En su nuevo libro, “Once a Wolf”, un pionero de la genética explica cómo fue que un animal salvaje se convirtió en el mejor amigo del hombre.
“Debemos nuestra supervivencia a los perros. Y ellos nos deben la suya”.
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Eso escribe Bryan Sykes, profesor de genética humana en la Universidad de Oxford, exitoso autor, y experto en humanos, cánidos y la historia que comparten. En su libro más reciente, Sykes se sumerge en el ADN y el registro fósil para explicar el árbol genealógico de nuestros perros.
Para el científico, no es simplemente otra versión de la conocida historia de la “domesticación” de un feroz cazador carnívoro transformado en mascota doméstica. “También describo el otro lado de la ecuación: cómo fue que nuestra propia especie, igual de agresiva y carnívora, forjó una relación especial con lo que, en apariencia, es un aliado de lo más improbable”.
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Sykes sugiere que esa relación permitió que nuestros antepasados conquistaran otras especies humanas y terminaran dominando el planeta. Si bien reconoce que hay contadas evidencias científicas directas sobre la manera como humanos y lobos aprendieron a colaborar, el genetista dice estar “seguro de que algo importante debió ocurrir en el Paleolítico superior para explicar que hayamos supervivido a expensas de los neandertales”.
Sykes habló con Newsweek sobre la coevolución del hombre y su mejor amigo.
—¿Hace cuánto que humanos y cánidos han formado equipo?
—Desde hace 30,000 años, si no es que más.
—El vínculo perro-humano trasciende la genética.
—Lo más interesante de este tema es ese vínculo místico entre perros y humanos. La ciencia ha empezado a explicar algunos de los mecanismos que intervienen, pero eso no demerita el misterio esencial.
“Hay semejanzas sorprendentes en la organización social de las manadas de lobos y de los grupos humanos. Ambas especies eran cazadores capaces de interpretar una situación, aunque los lobos lo hacían mucho mejor. Los propietarios de mascotas aseguran que sus perros saben lo que están pensando; por ejemplo, que es hora de salir a dar un paseo. Eso es un legado de la relación cazador-presa. Es necesario que un lobo pueda captar pequeñas pistas conductuales para seleccionar al miembro más débil de una manada. Y en eso se fundamenta la observación de que los perros saben lo que están pensando sus propietarios”.
—¿Qué han revelado los adelantos de la ciencia del ADN acerca de los antepasados de nuestros perros?
—Muchas cosas. Primero, la genética ha eliminado toda duda de que los perros evolucionaron exclusivamente de los lobos. Segundo, la inmensa diversidad en el tamaño y aspecto de los perros es consecuencia de cambios en un puñado de genes. Tercero, investigaciones recientes sugieren que la sociabilidad, un rasgo genético humano, está presente también en los perros domesticados, mas no en los lobos, y eso apunta a que la “camaradería” de los perros evolucionó a partir de una selección deliberada.
—Escribe que, desde la perspectiva genética, no existe una raza canina “pura”. Imagino que muchos propietarios se sentirán escandalizados.
—Es falso que las razas puras sean genéticamente idénticas. Todas las razas surgieron de una mezcla previa de razas, y estas descendieron de los lobos. Es por eso que, por ejemplo, las razas “cerradas” siguen manifestado características individuales muy distintas, aun cuando el estándar de raza defina un aspecto uniforme.
—Muchos se asombrarían de saber que no le gustan los perros. ¿Cambió de opinión mientras escribía este libro?
—Es verdad. Los perros no son lo mío, pero esa indiferencia me permitió ser imparcial. No obstante, durante el proceso de investigación y preparación del libro, empecé a admirar las múltiples cualidades de los perros. Por ejemplo, su absoluta lealtad a los propietarios, y la increíble intensidad del vínculo que comparten.