Ponerle nombre a edificios, escuelas y calles en honor de expresidentes parece una manera bastante simple de mostrar respeto y agradecimiento por los años de servicio al país. Por ejemplo, está el Aeropuerto Internacional JFK de Nueva York, el Nacional Reagan en Washington, D. C., y, al parecer, todo en las áreas de Dallas y Houston es nombrado en honor de Bush: aeropuertos, autopistas de peaje, escuelas y parques tienen un nombre Bush. Incluso las oficinas centrales de la CIA en Langley, Virginia, ahora son llamadas oficialmente Centro de Inteligencia George Bush.
Buena suerte con la parte fácil, dice Stanley Chang.
Hace seis años, como miembro del consejo municipal de Honolulu, Chang ofreció lo que él supuso era pan comido: quería cambiarle el nombre a una porción del paseo marítimo en Oahu, una de las áreas favoritas para surfear sin tabla llamada Sandy Beach Park, en honor a Barack Obama, el único presidente estadounidense nacido en Hawái. De hecho, Obama solía pasear por allí en su infancia. Él incluso regresó durante un descanso en agosto de 2008 en su primera campaña por la Casa Blanca, y produjo fotos sin camisa del futuro presidente de Estados Unidos en acción para un internet hambriento de Obama.
Sin embargo, la campaña del nombre no salió como esperaba. La reacción pública fue rauda y condenatoria, pues los residentes locales acusaron el plan de carecer de “sensibilidad histórica y cultural”, según la declaración que Chang y su copatrocinador publicaron cuando retiraron su propuesta después de tres días. En una entrevista con Newsweek el mes pasado, Chang dio una explicación diferente, citando las olas traicioneras de la playa, las cuales han provocado lesiones graves en el pasado: “Es una playa muy peligrosa para surfear sin tabla si no tienes experiencia, por lo que había mucha preocupación de que los turistas que no conocieran bien la playa lo intentarían allí y, ya sabes, se romperían el cuello”.
Aun así, tres años después del final de su presidencia, no hay una escuela, calle o incluso banca de parque en Hawái nombrada en honor de Obama, y a sus partidarios, como Chang, les consterna la falta de fuerza organizada en el juego de los nombres. Después de todo, Obama fue un presidente popular de dos periodos —a pesar de la opinión de Mitch McConnell, líder de la mayoría en el senado— con un índice de aprobación en Gallup de 59 por ciento cuando dejó el cargo. Solo Ronald Reagan y Bill Clinton tuvieron un índice final más alto. Por ello, es desconcertante que las acciones para honrar a Obama han sido lentas en estar a la altura y a menudo se topan con una resistencia sorprendente.
No es que Obama haya pasado completamente sin reconocimiento: hay alrededor de 20 escuelas y 20 caminos con su nombre en todo Estados Unidos, y su estado adoptivo de Illinois ha convertido su natalicio, el 4 de agosto, en una festividad conmemorativa. Pero en contraste con Reagan, no hay una acción organizada de los progresistas para canonizar el legado de Obama. Por ejemplo, en San José, California, Alex Shoor, un exvoluntario de la campaña de Obama, ha batallado por más de dos años para persuadir a la ciudad de votar para cambiarle el nombre al Boulevard Almaden por el del 44o presidente, quien ganó dos veces en el condado con 70 por ciento de los votantes, aun cuando hay una Avenida Almaden a pocas cuadras de distancia, así que nadie podría objetar que el nombre original desaparecería de la vista de los residentes.
Un problema de la campaña para nombrar en honor de Obama: poca influencia. “Es una acción de una base muy pequeña”, dice Shoor. “Nadie nos ha llamado ni hemos recibido ayuda alguna en esto”.
En contraste, las acciones para transformar a Ronald Reagan de político a icono estadounidense mediante pegar su nombre en todas partes, comenzó en serio incluso antes de que el 40o presidente dejara el cargo y ha sido por décadas una causa formal de Americanos por la Reforma Tributaria (ATR, por sus siglas en inglés), un grupo que aboga por el gobierno pequeño. La meta noble del Proyecto para el Legado de Ronald Reagan es nombrar algo —lo que sea— en honor de Reagan en los cerca de 3,140 condados en Estados Unidos, aunque la meta más modesta de Grover Norquist, fundador de ATR, es que Reagan por lo menos esté a la par que John F. Kennedy y Martin Luther King Jr., quienes son los líderes estadounidenses modernos más nombrados. Al momento, dice Norquist, existen alrededor de 150 sitios en Estados Unidos nombrados en honor de Reagan; Kennedy y King tienen más de 800 cada uno. Desgraciadamente para Obama, no parece tener un Grover Norquist.
CIMENTAR UN LUGAR EN LA HISTORIA
¿Por qué el alboroto? Nombrar algo importa para solidificar el legado de un presidente, dicen los expertos, porque propicia la discusión y transmite un sello oficial de aprobación. El hecho de que al Aeropuerto Nacional de Washington se le cambiara el nombre para honrar a Reagan en 1998 confirió una afirmación permanente de que el 40o presidente fue un hombre de excelencia. “En el ejemplo de Reagan, tienes gente que construye activamente el legado de Reagan y que tiene un impacto real en cómo lo pensará la gente del futuro”, dice Ciara Torres-Spelliscy, profesora de leyes en la Universidad de Stetson y que escribe ampliamente sobre el poder de posicionar la marca política.
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La lógica de Norquist es similar: “Tienes 100,000 conversaciones al año de niños diciéndoles a sus padres: ‘¿Por qué es el aeropuerto Reagan?’ Esto crea una serie de momentos de aprendizaje que le transmite a los jóvenes que esta persona debe ser importante”.
John Harris, cofundador de Politico, repitió su admiración por la canonización de Reagan por parte de la derecha y el fracaso de la izquierda en hacer lo mismo por Obama en un ensayo el verano pasado. “Una generación de conservadores se percató de que la historia es un instrumento de poder, y construyó una historia virtual dedicada a celebrar el legado de Reagan y cambiarles el nombre a las cosas en su honor”, escribió Harris. “En contraste, los demócratas, durante el mismo tiempo a menudo se han convertido en el partido Hannibal Lecter: comiéndose los legados presidenciales de su partido con habas y un buen vino”.
De hecho, las acciones de Norquist son infatigables e incomparables en tiempos modernos. El sitio más significativo nombrado en honor de Bill Clinton son las oficinas centrales de la Agencia de Protección Ambiental en Washington; hay un solo camino en Estados Unidos nombrado en su honor en su ciudad natal de Hope, Arkansas, así como en, quién iba a imaginarlo, Kosovo. Los más destacados para George H. W. Bush incluyen el edificio de la CIA y el aeropuerto de Houston. Su hijo, George W. Bush, tiene escuelas primarias en California, el estado de Washington y Texas en su cartera.
Algo es seguro, el ritmo con que se ha nombrado cosas en honor de Reagan ha disminuido desde la década de 1990 y algunas acciones —como una para nombrar una montaña en honor de Reagan en el área de Las Vegas— han sido obstaculizadas por los demócratas que objetan el historial del 40o presidente en temas como el bienestar. Pero todavía surgen éxitos pequeños y grandes, gracias a Norquist y otros, desde cambiarle el nombre al edificio del Servicio de Recaudación Interna en Wichita, Kansas, en 2016, hasta la instalación de una estatua de Reagan en la embajada de Estados Unidos en Berlín, en noviembre pasado, para conmemorar el 30o aniversario de la caída del muro. Solo en Florida ahora hay seis caminos dedicados a Reagan.
Aun más, cada año en la víspera del natalicio de Reagan, el 6 de febrero, el Proyecto para el Legado envía recordatorios a los gobernadores para que emitan proclamas llamándolo el Día de Ronald Reagan. “Esperamos 40 este año de nuevo”, dijo Norquist a Newsweek. “Les enviamos una nota a todos los gobernadores, diciendo: ‘Tal vez quiera hacer esto. Lo hizo el año pasado o el año anterior a ese, el gobernador anterior lo hizo’, con sugerencias de redacción para su población. Las publican, y a menudo nos mandan una copia, lo cual es muy agradable”.
