Donald Trump prometió que Estados Unidos sería prioridad. Pero sus nuevos asesores en política exterior podrían sugerir lo contrario.
En la primavera de 2016, mientras Donald Trump hacía campaña por la nominación presidencial republicana, reunió a una multitud de élite en un salón de Washington para anunciar una nueva propuesta que, según dijo, “sacudiría la herrumbre de la política exterior de Estados Unidos”. Contra el fondo de banderas estadounidenses, hizo trizas las décadas de ortodoxia GOP —de manera específica, la construcción nacional de George W. Bush en Irak— y juró implementar una “política exterior coherente” que evitaría los conflictos lejanos y pondría a “Estados Unidos primero”. Trump se comprometió a reunir “expertos talentosos con enfoques e ideas prácticas, en vez de rodearme de personas con currículos perfectos, pero muy poco de qué presumir, excepto la responsabilidad de una larga historia de políticas fallidas y pérdidas continuas en la guerra. Tenemos que volver la mirada hacia la gente nueva”.
Pero ahora, cuando el presidente Trump enfrenta una serie de conflictos con Siria, Irán y Corea del Norte, vuelve a rodearse de algunas de esas “personas viejas” cuyas ideas descartó con tanto fervor siendo candidato. En las últimas semanas ha designado como asesor de Seguridad Nacional a John Bolton, un diplomático de la era Bush que ha propuesto bombardear Irán y Corea del Norte; como secretario de Estado, a Mike Pompeo, excongresista del Tea Party que respaldó la Guerra de Irak; y como directora de la CIA a Gina Haspel, funcionara clandestina veterana que, tras los ataques del 11 de septiembre, dirigió una prisión secreta donde practicaban la tortura del submarino (waterboarding; al momento de cerrar esta publicación, Haspel aguardaba la confirmación del Congreso).
Este cambio de personal es un segundo acto impresionante para estos conservadores radicales. Y los legisladores de ambos partidos —sobre todo, los demócratas— temen que su resurgimiento pueda conducir al tipo de errores costosos que Trump juró evitar cuando repudió la era Bush. “Me parece que quieren volver a reunir a la pandilla”, dijo a Newsweek el senador Brian Schatz, demócrata por Hawái. “Son el equipo del cambio de régimen, y es preocupante”.
Esos nombramientos ocurren en un momento crítico para la política exterior estadounidense. En breve, Trump pretende reunirse con Kim Jon Un para hablar sobre el arsenal nuclear de Corea del Norte, pero no antes de emitir su decisión sobre un acuerdo armamentista que Estados Unidos y sus aliados europeos suscribieron con Irán para frenar sus ambiciones nucleares. El mandatario ha amenazado con anular el acuerdo iraní por lo que considera debilidades en el tratado, postura que lo ha enfrentado con Gran Bretaña, Francia y Alemania.

Algunos legisladores señalan que los nuevos asesores de Trump podrían ejercer una influencia desmedida en un presidente que, según The Washington Post, se niega a leer los informes de inteligencia cotidianos. En vez de eso, Trump recurre a los informes verbales de sus asistentes sobre temas selectos. “Mis temores sobre el futuro de nuestras políticas exterior y militar se fundamentan en la manera como delega muchas de las decisiones clave a una pequeña cantidad de personas, quienes tienen una visión muy torcida y distorsionada del equilibrio correcto entre la política militar y la política exterior”, acusa el senador Richard Blumenthal, demócrata por Connecticut, quien forma parte del Comité de los Servicios Armados.
De mayor inquietud para los demócratas —y algunos republicanos— es Bolton, sin duda el miembro más radical de la nueva guardia. Conquistó a Trump siendo un franco comentarista de Fox News y, en febrero, antes de aceptar el nuevo trabajo como asesor de Seguridad Nacional, argumentó a favor de un ataque preventivo contra Corea del Norte. En fecha más reciente, propuso una estrategia distinta, parecida a la que él y la presidencia de Bush utilizaron en Libia, donde Estados Unidos relajó las sanciones a cambio de que el país desmantelara su programa nuclear.
No obstante, algunos analistas opinan que la comparación con Libia podría socavar las próximas negociaciones. Transcurridos ocho años de que Muamar el Gadafi pusiera fin al programa nuclear libio, Estados Unidos lanzó ataques militares en aquel país para evitar que el déspota masacrara a los civiles que formaron parte de un levantamiento popular. Gadafi no solo perdió el poder, sino que fue asesinado por los rebeldes; resultado que algunos funcionarios norcoreanos han calificado de una “lección peligrosa” para otras naciones que intentan volverse nucleares.
En cuanto a Irán, los críticos consideran que Pompeo —defensor del conservadurismo— está atizando el deseo de Trump de anular el acuerdo nuclear. Hace poco, el nuevo secretario de Estado se hizo eco de la acusación israelí —fundamentada en un alijo de archivos iraníes robados— de que Teherán ocultó su programa de armas nucleares mientras negociaba el acuerdo. Pompeo declaró que Irán “no decía la verdad”, a pesar de que numerosos funcionarios de inteligencia, activos y retirados, aseguran que los documentos no demuestran que ese país haya violado el acuerdo.
Por su parte, durante los preparativos para sus audiencias de confirmación, Haspel ha buscado distanciarse de la controversia sobre la tortura en la era Bush, asegurando a los legisladores que no quiere que la CIA “regrese al negocio del interrogatorio”, reveló BuzzFeed News. Sin embargo, sus críticos señalan que estará a las órdenes de un presidente que ha respaldado el uso del submarino contra sospechosos de terrorismo.
Los demócratas temen que este nuevo equipo, tomando en conjunto, se traduzca en una política exterior más agresiva. “Los nominados más recientes refuerzan los peores instintos de Donald Trump en cuanto al uso de la fuerza militar como primera opción, y no como último recurso”, dijo Blumenthal a Newsweek. “Es una tendencia peligrosa para la política exterior”. El senador Rand Paul, republicano por Kentucky, citó inquietudes parecidas cuando amenazó, brevemente, con bloquear la nominación de Pompeo. “No queremos que gente ansiosa de emprender una guerra esté al frente del Departamento de Estado”, dijo a CNN (al final, Paul apoyó la nominación de Pompeo, argumentando que le aseguraron, en privado, que Trump y Pompeo consideran ahora que la Guerra de Irak fue un error).
La Casa Blanca niega que los nuevos nombramientos apunten a un cambio de políticas. Aunque, en cualquier caso, la política de Trump de “Estados Unidos primero” no ha sido consistente con lo que prometió a los votantes hace dos años. Ha pasado varias veces del aislacionismo al intervencionismo. En abril, cuando anunció el segundo bombardeo de Siria durante su gestión, dijo que Estados Unidos estaba “preparado para mantener esta respuesta hasta que el régimen sirio dejara de usar agentes químicos prohibidos”. Y, minutos después, advirtió que la intervención en Oriente Medio sería limitada: “Estados Unidos será un socio y un amigo, pero el destino de la región está en manos de su propio pueblo”.
Esa tensión podría desatar enfrentamientos entre los radicales y los personajes más moderados, como James Mattis, secretario de Defensa, y Joe Dunford, presidente del Estado Mayor Conjunto (algunos demócratas, como la senadora de Missouri, Claire McCaskill, consideran que Mattis, en particular, es un bastión contra los nuevos radicales).
Muchos republicanos opinan que es muy pronto para saber cuánta influencia tendrán estos extremistas. “Creo que el presidente podría volverse más realista y, potencialmente, hasta un poco más suave”, dijo a Newsweek el senador Bob Corker, republicano por Tennessee, quien preside el Comité de Relaciones Exteriores. “Es posible que la diversidad de opiniones resulte en una buena política. Ya veremos”.
Otros legisladores, como Schatz, tienen una opinión más sombría. Como dice este demócrata, “considero que debemos estar muy alertas”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek