Luiz Inácio Lula da Silva ha tenido muchas vidas, pero a los 72 años, puede iniciar la menos gloriosa de todas. Fue el niño pobre que venció al hambre, el metalúrgico que sedujo al mundo con su Brasil imparable y ahora un condenado por corrupción camino a la cárcel.
En los últimos años la vida de Da Silva ha dado vuelcos imprevisibles; el último fue dado la madrugada de este jueves por la corte suprema de Brasil, que dio luz verde a la ejecución de su condena a más de 12 años de cárcel por corrupción.
Lula, considerado un mito de la izquierda, representa la figura a quien se ha dado el mayor golpe en la investigación Lava Jato (lavado de autos) contra las enormes redes de corrupción en el país, por recibir un departamento de lujo de una constructora involucrada en la trama de sobornos de la estatal Petrobras.
El fallo, pronunciado después de la medianoche del miércoles tras más de diez horas de debates, también impacta de lleno la carrera presidencial de la mayor economía latinoamericana que se dirimirá el 7 de octubre, al dejar prácticamente fuera del tablero al favorito en las encuestas.
Un apretado resultado de 6 a 5, los jueces del Supremo Tribunal Federal (STF) rechazaron el recurso (habeas corpus) presentado por la defensa del exmandatario. “La presunción de inocencia no puede llevar a la impunidad”, dijo la presidenta de la corte Cármen Lúcia, que aportó el sexto voto que selló el resultado.
Lula, que gobernó Brasil del 2003 a 2010, se considera víctima de un “pacto diabólico” de las élites para impedir que gane las elecciones de octubre, en la cuales es favorito, con más de un tercio de intenciones de voto.
Esta guerra empezó en marzo de 2016, con la policía despertándolo al alba para llevarle a declarar. Ya no hubo vuelta atrás en la escalada.
En julio de 2017, el juez de primera instancia Sergio Moro lo condenó a casi diez años de cárcel. La pena fue aumentada en enero a 12 años y un mes por una corte de apelación.
Con otros seis procesos abiertos, la confrontación ha resucitado al combativo líder sindical que no paró hasta saltar de la fábrica al palacio de Planalto; pero los escándalos y la crisis han oxidado aquel histórico 87 por ciento de popularidad con el que dejó la presidencia en 2010.
Solo el Supremo tribunal Federal (STF) podía darle tiempo extra a Lula, que hace un mes reconocía a la AFP que la idea de ir a la cárcel pasaba “todos los días” por su cabeza.
La detención
La detención de Lula, que niega todas las acusaciones en su contra, podría producirse a partir de la semana próxima, una vez que su defensa presente sus últimas objeciones, si es que decide hacerlo, informó el tribunal de apelaciones (TRF4) que lo condenó en segunda instancia.
La asesoría del equipo de abogados del exmandatario dijo a la AFP que esa posibilidad estaba bajo análisis.
“No será detenido de inmediato porque lo que juzgó el STF es un habeas corpus que autoriza la expedición de una orden de prisión”, explicó a la AFP el criminólogo Jovacy Peter Filho. Quedan aún por analizar “posibles nuevos recursos en el TRF4 y solo entonces podría llegar la orden del juez Sergio Moro”, añadió.
Moro es el magistrado de primera instancia que desde su despacho de Curitiba se convirtió en ícono de la lucha contra la corrupción para muchos brasileños. De su pluma salieron la condena contra el expresidente y contra otros políticos y empresarios enredados en la Operación Lava Jato.
La megainvestigación iniciada hace cuatro años puso en la mira de la justicia al actual presidente conservador, Michel Temer, y a buena parte de su gabinete, junto con decenas de diputados y senadores.
Desazón y festejos
Lula siguió el debate sin hacer declaraciones en una sala del Sindicato de Metalúrgicos en Sao Bernardo do Campo, cinturón obrero de Sao Paulo. Avanzada la noche se dirigió a su departamento, en la misma localidad.
“La presunción de inocencia, ese derecho fundamental que fatalmente volverá a valer para todos, no valió hoy para Lula. Un día triste para la democracia y para Brasil”, escribió en su cuenta de Twitter la presidenta del PT, Gleisi Hoffmann.
El partido de Lula prometió defender en las calles y ante todas las instancias su candidatura presidencial “hasta las últimas consecuencias”.
El Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) se sumó a las críticas: “No es sólo a Lula al que quieren arrestar, sino también el sueño de un país más justo. Jamás lo permitiremos. La lucha continúa”.
El presidente venezolano, Nicolás Maduro, también estuvo entre los primeros en reaccionar a la decisión: “No solo Brasil, el mundo entero te abraza @LulapeloBrasil”, escribió en Twitter. “La derecha, ante su incapacidad de ganar democráticamente, eligió el camino judicial para amedrentar a las fuerzas populares”.
No solo Brasil, el mundo entero te abraza @LulapeloBrasil. Duele el alma esta injusticia. La derecha, ante su incapacidad de ganar democráticamente, eligió el camino judicial para amedrentar a las fuerzas populares. Más temprano que tarde vencerá la Patria Grande. #LulaValeALuta pic.twitter.com/r3wZanZLFm
— Nicolás Maduro (@NicolasMaduro) 5 de abril de 2018
Esas palabras se mezclaban con los festejos de los rivales políticos del hombre que en 2010 dejó el Palacio de Planalto con los mayores niveles de popularidad de la historia moderna.
En Brasilia, sede del tribunal, se lanzaron fuegos artificiales cuando la votación aún no había concluido y en Sao Paulo se escucharon bocinazos celebrando la decisión.
El PSDB del exmandatario Fernando Henrique Cardoso, que perdió las últimas cuatro elecciones que disputó contra el PT, emitió un comunicado firmado por su líder en la Cámara baja, Nilson Leitao: “El expresidente no está por encima de la ley, sino al alcance de ella como todos los brasileños. Una decisión en sentido contrario frustraría a la sociedad y sería un retroceso en el combate a la impunidad”.
Elecciones inciertas
Pero incluso si Lula evitara la cárcel, su candidatura seguiría en jaque porque la justicia electoral impide postularse a condenados en segunda instancia.
¿Cómo afectaría la ausencia de Lula en las elecciones del gigante latinoamericano? Ante esa posibilidad cada vez más plausible, los analistas anticipan los comicios más inciertos desde la vuelta de la democracia en Brasil en 1985.
La posibilidad de que llegara a la presidencia un candidato que enfrenta otros seis procesos, por delitos como obstrucción de la justicia y tráfico de influencia, alimentó la polarización que vive Brasil y que ya había conducido en 2016 a la destitución de Dilma Rousseff, sucesora y protegida de Lula, por manipulación de las cuentas públicas.
El diputado ultraderechista Jair Bolsonaro, segundo en intención de voto según las encuestas, aún no se pronunció sobre el fallo del Supremo pero sus seguidores sueñan desde hace meses en ver a Lula entre rejas.
(Con información de AFP)