Bill y Hillary fueron la pareja política más poderosa de la era moderna. Hoy ofrecen giras de conferencias a precios de rebaja y reflexionan sobre lo que pudo haber sido.
UNA TARDE, a principios de este año, un viejo amigo y asesor de Bill y Hillary Clinton se sentó con el expresidente estadounidense para almorzar en un tranquilo restaurante de Manhattan. Bill, señala el amigo, se veía más delgado y más cansado de lo que había estado en algún tiempo. Actualmente tiene 72 años y han pasado 15 desde su cirugía a corazón abierto y las complicaciones derivadas de ella. Se encontraba, dice el amigo, “un poquito triste, y un tanto furioso”.
La contienda por la Casa Blanca en 2020 ya estaba en marcha, y muy pocos participantes de la cada vez más amplia camada de contendientes demócratas le habían llamado por teléfono o le habían pedido que les contara cómo es encabezar una campaña presidencial. Muchos de los contendientes parecían inclinarse hacia la izquierda para satisfacer al ala progresista del partido “y el enfurecido Twitterverso”, como lo denomina el acompañante de Bill en su almuerzo. “La mente política de este tipo sigue siendo muy aguda; una de las más agudas del partido, y le preocupa que [el Partido Demócrata] pueda estar desperdiciando la oportunidad que tiene de derrotar a Trump el año próximo”. Aquí es donde entra la furia. ¿Y la tristeza? “Él se da cuenta de que, políticamente, está en el exilio y que, en cierta medida, Hillary también lo está. Son tiempos difíciles para ambos”.
Por razones políticas y personales, Bill y Hillary, la pareja más poderosa de la era moderna en la política estadounidense, permanecen al margen mientras se desarrolla uno de los ciclos electorales más importantes para los demócratas. Para los Clinton, este es el año en que el “hubiera” se vuelve especialmente doloroso. Apenas 80,000 votos en tres estados tradicionalmente demócratas les impidieron volver: recuperar la Casa Blanca, con Hillary ahora como el “pez gordo”, y recobrar el liderazgo de su partido.
Ambos han sido marginados por razones obvias. La política demócrata ha cambiado marcadamente desde que los Clinton gobernaban Washington. Los éxitos económicos de esa era tenían sus raíces en políticas centristas: un presupuesto equilibrado (establecido por mutuo acuerdo con los republicanos) y un compromiso con el libre comercio, ejemplificado por la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte por parte de Bill. Ahora, en ambos partidos no hay muchos votantes que apoyen dichas políticas. Como presidente, Bill firmó un proyecto de ley de combate al crimen que, con el paso del tiempo, produjo una reducción en los índices de criminalidad. Sin embargo, los progresistas afirman que dicha ley fue parcialmente responsable del incremento en los índices de encarcelamiento de afroestadounidenses y latinos desde que fue aprobada.
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Desde luego, nada de esto forma parte fundamental del exilio de Bill. En la era del #MeToo, lo personal se ha convertido en lo político. Y su historia como casquivano, antes de la Casa Blanca y durante su presidencia, ha dejado de ser defendible para muchos demócratas.
Cuando Hillary insistió, en una entrevista transmitida en televisión nacional el año pasado, en que la aventura amorosa de su esposo con la becaria de la Casa Blanca Mónica Lewinsky no fue “un abuso de poder” porque “ella era una persona adulta”, la prensa reaccionó ferozmente. Según tres amigos de los Clinton entrevistados para este reportaje (a quienes se les garantizó mantener su anonimato para que pudieran hablar libremente), el furor tuvo “un profundo efecto depresivo” en la pareja y en todos los que los rodean y que aún los aprecian y los apoyan.
“Fue simplemente terrible”, dice uno de los amigos. “A Bill lo hizo recordar los malos tiempos, y mostró una vez más que Hillary simplemente no tiene capacidad de maniobra política. No pudo haber sido peor”.
Hasta ese punto, había sido un secreto a voces en el mundo de Clinton que al menos Hillary consideraba la posibilidad de postularse una vez más para la presidencia, aunque cuán seriamente lo hacía es motivo de debate. A ella la había instado Bill, de acuerdo con dos fuentes cercanas a ellos, quien estaba convencido de que derrotaría a Donald Trump en la revancha.
Para ambos, “Trump había sido previsiblemente terrible. Sentían que, aún con una economía relativamente buena, era muy vulnerable”. Y muchos demócratas aún querían hacer historia eligiendo a una mujer, además de que Joe Biden y Bernie Sanders (cuyos partidarios se habrían enfurecido si Clinton se postulara una vez más) obviamente no encajaban en esa plataforma.
“¿Querían venganza? Por supuesto”, afirma un antiguo asesor de alto nivel. Ya fuera por teléfono o en el ocasional cónclave en la casa de la pareja, ubicada en Chappaqua, Nueva York, Hillary hablaba superficialmente de la idea con asesores cercanos, entre ellos, la antigua jefa del Estado mayor Cheryl Williams, la directora de la campaña presidencial de 2008, Maggie Williams, y el asesor de campo Philippe Reines.
