La lucha por la provincia de Idlib, el último bastión importante de las fuerzas rebeldes sirias, es un preciado botín para el régimen de Assad… y para Irán.
El 18 de septiembre, un día después de que Rusia y Turquía acordaron crear una zona “desmilitarizada” entre el ejército del gobierno sirio y las fuerzas rebeldes en la provincia siria de Idlib, el Ministro de Relaciones Exteriores iraní Mohammad Javad Zarif saludó la iniciativa y la describió en un tuit como parte de una “diplomacia intensiva y responsable” para evitar el conflicto. Sin embargo, en la última parte de su publicación en Twitter, hizo énfasis en el compromiso de todas las partes para “combatir el terrorismo extremista”, dejando abierta la posibilidad de emprender futuras acciones militares en el área.
También por esos días, en una conversación telefónica, el líder de las fuerzas armadas iraníes dijo al ministro de defensa de Siria que el ejército de ese país debería combatir a los extremistas “con toda su fuerza”.
Como mínimo, esto fue un indicio de que, al menos desde el punto de vista de Irán, y podría decirse que también desde la visión del gobierno sirio, el acuerdo entre Turquía y Rusia había sido únicamente un recurso provisional, y que la batalla de Idlib, el último bastión importante de los rebeldes, se realizaría finalmente como lo fue la de Alepo. Batalla que llevó a la recuperación de esa ciudad por el régimen del presidente Bashar al-Assad en diciembre de 2016.
Evidentemente, Irán y Siria consideran a los grupos extremistas salafistas y wahabíes como una grave amenaza para su seguridad. Y, dada la presencia en Idlib de al menos 10,000 militantes de Hayat Tahrir al-Sham, grupo afiliado a Al-Qaeda, así como de cientos de combatientes del grupo Estado Islámico de Irak y Siria (ISIS, por sus siglas en inglés), ambas naciones emprenderán la guerra en esa provincia para expulsarlos.
De manera notable, han tomado ventaja estratégica de esos mismos grupos extremistas para justificar lo indispensable de una ofensiva plena. Según informes, el 24 de septiembre, el gobierno de Assad transfirió a más de 400 militantes de ISIS de la provincia oriental de Deir Ezzor, cerca de la frontera iraquí, a las afueras de Idlib.
Sin embargo, para Damasco y Teherán, la posible campaña para recuperar el control de Idlib es mucho más que combatir a los extremistas. Para Siria, la provincia es principalmente un asunto de soberanía e integridad territorial. A finales de septiembre, el Viceministro de Relaciones Exteriores de Siria reafirmó, en una entrevista con el diario Al-Watan, la determinación del gobierno de recuperar Idlib. “Lograremos la victoria en Idlib, y nuestro mensaje a las partes involucradas es bastante claro: entraremos a Idlib por la paz o por la guerra”.
Entre las “partes involucradas” está los rusos y los turcos. Con la mayor parte del territorio sirio del norte y el noreste bajo el control de los rebeldes suníes aliados de Turquía y de las fuerzas kurdas respaldadas por Estados Unidos, respectivamente, Idlib, en el noroeste de Siria, es la fruta que el régimen de Assad puede arrancar más fácilmente del árbol.
Y la posición geográfica de la provincia a lo largo de la frontera con Turquía ha hecho que su condición territorial se vuelva aún más importante, quizá causando temor dentro del gobierno de que el prolongado control ejercido por los rebeldes respaldados por Turquía, entre ellos el Frente de Liberación Nacional, formado en mayo de 2018, pueda dar como resultado un destino similar al de los Altos del Golán: capturados primero durante la guerra por Israel, y luego anexados de facto. Las aspiraciones entre algunos grupos rebeldes de establecer, con el apoyo de Turquía, una “república del norte de Siria” independiente en la provincia de Idlib que, casualmente, es del tamaño del Líbano, han avivado tales aprehensiones.
Irán, por otra parte, considera a Idlib como un elemento determinante de “profundidad estratégica” contra su archienemigo Israel. Puede decirse que la campaña aérea al israelí, que ha privado a las fuerzas respaldadas por Irán de la oportunidad de atrincherarse en Siria, se ha intensificado durante el año anterior. Más específicamente, la estrategia entró en una nueva fase “maximalista” después de que un dron, supuestamente armado y operado por la Guardia Revolucionaria de Irán desde la base aérea militar de Siria en la provincia de Homs, logró infiltrarse en el espacio aéreo de Israel en febrero. La fuerza aérea israelí interceptó el vehículo aéreo no tripulado, pero finalmente, perdió un F-16, una de las al menos ocho aeronaves enviadas como respuesta a los disparos de la defensa aérea siria. Tras este mortal incidente, Israel cambió su postura de defensa con respecto a la guerra civil en Siria, expandiendo la campaña aérea contra Irán a “cualquier parte de Siria”.
De cara a la ofensiva israelí contra las fuerzas iraníes, la recuperación de Idlib por parte del régimen de Assad proporcionará a la Guardia Revolucionaria y a sus aliados de las fuerzas libanesas de Hezbollah una mayor maniobrabilidad operativa y latitud en el oeste de Siria. Desde este punto de vista, la ventaja estratégica de Idlib es su ubicación en lo profundo del territorio sirio, por una parte, cerca de Turquía, y por la otra, cerca del bastión de Latakia, que, en conjunto, hacen que sea relativamente más difícil de alcanzar por Israel. Notablemente, para los ataques aéreos contra la base aérea siria al este de Homs, presuntamente un sitio de unidades de drones iraníes, ubicada más hacia el sur, los aviones de guerra de Israel tuvieron que usar el espacio aéreo de Jordania para entrar en Siria.
El control de Idlib también facilitará el acceso por tierra de Teherán hacia el Mediterráneo y su reconocimiento de los movimientos de Turquía cerca de la frontera siria. Esto tiene una considerable importancia estratégica para Irán, dado que este camino del norte, o “corredor” hacia el mar, ha sido obstaculizado por la presencia de fuerzas kurdas y turcas respaldadas por Estados Unidos.
A principios de este mes, el presidente ruso Vladimir Putin dijo que la zona desmilitarizada, programada para entrar en operaciones a partir del 15 de octubre, ya ha sido efectiva y que “no se esperan acciones militares de gran escala” en la región siria de Idlib. En sus propias palabras, “La acción militar por sí misma es innecesaria”. Mientras tanto, de acuerdo con informes del Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, con sede en el Reino Unido, los rebeldes, entre los que se encuentran grupos extremistas como Hayat Tahrir al-Sham, una versión reetiquetada del Frente Nusra, afiliado a Al-Qaeda, y que es el grupo insurgente más numeroso de Idlib, han retirado casi todas sus armas pesadas de la zona desmilitarizada, en cumplimiento del acuerdo.
No obstante, Assad dejó claro en un discurso pronunciado el 7 de octubre en una reunión del Comité central de su Partido Bath, que el acuerdo entre Rusia y Turquía sobre Idlib era una “medida temporal” con el objetivo de “frenar el derramamiento de sangre” y de lograr que la provincia finalmente volviera a estar bajo el control gubernamental. El líder sirio también rechazó la oposición de Occidente a una operación militar en Idlib, calificándola como “histérica”.
Hasta ahora, el acuerdo entre Rusia y Turquía ha retrasado una ofensiva siria-iraní para recuperar Idlib, pero no es probable que la evite. Ya no es una cuestión de si ocurrirá una guerra a gran escala por el control de la provincia, sino de cuándo ocurrirá.
—
Maysam Behravesh es periodista del canal de televisión Iran International e investigador afiliado al Centro de Estudios sobre el Medio Oriente, Universidad de Lund, Suecia.
—
Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek