“Eighth Grade”, de Bo Burnham, es “El club de los cinco” de la generación Z, una mirada tierna y conmovedora a la inagotable obsesión de los adolescentes con los medios sociales.
Jamás imaginarías que Bo Burnham dirigiría lo que la crítica describe como el retrato más preciso de las adolescentes modernas. El comediante de 27 años se hizo famoso en YouTube por sus agudos chistes sobre penes. Pero su debut cinematográfico, “Eighth Grade”, tiene potencial de referente, ya que ofrece la fidelidad emocional de las cintas que hiciera John Hughes en los años 80 y de “Ni idea”, en la década de 1990.
No te preocupes si las adolescentes modernas te confunden; no eres el único. La interrogante de por qué se comportan como lo hacen desconcierta a casi todos, incluidas las propias adolescentes. Sin embargo, nada de novedoso tienen las minas terrestres por las que deben abrirse paso (o sobre las que caminan) estas niñas; hormonas, presión social, dinámica familiar, las angustias de las citas y el sexo, el desprecio de sí mismas. Esos temas han sido objeto de libros y películas casi desde que el concepto mismo de la mentalidad adolescente irrumpió en escena en la década de 1920.
Lo único que ha cambiado es la tecnología, y la perspectiva de Burnham está sustentada en la cámara de resonancia de los medios sociales, donde los chicos pueden conducirse como las personas extrovertidas y populares que anhelan ser (al menos, en sus dormitorios). En el caso de “Eighth Grade”, esa persona es la joven Kayla, de 13 años (interpretada divinamente por Elsie Fisher), una niña desesperadamente solitaria que tiene un canal YouTube. La película inicia con los tres bips regresivos de la app Photo Booth: “No hablo mucho en la escuela”, bloguea Kayla a su presunta base de seguidores, “pero si la gente me habla y eso, descubre que soy como muy chistosa y parlanchina”.
La triste realidad es que no tiene seguidores de los que pueda jactarse. Sus compañeros de clase están absortos en sus relatos de Instagram y Snapchat. Y como dice Fisher a Newsweek: “Kayla no sufre de bullying. Es ignorada”.
A diferencia de “Lady Bird” (el debut directoral de Greta Gerwig, sobre el paso a la madurez), la opera prima de Burnham no explota sus angustias adolescentes personales. “No pretendía que fuera nostálgica”, informa. “Quería hablar de lo que se siente vivir en estos tiempos. Quería que fuera visceral y actual”.
Burnham entiende el poder de YouTube. Las canciones satíricas que empezó a escribir a los 16 años -incluida “Toda mi familia cree que soy gay”- han recibido decenas de millones de visitas y resultaron en tres especiales de stand-up. No obstante, esto fue hace más de una década, de modo que el director emprendió una investigación sobre la generación Z; y luego de observar los blogs de chicas adolescentes durante cientos de horas, tuvo una revelación impactante: los medios sociales no son un accesorio en sus vidas, sino una extensión de sus personalidades. Por ello, “Eighth Grade” integra esa tecnología en cada hora del día de Kayla, el cual inicia con un tutorial de maquillaje en YouTube, seguido de un selfie “Así desperté”; interminables consultas Instagram durante las comidas; ignorar a su preocupado padre soltero (Josh Hamilton); y febriles horas re-blogueando posts en Tumblr a lo largo de la noche.
Esa ilusión de popularidad conmovió a Burnham. Aquellas jovencitas “probablemente hablan con un público de diez, pero actúan como si las observara un millón de personas”, comenta el director. “Mucho de esa experiencia recurrente es así: actuar para un público que podría no estar presente. Puedes ver cómo intentan proyectarse estas niñas”, agrega, refiriéndose a las celebridades que tratan de imitar. “Y puedes ver su respuesta ante el fracaso de su esfuerzo. Mientras miraba aquellos videos, pensaba, ‘¿Cómo será su vida?’”.
Burnham escribió el primer borrador del guion en marzo de 2014 y, durante dos años, trató infructuosamente de promoverlo. “La película estaba muerta”, recuerda. Pero entonces, vio a Fisher en una entrevista de alfombra roja (hizo la voz de Agnes en dos versiones de “Mi villano favorito”). Burnham invitó a Fisher a leer el papel -la actriz aceptó la audición porque era fanática de su comedia- y se dio cuenta de que su instinto fue muy atinado. “Lo leyeron muchos chicos, y siempre se sentía como un adolescente confiado que fingía timidez. Elsie fue la única quien proyectó ser una niña tímida que fingía tener confianza”.
Debido a la acelerada evolución del paisaje tecnológico, hubo que refrescar el guion cuando Fisher al fin aceptó participar. Facebook tuvo un papel muy relevante hasta que la actriz de 13 años le dijo a Burnham: “Ya nadie usa Facebook” (el director puso esta línea en labios de la chica popular en la escuela de Kayla).
De cualquier manera, no hubo compradores para la película hasta el tercer stand-up especial de Burnham, “Make Happy”, que Netflix estrenó en 2016. A partir de entonces, dos perceptivos productores -Scott Rudin y A24- se hicieron cargo del proyecto.
La filmación puso de relieve el gran talento de la joven estrella. La angustia de Kayla es tan tangible, y su diálogo es tan espontáneo, de una honestidad tan penetrante (con dosis liberales de las muletillas lingüísticas obligadas en la adolescencia: “eh”, “como”, etcétera), que muchos llegaron a pensar que el guion era una improvisación. Sin embargo, igual que las películas de Richard Linklater (“Rebeldes y confundidos”, “Boyhood”), la ingenuidad de “Eighth Grade” se encuentra, eminentemente, en sus páginas. “Como adolescente, estoy muy familiarizada con la forma como hablamos”, dice Fisher, quien ya cuenta 15 años. “Y debo reconocer que Bo escribió [un guion] con mucha naturalidad”.
Burnham había decidido evitar lo que denomina “el joven poeta laureado. No me gustan las películas donde los chicos son más elocuentes de lo necesario”, informa. “Es una historia sobre la juventud, y parte de la juventud es la falta de elocuencia”.
Cuando eligió al elenco, optó por la autenticidad y evitó el error hollywoodense de contratar hermosos actores veinteañeros para interpretar a los adolescentes. Cada chico de “Eighth Grade” luce tan joven, torpe y cubierto de acné como cualquier estudiante normal de secundaria; incluso el chico popular de quien Kayla está enamorada (Luke Prael). “Han hecho mucho para impulsar la diversidad en cine y televisión”, agrega Burnham, “pero muy poco en términos de diversidad estética. Esto es muy importante para los chicos reales; darse cuenta de que son observables, dinámicos y hermosos”.
En cuanto se refiere a las películas sobre la transición a la madurez, “Eighth Grade” es bastante mesurada: los dramas son mayormente internos; y, en particular, habla de lo rígidas que son las adolescentes consigo mismas. El único momento de conflicto exterior ocurre cuando un lujurioso chico de preparatoria (Daniel Zolghadri) se ofrece a llevar a Kayla a casa. Una vez en el auto, el muchacho exige que se quite la blusa y Kayla se niega valerosamente, al tiempo que no deja de disculparse. Cuando llega a casa, se encierra en su dormitorio y rompe en llanto.
“Después de la película, algunas personas me dijeron, ‘Me alegra mucho que esa escena no llegara adonde creí que llegaría’”, comenta Burnham. “Sin embargo, no hace falta llegar a esos extremos para que el incidente resulte reprensible y violento. Había que retratar una situación que, descrita después de los hechos, pudiera no parecer gran cosa, pero en realidad es una violación emocional increíble”. Sentimientos intensos e hirientes que los adultos, muchas veces, pasan por alto, agrega.
Burnham contradice la idea de que su película es una crítica de los medios sociales o de la dependencia que la generación Z tiene de ellos. Dicho esto, la inspiración original del guion fueron sus angustias Internet personales. “Dicen que esta generación es egocéntrica, y es verdad; pero no es un egocentrismo narcisista”, aclara. “Es un egocentrismo triste. No puedes interactuar con ellos si no te cosificas. Eso es muy lamentable”.
Y aun así, es gracias a YouTube que Burnham tiene una base leal de seguidores, una carrera en stand-up y una película. “¡Por supuesto! Es justo por lo que no quiero tomar una postura al respecto”, enfatiza. “Es una forma de autoexpresión, una forma de conexión, y confiere voz a personas que no la tienen, normalmente. Es increíble”.
Digamos, entonces, que siente ambivalencia. “Me gustaría pensar menos en mí”, prosigue Burnham, “pero, en la Internet, eso es inescapable”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek