¿Podrá el excandidato presidencial reconstruir al Partido Demócrata o terminará incendiándolo?
Por favor, “no piense que estas son ideas radicales, impopulares, extremas o marginales”, me dice Bernie Sanders.
Son los primeros días de mayo, y el que alguna vez fuera candidato presidencial y probablemente lo vuelva a ser en el futuro, revisa propuestas políticas progresistas (sus propias propuestas políticas) que, en los dos años que han pasado desde su derrota ante Hillary Clinton en la elección primaria de 2016, han reformulado al Partido Demócrata: atención universal a la salud, universidades públicas gratuitas, un salario mínimo de 15 dólares por hora. Cuando se le dice que algunas personas piensan que sus ideas serían más adecuadas para Finlandia que para Nebraska, Sanders se irrita. “Mire las encuestas”, dice, con su pronunciado acento de Brooklyn que sus décadas en Vermont no han logrado atenuar. “No tiene que creer lo que le digo”.
En muchos sentidos, Sanders tiene razón. En los dos años que pasaron desde que su campaña insurgente por la Casa Blanca sucumbió ante la avasallante Clinton, Sanders ha pasado de ser un héroe de culto a convertirse en una dínamo de la corriente principal. Quizá Larry David lo satirice en Saturday Night Live como un malhumorado y quijotesco septuagenario, pero cuando Sanders apoya una idea, muchos de sus pares en el Senado lo escuchan sin reír. El público estadounidense se ha vuelto cada vez más receptivo a su estilo de socialismo democrático; los centristas que alguna vez fueron escépticos han visto las encuestas y han actuado en consecuencia.
Esto ha producido una guerra ideológica de alto riesgo para superar a Bernie. Por ejemplo, en marzo pasado, la senadora Kirsten Gillibrand, de Nueva York, apoyó una propuesta en la que se garantizaría que el gobierno otorgaría un empleo seguro a cada estadounidense. El senador Cory Booker, de New Jersey, la siguió con una modesta legislación, antes de que Sanders dejara atrás a ambos legisladores con un plan nacional (salario: 15 dólares la hora, por supuesto).
Esto es totalmente nuevo para Gillibrand y Booker, originarios del noreste y estrechamente afiliados a la clase dominante centrista, que es el fundamento del orden establecido demócrata. Sin embargo, para los sandernistas, el objetivo no ha cambiado desde que Bernie anunció su candidatura a la presidencia en 2015. Su liberalismo no es transicional, ni depende de los últimos hallazgos de los grupos de enfoque. Es feroz e inflexible: escandinavo para sus partidarios, y soviético para sus detractores. Sanders y sus seguidores piensan que las antiguas divisiones entre republicanos y demócratas están siendo reemplazadas por la escisión, mucho más real, entre aquellos que no pueden comprender cómo alguien puede vivir con apenas 15 dólares la hora y aquellos que pasan toda su vida laboral ganando la mitad de eso.
Sin embargo, fuera de Washington este punto de vista ha tenido una recepción mixta. El 8 de mayo, en una serie de elecciones primarias demócratas, figuras del orden establecido lograron victorias abrumadoras sobre insurgentes liberales. En Indiana, un ejecutivo de atención a la salud que había donado a los republicanos ganó la nominación demócrata para un escaño en la Cámara, superando a contendientes que habían apoyado la atención sanitaria universal. Y en la contienda por el gobierno de Ohio, Richard Cordray, el sobrio exdirector de la Oficina de Protección Financiera del Consumidor, derrotó al exrepresentante Dennis Kucinich, el activista liberal apoyado por Our Revolution, el grupo político vinculado a Sanders e iniciado por antiguos miembros de su campaña.
En el plazo de una semana, los berniécratas (seguidores de Bernie) se habían recuperado. El 15 de mayo, los candidatos más liberales derrotaron a los candidatos de la corriente principal en Pennsylvania, Nebraska e Idaho. La más sorprendente fue la victoria de Kara Eastman, una organizadora comunitaria de Omaha que hizo campaña para obtener un escaño en la Cámara con una plataforma a favor de la atención a la salud proporcionada por el Estado, el control de las armas y la despenalización de la marihuana. El aparato nacional demócrata no ocultó su preferencia por el exrepresentante Brad Ashford, un centrista que prometió realizar acuerdos. Los republicanos se alegraron con el resultado, convencidos de que Eastman sería la oponente más débil en ese distrito, de tendencia conservadora.
Este golpe electoral ha hecho que a algunos líderes partidistas les preocupe que las elecciones intermedias sean más un referendo sobre Bernie Sanders que sobre Donald Trump, que socavará recursos del partido y posiblemente les costará a los demócratas la mejor oportunidad de regresar a la Casa Blanca que han tenido en años.
Sin embargo, Sanders considera que es necesario hacer nuevos cálculos. El día que hablamos, se dirigía a Pensilvania donde apoyaría a John Fetterman, el corpulento y tatuado candidato demócrata a la vicegobernatura que podría llegar a derrocar a Mike Stack. “Mi función es hacer todo lo que pueda para apoyar a candidatos progresistas”, dice Sanders.
Según cálculos del diario The Washington Post, Sanders tiene un promedio de bateo de poco menos de .500 en sus apoyos, y 10 de los 21 candidatos a los que ha favorecido han salido victoriosos. Este es un mejor récord que el de Our Revolution: solo un tercio de sus 134 candidatos, es decir, un total de 46, han ganado. Pero la derrota no molesta tanto a Sanders como los políticos ordinarios. Él desea ganar, sin duda, pero las victorias que busca son victorias de permanencia, del tipo de las que quedan asentadas en los libros de historia, y no en tuits. De hecho, es probable que Sanders considere que toda esta discusión es algo frívola. Lo que desea es la justicia económica, ¿y usted desea mostrarle una encuesta sin importancia?
Ganar perdiendo es una estrategia política consagrada por la tradición, pero requiere una gran cantidad de derrotas. Sanders, el guerrero impulsado por sus principios que arremete contra molinos de viento, puede dejar claro su punto de vista sin ganar nunca. De hecho, la derrota no hace más que reforzar su aseveración de que la política es un teatro de marionetas, y de que él es el hombre que ha cortado todos los hilos. Y, en efecto, es fácil exagerar el significado de los apoyos debido a la persona que los hace (después de todo, Barack Obama apoyó a Hillary Clinton e hizo campaña a favor de ella, pero la derrota de ella no manchó la reputación del expresidente). Pero si Bernie desea ser una persona de gran influencia, teniendo el legado de Bill Clinton y no el de George McGovern, ¿acaso no debería preparar unos cuantos regentes más? Y si sus ideas representan el futuro del Partido Demócrata, como afirman sus seguidores, ¿por qué tantos candidatos que apoyan esas ideas han sido derrotados?
DESMONTAR LA MAQUINARIA DE CLINTON
Jeff Weaver tiene la distinción de ser la única persona en la historia de Estados Unidos en haber dirigido una campaña presidencial y una tienda de cómics. La tienda se llama Victory Comics, y Weaver ha sido su propietario y operador desde 2009, cuando salió de Capitol Hill, donde había sido jefe de personal de Sanders, para pasar sus días con la Mujer Maravilla y el Hombre Araña, en lugar de Nancy Pelosi y Chuck Schumer.
En 2015, Sanders le pidió a Weaver que dirigiera su campaña presidencial. Meses después, el socialista de Vermont ofrecía un desafío inesperadamente creíble a la imparable maquinaria de Clinton y todos sus supuestos afiliados: los donadores de la costa, la clase política permanente, los expertos de Washington. Sanders no se acercó demasiado, mientras que Clinton obtuvo 3.7 millones de votos (como nos recuerdan ansiosamente sus vicarios). Aun así, hubo multitudes de adoradores, atraídos por los llamados revolucionarios a acabar con la desigualdad en todas partes, desde los libros de bolsillo hasta las prisiones. Tras la elección de Trump, “Bernie pudo haber ganado” se convirtió en un nostálgico meme, señal de cosas que debieron haber ocurrido.
No podemos culpar a Weaver por pensar que Sanders obtendría la victoria, ni por creer que Sanders ganará en las elecciones intermedias de 2018, y posiblemente en 2020, cuando se espera que se postule nuevamente para el cargo presidencial. Weaver no se muestra tímido al respecto. El título de su nuevo libro es How Bernie Won (Cómo ganó Bernie). La frase con la que cierra: “Corre, Bernie, corre”.
El argumento central de Weaver es que Sanders fue el primer candidato en describir clara y honestamente los aspectos económicos destructivos que han estado en funcionamiento durante al menos el último medio siglo, y que han ampliado constantemente la brecha salarial entre ricos y pobres. También fue el primero en ofrecer soluciones, principalmente al devolver al gobierno federal el tipo de función que desempeñó durante el auge del New Deal, es decir, una mayor regulación de las corporaciones, pero también un mayor apoyo para los indigentes. Casi cuatro décadas después de que Ronald Reagan declarara que “el gobierno es el problema”, el gobierno debería convertirse en la solución.
La disciplinada insistencia de Sanders en estas ideas ha hecho que las personas a las que normalmente no les importa la política se conviertan en fervientes partidarios del originario de Vermont, de 76 años de edad. Ellos piensan que él dice su verdad en lugar de recurrir a lugares comunes comprobados. Los partidarios de Donald Trump sienten prácticamente lo mismo acerca de su hombre (asimismo, hay cierto grado de superposición entre ambos bandos: en un estudio se encontró que más de una de cada diez personas que votaron por Sanders en 2016 acabaron votando por Trump en la elección general). “Así es como vamos a ganar a largo plazo”, dice Weaver sobre el enfoque en los votantes desencantados. Afirma que la mayoría de los electores independientes no son centristas que no han decidido entre elegir a los republicanos o a los demócratas, sino que se sienten ampliamente consternados por la incapacidad de ambos partidos de ofrecer soluciones a problemas de la vida real. “Resulta patente que el pueblo estadounidense desea adoptar un programa económico progresista”, dice Weaver. Ese programa se ha expandido, más recientemente, para garantizar un empleo a todos y cada uno de los estadounidenses, junto con servicios de atención a la salud y una educación universitaria.
El término progresista puede ser casi una palabrota en muchas partes de Estados Unidos, casi tanto como liberal. Pero cuando le pregunté a la representante Cheri Bustos, demócrata de Illinois en cuyo distrito ganó Trump por un estrecho margen en 2016, si el mensaje de Sanders fracasa estrepitosamente en los territorios predominantemente obreros del Medio Oeste estadounidense como el suyo propio, ella se rio de la idea. “Nadie se sienta alrededor de la mesa de la cocina con sus hijos adolescentes diciendo: ‘Bueno, esos son asuntos socialistas’”, me dice Bustos, refiriéndose a la accesibilidad a la educación universitaria y al costo de la atención a la salud.
Hay algo de verdad en eso: en recientes encuestas, se ha encontrado que 51 por ciento de los estadounidenses apoyan la implementación de un sistema de salud financiado por el Estado, mientras que 63 por ciento apoyan la idea de hacer que la educación universitaria que ofrece el Estado sea gratuita. En cuanto a Sanders, no se ha perdido en la senectud senatorial desde que volvió a Washington. A más de dos años después de su derrota en la elección primaria demócrata, es uno de los políticos más populares de Estados Unidos: de acuerdo con una encuesta, su índice de aprobación es de 57 por ciento, 17 puntos por encima de Trump.
Sin embargo, esa aprobación no siempre se ha traducido en capital político. El año pasado, Sanders apoyo a candidatos a la Cámara en Montana y Kansas. Ambas fueron contiendas difíciles; ambos hombres perdieron. Más tarde, en una elección primaria en Virginia para la gubernatura que fue considerada como una importante prueba para los candidatos demócratas en la era de Trump, Sanders apoyó al liberal Tom Perriello, quien perdió ante el centrista Ralph Northam. Lo mismo ocurrió con los tres candidatos apoyados por Sanders para la legislatura de Nueva Jersey. En Missouri y Pensilvania trató de impulsar a legisladores en el ámbito estatal. Tampoco ahí logró marcar una diferencia. Los triunfos en algunas elecciones primarias de mayo resultan alentadores para los sandernistas, pero así como los demócratas necesitan una oleada para tomar el control de la Cámara, los liberales necesitan su propia oleada para reafirmar su dominio sobre un partido que sigue mostrándose escéptico sobre su poder de permanencia.
Entonces, ¿por qué no han ganado más candidatos apoyados por Sanders? Los miembros del bando de Bernie piensan que la pregunta es fundamentalmente injusta y que evidencia el mismo escepticismo del orden establecido que no le dio una oportunidad en 2015. Sin embargo, es claro que están preparados para la cuestión. Cuando le pregunté a un asesor de alto nivel de Sanders sobre los resultados mixtos del senador, de inmediato me mostró dos hojas de cálculo. En una de ellas se presentaba la crónica de las visitas a 43 estados que Sanders ha realizado en 2017 y 2018. En la otra se mencionaban a los candidatos a los que Sanders ha apoyado en 2018. Muchos de ellos, como Emily Sirota, postulada para la Legislatura de Colorado desde los suburbios de Denver, probablemente se beneficiarán con la atención. La idea que el asesor de Sanders quería expresar era clara: Bernie trabaja duro y aprovecha oportunidades para engrosar las filas progresistas, aun si algunos de sus elegidos tienen pocas oportunidades.
En cuanto a Our Revolution, tiene “un registro de triunfos bastante bueno”, afirma Jane Kleeb, originaria de Nebraska que forma parte del consejo directivo de la organización y quien no se inmuta por el 66 por ciento de los candidatos que han perdido. “Nuestro país se mueve en una dirección más progresista”, señala.
No todos están de acuerdo. El Comité Demócrata de Campaña para el Congreso ha demostrado ser un amigo-enemigo frustrantemente molesto. Por ejemplo, en los suburbios de Houston, Our Revolution apoyó a Laura Moser, una recién llegada a la política que emprendió una campaña progresista en la sobrepoblada elección primaria demócrata. Temiendo que nunca pudiera ganar una elección general en Texas con sus puntos de vista incorregiblemente de izquierda, el Comité lanzó un ataque en el que etiquetó a Moser como “miembro de la élite de Washington” que solo “a regañadientes” dejó la capital de la nación para ir a Texas. Fue el tipo de batalla intestina que todo el mundo ha temido desde la contienda Sanders-Clinton. A pesar de los ataques del orden establecido, Moser terminó en segundo sitio entre siete candidatos en la elección primaria (la segunda vuelta fue programada para el 22 de mayo, antes de la publicación del presente artículo).
Para Sanders, candidatos como Moser son mucho más relevantes para las perspectivas del Partido Demócrata que los donadores de Southampton y Beverly Hills. “El modelo de negocios del Partido Demócrata —me dice— ha fracasado claramente” al descuidar aquellas partes del país que están entre ambas costas y que nadie visita, y que le dieron el triunfo a Trump. Piensa que los demócratas no pueden ser “el partido de la Costa Este y de la Costa Oeste”, aunque las mayores reservas de estados demócratas permanecen allí. Es necesario que coloquen a candidatos progresistas en medio de ellas. El Comité Nacional Demócrata (DNC, por sus siglas en inglés) “avanza en esa dirección”, dice.
El cambio hacia la izquierda del partido ha hecho que Weaver piense que Sanders no ha sido derrotado. A pesar de la victoria de Clinton, Weaver afirma que la campaña de Sanders fue una prueba de que el centrismo está muerto, de que el liberalismo vive y de que la revolución llegará al interior del país.
¿EL PARTIDO DEL TÉ DE LA IZQUIERDA?
“Jesús”. Esa fue la única palabra que una operadora demócrata de alto nivel me respondió cuando le envié la sección del libro de Weaver en la que insta a Sanders a postularse nuevamente como presidente.
“Uno no puede decir que su ideología gana si uno pierde”, señala la operadora demócrata, quien habló desde el anonimato por temor a que los “Bernie Bros” (jóvenes fervientes que se han tomado con demasiado entusiasmo la idea de una revolución de Sanders) la condenen a una ejecución pública con descargas de 280 caracteres de Twitter. Afirma que Sanders tiene poca influencia en la dirección del Partido Demócrata. Su voz es fuerte, pero ella estima que muchas personas han dejado de oírla. “Ellos no ganan las primarias”, dice, refiriéndose a los candidatos apoyados por Bernie (hablamos antes de los resultados de mayo, en los que dos candidatos apoyados por Sanders ganaron en Pensilvania).
Por supuesto, ningún político tiene un registro perfecto. Lo que resulta intrigante es la forma en que algunos de los candidatos apoyados por Sanders han perdido. Tomemos por ejemplo la elección primaria demócrata del Tercer Distrito del Congreso de Illinois, en los suburbios de Chicago. Ahí, Sanders apoyó a Marie Newman, fundadora de una organización sin fines de lucro contra el acoso escolar, que nunca antes se había postulado para ningún cargo público. Newman contendía contra el titular Dan Lipinski, que se había mantenido en el puesto desde 2005. Antes de esto, el puesto lo ocupaba su padre. Si bien era demócrata, Lipinski se oponía fuertemente al aborto y declinó apoyar a Obama en 2012.
A pesar de estas tendencias renegadas, en 2018 se ganó el apoyo de Pelosi, exvocera de la Cámara, y lo más cercano que tiene el Partido Demócrata a una persona de gran influencia. El apoyo de Sanders para Newman se produjo una semana después, en lo que constituyó un desafiante golpe al orden establecido demócrata. Lipinski estaba listo para el ataque. Consciente de la creciente popularidad de Newman, la caracterizó como una marioneta del “Partido del Té de la izquierda”, refiriéndose al potente pero desorganizado movimiento de derecha que presagió el advenimiento de Trump. La advertencia funcionó y Lipinski ganó.
El Partido Republicano ha tomado nota y ha decidido claramente que Sanders es un espectro tan potente para la derecha como Trump lo es para la izquierda. A finales de abril, el Comité Nacional Republicano publicó una entrada de blog titulada simplemente “#Bernified” (#Bernificado). La premisa: Sanders estaba convirtiendo al Partido Demócrata en el tipo de órgano político que habría tenido éxito en Moscú alrededor de 1936. “Cuando lleguemos a 2020 ¿habrá alguna política de Bernie que el resto del área no haya adoptado?”, preguntaba la publicación. “¿O el escenario del debate estará lleno de socialistas autodeclarados?”.
El secreto a voces de la política demócrata es que muchos comparten este temor, aun cuando se describen a ellos mismos como liberales. Esto no solo se aplica a los candidatos de Bernie, sino también a sus ideas. Después de que Sanders introdujo su plan de “Medicare para todos” el año pasado, el bloguero liberal Ezra Klein escribió que, a pesar de toda su popularidad, el plan “no resuelve ninguno de los problemas que han aquejado a todos los demás planes financiados por los impuestos de toda la historia de Estados Unidos”. Dejando a un lado los números, las políticas para vender al Congreso un plan como ese son inconcebibles. Ni siquiera California, el estado más rico y más liberal de la nación, ha podido ser persuadido de implementar una cobertura universal de salud, a pesar de la presión del poderoso sindicato de enfermeros de ese estado, un grupo estrechamente unido a Sanders. En Sacramento, donde los demócratas tienen una supermayoría, la propuesta de ley fue desechada porque nadie sabía de dónde provendría el financiamiento. “Esa era, esencialmente, una propuesta de 400,000 millones de dólares sin una fuente de financiamiento. Esto carece absolutamente de precedentes”, declaró a Los Angeles Times el vocero de la Asamblea Anthony Rendon. “No se trataba de una propuesta de ley, sino de una declaración de principios”.
Otras de las ideas características enfrentan problemas similares. La educación universitaria gratuita costaría alrededor de 75,000 millones de dólares al año, que Sanders propone cubrir con un impuesto a Wall Street. Es difícil imaginar a los republicanos, o incluso a los demócratas centristas, apoyando este plan. El ingreso básico universal, también apoyado por Sanders, costaría 900,000 millones, más de lo que se asigna anualmente al Pentágono. Mientras tanto, el gobierno de Trump ha pensado en imponer recortes al programa de alimentos para personas discapacitadas Meals-on-Wheels (517 millones de dólares provenientes de Washington). Sin embargo, Sanders no se fija en los detalles. Está ganando la guerra de las ideas, que es la única que cree que necesita ganar. “Prácticamente todas las ideas por las que he luchado ahora cuentan con un importante apoyo entre el pueblo estadounidense”, dice. Posiblemente, hará las cuentas más tarde.
De cualquier forma, algunos líderes de alto nivel muestran cierto apoyo a su visión. “El electorado es más progresista que las personas que lo representan”, afirma el representante Keith Ellison, demócrata de Minnesota y vicepresidente del Comité Nacional Demócrata. Ellison, aliado cercano de Sanders, piensa que la clase política de Washington no comprende las aflicciones del hombre común, y a eso se debe que las ideas de Sanders parezcan más estrafalarias dentro de Washington. “La persona promedio en el Congreso es millonaria”, afirma correctamente Ellison. “Si recaudamos fondos en el club campestre, si la gente disfruta de sus entremeses, la conversación no girará alrededor de los despidos en la juguetería local”.
Pero si Sanders tiene la capacidad de inspirar, también la tiene de exasperar, en particular si se trata de los miembros más compenetrados del Partido Demócrata, quienes no piensan que él comprenda cómo funciona la política. “Si el orgullo desmedido y la búsqueda exitosa de titulares en los medios fueran indicadores genuinos de una aptitud política, quizás el senador Bernie Sanders (I-Vt.) sería realmente el Svengali que está siendo promovido actualmente”, comenzaba diciendo una fulminante columna de 2017, escrita por Michael Arceneaux en The Root. Su título: “Cállate, Bernie Sanders”.
Philippe Reines, antiguo asesor de alto nivel de Hillary Clinton, piensa que Sanders sufre de “ingenuidad ideológica”, como lo dijo en una conversación reciente. Afirma que Bernie malinterpreta al electorado. Mientras que Sanders consideró el apoyo del que disfrutó durante la elección primaria demócrata como un aumento en el sentimiento liberal, Reines vio algo mucho menos transformador: hambre de algo, de cualquier cosa que no se llamara Clinton. Ya desde entonces, afirma Reines, Bernie había estado subestimando el apoyo hacia sus políticas. Esto podría ayudar a explicar por qué los candidatos a los que apoya no han ganado en grandes números en 2017 y 2018. Reines no cree que 2020 será distinto, si es que se llega a eso. “No creo que el Bernie que vimos en 2015 vaya a transformarse en 2020 de alguna forma mágica”, dice.
CORRE, BERNIE, CORRE
A mediados de abril, el Partido Demócrata de New Hampshire realizó su Almuerzo Anual en el McIntyre-Shaheen 100 Club en Nashua, una ciudad cercana a la frontera con Massachusetts. En la página 31 del programa, había un anuncio que captó la atención de los asistentes, únicamente por las personas que lo habían pagado: “Amigos de Bernie Sanders”. En el anuncio se prometía trabajar con el Partido Demócrata del Estado “¡en 2018 y más allá!”.
Más allá de las elecciones intermedias, está la campaña presidencial, en la que muchas personas esperan que Sanders desafíe a Trump, así como a una docena de candidatos de su propio partido. Cuando lo cuestioné al respecto, Sanders desestimó la pregunta en la misma forma en que cualquier posible candidato lo haría. Desde luego, no se postulará. Quienes lo declaren con tanta anticipación, están chiflados.
Al mismo tiempo, Bernie actúa como candidato. Publicará su propio libro, Where We Go From Here (Hacia dónde vamos desde aquí), cerca de la época de las elecciones intermedias de otoño, cuando la atención gire hacia las elecciones primarias presidenciales. Ha estado en Iowa al menos dos veces. Y aunque se mantuvo alejado de Alabama durante la campaña al Senado de este año, la cual tuvo un alto perfil, recientemente se aventuró hacia el sur en un esfuerzo de atraer a los votantes de raza negra.
“Lo único que tiene Sanders es que le agrada a la gente”, afirma Mark Penn, un encuestador veterano que trabajó para Bill Clinton, elogiando a Sanders por sus “agallas”. Compara a Sanders con Obama ya que, afirma, ambos hombres eran más queridos que las políticas que proponían. Y contrasta a Sanders con Trump, quien es odiado por muchas personas, aun cuando algunas de sus políticas disfrutan de cierto apoyo.
Las encuestas de Penn han llegado a una conclusión que no sorprendería a nadie que haya comprado alguna vez en una tienda de Walmart o Target: el electorado sigue teniendo “una naturaleza capitalista bastante sólida”, al tiempo que rechaza el socialismo como una “amenaza”. La única propuesta política de Sanders que tiene cierto atractivo para las personas, según los hallazgos de Penn, es la cobertura universal de atención a la salud.
Como casi todas las demás personas con las que hablé, él piensa que Sanders contenderá en 2020. No todo el mundo cree que es una buena idea. El ex vicepresidente Joe Biden también sabe cómo atraer a la clase trabajadora, pero, a diferencia de Sanders, “está más en sintonía con el mensaje ganador demócrata” del gradualismo liberal, en palabras de Penn, el cual tiene menos probabilidades de volverse hostil. Elizabeth Warren es igualmente progresista, pero menos desagradable para el orden establecido demócrata. “Él hará lo que vaya a hacer”, dice Reines, exasesor de Clinton, con algo parecido a la resignación. “No es necesariamente lo que sea mejor para el Partido Demócrata”. Sanders estaría en desacuerdo con esa afirmación. Si no creyera que él sabe más, se habría ido en silencio hace mucho tiempo. Y su argumento a favor de una reorganización resulta atractivo.
Durante los ocho años de la presidencia de Obama, el partido perdió cientos de escaños legislativos en toda la nación. Perdió ambas cámaras del Congreso. Luego, perdió la presidencia. Para Sanders, estos fueron signos de una profunda enfermedad dentro del orden establecido demócrata, la cual se ha agravado gracias al dinero de los donadores y los datos de los votantes, pero que también se ha alejado cada vez más de las personas ordinarias. Aunque es posible que se irrite ante esta idea, lo que él prescribe equivaldrá, para la mayoría de los estadounidenses, a un tratamiento experimental. La cuestión es cuántos de ellos realmente lo quieren.
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Con información adicional de Marie Solis
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek