
JÓVENES DE LA GENERACIÓN Z ESTÁN TOMANDO LAS CALLES en números sin precedentes, impulsando protestas que cruzan continentes y causas.
Desde Nairobi hasta Yakarta, Katmandú o Antananarivo, las movilizaciones juveniles se alimentan de la indignación frente a la corrupción, la precariedad económica, los servicios públicos en crisis y las restricciones a las libertades digitales.
Las quejas locales, apagones en Madagascar, precios de alimentos en aumento en Kenia— se transforman rápidamente en protestas nacionales amplificadas por hashtags virales, memes y una cultura digital compartida. Nepal, donde una revuelta detonada en redes sociales forzó la renuncia de un primer ministro, muestra hasta qué punto el activismo juvenil puede generar cambios políticos rápidos y de gran calado.
Este fenómeno revela cómo una generación digitalmente conectada desafía estructuras de poder tradicionales y redefine la protesta en el siglo XXI.
Las movilizaciones evidencian la creciente influencia política de una generación que creció en un contexto de incertidumbre económica, crisis ambiental y conexión constante en línea. A diferencia de movimientos juveniles anteriores, las protestas lideradas por la generación Z son en gran medida descentralizadas y dependen de las redes sociales para organizarse, comunicarse y articular solidaridad más allá de fronteras.
La ola más reciente sacudió Perú, donde miles de jóvenes marcharon contra la presidenta Dina Boluarte y el Congreso. La indignación por la corrupción y la parálisis de las reformas alimentó protestas que reflejan el desencanto profundo de los jóvenes peruanos con unas instituciones que consideran al servicio de élites políticas y no de la ciudadanía.
En Antananarivo y otras ciudades, miles protestaron contra los apagones y la escasez de agua.
Lo que comenzó como frustración por problemas cotidianos se convirtió en exigencia de cambios políticos y reformas estructurales. El saldo: al menos 22 muertos y más de 100 heridos, lo que llevó al presidente Andry Rajoelina a disolver su gobierno. Bajo el movimiento “Gen Z Madagascar”, los manifestantes siguen reclamando reformas electorales y mayor rendición de cuentas.
En Dili, estudiantes organizaron plantones y marchas luego de que los legisladores aprobaran la compra de autos nuevos y pensiones generosas para parlamentarios. La presión social obligó al Congreso a retroceder, una señal de cómo el activismo juvenil puede cambiar políticas de manera directa.
Las calles de Kenia han visto repetidas manifestaciones. La muerte del bloguero y maestro Albert Omondi Ojwang, que manifestantes atribuyen a abuso policial, encendió las más recientes, sumadas al malestar por el alto costo de vida y la percepción de un gobierno indiferente.
En 2024, las protestas contra la Ley de Finanzas lograron que se retiraran ciertos aumentos de impuestos, lo que demostró el peso político del movimiento juvenil.
Yakarta y otras ciudades fueron escenario de protestas de estudiantes y jóvenes trabajadores contra los despidos y el alza de impuestos. Aunque los resultados inmediatos son inciertos, las movilizaciones aumentan la presión sobre el presidente Prabowo Subianto y su gestión de las tensiones económicas.
Un accidente mortal en una estación ferroviaria de Novi Sad detonó un movimiento anticorrupción que continúa meses después. Estudiantes y jóvenes profesionales encabezan las protestas, convirtiendo a Serbia en uno de los ejemplos más visibles de activismo juvenil en Europa.
Manifestaciones masivas estallaron por el sistema de cuotas para empleos públicos. Los estudiantes exigieron transparencia y acceso justo, llevando el tema a un debate nacional sobre corrupción y política laboral. Las marchas mostraron el poder de la movilización juvenil coordinada en un país con profundas tensiones estructurales.
El impulso detrás de estas protestas no muestra señales de agotarse. Allí donde los agravios coinciden con gobiernos débiles o corruptos, los jóvenes seguirán desafiando la autoridad.
En Nepal y Kenia ya se lograron concesiones; en otros países como Indonesia o Marruecos, la agitación continúa. Lo cierto es que el activismo de la generación Z, descentralizado y digital, puede resurgir de manera súbita, lo que obliga a gobiernos, inversores y sociedad civil a monitorear estos movimientos.
Más allá de la coyuntura, la pregunta central es si estas protestas lograrán transformar los sistemas que cuestionan o si quedarán como estallidos cíclicos de una generación que exige, con urgencia, ser escuchada. N