La filósofa estadounidense habla sobre cómo purificar la ira pública que domina la conversación política de su país, y cómo hallar esperanza en la era Trump.
EN UN GLAMOROSO evento realizado en diciembre en la Biblioteca Pública de Nueva York, en Manhattan, un gran número de celebridades internacionales, como la princesa Beatrice de York, la modelo Karlie Kloss, David Rockefeller, Wendi Deng Murdoch y Kerry Kennedy, entre otros, se reunieron para honrar a lo más parecido a una estrella de rock que hay en la filosofía: Martha Nussbaum. El elegante objeto de su admiración era ovacionado en la tercera gala anual del Premio Berggruen; el galardón, que incluye un estímulo económico de un millón de dólares, se otorga a “pensadores cuyas ideas nos han ayudado a encontrar una dirección, adquirir sabiduría y mejorar la comprensión de nosotros mismos en un mundo que se transforma rápidamente como consecuencia de los profundos cambios sociales, tecnológicos, políticos, culturales y económicos”.
Nussbaum, de 71 años, filósofa moral y catedrática de derecho en la Universidad de Chicago, es una apasionada de la justicia y de la forma en que esta influye en el ámbito personal y político. Pero sus intereses van más allá de la teoría: está comprometida a utilizar la filosofía para mejorar el vocabulario mismo del discurso público. Nussbaum ha escrito cinco importantes libros acerca del tema. El más reciente de ellos, The Monarchy of Fear (La monarquía del miedo), es una interesante reflexión sobre nuestra crisis política actual desde la perspectiva de las emociones, es decir, de la forma en que la furia, el asco y la envidia se han usado desde la antigüedad para dividir a las personas.
Nussbaum desmiente los ataques contra los académicos modernos, según los cuales, estos últimos están más allá de la refriega política, viviendo en torres de marfil, debido quizás a que obtiene su información de las viejas glorias de la filosofía. “Los grandes pensadores de la tradición antigua no estaban desligados de los problemas políticos”, dice. “Séneca era regente del emperador romano Nerón, y trataba de evitar que este hiciera cosas terribles. No había manera de escapar a la realidad política”.
El miedo ha dominado la conversación política en Estados Unidos por más tiempo del que Trump ha ocupado la presidencia. Pero el ruido que ha producido se ha vuelto más ensordecedor y debilitante en los últimos dos años. Si bien Nussbaum es experta en poner el miedo en contexto, así como en articular la manera en que se utiliza como una estrategia política, ella, al igual que nosotros, estamos igualmente interesados en cómo dejarlo atrás. Con el alza en los crímenes de odio y con los rumores cada vez más difundidos sobre someter al presidente a un juicio político, es posible que no haya ninguna preocupación más urgente.
A continuación, presentamos una conversación con Martha Nussbaum sobre cómo “purificar” la ira y hallar una esperanza en la era de Trump.
—En Monarchy of fear, usted escribe sobre la epifanía que tuvo la noche en que Trump fue electo como presidente en 2016.
—Estaba en Japón, lejos de mis amigos e incapaz de expresar mi molestia y mi temor de la manera usual, hablando con ellos y abrazándolos. Sentía un nudo en el estómago mientras iban surgiendo las noticias. Ya sabía que el electorado estaba dividido, así que, ¿por qué me sentía tan aterrada? Me di cuenta de que las personas se sentían así en todas partes. Un poco de miedo puede ser positivo, pero esto era una corriente de emociones que impedía que las personas se reunieran y hablaran unas con otras sobre lo que debían hacer para resolver los problemas de la nación.
—¿Cómo define usted el miedo?
—Es la emoción más primitiva, y es la primera que siente un bebé al llegar a este mundo tan doloroso, pues necesita desesperadamente alguien que le proteja. Más adelante en la vida, cuando nos sentimos indefensos, el miedo hace que convirtamos a otras personas en chivos expiatorios. En lugar de solucionar los problemas, decimos, “Oh, todo es su culpa; esas mujeres o esos inmigrantes infestan nuestro país”. En lugar de realizar protestas útiles o desarrollar soluciones constructivas, nos enfurecemos contra esos objetivos a nuestro alcance.
El miedo también está detrás del asco, una reacción visceral contra nuestra propia mortalidad y animalidad: heces, fluidos corporales y demás. Esto es verdadero en todas y cada una de las sociedades; proyectamos nuestro asco contra un subgrupo o casta racial o de género. Una gran parte de la subordinación y la discriminación social consiste en adscribir una hiperanimalidad a otros grupos y usarla como excusa para subordinarlos aún más. Y nos sentimos mejor con nosotros mismos; nosotros somos los ángeles y ellos, los animales.
Las mujeres, con sus periodos menstruales y sus partos, siempre han sido blanco de estos ataques en todas las culturas. Han llegado a ser la representación de un cuerpo asqueroso. Está el perdurable tropo del racismo, según el cual las personas de raza negra son más animales. Y los judíos eran comparados frecuentemente con insectos; la Metamorfosis de Kafka trata de cómo un hombre de repente se convierte en cucaracha.
El asco es algo que surge cuando nos sentimos indefensos o temerosos. De repente, encontramos a personas que hablan en formas a las que creíamos haber renunciado. Veamos, por ejemplo, a Trump, que llama “cagaderos” a las naciones africanas y considera a los inmigrantes como una plaga, como si fueran insectos.
¿Qué hay detrás del asco que sentimos actualmente hacia las mujeres? Los hombres se sienten furiosos con las mujeres porque estas no hacen lo que se supone que deberían hacer, es decir, apoyar a los hombres. Están en el lugar de trabajo reclamando sus propios derechos y, con frecuencia, superan a los hombres. Se atreven a presentar acusaciones de agresión y acoso sexual. ¡Se están portando mal! Y así, el deseo de doblegarlas por ser asquerosas se vuelve muy poderoso.
Pero estamos en una nueva era. Mi propia senadora, Tammy Duckworth, veterana de la guerra de Irak y amputada, quería llevar a su segundo hijo al piso del Senado. No han cambiado las reglas para permitir [explícitamente] amamantar en ese lugar, pero esto sí ha ocurrido en otros países. En Nueva Zelanda, la primera ministra dio a luz a un bebé y convirtió el hecho de amamantar en un asunto de gran importancia.
En todo Estados Unidos hay mujeres que tienen un buen desempeño, y muchos, muchos hombres que entienden que no se trata de “nosotros contra ustedes” y que han crecido en forma diferente, que entienden lo que significa tratar a una mujer con respeto. Hay tantos de ellos que pienso que los misóginos son una especie en extinción.
Hay una tendencia en la izquierda a culpar a los conservadores por difundir su retórica de miedo.
El miedo exige creer que uno puede ser lastimado, y esto puede ser manipulado fácilmente mediante la retórica. Sin embargo, la retórica irresponsable no solo pertenece a la derecha, sino que ocurre todo el tiempo. Y existen muchos conservadores responsables. [En Monarchy of Fear], comparo a Trump no con algún demócrata sino con George W. Bush, quien después del 11/9, fue muy cuidadoso y responsable en el uso de su retórica. Dijo que atraparíamos a los criminales que habían hecho eso, pero que no íbamos a satanizar a toda una religión o a un pueblo. No apruebo todo lo que le hizo, pero fue un custodio responsable de la emoción pública.
—¿Puede dar algunos ejemplos de líderes que hayan tenido un desempeño particularmente bueno en este sentido?
—El presidente Franklin Delano Roosevelt (FDR) fue un custodio sorprendentemente cuidadoso y responsable de la emoción pública. FDR sabía que los estadounidenses suelen pensar que si los pobres sufren, es culpa de ellos. La actitud de la clase dominante era “bueno, son unos holgazanes que provocan ellos mismos su sufrimiento”. Comprendió que Estados Unidos necesitaba una nueva actitud emocional hacia los pobres, y se propuso mostrar que los pobres son personas dignas que merecen respeto. Sufren no debido a una mala conducta o a la pereza, sino debido a algún cataclismo no provocado por ellos mismos.
Roosevelt incluso empleó a artistas para que le ayudaran a comunicar esta idea a través de su New Deal [programas y proyectos introducidos durante la Gran Depresión]. Dorothea Lange, por ejemplo, tomó algunas de las fotografías más inquietantes de la pobreza en Estados Unidos. John Steinbeck escribió en esa misma vena. Fue algo importante.
Martin Luther King Jr. es mi modelo en cuanto a mi forma de pensar sobre la ira pública. Sus problemas como custodio fueron muy diferentes; tienen que ver con la manera de dar forma a las emociones dentro de su propio movimiento, así como ante el público en general. Lo que digo es que la ira tiene una parte de protesta, cuando uno dice que se ha cometido un terrible error y que no debemos permitir que esto ocurra de nuevo. Pero también tiene una parte de retribución, donde la intención es infligir dolor a las personas que nos lo provocaron. Encontró que este camino es inútil porque no mira al futuro ni es radical, no es más que una forma fácil de actuar.
Después dijo, “¿Qué hacemos cuando las personas con ira se integran al movimiento?” Afirmó que su ira tenía que ser purificada, canalizada y enlazada con emociones distintas, como la esperanza, la fe en la posibilidad de la justicia y, sobre todo, el amor. Ni siquiera es necesario que esas personas te agraden, pero debes tener una buena voluntad básica hacia su humanidad y su capacidad de realizar buenas acciones. Debes tener la sensación de que siempre es posible que las personas escuchen y cambien. Al mirar hacia fuera, hacia el cuerpo blanco, diría, “bien, nos dejaron con un cheque incobrable, que nos fue devuelto con el sello de ‘fondos insuficientes’, pero siempre pueden saldar su deuda”.
Esa es una maravillosa manera de dar forma a la emoción pública en las situaciones políticas más peligrosas y difíciles de Estados Unidos. Si él no hubiera tenido ese elevado y poético poder retórico, todo el país pudo haber ardido hasta sus cimientos. Es muy importante que él haya vivido.
—Usted escribe sobre la importancia de la confianza por una democracia funcional. ¿Podría decirnos más al respecto?
—Si una persona vive en una monarquía absoluta y el monarca solo exige sumisión y obediencia ciega, es posible contar con lo que el monarca hará. Pero contar con algo es distinto de confiar en algo.
Confiar significa algo más; es la disposición a exponerte y permitir que tu proyecto y tu futuro estén en manos de otra persona. Pensemos en un matrimonio fracasado. Si alguien gobierna mediante el miedo, puedes contar con que esa persona tendrá una conducta brutal, pero no confiarías en esa persona.
Una democracia depende de la idea de que tus esperanzas y tu futuro están en manos de personas a las que no conoces. Se tomarán decisiones equivocadas, y tu opinión no siempre habrá de ganar, pero confiamos en que, por lo general, el resultado será algo con lo que podamos vivir. Y esto exige respeto por las personas que están del otro lado, aun cuando pensemos que están haciendo algo mal.
Sin embargo, es algo más que respeto; la confianza implica permitirte ser vulnerable, no ocultar el resultado y permitir que se quede ahí, en la urna. Es una gran exigencia que requiere una cierta actitud hacia el proceso político. Los ataques del presidente Trump contra este proceso me provocan una gran consternación. Tenemos muchas pruebas de que los fraudes cometidos por votantes no son ningún problema, pero insistir constantemente en ellos es algo muy negativo. Lo mismo vale para los ataques de Trump contra los medios de comunicación. Necesitamos creer que las noticias, o al menos muchas de ellas, son verdaderas, y necesitamos contar con esto para que el proceso político funcione.
—¿Qué hay de la derecha cristiana y su apoyo a la retórica excluyente de Trump?
—La religión puede ser una muy poderosa fuente de esperanza, y algunos evangélicos cristianos se han defendido contra ese tipo de retórica. ¿Recuerdas cuando Obama pidió el apoyo de los evangélicos durante su campaña presidencial? Recibió ataques por ello, pero hizo lo correcto. No es deseable excluir a un segmento del público. Es necesario decir que no hay lugar para una retórica de odio en Estados Unidos.
—¿De qué manera la esperanza es un antídoto contra el miedo?
—Generalmente, se considera a la esperanza como lo opuesto al miedo, y en cierta forma lo es. Pero lo que señala la tradición filosófica es que ambos son muy similares: ambos exigen que el resultado, que es muy incierto, sea algo significativo e importante para nosotros.
Los estoicos [seguidores de una filosofía helenista fundada en el siglo III a. C.] nos enseñaron a dejar de preocuparnos por lo incierto y a centrar todas nuestras preocupaciones en nosotros mismos. Si fuéramos unos estoicos integrales a los que solo nos importara nuestra propia razón y voluntad, entonces no tendríamos miedo ni esperanza. Esa fue una reacción natural en el mundo en esa época, porque muchos gobiernos se estaban transformando rápidamente en tiranías. Sin embargo, no dejaba de ser una mala reacción. Si alguien piensa, al igual que yo, que es importante amar a otras personas, o a nuestro país, o las cosas que están fuera de nuestro control, entonces tendremos ambas cosas: miedo y esperanza.
Cicerón fue un estoico que amaba a la República romana y luchó a muerte por ella. En un momento dado, lloró la muerte de su hija y la de la República. Sus amigos le dijeron que debería detenerse y comportarse como un verdadero estoico, y él les dijo, “No, estas son cosas importantes y debo entristecerme”. Así es como creo que deberíamos seguir su ejemplo, ¡pero sin ser liquidados por asesinos políticos! Él arriesgo el cuello, de forma bastante literal, ante el ataque de los asesinos.
—Sin embargo, la esperanza no es cuestión de probabilidades, ¿cierto?
—Cierto. Quizás tengas a un familiar en el hospital y la probabilidad de que el resultado sea positivo no es muy buena, pero aún puedes tener esperanzas. Por otra parte, las probabilidades podrían ser muy buenas, pero aun así, tú podrías tener miedo y sufrir una ansiedad paralizante.
Sin embargo, la esperanza no es solo una emoción; es un síndrome ligado a la acción. Adrienne Martin, una importante filósofa joven, escribió un muy buen libro al respecto: How We Hope: A Moral Psychology (Cómo tenemos esperanza: Una psicología moral). Ella señala que la esperanza es una forma de mirar una situación con la disposición de actuar. Si tienes miedo, la tendencia es a huir y esconder la cabeza. Pero la esperanza es: voy a involucrarme y a tratar de hacer que este buen resultado sea más probable.
La esperanza nos da energía. Nos lleva a postularnos a un cargo público o a apoyar a un candidato. No lo haríamos si estuviéramos paralizados por el miedo y la desesperación. Es algo que podemos hacer mediante hábitos de mente y corazón que hacen que sea más probable que tengamos esperanza en lugar del síndrome del miedo.
—¿Cuáles son algunos hábitos prácticos para tener esperanza?
—Todos deben encontrar su propia forma. Podría consistir en participar en la política, unirse a un movimiento de protesta o practicar una religión. Ciertamente, en Chicago, donde vivo, las iglesias de personas de origen afroestadounidense son un centro de esperanza para la comunidad. Mi sinagoga está orientada a la justicia social; la idea es que cada persona pueda hacer algo por la comunidad; tenemos huertos y cosechamos fruta fresca para los pobres.
Una gran constante son las artes, que son importantísimas escuelas de esperanza. Cualquiera que sea la obra, aun si es realmente sombría, los artistas no llevan a examinar el interior de las personas en una forma que no está llena de asco, que nos lleva a adquirir una comprensión más profunda.
Pronto comenzaré a impartir un curso sobre la obra “Death of a Salesman” (La muerte de un vendedor) de Arthur Miller. Es una obra aterrorizante sobre Estados Unidos y la destrucción del sueño americano, pero revela algo de nuestra propia comunidad y de nuestra propia gente que quizás no hayamos comprendido. Los artistas consideran que los seres humanos tenemos grandes capacidades; no consideran a las personas como herramientas, y esa actitud fomenta hábitos de esperanza.
Lo mismo ocurre con la filosofía. La educación en las artes liberales es una estupenda escuela de ciudadanía debido a que tiene la parte imaginativa al igual que la parte socrática. La filosofía socrática te lleva a un modelo de debate racional y respetuoso. Si estás en una clase de filosofía, no vas a gritarle a nadie; vas a desmenuzar su argumento y a tratar de averiguar cuáles son sus premisas, si estas premisas llevan a la conclusión y, si no es así, qué fue lo que salió mal. Adquieres el hábito de las deliberaciones racionales y respetuosas, y esa es una importante práctica de la esperanza.
—Usted habla del debate racional. ¿Cómo podemos volver a él?
—Actualmente desarrollo un curso nuevo titulado “Teorías contradictorias de la justicia y la ley”, para estudiantes polarizados. Quiero darles un espacio seguro para que puedan discutir juntos. Se les presentarán teorías conservadoras, libertarias, liberales y más radicales, y se preguntarán en qué parte del debate encajan. Esa es una de las cosas más esperanzadoras: un salón de clases donde las personas con grandes diferencias puedan hablar con amistad y civilidad por encima de tremendas divisiones.
Impartiré este curso junto con colegas conservadores, y esto es importante porque podría hacer que algunos estudiantes eligieran un curso que, de otra manera, no considerarían estudiar. Suelen aprobar o desaprobar algo mediante su presencia o ausencia, y polarizarse. Nuestra Facultad de Derecho es única entre las escuelas de Derecho más importantes debido a que tenemos la mayor proporción de estudiantes religiosos muy conservadores. Si eres mormón o cristiano evangélico no serás marginado ni vilipendiado como lo serías en Harvard o Yale.
—¿Una última idea para superar el pesimismo o la apatía en estos tiempos tan difíciles?
—Pienso que debemos honrar a las personas, como Cicerón, que asumen riesgos, que están dispuestas a involucrarse y que no se protegen en exceso a sí mismas. La política es difícil y dolorosa, y las personas que participan en ella y lo hacen con gracia y alegría… esta es una de las cosas más importantes que cualquier persona puede hacer.
Para mí, la reacción cínica carece totalmente de atractivo. Los antiguos cínicos eran muy distintos de lo que actualmente significa el cinismo, que es pensar que nada es valioso. Si piensas, al igual que yo, que esta es la única vida que tenemos, si no es valiosa, ¿entonces hay algo que sí lo sea? El mundo tiene tantas cosas maravillosas y hermosas: las personas, la naturaleza, los animales. Espero que los jóvenes en particular hagan lo que puedan para preservar al planeta. Se requiere mucho trabajo si pretendemos permanecer en él.