Es probable que ya contemos con las herramientas necesarias para descubrir vida inteligente en otros planetas. Si tan solo dejáramos de hacer ¡tanto ruido!
EN MAUI hay un telescopio instalado en lo alto de un volcán que, cada tarde, capta las partículas de luz del universo con la cámara digital más grande del mundo. Casi siempre busca asteroides que cruzan el cosmos. Pero, una noche del pasado mes de octubre, su mirada topó con algo asombroso, un objeto volador no identificado que se desplazaba rápidamente por el espacio, y parecía provenir de otro sistema solar.
O, al menos, eso concluyeron los astrónomos de la Universidad de Hawái que lo descubrieron. Al principio pensaron que se trataba de un cometa; después, creyeron que era un asteroide. Pero en cosa de un mes se dieron cuenta de que el objeto era alargado y delgado, muy distinto a cualquier asteroide conocido por la ciencia. Así que lo denominaron ‘Oumuamua, vocablo hawaiano que significa “mensajero del pasado lejano”.
A miles de kilómetros de distancia, un astrónomo de Harvard, llamado Avi Loeb, también se enteró de la existencia del objeto misterioso. Y muy pronto comenzó a considerar una posibilidad provocadora: que ‘Oumuamua fuera, en realidad, una nave espacial alienígena que enviaba señales a sus creadores. Semejante teoría podría antojarse un poco descabellada, pero Loeb no es un loco que busca hombrecitos verdes en una nave espacial. Él y sus colegas forman parte de un creciente número de científicos de primer nivel que aplican los mismos estándares rigurosos utilizados en otros esfuerzos científicos para tratar de responder a una de las interrogantes más perentorias que enfrenta la humanidad: ¿estamos solos en el universo?
Muchas personas siempre se han fascinado con la posibilidad de visitantes alienígenas. En 2001, una encuesta Gallup (la más reciente hasta el momento) halló que, por ejemplo, 33 por ciento de los estadounidenses creía que los extraterrestres han visitado nuestro planeta. No obstante, los científicos —dentro y fuera del gobierno de Estados Unidos— se resisten a tomar en serio esas afirmaciones. Desde el accidente del globo meteorológico en Roswell, Nuevo México, en 1947, hasta los círculos en cultivos de Inglaterra, han participado en el debate —en buena medida— solo para desprestigiar algunas afirmaciones dudosas. También han criticado que la mayoría de las personas no haga una distinción entre aterrizajes alienígenas —que no han ocurrido— y la posibilidad de futuros contactos alienígenas (que, de hecho, podrían ocurrir). “Siempre nos hacen la pregunta sobre un ovni” dice Dan Werthimer, astrónomo de la Universidad de California, Berkeley; y agrega que, en conferencias públicas sobre la búsqueda de vida alienígena, la gente suele decirle: “Para qué se toman la molestia si E. T. ya aterrizó y lo mantienen en secreto en alguna instalación militar”.
Sin embargo, aunque las afirmaciones sobre los ovnis suelen ser engaños u obra de teóricos de conspiraciones, la búsqueda de inteligencia extraterrestre —vida alienígena tan sagaz y tecnológicamente avanzada como los humanos— es un campo científico legítimo. Y esa búsqueda para encontrar vida en otros planetas está impulsada por cientos de millones de dólares, y nuevos telescopios superpotentes que escudriñan rincones cada vez más apartados del universo.
Los expertos están en desacuerdo en cuanto a la manera como la vida inteligente podría tratar de contactar a la humanidad. Pero este campo resucitado —conocido como SETI [siglas en inglés de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre]— podría utilizar el mismo tipo de tecnología que usamos para comunicarnos entre nosotros, desde señales de radio hasta destellos de luz.
Con todo, esa conjetura revela la ironía fundamental de la SETI. Justo cuando los intentos para encontrar extraterrestres se vuelven más avanzados, y justo cuando los científicos están cada vez más seguros de que no somos los únicos seres inteligentes en el universo, la humanidad está produciendo más ruido tecnológico que nunca en su historia, socavando nuestra capacidad para detectar transmisiones alienígenas potenciales.
Es más, los científicos de SETI aseguran que hacemos tanto ruido que, si E. T. tratara de comunicarse con nosotros, jamás recibiríamos su mensaje.
MIRA QUIÉN HABLA
En 1950, el físico Nobel Enrico Fermi planteó un acertijo (conocido como la paradoja Fermi), el cual aborda una interrogante central que los científicos de SETI intentan responder: si existe vida inteligente en otras partes del universo, ¿por qué no la hemos encontrado? Ya que el universo tiene alrededor de 14,000 millones de años, cabe pensar que estaría poblado por otras civilizaciones, además de la nuestra.
Un problema que entorpece la investigación: el dinero. La búsqueda de extraterrestres es muy costosa, y el gobierno y las universidades privadas de Estados Unidos han evitado subsidiar las investigaciones requeridas. La primera conferencia profesional de SETI —celebrada en Green Bank, Virginia Occidental— se llevó a cabo en 1961, pocos meses después de que el cosmonauta soviético Yuri Gagarin se convirtiera en el primer humano en viajar al espacio. En la década de 1980, la NASA dedicó unos 2 millones de dólares anuales a la investigación de vida inteligente en el espacio exterior y, en 1990, el Congreso de Estados Unidos autorizó un presupuesto de 100 millones de dólares para desarrollar nuevas tecnologías, una cantidad sustancial para aportar fondos al campo. No obstante, pocos años después, la NASA interrumpió aquel programa. “Ni un solo marciano ha dicho: ‘Llévame con tu líder’”, argumentó Richard Bryant, senador demócrata por Nevada, durante la votación presupuestal que puso fin al subsidio. “Y ni un solo platillo volador ha solicitado la aprobación de la FAA [Administración Federal de Aviación, por sus siglas en inglés]”. Desde entonces, la NASA no ha subsidiado investigaciones de SETI, decisión que ha puesto a los alienígenas en las márgenes de la astronomía.
Pero en 2015, unos investigadores de SETI al fin recibieron los fondos necesarios, los cuales llegaron en un giro argumental que recuerda a la película Contacto, donde un investigador de SETI choca con las autoridades del gobierno, y es rescatado por un multimillonario misterioso.
En la vida real, el acaudalado benefactor de SETI no es misterioso. Su nombre es Yuri Milner, y es un físico ruso y capitalista de riesgo. Así llamado en honor de Gagarin, Milner considera que tenemos la “responsabilidad galáctica” de reconocer la profunda suerte de nuestra inteligencia, y de buscar su equivalente en otros lugares. También sueña con el impacto que semejante descubrimiento tendría en la humanidad. “Hay momentos, muy contados, en que nos sentimos uno”, dice. “El resto del tiempo estamos divididos”.
Milner decidió financiar la búsqueda de inteligencia extraterrestre, para lo cual comprometió 100 millones de dólares, a lo largo de diez años, en un proyecto internacional denominado Breakthrough Listen. “Es obvio que no hay garantías”, señala. “La posibilidad de encontrarla en los próximos diez años es muy pequeña. [Pero] la importancia de ese descubrimiento potencial es tan grande, que hasta esa pequeña probabilidad justifica el esfuerzo”.
Casi un tercio de los fondos de Milner está destinado a un programa de SETI de la Universidad de California, Berkeley. Andrew Siemion, su cazador de alienígenas en jefe, dio con el campo después de que los ataques del 11/9 lo lanzaron en busca de un empleo significativo. Desde entonces, ha dedicado su carrera a buscar una señal —cualquier señal— que solo pueda explicarse con la existencia de vida alienígena tecnológicamente avanzada. “La propiedad más interesante del universo es que alberga vida inteligente”, explica Siemion, quien está decidido a averiguar si hay vida inteligente más allá de la Tierra. “Me parece que es la pregunta más fundamental que debemos formular como científicos”.
El dinero de Milner ha mejorado enormemente la capacidad de Siemion para abordar esa pregunta. Gracias a los fondos, él y sus colegas han tenido la posibilidad —y el tiempo— para contemplar el universo usando algunos de los telescopios más potentes del planeta. “Ha revolucionado, totalmente, nuestras capacidades”, asegura.
La mayor parte de esos instrumentos son radiotelescopios, platos gigantescos y ultrasensibles que reciben señales tenues procedentes de lugares muy lejanos. Con todo, esos instrumentos no buscan sonidos en el cosmos; lo que buscan es luz. Las ondas de radio forman parte del espectro lumínico: la banda que, en opinión de muchos astrónomos, probablemente usaría la tecnología alienígena para comunicarse con nosotros.
Los cazadores de alienígenas buscan ondas de radio porque los humanos son muy aficionados a usarlas. Las ondas de radio pueden recorrer muchos kilómetros, permitiéndonos escuchar nuestros programas de entrevistas favoritos mientras conducimos. También son capaces de viajar años luz y de llenarse con información, razón por la cual conducen nuestras transmisiones televisivas, nuestras llamadas celulares y ubicaciones GPS. Ya que las ondas de radio son tan versátiles, los científicos de SETI consideran que nuestros vecinos galácticos podrían usarlas para contactarnos y saludar.
Los científicos clasifican las ondas de radio con base en la cantidad de sus crestas; esta medición es la frecuencia de la onda. Cuanto más próximas son las crestas, más alta es la frecuencia. Cuando se trata de ondas de radio que provienen del exterior de la Tierra, los científicos sintonizan frecuencias entre 1 y 10 gigahertz. “Ese es el rango en que nuestra atmósfera es bastante transparente y la galaxia es muy silenciosa”, informa la astrónoma Jill Tarter, del Instituto SETI en Mountain View, California, un líder en el campo. Cualquier frecuencia por debajo de esa ventana capta demasiado ruido del resto de la galaxia; por ejemplo, radiación de los planetas o hasta el zumbido de un agujero negro lejano. La atmósfera bloquea frecuencias superiores a 10 gigahertz, pero acunadas dentro de esa ventana silenciosa hay 9,000 millones de frecuencias —o canales— posibles que podrían usar los extraterrestres.
En la década de 1960, cuando comenzó la búsqueda de inteligencia extraterrestre, los científicos podían escuchar solo un canal a la vez. Hoy día, pueden sintonizar decenas o centenares de millones de canales al mismo tiempo, buscando una sola nota procedente de rincones millones de veces más lejanos. Esta capacidad inmensa aumenta las probabilidades de que captemos la llegada de un mensaje alienígena. Pero también resulta en una cantidad absurda de señales adicionales. “Recibes una señal cada diez segundos”, señala Seth Shostak, importante astrónomo del Instituto SETI. “Te volverías loco si tuvieras que analizar todas esas cosas”.
La nueva era de SETI expande rápidamente la investigación. El dinero de Milner proporciona a Siemion los medios para comprar bloques de costoso tiempo de observación en algunos de los radiotelescopios más potentes del mundo, desde Virginia Occidental hasta China. Los científicos están investigando más estrellas, recogiendo señales más débiles y escuchando nuevas regiones del cosmos, como el poco estudiado Hemisferio Sur, la puerta de entrada al congestionado corazón de la Vía Láctea.
La inyección de capital no solo contribuye a expandir la investigación, sino que también descarta posibilidades. No tenemos un identificador de llamadas galáctico, así que cada señal viable debe someterse a una batería de pruebas para confirmar si E. T. está al otro lado de la línea. Hasta ahora, ninguna señal ha pasado esas pruebas.
No obstante, como dijo Tarter, concluir que estamos solos simplemente porque todavía no hemos escuchado a los extraterrestres, es como recoger una taza de agua de mar y concluir que no hay peces en los océanos. Los científicos han calculado que necesitamos estudiar alrededor de un millón de sistemas estelares para encontrar nuevos amigos. Y, hasta el momento, señala Shostak, “solo hemos revisado unos pocos miles”.
RUIDO PARTICULAR
A partir de 1998, una señal de radio no identificada tuvo pasmados a los astrónomos del telescopio del Observatorio Parkes, en Nueva Gales del Sur, Australia. Sabían que el sonido provenía de algún lugar cercano, mas no tenían idea de qué era. Por fin, luego de 17 años de búsqueda, encontraron al culpable: los impacientes empleados abrían un horno de microondas antes de que terminara el programa de cocción.
Si bien los científicos de SETI creen que los extraterrestres podrían tener tecnologías semejantes a las que utilizamos en la Tierra, esa suposición apunta a un obstáculo fundamental —y posiblemente insuperable— para su búsqueda: nuestro ruidero es una dificultad inmensa. Celulares, wifi y GPS, todos dependen de las ondas de radio. Esas ondas ocupan los mismos canales que utilizan los investigadores para escuchar las señales de E. T. Y como nuestros dispositivos están mucho más cerca de los telescopios, sus señales son mucho más fuertes. “Si E. T. está transmitiendo en la banda celular —advierte Werthimer—, jamás lo encontraremos”. Cada vez que enviamos un emoji, complicamos más la investigación de SETI. Siemion asegura que separar el trigo alienígena de la ahechadura humana es el aspecto más difícil de la búsqueda de inteligencia extraterrestre.
Los reglamentos locales mitigan esta interferencia. En estos momentos, Sudáfrica está construyendo una instalación enorme de antenas de radio, e intenta migrar el servicio local de televisión y telefonía a una tecnología no radial que permita reducir la interferencia que podrían ocasionar. Zonas de silencio federales y estatales protegen el Telescopio de Green Bank en Virginia Occidental, y su personal ayuda a los vecinos a generar menos interferencia. A veces, incluso circulan en una camioneta equipada con una antena de radio para rastrear fuentes de ruido.
Aun así, estas medidas no bastan. Los astrónomos quieren construir telescopios en lugares menos poblados, y eso no es fácil. La apartada ubicación del telescopio Parkes quizá propicie la captación de señales alienígenas, pero aumenta el riesgo de que el ganado cause perturbaciones. El cercado eléctrico de los corrales emite ondas de radio que interfieren más con el trabajo de SETI que los teléfonos celulares. “Diría que en Parkes tenemos más problemas con las vacas que con esas otras cosas”, revela Matthew Bailes, astrónomo de la Universidad de Tecnología de Swinburne, Australia. Casi todo lo que hacemos genera señales y eliminarlas significa, en esencia, eliminar la vida moderna.
Pues, aunque haya silencio en el suelo, la interferencia puede llegar de las alturas. En el cielo hay una cantidad creciente de satélites transmitiendo señales que captan los radiotelescopios. Y Tarter dice que, a fin de erradicar ese tipo de interferencia, el instituto consume casi la mitad de su capacidad de cómputo para investigaciones de SETI. Es como si tu celular gastara la mitad de su energía ignorando las llamadas indeseables o los mensajes de texto.
Los astrónomos que estudian fenómenos naturales, como las nubes de polvo espacial o las estrellas que se extinguen, pueden ignorar casi todo lo que parece artificial. Pero los científicos que buscan vida extraterrestre no pueden hacer lo mismo. Siemion apunta que el tipo de ruidos que interfieren con la investigación es “exactamente lo que estamos buscando”.
Lo cual se traduce en que aguardar con impaciencia a que se caliente tu cena congelada podría arruinar nuestras posibilidades de encontrar a otra civilización.
“SERES DELICADOS”
Sin embargo, no todos están convencidos de que las suposiciones de la radioastronomía tengan sentido. Una de ellas es Shelley Wright, astrofísica de la Universidad de California, San Diego. En su opinión, es imposible saber qué tipo de tecnología podría tener otra civilización, y cuáles medios podría utilizar para hacer contacto. “No hay motivo para creer que los alienígenas usarán radio en vez de láser”, señala Wright. “O alguna otra cosa que todavía no hayamos inventado”.
La ficción ha descrito muy bien el problema. Por ejemplo, La historia de tu vida, donde un traductor experto se esfuerza en descifrar un lenguaje alienígena (esta novela de 1998 fue el fundamento para la película La llegada); o Babel—17, novela de ciencia ficción de Samuel R. Delaney, en la que un poeta logra entender un mensaje indescifrable de otra galaxia.
Cuando se trata de escuchar a los alienígenas, podemos ser víctimas de nuestras suposiciones en cuanto a la manera como se comunicarán con nosotros. Tendemos a pensar que la radio es el medio idóneo de comunicación porque esa fue la primera tecnología de este tipo que inventó la humanidad, agrega Wright. Pero gracias a nuestra tecnología más poderosa, la teoría es que podríamos empaquetar todo el contenido de la internet en un mensaje y enviarlo a miles de años luz de distancia con un rayo láser; y eso significa que otra civilización podría hacer lo mismo.
Y, así, Wright y otros han desarrollado un nuevo campo en la astronomía. Recibe el nombre de SETI óptico, y sus instrumentos están dirigidos hacia una banda del espectro luminoso distinta de la que ocupa la radioastronomía: estudian las mismas ondas que captan nuestros ojos, además de las frecuencias infrarrojas, las cuales son un poquitín más largas. Asimismo, es una tecnología que —sospechan— podrían utilizar los extraterrestres, porque ha resultado muy poderosa para los humanos.
Wright dirige un proyecto de SETI óptico que construirá en California un par de observatorios poliédricos, como pelotas de fUtbol gigantescas. Espera presentar los prototipos este año y comenzar a observar todo el cielo en los próximos seis. Buscarán ráfagas luminosas intensas, como el flash de la cámara superpotente de un fotógrafo extraterrestre.
Pero, igual que la radioastronomía, la búsqueda de inteligencia extraterrestre óptica no es infalible. Solo da resultados en la oscuridad y con cielos despejados. Por otra parte, la tecnología es excesivamente sensible, y los telescopios ópticos son “seres delicados”, aclara Paul Horowitz, físico de Harvard que colabora con Wright. Para reducir las alertas falsas es necesario utilizar más de un instrumento al mismo tiempo (parece que hacen falta, al menos, dos ojos para detectar a un alienígena). Horowitz explica: “Los observatorios múltiples son la única manera de ir en busca de esas cosas que rondan la noche, y rara vez salen a merodear”.
Ahora bien, es completamente posible que los extraterrestres hayan evolucionado más allá de los dispositivos; o que nunca los crearan, por principio de cuentas.
MILES DE PLANETAS
El 8 de abril de 2009, el telescopio espacial Kepler, de la NASA, envió su primera imagen. Los científicos orientaron el instrumento hacia un sector del cielo acunado bajo el ala de la constelación del Cygnus, el cisne que vuela por la Vía Láctea. Su objetivo: encontrar planetas semejantes a la Tierra.
Aquella noche, a solas en el Centro de Investigaciones Ames de la NASA, en el norte de California, Natalie Batalha, una astrofísica de la misión Kepler, observó el arribo de la primera imagen en el monitor de su computadora. La describe como una copa de champaña que se llenaba lentamente con burbujas. Cuando se completó la descarga, de inmediato, Batalha vio que el Kepler había enviado una imagen reveladora del universo. “Parecía que hubieras soltado un puño de sal sobre un papel negro”, recuerda, aún impresionada por la fotografía. “¡Eran tantas estrellas!”.
Desde aquel momento, Kepler y otros proyectos han revelado una nueva realidad sobre el universo: su riqueza planetaria. La cuenta aumenta casi cada semana, y el total actual se aproxima a 4,000. Y solo esa cifra alimenta la esperanza de encontrar vida inteligente. “Cuando comprendes que cada punto de luz tiene un planeta —dice Batalha— empiezas a ver la galaxia de otra manera. Sería absurdo no buscar”.
Estos descubrimientos han replanteado por completo las probabilidades de la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Dichas probabilidades fueron definidas por Frank Drake, el padre de la SETI moderna. Drake calculó la cantidad de civilizaciones que podrían enviarnos una señal, en este momento, con base en una serie de variables. Entre ellas: la frecuencia con que se forman estrellas capaces de sustentar la vida; la proporción de dichas estrellas con planetas en órbita; y la fracción de dichos planetas que podrían ser habitables. Cuanto mayor sea la cantidad de todos estos componentes, mayor será la probabilidad de encontrar a E. T. Y aun cuando todas las otras variables permanezcan sin cambios, la cantidad de planetas que ya conocemos modifica la ecuación de una manera espectacular. De suerte que encontrar inteligencia extraterrestre ya no es una cuestión de “si”, sino de “cuándo”.
Por ahora, seguimos esperando. En 1977 detectaron una señal de 72 segundos, la cual generó un entusiasmo tremendo, pero jamás volvió a escucharse. Hoy día, los astrónomos opinan que el sonido fue causado por el gas de un cometa. Durante los 16 años que el físico Gerry Harp ha cazado alienígenas en el Instituto SETI, solo una señal le ha parecido alentadora, mas resultó ser de un satélite.
Del mismo modo, el receptor ultrasensible del Telescopio de Green Bank no halló rastro alguno de mensajes alienígenas originados en ‘Oumuamua. Loeb, el astrónomo de Harvard que dirigió la investigación, reconoce que existe la posibilidad de que el telescopio pasara por alto una señal intermitente. Con todo, los científicos no se sorprendieron por el silencio posterior.
Como muchos que dedican sus carreras a buscar sonidos alienígenas, están acostumbrados al silencio radial.
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Con Jessica Wapner en Nueva York.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation whit Newsweek