Evan San Miguel estaba en clases este viernes en la escuela secundaria de Santa Fe, en Texas, cuando surgió otro alumno, anunciando una “sorpresa”. Y ahí empezó el tiroteo.
“Era aterrador, aterrador. Ni siquiera sabía yo si iba alguna vez a volver a mi casa”, contó este adolescente de 15 años, que figura entre los alumnos de la escuela de Texas donde se produjo la última masacre en un centro de enseñanza de Estados Unidos.
Horas después de que Dimitrios Pagourtzis, un chico de 17 años, abatiera a tiros a diez personas, en su mayoría compañeros de clase, e hiriera a otros diez por razones aún desconocidas, antes de entregarse a la policía, una velada congregó a alumnos, padres, y habitantes de esta unida comunidad rural, cercana a Houston.
Entre las velas, las oraciones y las lágrimas, Evan y sus amigos recuerdan esa mañana de horror en la secundaria Santa Fe High School.
“Cuando abrió la puerta para disparar contra Kyle, estaba en modo ‘sorpresa’, y luego le disparó en el pecho”, relató Evan, cuyo hombro izquierdo fue rozado por una bala.
El homicida abandonó enseguida la sala. Evan y los demás supervivientes se encerraron en el interior, esperando a la policía, que los condujo más tarde a un lugar seguro.
Durante la velada de oraciones, el gobernador de Texas, Greg Abbott, y el senador Ted Cruz abrazaron a las afligidas familias, entre los rezos de los religiosos.
Otra alumna, Bailee Sobnosky, estaba en la parte trasera del colegio cuando escuchó los disparos. Gracias a la experiencia adquirida en un ejercicio de alerta llevado a cabo tres meses antes, atravesó corriendo la calle para refugiarse en una gasolinera.
“Aún no me siento segura”, dijo a la AFP la estudiante de 16 años, tras participar en la velada.
“Conmoción”
“Creo que esto va a conmocionar a la comunidad, y que será difícil volver a la normalidad”, agregó.
Bailee no conocía personalmente al agresor, pero sí se había cruzado con él. “Parecía buen chico”, aunque con pocos amigos, contó.
En las primeras horas del sábado, todavía se podían ver agentes del FBI que proseguían sus investigaciones.
Ante la escuela, donde la electricidad seguía aún encendida en algunos lugares, una cinta amarilla policial mantenía alejados a los curiosos.
Dos muchachas se acercaron, con un ramo de flores.
Kali Causey, de 20 años, antigua alumna de otro colegio de la región, no se puede creer que su pequeña comunidad haya albergado la última masacre contra estudiantes norteamericanos en su propia escuela.
“Hablábamos siempre de Columbine, el horror, de Sandy Hook”, aseguró la joven, aludiendo a otras dos matanzas.
“Y todo eso ha ocurrido aquí, en nuestra ciudad”, añadió, incrédula.
Sin embargo no cuestiona la profusión de armas de fuego, a menudo considerada culpable de las matanzas en Estados Unidos, y desde luego una característica de la cultura en Texas.
“Mucha gente dice que es por eso, pero hay que ver las cosas con más distancia”, aseguró Kali, que alude a fenómenos como el acoso y los problemas psicológicos.
“Eso tiene más influencia que el hecho de que las armas sean accesibles”, sostuvo.
La muchacha se declara ahora disponible para ayudar a la comunidad enlutada y a las familias afligidas.
“Sólo basta con tenderles los brazos, y decirles que estamos con ellas”.