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Algunos se mostraron menos entusiastas que otros. Más o menos durante el primer año después de ser derrotada por Trump, Hillary se sintió un tanto aislada de la ira que muchos líderes demócratas sentían hacia ella. Ese resentimiento era un tema que Bill no tocaba, aunque lo conocía debido a sus interminables sondeos de su red nacional de contactos en el partido. Las encuestas públicas o los índices de aprobación tampoco eran muy alentadores. En una encuesta de Gallup realizada en el otoño de 2018 ella obtuvo apenas 36 por ciento.
Si alguna vez hubo una esperanza de que Hillary pudiera enfrentar de nuevo a Trump, su defensa de la conducta de Bill con Lewinsky acabó con ella. La mujer que, de alguna manera, perdió en 2016 “ante un pez payaso anaranjado”, como escribió la columnista de The New York Times Maureen Dowd, estaba tan acabada como su marido. En la mayor parte, si no es que en toda “Hillarylandia”, se produjo un gran alivio. “Probablemente fue la decisión correcta”, dice el exgobernador de Pensilvania Ed Rendell, quien desde hace mucho tiempo es aliado de los Clinton.
Aun así, por razones que confunden a algunos de sus amigos, los Clinton sienten la necesidad de estar en el ojo público, de hacerse escuchar. Consideremos la gira, recientemente concluida, denominada “Una tarde con los Clinton”, en la que ambos recordaban sus tiempos en Washington. Comenzó el otoño pasado en un estadio deportivo de Toronto, un amplio lugar más apropiado para un concierto de Beyoncé que para un recorrido político por el camino de los recuerdos. Había un gran número de asientos vacíos y grandes secciones del estadio se hallaban ocultas tras cortinas. Los boletos se vendían lentamente y los promotores tuvieron que reducir los precios a la mitad. Toda la tarde fue una debacle y la gira se pospuso.
Pero no se canceló. Los organizadores contrataron lugares más pequeños para la primavera, bajaron los precios, y los Clinton se presentaron de nuevo: 13 paradas en todo el país, y concluyeron el 4 de mayo en Las Vegas respondiendo preguntas ligeras de factótums como el antiguo asesor político Paul Begala o de famosos, como el comediante Jordan Klepper, quien, inexplicablemente, fue elegido como el anfitrión del evento realizado el 27 de abril en Washington, D. C.
La mayor parte del programa está dedicado a dar brillo a su legado: lo inteligentes que fueron; la forma en que querían unir y no dividir, cómo hicieron crecer la economía para todos y no solo para los ricos. Hablan sobre cómo pusieron fin a la guerra en Bosnia en la década de 1990. “¡Bill, esto aburre!”, gritó un espectador en el evento de Nueva York antes de ser expulsado del Teatro Beacon.
PAREJA CON DESCUENTO
Desde luego, la mayoría de las personas que acuden a verlos aún los adoran; los Clinton ya ni siquiera tienen el suficiente arrastre para provocar manifestaciones en su contra. Las multitudes que acuden a la gira aplauden prácticamente todo lo que ellos dicen. Sin embargo, la pequeñez de los lugares, muchos de los cuales tampoco se llenan, y la rebaja en los precios hablan del muy real costo que ha tenido el exilio para los Clinton. Más allá de la recién concluida gira, sus honorarios por conferencias se han desplomado. Tras dejar su puesto como secretaria de Estado, pero antes de declarar su candidatura en 2016, Hillary solía ganar 200,000 dólares por conferencia. En 2014, habló en ocho diferentes universidades y ganó 1.8 millones de dólares.
Esto ya no es así. El director de una prominente agencia de oradores públicos, que no quiso ser citado oficialmente, afirma que los honorarios de Hillary se han reducido drásticamente, en particular después de que un par de eventos en universidades después de 2016 (en los que se le pagaron hasta 300,000 dólares) provocaron un duro contragolpe. Desde entonces, sus honorarios han sido de tan solo 25,000 o 50,000 dólares por evento.
Debido al clima político actual, Bill no realiza muchos eventos en solitario dentro de su país, aunque puede pedir hasta 200,000 dólares o más en eventos en el extranjero. Simplemente no los hace con mucha frecuencia porque, de acuerdo con un asociado, no está físicamente “a la altura”. De 2001 a 2015, justo antes de que Hillary declarara su candidatura, los Clinton ganaron más de 150 millones de dólares en honorarios por conferencias. “Esos días se han ido”, dice el asociado.
La Fundación Clinton, que es la unidad filantrópica que Bill estableció después de su presidencia, también ha caído en desgracia ahora que no hay posibilidades de que los Clinton vuelvan al poder. Las declaraciones de impuestos federales muestran que las donaciones de 62.9 millones de dólares en 2016 cayeron a 26.5 millones un año después. Los críticos republicanos alegaban con frecuencia que la fundación era un ardid de “pagar por jugar” mientras Hillary era secretaria de Estado y, luego, aspirante presidencial. Pero esas acusaciones políticas se han vuelto tan irrelevantes como los Clinton mismos, aun cuando el desplome de las donaciones indica que muchos antiguos donadores sí pudieron haber buscado adquirir influencia.
SOMBRAS DE IRRELEVANCIA
De los dos, Hillary es quien mantiene un perfil público más alto. Todavía concede entrevistas selectas para la televisión y pronuncia algunas conferencias en solitario. Varios amigos suyos señalan que hubo un tiempo, después de la elección de 2016, en el que no sabía en qué medida debía retomar el contacto con el público, o si debía hacerlo en absoluto. Hubo, y aún persiste, un considerable sentimiento entre los demócratas incondicionales de que la mujer que perdió una elección ante Trump simplemente debía retirarse. Varios amigos, entre ellos la expresidenta del Comité Nacional Demócrata Donna Brazile, ayudaron a convencerla para salir de la desesperación. Brazile dice que instó a Hillary “a elegir su momento, a que hablara y se manifestara”.
Ella lo ha hecho y, en contraste con Bill, le agrada que varios de los contendientes demócratas actuales hayan buscado su consejo para la campaña de 2020. Entre ellos se incluyen todas las principales candidatas: las senadoras Kamala Harris, Elizabeth Warren, Amy Klobuchar y Kirsten Gillibrand, así como el ex vicepresidente Joe Biden, entre otros. Jennifer Palmieri, quien se desempeñó como directora de comunicaciones de Hillary en 2016, señala que espera que esta tenga una presencia “muy visible” mientras se desarrolla la campaña de 2020. “Ella tiene mucho que aportar y mucho que decir, tanto en privado [a otros candidatos] como en público”.
Amigos de los Clinton señalan que Hillary se ha sentido “reconfortada” por la cantidad de simpatía que obtiene de los votantes con los que se encuentra. “Es posible que los profesionales políticos aún estén enfadados porque perdió y piensen que debe mantenerse lejos de los reflectores”, dice Joe Lockhart, quien fue secretario de prensa de Bill cuando este era presidente. “Pero muchas personas votaron por ella con entusiasmo, y se lo han recordado. Sigue siendo una importante voz en la política estadounidense”.
UN MATRIMONIO MISTERIOSO
Al igual que cualquier otra historia sobre los Clinton, particularmente si esta se refiere a su exilio, hay preguntas sobre su incesantemente analizado matrimonio. Hillary pasa la mayor parte de su tiempo en Chappaqua; han quedado atrás los días de largas y solitarias caminatas en el bosque, y Bill se encuentra allí con mucha frecuencia. Si se pregunta a sus amigos cómo les va a los Clinton en su vida privada como pareja, usualmente evitan responder. “No soy psiquiatra. No voy a responder”, señala uno de los más antiguos asesores de alto nivel de Bill. Lo más probable es que la verdad sea esta: son como han sido. A pesar de los escándalos personales y de las decepciones políticas, “ellos son socios”, señala el antiguo asesor. “Siempre lo han sido”.
Sin embargo, hay momentos discordantes. En el Salón de las Hijas de la Revolución Estadounidense, donde se llevó a cabo el evento de “Una tarde con los Clinton”, en Washington, Bill, en medio de un discurso sobre el estado actual de las cosas en la política, dijo: “Hay muchas personas muy inteligentes y decentes que participan en los mítines de ‘Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande’. Personas que se sienten atrapadas en el estancamiento económico, en la insignificancia social y en el desempoderamiento político”.
Hillary estaba sentada junto a él cuando lo dijo. No se aludió a su tristemente célebre mención de los partidarios de Trump como “un conjunto de personas deplorables” e “irremediables” durante su campaña, el momento que, según muchos de sus asesores, le costó la elección, sin importar la intervención de Rusia. Hillary ni siquiera se tomó la molestia de hacer campaña en Wisconsin durante la elección general, aunque, de acuerdo con un amigo de mucho tiempo, a Bill le preocupaba la cantidad de letreros de “Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande” que había visto ahí mientras hacía campaña a su favor.
Fue un momento sorprendente. Desde luego, Bill tenía razón. Antiguos asesores del presidente señalan que lo enfurecía mucho que la campaña de Hillary no sintiera la necesidad de atraer a las personas de raza blanca y de clase trabajadora que, en muchos aspectos, fueron la base política del expresidente durante sus dos exitosas contiendas presidenciales. El hecho de que acabaran eligiendo a Trump “fue simplemente mortal”, señala un amigo.
¿Acaso Bill hizo el comentario sobre las “personas inteligentes y decentes” para restregárselo en la cara a Hillary y a sus antiguos asesores de campaña? ¿Acaso no sabía cómo sería percibido ese comentario? Hillary no reaccionó de una forma ni de otra; la conversación simplemente siguió adelante. Más tarde, mencionó, como lo había hecho en varias de esas “conversaciones” vespertinas, que le habían “robado” la elección, en lo que era una referencia a la intervención rusa. El público aplaude con entusiasmo. Los dos Clinton asienten.
Ambos son famosos por su inteligencia. Uno tenía carisma político, pero el otro decididamente carecía de él. Ahora sus carreras políticas han terminado, y quizá sea más fácil para ellos decir que una malévola fuerza extranjera fue la causa de su derrota. Sin embargo, Bill dijo una verdad evidente: insultar a los votantes que necesitas únicamente te llevará al exilio.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek