

Atlixco, Pue. Antes del amanecer del 12 de diciembre, cuando el tianguis de la colonia Álvaro Obregón en el municipio de Atlixco aún huele a tierra húmeda y fruta recién descargada, una escena singular emerge: montañas de plátano, piña, papaya y naranja se convierten en un altar monumental dedicado a la Virgen de Guadalupe. No es un espectáculo turístico ni una estrategia comercial, sino un acto de fe que se mantiene desde hace casi 30 años.
La tradición comenzó de forma sencilla. Margarita Mejía, comerciante del tianguis, decidió hace casi tres décadas agradecer a la Virgen de Guadalupe por el trabajo y las ventas del año. Utilizó lo que tenía a la mano: la fruta que ella y otros vendedores ofrecían diariamente. Ese gesto íntimo evolucionó en un ritual colectivo que hoy forma parte de la identidad del barrio.
“Antes participaba más gente y se donaba más fruta”, recuerda Mejía. Aunque han disminuido los apoyos, la devoción sigue intacta. El altar exige inversión económica y una logística compleja, pero quienes lo levantan lo consideran una misión que no puede abandonarse.
Este año, el altar requirió entre 6.5 y 7 toneladas de fruta, una cantidad menor a las 8 toneladas de 2024. Plátano, manzana, piña, papaya, naranja y durazno fueron acomodados con precisión durante alrededor de 12 horas de trabajo continuo, sin maquinaria ni patrocinadores: solo manos, tiempo y convicción.
Para Mejía, el valor real está en la continuidad. “Es una promesa”, afirma. Hoy comparte esa responsabilidad con sus hijos, quienes se sumaron a la organización y representan el futuro de la tradición.
El 12 de diciembre, el altar se acompaña de mañanitas y misas. Un día después, el 13 de diciembre, la fruta se reparte entre las y los visitantes. No se vende; se comparte. Ese gesto resume la esencia de la celebración: la fe como acto de comunidad y redistribución, no de acumulación.