Luiz Inácio Lula da Silva se convirtió este sábado en el primer expresidente brasileño encarcelado por un delito común y en la mayor presa de la Operación Lava Jato, que desde hace cuatro años sacude a una clase política gangrenada por la corrupción.
El exmandatario de izquierda (2003-2010) llegó por la noche en helicóptero a la sede de la Policía Federal de Curitiba, donde una celda de 15 metros cuadrados con baño privado fue especialmente acondicionada para alojarlo.
Lula, de 72 años, fue condenado a 12 años y un mes de cárcel por el juez Sergio Moro, figura emblemática de Lava Jato, que lo consideró beneficiario de un apartamento de lujo ofrecido por una constructora a cambio de facilidades para obtener contratos con Petrobras.
A seis meses de las elecciones generales, la vida pública de la mayor economía de América Latina arranca una nueva etapa llena de interrogantes.
Nueva vida
Figura clave de la historia reciente de Brasil, y del continente, Lula se definió en 2007 como una “metamorfosis ambulante”. Por entonces era el gobernante obrero que se entendía con el mercado y antes había sido el niño pobre que había vencido al hambre para saltar de la fábrica al palacio presidencial (2003-2010).
A los 72 años, Lula comienza ahora la vida de presidiario y, aunque todavía es pronto para saber si algún recurso puede liberarlo a corto plazo o cómo se adaptará, nadie duda de que no pasará desapercibido.
“Él es un líder nato, una figura fundamental en la historia política y específicamente en la izquierda”, valoró a la AFP el analista André Cesar, de la consultora Hold.
“Desde la cárcel va a continuar ejerciendo su influencia y podrá explotar también el simbolismo de la victimización, como señaló en su discurso”, añadió.
Para la historia quedan ya los últimos días, donde Lula fue más Lula que nunca. Atrincherado en la sede del sindicato que le convirtió en un icono hace tres décadas, desafió las órdenes, negoció con las autoridades, dio un emocionante discurso y acabó entregándose escoltado por militantes eufóricos.
La encrucijada de la izquierda
Durante su último pronunciamiento en libertad, el exlíder sindical dejó numerosos mensajes. Comunicador brillante, Lula estuvo flanqueado gran parte del tiempo por los jóvenes precandidatos de izquierda Manuela d’Ávila, quien a duras penas contenía el llanto, y Guilherme Boulos, líderes del Partido Comunista do Brasil (PCdoB) y del alternativo PSOL, respectivamente.
Lula, estamos juntos contra a injustiça. Não é possível prender os ideais. #LulaLivre pic.twitter.com/dqWLUBVyhR
— Guilherme Boulos (@GuilhermeBoulos) 7 de abril de 2018
Para ambos tuvo palabras sobre sus futuros prometedores, que contrastaron con las menciones mucho más protocolarias de quienes podrían sustituirle como candidato al frente de su Partido de los Trabajadores (PT) en las próximas elecciones.
“Ahora no hay nombres fuertes dentro de la formación. [Los exministros] Jaques Wagner, Fernando Haddad son personas cualificadas pero no tienen pegada, entonces Lula podría apostar por alguien de izquierda pero no necesariamente del PT”, afirmó Cesar.
Todavía es muy prematuro, sin embargo, hablar de la eventual unión de un progresismo tan fracturado como el brasileño.
“Quizás Lula haya lanzado ese anzuelo para ver cuál es la reacción, teniendo en cuenta que el país entero estaba mirando, con (la televisora) Globo transmitiendo su discurso en vivo”, analizó.
Los adversarios
Con Lula en prisión y su participación en las elecciones prácticamente inviable, se abre la carrera por hacerse con el capital electoral de quien era el líder destacado en las encuestas.
Y, pese a que la mayoría de sus rivales se han mostrado cautos en las primeras horas, los movimientos tras la detención del patriarca de la izquierda pueden decidir el nombre del próximo presidente.
“El escenario quedó ahora menos previsible y más pulverizado porque ya no hay una persona que polarice tanto como Lula”, comentó a la AFP Oliver Stuenkel, profesor de la Fundación Getúlio Vargas.
Un nuevo panorama que, según varios analistas, podría neutralizar el ascenso de la extrema derecha, cuyo candidato Jair Bolsonaro aparecía segundo en las encuestas.
“Quien más va a sufrir con el hecho de que Lula quede fuera va a ser Bolsonaro, porque él ha crecido como uno de los posibles anti-Lula y ahora la campaña va a tender a ser menos polarizada”, añadió.
Laberinto judicial
Pero, como ha venido ocurriendo en los últimos años frenéticos en Brasil, todo puede cambiar en cuestión de horas.
Si el miércoles en la mañana parecía que Lula podría esquivar la prisión durante meses, el jueves se determinó que debía ingresar en menos de un día. Ya el viernes llegó a pensarse que no obedecería y el sábado, tras anunciar finalmente que se entregaría -aunque tarde-, estuvo a punto de quedar retenido en el sindicato por la pasión de sus seguidores.
Por lo pronto, una corte suprema dividida volverá a reunirse el miércoles con varios asuntos en agenda con potencial para cambiar de nuevo el horizonte del expresidente.
“En Brasil todo es posible, así que puede pasar una semana en la cárcel y que, por ejemplo, un juez del Supremo Tribunal Federal (STF) le mande después a prisión domiciliaria”, afirmó Stuenkel.
1980/2018 pic.twitter.com/6q2XUxBMFA
— Lula pelo Brasil (@LulapeloBrasil) 7 de abril de 2018
“Como hace tiempo que estamos en el campo de las decisiones sin precedentes, es realmente complicado decir lo que va a pasar”, zanjó.