciones con Israel. En general, nuestro público se ha vuelto en contra de los palestinos”.
LA ANEXIÓN SERÍA UN GRAVE ERROR ESTRATÉGICO: MICHAEL J. KOPLOW
La anexión de Cisjordania es un ejemplo clásico de una maniobra que conlleva enormes riesgos y muy pocas recompensas. El argumento a favor de anexar a Cisjordania es un llamado para una victoria poderosa y emocional, pero finalmente simbólica. Sin embargo, al hacerlo, Israel generará una gran cantidad de problemas reales que debilitarán sus supuestos beneficios.
Los argumentos más comunes contra la anexión de Cisjordania tienen que ver con la oposición de la comunidad internacional y con las secuelas diplomáticas que ello tendría para Israel. Según la forma en que se desarrollen, dichas consecuencias podrían ir desde una condena casi segura por parte de Naciones Unidas y de países europeos, hasta el recongelamiento de las relaciones con distintos Estados árabes suníes, las cuales habían comenzado a distenderse, y la suspensión del tratado de paz entre Israel y Jordania. También está el asunto de convertir aún más a Israel en un elemento divisivo entre republicanos y demócratas de Estados Unidos. Finalmente, está el hecho inexorable de que la anexión de Cisjordania pondrá aún más lejos una posible resolución del conflicto entre Israel y Palestina que respete los sueños de independencia y soberanía de israelíes y palestinos. Todas estas son consideraciones importantes, pero existen razones más cercanas para los israelíes en contra de la anexión.
La primera y la más importante es que la anexión de Cisjordania generará una multitud de desafíos de seguridad para Israel. Una anexión de Cisjordania de las porciones que, según se prevé en el plan de paz recientemente revelado por Trump, pasará a ser parte de Israel, crearán una nueva frontera entre Israel y Cisjordania que, con sus 1,367 kilómetros, será más del cuádruple que los 317 kilómetros de la actual Línea Verde, y casi el doble de la longitud de la actual barrera de seguridad que sirve como una frontera de facto.
No solo las IDF tendrán que patrullar a lo largo de esta nueva frontera, que también atraviesa terrenos montañosos e inhóspitos en muchos puntos, sino que también tendrán que asegurar 15 enclaves del territorio israelí que el plan de anexión de Trump deja dentro de la porción no anexada de Cisjordania. Estos enclaves, junto con los caminos, como los que enlazan a dichos enclaves con Israel, y las zonas de seguridad que se requerirán para cada uno de sus componentes, serán vigiladas por las IDF en lo que es, esencialmente, un territorio hostil. La forma en que esto lucirá puede vislumbrarse a partir de una situación similar que existe actualmente en Hebrón, donde las IDF requieren más de un soldado por cada residente judío para proteger efectivamente a los ciudadanos israelíes.
Esta situación se complicará exponencialmente si Israel anexa lo que, en los Acuerdos de Oslo, se denominó “Área C”, que es el plan de anexión más popular en los círculos israelíes y que es defendido, entre otras personas, por el actual ministro de Defensa israelí, Naftali Bennett. El Área C, que constituye 60 por ciento de Cisjordania, contiene más de 169 islas de las Áreas A y B que se encuentran bajo la administración de la Autoridad Palestina. La anexión del Área C dejaría a Israel con 169 fronteras individuales únicamente en Cisjordania, todas las cuales requieren sus propios muros fronterizos si Israel pretende mantener su actual arquitectura y postura de seguridad. La construcción y el mantenimiento de esas nuevas 169 fronteras no solo costaría 7,500 millones de dólares al inicio y 1,500 millones de dólares en costos anuales de mantenimiento, sino que, además, requeriría miles de soldados de las IDF para patrullar y atender esas estructuras y puertas fronterizas, todo ello mientras se crea lo que posiblemente sería el régimen fronterizo más ineficiente y menos defendible de la historia humana.
Sin importar cuál es el plan de anexión parcial, todos ellos se basan en el hecho de que la Autoridad Palestina permanezca en el poder y continúe actuando como el gobierno de facto para los palestinos de Cisjordania. Independientemente de si se trata del plan de Trump o de la anexión del Área C, la idea fundamental es incorporar a tantos israelíes a Israel con el menor número posible de palestinos. Sin embargo, el riesgo de una anexión parcial es que inevitablemente debilitará a la Autoridad Palestina y, en algún momento, provocará su colapso involuntario o su rechazo intencionado de cualesquier acuerdos anteriores con Israel. Si esto ocurre, el resultado sería el mismo si Israel se anexara a toda Cisjordania: una pesadilla de seguridad en la que las IDF tendrían que desempeñar básicamente labores policiacas para mantener el orden dentro de ciudades y poblados palestinos, además de que tendrán la responsabilidad de regir la vida de 2.5 millones de palestinos con un costo adicional de 20,000 millones de dólares al año, y podrá decidir si otorga la ciudadanía israelí a esos palestinos, o si les negará los derechos políticos y civiles básicos.
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Lo que hace que asumir los riesgos de esa anexión sea aún más corto de vista es que Israel ya tiene muchos de los beneficios que la anexión presuntamente le conferiría. Actualmente, Israel ejerce el control completo de la seguridad del Valle de Jordania, los judíos viven en comunidades judías en todas las tierras bíblicas de Judea y Samaria, Israel tiene relaciones de seguridad con sus vecinos, incluida la Autoridad Palestina, y el mundo acepta a Israel como un Estado judío. La anexión no generará esas posibilidades, pues estas ya existen. En cambio, las pondrá en riesgo en distintos grados. Extender formalmente la soberanía sobre Cisjordania no será reconocido por ningún país aparte de Estados Unidos, cuyo propio reconocimiento podría durar únicamente el tiempo que el presidente Trump permanezca en el cargo, y, ciertamente, no generará ninguna afirmación de la conexión de los judíos con la tierra de los patriarcas, que los judíos ya saben que existe. No hará que los palestinos renuncien mágicamente a su deseo de soberanía e independencia, de la misma manera en que miles de años de éxodo judío no lograron borrar el sueño de una patria judía.
La alternativa a la anexión de Cisjordania no es la creación de un Estado terrorista dentro de las fronteras de Israel. Este argumento falaz propone que las opciones son la soberanía israelí sobre Judea y Samaria, o el retiro inmediato de Israel del territorio, pero nadie defiende que Israel se retire unilateral o inmediatamente de Cisjordania. Las opciones reales son una increíblemente imprudente y temeraria perturbación del statu quo que destruirá la libertad de acción de Israel, o mantener la situación básica actual mientras se trabaja para crear un ambiente político y de seguridad en el que un acuerdo negociado de un Estado permanente pueda ser posible en el futuro.
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Caroline B. Glick es columnista de alto nivel del diario Israel Hayom y autora de The Israeli Solution: A One-State Plan for Peace in the Middle East (La solución israelí: un plan de un solo Estado para la paz en Oriente Medio, Crown Forum, 2014). De 1994 a 1996 fue miembro central del equipo de negociación de Israel con la Organización para la Liberación de Palestina.
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Michael J. Koplow es director de política del Foro de Política de Israel.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek