Unos científicos dicen que si lesionas una mosca podrías causar que el insecto pase el resto de su vida con dolor crónico. En un estudio que analiza los mecanismos del dolor que intervienen después de una lesión, los autores afirman que las moscas heridas desarrollan una “hipersensibilidad” que persiste mucho después que ha sanado la lesión.
Hace más de 15 años, unos científicos descubrieron que los insectos son capaces de sentir dolor. No obstante, aquellos investigadores no determinaron si el problema persistía después de la lesión, como es el caso de las personas que padecen de dolor crónico.
A pesar de que son muy distintas de los humanos, es común que las investigaciones científicas utilicen moscas de la fruta, pues la evolución ha hecho que esos insectos compartan muchos de los procesos moleculares comunes a todas las especies, pero con las ventajas de que se reproducen con celeridad y de que su ciclo de vida es muy corto, lo cual les convierte en sujetos idóneos para estudios razonablemente rápidos y económicos.
Para una investigación publicada el 10 de junio en la revista Science Advances, un equipo de científicos trató de determinar si las moscas de la fruta también padecen de dolor crónico. “Mucha gente no cree que los insectos pueden sentir dolor”, declaró el Dr. Greg Neely, profesor asociado de la Facultad de Ciencias Biológicas y Ambientales de la Universidad de Sídney, y autor principal del estudio. “Sin embargo, se ha demostrado que muchos invertebrados son capaces de percibir y evitar los estímulos peligrosos que nos causan dolor”.
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Neely explicó que no se sabía si una lesión podía conducir a una “hipersensibilidad perdurable ante estímulos que normalmente no son dolorosos, como sucede a los pacientes humanos”.
Para su investigación, los científicos eligieron el tema del dolor neuropático, el cual es consecuencia de daños en el sistema nervioso. A sabiendas de que al verse expuestas a una temperatura superficial de 42 grados centígrados las moscas buscan la manera de escapar para no morir en cuestión de minutos, el equipo dañó un nervio de varios insectos, para lo cual les amputó la pata medial derecha y luego aguardó a que las heridas cicatrizaran por completo.
A continuación, para averiguar si la lesión provocaba una respuesta distinta a la observada en las moscas no lesionadas, los investigadores expusieron los insectos mutilados a superficies que habían calentado a diferentes temperaturas. Fue entonces cuando los investigadores hallaron que las moscas lesionadas intentaban escapar una vez que la temperatura alcanzaba los 38 grados centígrados, respuesta que indicaba una disminución del umbral para estímulos dolorosos. El artículo precisa que, en cambio, las moscas ilesas “hicieron intentos mínimos para escapar al verse expuestas a una superficie de 38 grados centígrados”.
Neely explicó: “Después de sufrir una lesión grave, los insectos se vuelven hipersensibles e intentan protegerse durante el resto de sus vidas. Es una reacción intuitiva genial”.
“El cuerpo de la mosca envía mensajes de ‘dolor’ que pasan por las neuronas sensoriales hacia el cordón nervioso ventral, su versión de nuestra médula espinal. Ese cordón nervioso tiene neuronas inhibidoras que actúan como ‘compuertas’ y que, dependiendo del contexto, facilitan u obstruyen la percepción dolorosa. Sin embargo, después de una herida, el nervio dañado vuelca toda su carga en el cordón nervioso y acaba para siempre con las neuronas inhibidoras. En el momento en que el resto del cuerpo se queda sin esos frenos, el umbral del ‘dolor’ se modifica y ocasiona que los insectos se vuelvan híper vigilantes”.
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El científico aclaró que cuando los humanos pierden esos mismos “frenos”, el resultado es el dolor crónico, de manera que esclarecer los mecanismos del dolor crónico en las moscas de la fruta nos permite entender mejor este trastorno en los humanos. “Todos los datos de nuestro estudio sobre el ‘dolor’ neuropático en las moscas apuntan a que la desinhibición central es crucial, y la causa subyacente del dolor neuropático crónico”, afirmó Neely.
Según cálculos, más de 20 por ciento de los adultos estadounidenses sufre de algún tipo de dolor crónico.
Por supuesto, debido a que los modelos animales no son una simulación exacta de lo que ocurre en los humanos, se necesita mucho más que los hallazgos de esta investigación para desarrollar algún tratamiento. Y, además, porque llevar nuevos medicamentos al mercado requiere de un proceso muy largo: a decir del sitio drugs.com, el promedio es de 12 años.
Pese a todo, Neely no pierde la esperanza: “Si, en vez de tratar los síntomas, logramos desarrollar medicamentos o nuevas terapias con células madre dirigidas a reparar la causa subyacente, muchas personas resultarían beneficiadas”.