QUÉ SE LE INTERPONE A OBAMA
David Garrow, biógrafo de Obama, dice que él tal vez sea una figura tan importante e icónica para la izquierda como Reagan lo fue para la derecha, pero hay diferencias prácticas después de sus respectivas presidencias que han afectado las acciones para construir el legado. El vicepresidente de Reagan lo sucedió, lo cual aseguró el legado de Reagan y liberó a sus partidarios, como Norquist, para enfocarse en estos tipos de campañas de nombrar cosas, señala Garrow.
Por su parte, a Obama le han seguido acciones explícitas del presidente republicano Donald Trump de deshacer todos sus logros, desde la Ley de Atención Asequible y el acuerdo nuclear con Irán hasta lo que se ha clasificado como un vegetal en los comedores de las escuelas públicas. “Si Hillary hubiera ganado, habría más oportunidad para que los exalumnos de Obama hagan ese tipo de mejoras a su legado”, dice Garrow. “Más bien, los exalumnos de Obama han terminado jugando a la defensiva inesperadamente”.
Norquist está de acuerdo, y también señala que la vida pública de Reagan acabó cuando dejó el cargo y luego anunció que sufría de alzhéimer. Pero Obama tal vez tiene todavía décadas de posible relevancia por delante. “No es como si él hubiera tenido una vida política y ahora tanto los republicanos como los demócratas miran atrás, estudian la situación y dicen: ‘Deberíamos conmemorar eso’,” comenta Norquist.
Aun así, la idea de que nombrar cosas es prematuro si el servicio público de un político no se ha completado del todo no siempre se sostiene. Por ejemplo, en noviembre, un par de senadores republicanos estatales en Oklahoma presentaron una medida para cambiarle el nombre a un segmento de 6.5 kilómetros de la famosa Ruta 66 por el del presidente Donald Trump, con el fin de honrar a “un hombre que sin duda será conocido en nuestra historia nacional como uno de los presidentes más famosos”. De forma similar, al aeropuerto en Little Rock, Arkansas, se le cambió el nombre por el de Aeropuerto Nacional Bill y Hillary Clinton en 2012, en honor del exgobernador de ese estado y la primera dama cuando ella era secretaria de Estado y cuatro años antes de que se postulara a la presidencia.
En el caso de Obama, otra cosa que no le ha ayudado es el hecho de que el eje tradicional del legado de un presidente, la biblioteca, ha estado plagado de controversia y confusión. Para este momento después de las presidencias de Reagan, los Bush y Clinton, esos hitos ya se habían inaugurado con gran fanfarria. Esos eventos sirvieron como pista de lanzamiento para cierto grado de hagiografía necesario para impulsar la transición de un expresidente entre los terrenos de la política y la historia. Por lo general, es el evento público final, importante y obligatorio, para honrar al presidente mientras está vivo.
Pero Obama optó por un modelo nuevo y diferente, el cual rompe con la relación formal con los Archivos Nacionales de otras bibliotecas presidenciales para que su biblioteca pueda participar en labor de defensa. Más bien, operará de forma independiente como un Centro Presidencial Obama de 73,000 metros cuadrados en Chicago. (En vez de albergar los registros presidenciales reales, el centro planea pagar para digitalizar los 30 millones de documentos desclasificados de Obama y hacerlos disponibles en línea.) Además, Obama se ha topado con años de encabezados duros en los medios locales de Chicago por la oposición a que el campus se construya en Jackson Park, así como preguntas por el desplazamiento de vivienda asequible. El centro, plagado de litigación, todavía no tiene programada una fecha para iniciar su construcción.
En contraste, no hay problemas en Reaganlandia. Norquist dice: “Si alguien llama y dice: pensamos hacer esto, podemos decir con certeza que sabemos algunas de las reglas, así que podemos darles algún consejo”.
No está claro si a Obama le importa este aspecto del proceso de construir su legado —tampoco alguien de la Fundación Obama o algún exasesor de alto nivel de Obama ha respondido nuestras llamadas o correos electrónicos pidiendo sus comentarios para este reportaje—, y esto podría ser parte del problema. Obama ha mantenido un perfil notablemente bajo desde que dejó el cargo, haciendo pocos comentarios públicos o lamentando que Trump desmantele su trabajo. Él (al contrario de su esposa, autora de libros de grandes ventas) no ha publicado un libro de memorias. Sí, él y Michelle han formado una compañía productora, Higher Ground, para crear contenido para Netflix. Pero algunos demócratas han expresado su frustración de que se lo ha visto departiendo con amigos ricos en vez de defender su legado. “No quiero ser demasiado duro, pero como Barack ha optado por la ruta de juntarse con Richard Branson, él ha elegido la opción de Jerry Ford en vez de la opción de Jimmy Carter después de su presidencia”, dice Garrow.
Torres-Spelliscy también se dice sorprendida por la falta de tablas de Obama después de su presidencia, dado cuán astuto y efectivo era el bando de Obama en crear iconografía como el logo del sol naciente y los pósteres de Esperanza para ayudarle a ser elegido. “No tengo idea de si a él le gustaba ser una marca o no, pero mucho de eso desapareció cuando empezó a gobernar”, comenta ella. “Definitivamente se acabó en cuanto asumió el cargo. En verdad es posible que simplemente no le importa”.
ACCIONES CONTINUAS
A pesar de la falta de ayuda del bando de Obama, por supuesto que su posicionamiento de marca ha sucedido de todas formas en algunos lugares curiosos. En 2017, a una escuela nombrada en honor del presidente confederado Jefferson Davis se le cambió el nombre por el de Obama en Jackson, Misisipi, y en 2018, la Primaria J. E. B. Stuart en Richmond, Virginia, se convirtió en la Primaria Obama en una acción similar para retirarle los honores a figuras de la Guerra Civil que favorecían la esclavitud. En algunos casos, hay equidad en el nombre Obama que puede ayudar a revivir una institución aquejada de problemas como la Academia Timbuktu, una escuela particular subvencionada de bajo rendimiento en Detroit que cambió su nombre el verano pasado al de Academia de Liderazgo Barack Obama. “Simplemente pensamos que, al cambiar el nombre, podíamos tener un enfoque nuevo y una posibilidad de mejorar nuestro rendimiento académico como resultado de ello”, dice Bernard Parker, fundador de la escuela.
Y de vez en cuando ha habido una oleada popular, aunque no del tipo de dignidad histórica. Una petición en MoveOn.org ha reunido más de 450,000 firmas instando a la Ciudad de Nueva York a cambiarle el nombre a la cuadra de la Quinta Avenida que pasa frente a la Torre Trump como Avenida Presidente Barack H. Obama, solo para burlarse del actual ocupante de la Casa Blanca, pero la ciudad ha dicho que no hará eso. Específicamente, los líderes demócratas en Nueva York sienten que sería una acción mezquina e impropia del legado de Obama. “Los Obama son el epítome de clase, dedicación al servicio público y respeto por la Oficina Oval”, dijo en agosto Corey Johnson, portavoz del consejo municipal.
Mientras tanto, en Hawái, desde que esa idea de la playa se disipó en 2014, los políticos han considerado otras sugerencias: por ejemplo, un aeropuerto, una conmemoración de natalicio y un mirador pintoresco donde Obama esparció las cenizas de su madre. Pero, aun así, no hay algo que lleve su nombre en su estado natal. Lo más cercano que Obama tiene como tributo en la isla es una golosina de hielo raspado con limón, lima, cereza y jarabe de maracuyá y guayaba llamado “Snowbama”, que él paladeó en sus vacaciones presidenciales allí.
Pero Chang no ha abandonado su sueño de nombrar algo en honor de Obama. Ahora es un senador estatal, y el mes pasado presentó una medida para crear una serie de hitos históricos en sitios importantes de la vida de Obama en Hawái, desde el edificio de apartamentos donde vivió con su abuela difunta hasta el Baskin-Robbins donde servía helados como empleo de verano en, sí, la Playa Sandy donde surfeaba.
“Esto les daría a los visitantes de nuestras islas y a los residentes locales una oportunidad de ver los lugares que hubo en su vida”, según cree Chang. “Espero que sea aprobada y tendremos algo tangible para conmemorar la crianza de Obama aquí”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek