Un alzamiento de las bases del magisterio, que comenzó en el estado republicano de Virginia Occidental, está extendiéndose por todo Estados Unidos, sacudiendo a políticos y sindicatos. ¿Ellos pueden cambiar al país de Trump?
En la tarde del 1 de febrero, Tina Adams miró a través de la ventana de su cuarto de hotel en Charleston, Virginia Occidental. Había nevado por horas, y los caminos estaban congelados. Previamente ese día, ella manejó por dos horas al norte desde el país carbonero para montar el escenario para una protesta en el Capitolio estatal.
Adams, profesora de secundaria y madre de seis, estaba furiosa. Después de 15 años en la Escuela Primaria y Secundaria Baileysville, en Brenton, ganaba $47,000 dólares al año, $12,000 dólares menos que el promedio nacional. Como muchos de sus colegas, a veces trabajaba en las noches y los fines de semana para mejorar su ingreso; por un pago extra, ofrecía tutorías privadas para estudiantes quienes tenían problemas disciplinarios o discapacidades de desarrollo.
No siempre era suficiente, y Adams había empezado a pensar en vender su amada Harley-Davidson Sportster para ayudarle a su hija a comprar un auto. No era el tipo de vida que ella imaginó cuando inició su carrera de maestra. Y ahora, el gobernador del estado, Jim Justice, incumplía el largamente prometido aumento salarial y aumentaba las primas del seguro médico. Los funcionarios incluso querían que los profesores descargaran una aplicación para teléfonos inteligentes que rastrearía sus pasos diarios o enfrentarían una sanción financiera. Como presidenta de su sindicato local, Adams presionó para una huelga. “Es como si a todos los maestros nos hubieran empujado a un lado y nos hubieran olvidado”, me dice ella. “Finalmente llegamos a un punto en que nos hartamos”.
Y aun así, mientras caía la nieve esa noche en Charleston, Adams se preocupó. Ella había organizado los viajes escolares y las clases de baile de su escuela, pero nunca algo como esto. ¿Qué tal si nadie se presentaba? Su hogar en la parte sureña del estado había sido un viejo bastión sindicalista, pero Virginia occidental ahora era parte del país de Trump. Los profesores no habían tomado ningún tipo de importante acción laboral en 30 años.
Pero al día siguiente, Adams observó cómo una caravana de autobuses escolares entró al estacionamiento del Capitolio, haciendo sonar las bocinas. Choferes estatales de barredoras de nieve, quienes apoyaban la causa de los maestros, se esmeraron para abrirles paso en la interestatal. Juntos, cientos de educadores de cuatro condados entraron al capitolio para exigir mejores pagos y beneficios. Sus consignas de “¡No lo aceptaremos!” rebotaban en toda la rotonda cavernosa. La huelga de un día —llamada “Viernes del Hartazgo”— llenó los titulares locales. Sin embargo, los legisladores apenas y se encogieron de hombros: la legislatura, encabezada por republicanos, debatía una propuesta que les daría a los educadores un aumento salarial mínimo, pero muchos se quejaban de que el estado no tenía dinero suficiente para cubrirlo.
El mensaje de Adams y sus compañeros manifestantes tal vez no llegó hasta Washington, pero la protesta tuvo un efecto profundo en Virginia Occidental. Profesores de todo el estado observaron una transmisión en vivo de la protesta mientras preparaban sus planes de clases, y tres semanas después, se les unieron. Por nueve días, toda escuela pública en Virginia Occidental cerró, cuando miles de maestros de los 55 condados salieron corriendo a Charleston, la huelga más larga en la historia del estado. En medio de un mar de playeras rojas, una pancarta casera en particular parecía captar su mensaje: “Promesas vacías, escuelas vacías”.
Al poco tiempo, el alzamiento se convirtió en un movimiento. A las pocas semanas, educadores de Oklahoma y Kentucky se pusieron en huelga. Arizona les siguió rápidamente. Fue un desarrollo asombroso. Todos eran estados dominados por los republicanos con sindicatos débiles; como resultado, los maestros comunes organizaron muchas de las manifestaciones en Facebook.
Al sentir una amenaza política potente, la clase dominante contraatacó, convirtiendo en villanos a los educadores. Mary Fallin, gobernadora de Oklahoma, comparó a los maestros en huelga en su estado con “un adolescente que quiere un mejor auto”. Betsy DeVos, secretaria de educación de EE UU, los instó a regresar al trabajo. “Espero que los adultos mantengan los desacuerdos y disputas de adultos en un lugar separado”, dijo ella, “y atiendan a los estudiantes que deben ser atendidos”.
Matt Bevin, gobernador de Kentucky, fue aún más allá: las huelgas, dijo él, habían puesto en peligro a los niños. “Se los garantizo, en alguna parte de Kentucky hoy, atacaron sexualmente a un niño que se quedó en casa porque no había nadie allí para cuidarlo”, dijo él a los reporteros. “Me ofende que la gente tan displicentemente, y tan frívolamente, ignorase lo que en verdad es mejor para los niños”.
Fue el tipo de charla incendiaria que los políticos —principalmente los republicanos— han usado en las últimas dos décadas para contener a los sindicatos y ajustar la educación pública. Pero esta vez, para sorpresa de ellos, fue contraproducente. Conforme se propagaban las huelgas, el apoyo del público a los maestros aumentó. A mediados de abril, un sondeo de NPR/Ipsos halló que tres cuartas partes de los estadounidenses creían que los educadores tenían el derecho a irse a huelga, incluidas dos terceras partes de los republicanos. Solo uno de cada cuatro dijo que a los profesores se les pagaba lo justo.
En la que es quizás la corrección de curso más notable, la Cámara de Representantes de Kentucky, encabezada por los republicanos, oficialmente condenó a Bevin por sus comentarios, luego invalidó el veto de él a una propuesta de asignaciones estatales que mejoraba el gasto en el salón de clases. Los maestros, dijo un dictamen republicano, “son servidores dedicados de nuestros hijos quienes merecen nuestro mayor respeto y devoción”. Bevin se disculpó rápidamente. Los legisladores republicanos en los otros estados finalmente concedieron muchas de las demandas de los profesores, desde aumentar el financiamiento al salón de clases hasta aumentos salariales considerables.
Superficialmente, el éxito de los maestros parecía ser un cambio radical en el panorama político; de repente, los educadores, por mucho tiempo vilipendiados en el debate sobre la educación pública, eran héroes. Pero la cascada de huelgas en todo el EE UU republicano también representó algo mucho más profundo: el cuasi derrumbe de la moderna clase media. Si los maestros no podían resolverlo, ¿quién podría? Y si fracasaban, ¿no fracasaríamos todos?
La educación es ahora uno de los asuntos más apremiantes en las próximas elecciones de media legislatura, y ambos partidos se apresuran para acoger a los maestros, en especial en estados como Virginia Occidental, que celebrará gran cantidad de contiendas por la Cámara de Representantes y el Senado que podrían ayudar a determinar el control del Congreso este noviembre. En todo el país, docenas de educadores retirados y actuales se postularon a escaños en la legislatura estatal —34 solo en Kentucky— y les da esperanzas a los demócratas en algunos de los rincones más conservadores de la nación. Y los sindicatos, debilitados por una decisión reciente de la Suprema Corte que posiblemente drene sus fondos de financiación y disminuya sus filas, están estudiando el movimiento de los maestros para aprender cómo conservar el poder político en territorio hostil.
“He sido un educador desde 1984, y este es uno de los momentos más excitantes de mi carrera profesional”, dice Jim Testerman, alto director del Centro de Organización de la Asociación Nacional de Educación (NEA, por sus siglas en inglés), el sindicato magisterial más grande del país. “Los maestros han atisbado lo que es posible, y no pienso que vayan a dar marcha atrás”.
RECORTES PROFUNDOS, SALARIOS DISMINUIDOS
Dar clases nunca fue una manera de hacerse rico, pero por mucho tiempo fue considerado una ocupación sólida y respetable de la clase media. Sin embargo, en las últimas décadas, los legisladores han socavado la condición económica y moral de los educadores.
La administración de Reagan puso los cimientos con su informe seminal de 1983 “Una nación en riesgo”, el cual concluía que las escuelas del país estaban “siendo mermadas por un flujo creciente de mediocridad que amenaza nuestro futuro como Nación y como pueblo”. Entre sus recomendaciones: “más estándares rigorosos y medibles” para los estudiantes y un “sistema efectivo de evaluación” para los profesores. Los autodenominados reformistas, como el presidente George W. Bush, vieron el documento como un plan de acción e hicieron aprobar nuevas políticas que se enfocaban en pruebas estandarizadas y responsabilidad magisterial, primero en las legislaturas estatales y luego en el Congreso.
El presidente Barack Obama, un demócrata, tomó la estafeta, declarando en repetidas ocasiones que el país debe “dejar de dar excusas por los malos maestros”. DeVos, una multimillonaria de Michigan quien era una eminente defensora de las escuelas particulares subvencionadas antes de convertirse en secretaria de educación el año pasado”, llevó la narrativa a una conclusión ominosa: las escuelas públicas eran un “callejón sin salida”, llenas de profesores a quienes “les importa más un sistema [de sindicalización] de lo que les importan los estudiantes individuales”.
Conforme los legisladores acogieron más y más privatización —por ejemplo, programas de vales que les permitían a los padres gastar dólares de las escuelas públicas en educación privada—, la Gran Recesión arruinó las arcas estatales, privando a las escuelas de aún más apoyo. Los estados recortaron profundamente la educación primaria y secundaria para cuadrar sus presupuestos, y los distritos despidieron a cientos de miles de empleados. La mayoría no se ha recuperado. Según un análisis del Centro de Prioridades de Presupuesto y Política, un grupo de expertos con inclinación a la izquierda, 29 estados gastaban menos por estudiante en 2015 de lo que gastaban en 2008; en más de la mitad de esos estados, el recorte fue de 10 por ciento o más.
Ello se tradujo en más alumnos por salón y menos recursos para los maestros. Al mismo tiempo, los salarios de los educadores se mantuvieron iguales o se redujeron, devorados por la inflación. En 39 estados, el profesor promedio ganaba menos en 2016 que en 2010 después del ajuste por la inflación, según halló un análisis de Axios de información federal. Mientras tanto, se ha ensanchado la brecha salarial entre los educadores y sus semejantes no magisteriales con educación universitaria. En 1994, los maestros ganaban alrededor de 2 por ciento menos que los trabajadores comparablemente cualificados en el sector privado. Para 2015, la “sanción de pagos a los maestros” había crecido a 17 por ciento, según el Instituto de Política Económica de centro izquierda.
“Solía ser un buen empleo, con una pensión confiable, atención médica y buenos salarios”, dice Secky Fascione, una ex directora de organización de la NEA. “Ya no lo es. Solía ser una profesión, pero ahora es más un empleo de servicio”.
Un sondeo anual de MetLife a maestros halló que la satisfacción laboral de los educadores cayó de 62 a 39 por ciento entre 2008 y 2012, el último año en que los profesores fueron sondeados. No sorprende que muchos abandonen la profesión. Entre 2009 y 2014, la matrícula magisterial nacional cayó de 691,000 a 451,000, una reducción del 35 por ciento, según la organización sin fines de lucro Instituto de Política en Enseñanza. Casi 8 por ciento de los educadores abandona la fuerza laboral cada año, en su mayoría antes de la edad de jubilación. Mientras tanto, la población estudiantil está disparándose.
“UNA GRAN FAMILIA”
En Virginia Occidental, Adams sentía la presión. Por una parte, le encantaba su trabajo de enseñar lectura y matemáticas. Creció en medio de las colinas boscosas del Estado Montañés, asistió a la Escuela Primaria y Secundaria Baileysville de niña y vivía a solo media milla de distancia. Clavada en la pared sobre su escritorio está una placa que la reconoce como profesora del año del condado Wyoming. Atada a la puerta de su salón de clases está una bota vaquera que perteneció a su difunto padre, quien manejó un autobús escolar por los caminos sinuosos de la región por 20 años. Desde la ventana de su salón de clases, puede ver un campanario diminuto entre los árboles de una loma cercana, el capitel de una iglesia miniatura que su abuelo construyó en el límite de la propiedad familiar.
“Amo esta comunidad”, dice ella. “Es una gran familia; sientes que perteneces, y quieres ayudar a los chicos. Necesito estar aquí por ellos”.
Pero en casa, las finanzas estaban comprometidas. Con un salario promedio de alrededor de $46,000 dólares, ella y sus colegas son los cuartos maestros peor pagados en la nación, después de Misisipi, Dakota del Sur y Oklahoma. Muchas de sus amistades se mudaron a los estados vecinos en busca de mejores sueldos, o de plano abandonaron el magisterio. El marido de Adams, un ex minero de carbón quien se fracturó la espalda en un accidente en 2001, recibía con regularidad un cheque por incapacidad, pero el ingreso combinado no era suficiente para mantener a sus tres hijos menores de 18 años.
Su segundo empleo como tutora privada se volvió más regular; usó el dinero para comprarle a su hija de 15 años un vestido de graduación y a su hijo de 5 años un par de tenis deportivos. Cuando la familia necesitaba nuevos electrodomésticos, ella iba a Pineville Furniture porque la tienda da créditos a maestros y generosos planes de pago; la hija del dueño es educadora.
En el salón de clases, los estudiantes también batallaban. El empeoramiento de la industria carbonera en Virginia Occidental ha dejado desamparadas a partes del estado, resultando en que aumenten los niveles de desempleo y adicción a los opioides. Adamas y sus colegas siempre ayudaban a sus estudiantes con dinero de sus propios bolsillos; lo veían como parte del trabajo. Pero en años recientes, se vieron gastando significativamente más en artículos escolares, viajes escolares y calzado deportivo; Adams calcula que ello suma alrededor de $200 dólares al año.
Era cosa común que los trabajadores de servicios sociales interrumpieran las clases para llevar a los niños a acogida temporal. “Casi todos los niños con quienes he lidiado provienen de un hogar donde no hay dos padres. Y un niño este año dijo que conocía a un solo miembro de su familia que hubiera tenido un empleo”, dice Will Daniels, quien trabajó con estudiantes en riesgo en la cercana Escuela Preparatoria Westside. “Mi meta era ser el mejor profesor allí, pero lentamente, por el clima en general y la burocracia, perdí toda motivación”.
Después de trabajar como maestro por siete años, Daniels se marchó al final de este ciclo escolar para administrar un negocio de cuidado de césped. Él piensa que puede ayudar más creando empleos en la comunidad que batallando en un salón de clases. Él es parte de una tendencia: Virginia Occidental tuvo más de 700 vacantes de maestro este año, obligando a los administradores a combinar grados y asignar profesores a materias en las que no tenían instrucción. En la escuela de Adams, no parecían poder conservar maestros de matemáticas por más de un año antes de que los sedujera un mejor empleo. Este año, la maestra ni siquiera tenía instrucción en matemáticas para secundaria, y también se fue.
Para lidiar con la escasez de educadores, los legisladores aprobaron un proyecto de ley para bajar los estándares de certificación de los maestros con el fin de llenar las vacantes con más facilidad. Mientras que Justice, el gobernador y magnate carbonero a quien Forbes describió como el “único multimillonario de Virginia Occidental”, parcialmente incumplió una promesa de aumentar los salarios, y el estado de hecho aumentó las primas del seguro médico, esta legislación parecía enojar principalmente a Adams.
Para principios de 2018, ella y sus colegas estaban listos para contraatacar. No fue simplemente la falta de dinero, dice ella. Fue la falta de respeto.
CAÍDA DE LOS SINDICATOS, ASCENSO DE LAS BASES
A primera vista, el sur de Virginia Occidental parece un lugar improbable para una radical huelga de maestros. Vallas publicitarias provida llenan el paisaje amaderado, y tres de cada cuatro votantes aquí apoyaron a Donald Trump en 2016. Los profesores estatales no tienen derechos de negociación colectiva, lo cual significa que los sindicatos no pueden negociar salarios y beneficios.
Pero los lazos laborales en el área son profundos. Aquí es donde Mary Harris “Mother” Jones, la maestra convertida en organizadora, ayudó a convertir el sindicato Trabajadores Mineros Unidos de América en una potencia política en la década de 1910; donde 10,000 carboneros chocaron con 3,000 policías en la Batalla de Blair Mountain en 1921, el más grande alzamiento laboral en la historia de EE UU, y donde los maestros, frustrados por los salarios magros, iniciaron una huelga de ocho días en 1990 que se expandió a casi todo condado del estado y les otorgó un aumento salarial de $5,000 dólares y otras concesiones.
“Todos crecimos padeciendo las huelgas carboneras”, dice Dale Lee, presidente de la Asociación de Educación de Virginia Occidental (WVEA, por sus siglas en inglés), el más grande sindicato magisterial del estado. “Aprendimos cuán pesadas podían ser estas huelgas, pero también vimos cosas buenas surgir de ellas”.
En vez de limitar las actividades laborales, la falta de poder de negociación de los maestros pudo haber ayudado a inspirar las medidas radicales. “Ante la ausencia de sindicatos fuertes, vemos que los maestros se vuelven más combativos y menos proclives a ceder en sus demandas originales”, dice Erin McHenry-Sorber, profesora adjunta de educación superior en la Universidad de Virginia Occidental y quien estudia las escuelas y comunidades rurales. “Sin una estructura sindical fuerte, se convierte mucho más en una acción de las bases”.
Después del “Viernes del Hartazgo”, los profesores de otras partes del estado empezaron a montar sus propias huelgas de un día y acciones laborales. A mediados de febrero, Lee y líderes de otros sindicatos de empleados escolares del estado llamaron a votar por una huelga a nivel estatal. El 22 de febrero, los inspectores cerraron todas las escuelas en el estado, y miles de maestros inundaron el Capitolio. Vestían camisetas que decían “Rojo por Ed” y ataron pañuelos a sus cuellos, una referencia a los pañuelos rojos que usaron los carboneros en huelga durante la Batalla de Blair Mountain. (Muchos creen que esto inspiró el término redneck, o sea, cuello rojo.) Con una habilidad pulida al decorar interminables periódicos murales, hicieron pancartas de protesta con lemas como “La educación no debería ser una sentencia de deuda”. Algunos manifestantes tenían tatuajes de “55 miembros”, una referencia a los 55 condados que participaron en la huelga.
“Era increíble cuánta gente había allí”, dice Adams. “Todos estaban prendidos”. Cuando los legisladores estaban en sesión, los maestros gritaban consignas afuera de las puertas de la cámara: “¡Cincuenta y cinco unidos!” Durante los recesos legislativos, los educadores abarrotaron las oficinas de los legisladores. Cada noche, los profesores planeaban nuevas estrategias usando grupos privados de Facebook. Adams, siempre una organizadora, tomaba preguntas de sus sindicalizados locales y coordinaba viajes en auto compartido al Capitolio, mientras su marido, John, se hacía cargo de los niños. Varias noches, ella se quedó dormida sosteniendo su teléfono celular.
Los maestros señalaron a Mitch Carmichael, republicano y presidente del Senado, de encabezar la oposición política a las demandas del magisterio. “Yo salía de la cámara del Senado, y el lugar erupcionaba”, dice Carmichael. “Había consignas contra mí. Había pancartas. En cierta forma, me convertí en el villano”. Y cuando los legisladores se negaron a cumplir sus demandas, los maestros se negaron a regresar a las escuelas.
Conforme se alargó la huelga, los críticos acusaron a los profesores de desatender a sus alumnos y de obligar a los padres a buscar quién atendiera a sus hijos. “Pienso que es una falta de respeto para nuestros estudiantes, para nuestros padres, todos aquellos asociados con darles una educación a nuestros estudiantes”, comenta Carmichael.
Pero hubo poca indignación del público. En todo el estado, los educadores habían ayudado a las comunidades a prepararse para el cierre de escuelas, organizando guarderías ad hoc atendidas por maestros jubilados. Luego, tras cuatro días de huelga, un avance. Justice, quien había insistido en que no había dinero estatal suficiente para abordar las demandas de los profesores, anunció que el personal escolar recibiría un aumento salarial del 5 por ciento. “Necesitamos que nuestros niños regresen a la escuela”, declaró él. Lee y otros líderes sindicales estaban extáticos. Les dijeron a los maestros que regresaran a las escuelas.
Sin embargo, Adams y sus colegas eran suspicaces. Los educadores sospechaban que los legisladores sabotearían el acuerdo en cuanto dejaran el Capitolio, por lo que se negaron a terminar la huelga mientras el gobernador no firmara la legislación. “Pienso que la huelga fue tan exitosa porque fue totalmente abierta y descentralizada”, dice Ryan Frankenberry, director estatal del Partido de Familias Trabajadoras de Virginia Occidental, un partido político progresista que ayudó a los maestros con sus estrategias. “Nadie era dueño del mensaje, y nadie controlaba el movimiento. Ello permitió que la gente sintiera que era parte del movimiento, no que solo lo seguía”.
Finalmente, el 6 de marzo, tras nueve días de huelga, Justice firmó un acuerdo de pagos y prometió establecer un grupo especial para abordar los problemas con el seguro. Adams estaba a su lado cuando lo firmó. Después, ella caminó por el Capitolio. Estaba casi silencioso. Se sentó en la escalinata de entrada y lloró. “No podía creer lo que habíamos hecho”, dice ella. “No te metas con un maestro”.
Richard Ojeda vio venir la huelga. Como senador estatal demócrata del país carbonero y ex paracaidista, inició un programa juvenil del Cuerpo de Capacitación de Oficiales de la Reserva en una preparatoria del sur de Virginia Occidental, donde llegó a conocer al personal académico. Ellos a menudo le contaban cuánto sentían que les faltaban el respeto los funcionarios estatales, cómo les preocupaba constantemente el contraer deudas. Así, en enero, mientras Adams se preparaba para la primera votación de huelga, Ojeda habló ante el Senado. “Estamos sentados en un polvorín”, les dijo a sus colegas. “Si piensan que los maestros de todo el estado no están diciendo la palabra con H, están equivocados”.
El soldado musculoso y tatuado con el pelo rapado se convirtió en la estrella de rock del movimiento. Los profesores gritaban su nombre cuando él los vitoreaba en el Capitolio, y compartieron en línea memes de Ojeda, como “Richard Ojeda nació en una cabaña… que él construyó con sus propias manos”. Su imagen aparecía en camisetas y pósteres.
Antes de la huelga, él era conocido por dos cosas: ser atacado y golpeado hasta sangrar por un atacante armado con una nudillera durante un evento de campaña en 2016, y por proponer una ley que legalizaría la marihuana medicinal en el estado. Ahora, se ha postulado al Congreso por el 3º Distrito Congresista de Virginia Occidental como defensor de los maestros. Su plataforma: instituir un sistema de atención médica “Medicare para todos”, aumentar los impuestos a la extracción de gas natural y construir una creciente industria de marihuana. Él espera que su apoyo entre los educadores lo ayude a voltear el distrito más a favor de Trump en el estado (el presidente obtuvo más de 72 por ciento de la votación allí.) Un sondeo a mediados de junio le dio una ligera ventaja sobre su oponente republicano.
Ojeda le reconoce a los profesores el ayudarle a asegurar la candidatura demócrata (en una contienda entre cuatro aspirantes, obtuvo 52 por ciento de los votos demócratas). También piensa que varios candidatos republicanos en el estado perdieron en la votación primaria porque criticaron a los educadores durante la huelga. “Solo puedes patear a un perro unas cuantas veces antes de que te muerda en el trasero”, declara él, sentado en sus oficinas centrales de campaña en Logan, un pueblo minero desde hace mucho olvidado en la parte sur del estado. “La única persona con quien no te quieres meter es con un maestro. Tienen educación, saben cómo investigar, y recuerdan cuando les haces un mal”.
En el condado de Adams, los educadores se preparan para las elecciones de este otoño. Los sindicatos magisteriales celebran foros con los candidatos, y uno de los colegas de Adams se postuló a un cargo local. “Estamos concentrándonos en noviembre y trabajamos para que ganen el puesto los legisladores que nos apoyan”, dice Lisa Collins, quien da clases en la Escuela Primaria y Secundaria Baileysville. “Es republicano contra demócrata: ¿quién está con nosotros?”
Ojeda piensa que su partido cosechará los beneficios del movimiento, insistiendo en que los maestros incluso podrían voltear la Legislatura de republicana a demócrata. “Originalmente, pensamos que seríamos afortunados de ganar dos escaños”, comenta él. “Ahora, pensamos que vamos a recuperar la Cámara de Representantes y el Senado”.
Carmichael, el líder republicano del Senado, se ríe de esta idea; los demócratas actualmente son superados numéricamente por casi dos a uno. Sin embargo, sí concede que los maestros han amasado una nueva influencia política. “Pienso que son efectivos”, menciona él. “Pienso absolutamente que pueden tener un impacto”.
Las repercusiones políticas de la revuelta de los profesores podrían sentirse mucho más allá de Virginia Occidental. En todo el país, los demócratas esperan que la ira de los educadores contra los legisladores republicanos tacaños los lleve a votar en masa o incluso postularse en contra de los republicanos. En Arizona y Oklahoma, decenas de maestros se han postulado a escaños legislativos. Y en Kentucky, Travis Brenda, profesor de matemáticas de preparatoria sin experiencia política, derrotó al líder de la Cámara de Representantes estatal en la votación primaria republicana, uno de por lo menos 34 maestros en funciones o jubilados que estarán en la boleta de Kentucky en noviembre.
A causa del número general de miembros sindicalizados y el poder político mermado por años, los sindicatos magisteriales y otros grupos laboristas también están ansiosos de aprovechar la oleada entre sus filas, en especial una que ilustra la cambiante dinámica social en el lugar de trabajo.
“Los sindicatos tienen que asumir alguna responsabilidad por su poder disminuido”, dice Ken Fones-Wolf, historiador laborista en la Universidad de Virginia Occidental. “Van a tener que buscar un modelo muy diferente del que tuvieron antes. Los sindicatos eran blancos, masculinos e industriales. Si van a recuperar un poco de su influencia en la sociedad, tienen que ser multirraciales, y tienen que acoger actitudes muy diferentes sobre el género. Tienen que reflejar la manera en que se ve el lugar de trabajo hoy día”.
Dada la decisión reciente de la Suprema Corte de EE UU en Janus v. AFSCME, un dictamen que impide a los sindicatos del sector público el exigir cuotas a los empleados que no sean miembros del sindicato, Virginia Occidental es instructiva, sugiriendo que el trabajo todavía puede tener un impacto importante sin sindicatos fuertes y pesados. “No tenemos negociaciones colectivas. No tenemos cuotas de agencia”, dice Lee, de la WVEA. “Pero siempre hemos sabido el valor de la organización de bases”.
Aun así, los demócratas y organizadores laborales no deberían simplemente asumir que pueden montarse en la pasión y energía de los maestros a la victoria. Si buscan aprovecharse de la oleada, van a tener que ajustar sus tácticas de organización y posturas políticas para cumplir con las demandas del movimiento. Como lo han demostrado los profesores de Virginia Occidental y otras partes, ya no están dispuestos a permitir que otros les digan lo que tienen que hacer.
“No le tengo mala voluntad a nuestro sindicato, pero pienso que algo tiene que cambiar”, dice Nema Brewer, organizadora de huelgas en Kentucky. “Pienso que nuestra asociación de educación se veía a sí misma más como un grupo de cabildeo. Nosotros decíamos que la hora de hablar se había acabado”.
EL MOMENTO DE EN QUÉ LADO ESTÁS
En un cálido día primaveral, a 260 millas al sur de Charleston, más de 20,000 educadores vestidos de rojo tomaron las calles de Charlottesville, Carolina del Norte, como parte de una huelga de un día. Mientras los helicópteros de los noticieros de TV sobrevolaban sobre ellos y los mirones los vitoreaban, la multitud se reunió en el Capitolio estatal, exigiendo a los legisladores en el interior que aumentasen el salario magisterial y el financiamiento escolar. El estado otrora presumió el tipo de salarios escolares que sedujo a los maestros de estados vecinos como Virginia Occidental. Pero años de congelamientos salariales y recortes al gasto en educación llevaron a que Carolina del Norte se convirtiera en el sexto estado este año que presenció una huelga magisterial a nivel estatal.
No había duda de qué inspiró la protesta. Mark Jewell, presidente del sindicato magisterial de Carolina del Norte, había sido maestro y organizador sindical en el sur de Virginia Occidental durante la huelga magisterial de 1990 en el estado, y empezó a planear la huelga en febrero cuando vio a sus otrora colegas cerrar sus escuelas. Ahora, los profesores en la protesta sostenían pancartas que decían: “No nos obliguen a comportarnos como en Virginia Occidental”.
Antes de que la marcha comenzara, Jewell usó un sistema de refuerzo de sonido para presentar a un invitado especial a la multitud: Dale Lee, presidente de la Asociación de Educación de Virginia Occidental. Recibió una de las mejores aclamaciones esa mañana. Los maestros aquí sabían que eran parte de algo más grande.
La Asociación Nacional de Educación está expandiendo enérgicamente la cantidad de prácticas en organización comunitaria que celebra para maestros en todo el país; la organización también ha iniciado un programa nuevo para instruir a los educadores en cómo postularse a cargos públicos. “En realidad, es un momento de en qué lado estás”, dice Randi Weingarten, presidente de la homóloga de la NEA, la Federación Americana de Maestros. “Ves en el terreno, por todo EE UU, a maestros que toman acciones y tienen fe en que estas acciones en verdad cambien las cosas. Al mismo tiempo, está muy claro que las autoridades en este país están en contra de los sindicatos y el poder de los trabajadores. Estamos en una competencia”.
En el sur de Virginia Occidental, Tina Adams, una de las personas que empezaron la competencia, piensa sobre su futuro. A ella le preocupa criar a sus hijos en un área con tan pocas oportunidades; siente la seducción de empleos magisteriales mejor pagados en estados cercanos. Pero sabe que irse no será fácil.
En mayo, ella les enseñó conceptos de matemáticas a estudiantes con demasiada energía para estarse quietos por la cercanía de las vacaciones de verano. Los estantes de su salón de clases estaban abarrotados de sodas, botanas y otros materiales que ella compró para el próximo baile de la fiesta de la primavera. Ella llevaba un vestido de amarillo vivo en honor de su 40º cumpleaños, y durante todo el día alumnos y colegas le cantaron una y otra y otra vez “Feliz cumpleaños”.
Por ahora, se quedará, organizando viajes escolares y examinando a sus alumnos en geometría. También está lista para medidas más drásticas si se presenta la necesidad. Su pañuelo rojo cuelga del espejo retrovisor de su auto.
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Reporteo adicional por Jason Pollack.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek