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Andrea Chapela y la posibilidad de un futuro esperanzador

Publicado el 5 de agosto, 2025
Andrea Chapela y la posibilidad de un futuro esperanzador
Lejos de sumirse en el catastrofismo, la escritora busca abrir una rendija de esperanza. (Alván Prado)

La escritora mexicana imagina un futuro donde el mundo no se acaba del todo, pero sí cambia para siempre. En esta entrevista, reflexiona sobre el miedo, el amor, la escritura y la posibilidad de narrar con esperanza.

En Todos los fines del mundo, Andrea Chapela imagina un futuro poscrisis climática que no termina en balas ni búnkeres. Aquí, el apocalipsis se vive, más bien, como una pausa. Una especie de reinicio que exige un cambio radical, mientras invita a los lectores a replantearse las acciones que nos encaminan a ese posible futuro. Sin quererlo, el libro propone vivir de otro modo, a narrar distinto y hacer comunidad cuando el mundo se cae a pedazos (una y otra vez).

“La idea de que el mundo se ha acabado muchas veces me impactó ya cuando estaba escribiendo el libro”, recuerda Chapela en entrevista con NW Noticias.

“Cuando escuché a Yasnaya Aguilar hablar de cómo para muchas personas, como para su gente durante la Conquista, el mundo ya había terminado, entendí que los fines del mundo no son únicos ni definitivos. Suceden según el punto de vista. Y en la vida personal, también hay varios fines del mundo”.

Su novela está narrada en tres partes que se transforman como placas tectónicas —estructura, tono y hasta género se mueven con cada sección—. Sigue los pasos de Angélica y sus relaciones con Manu y Susana, en un mundo del futuro donde el cambio climático ya ha redibujado la vida cotidiana. Y, sin embargo, no todo está perdido.

“Esta novela representa el escenario que más miedo me daba: que no hagamos nada. Que solo sigamos parchando la realidad para mantener el estatus quo”, explica Chapela. Pero lejos de sumirse en el catastrofismo, la escritora busca abrir una rendija de esperanza.

“Hay una apuesta en imaginar futuros esperanzadores. En pensar que la ciencia ficción puede ser un espacio donde tengamos otro tipo de imaginación y otro tipo de escenarios”.

Este deseo de imaginar lo distinto también se cuela en los vínculos afectivos de sus personajes. La novela explora esa zona gris entre el amor y la amistad, ese lugar sin nombre que se enfrenta a una sociedad que exige etiquetemos todo. Para Chapela, estas preguntas no son solo narrativas, sino personales. “Nos enseñaron una manera de vincularnos que no funciona para todos. Y hay un cansancio de tener que estarse inventando todo el tiempo otras formas”.

En Todos los fines del mundo (editorial Random House, 2025), el amor no es una zona clara ni definitiva: es una pregunta abierta. Chapela se detiene en ese terreno difuso donde las relaciones desafían las etiquetas tradicionales. “Sí creo que hay un deseo de que nos relacionemos de forma distinta”, dice, reconociendo que la precariedad, la libertad y la tecnología han transformado nuestros vínculos. Pero también hay un vacío: “falta de modelos” para amar y ser amados fuera del guion clásico. Sus personajes lo intuyen, lo buscan, lo viven con torpeza y deseo, sabiendo que “las relaciones hacen de nuestra vida un lugar más rico”, aunque duelan.

LO MÁS DIFÍCIL NO ES SENTIR

A través de Angélica, Manu y Susana, la novela plantea que querer a alguien no implica necesariamente saber qué hacer con ese amor. Y que a veces lo más difícil no es sentir, sino sostener lo sentido en un mundo que exige definiciones. “Queremos amar y ser reconocidos, pero esos deseos tan humanos están insertos en un contexto social que los condiciona”, explica Chapela. En lugar de resolver ese dilema, la autora lo despliega con honestidad generacional: sin cinismo, pero también sin ingenuidad. El amor aquí no es recompensa ni final feliz; es una forma de búsqueda, de construcción colectiva y de resistencia frente al fin. Y agrega: “Nos construimos a través de la mirada externa”.

Quizá por eso, Todos los fines del mundo también es una novela sobre escribir. No desde la comodidad de la certeza, sino desde la urgencia del miedo. “Angélica está congelada por el miedo. Ni siquiera le permite huir. Y yo entiendo eso. Escribir esta novela me despertó muchos miedos e inseguridades. A veces, para poder seguir, necesito ‘outsourcear’ el valor, como me decía mi hermana: ‘Yo me preocuparé por eso, tú solo escribe’”.

Pero escribir, al menos en la propuesta de Chapela, también es una forma de actuar. “Ordenar la vida a través de la escritura es una respuesta activa al miedo”, dice. Y de ahí viene su fascinación por el teatro —presente en la novela como símbolo—, donde la creación se sostiene en colectivo. “Incluso la creación más solitaria, como la literaria, necesita sistemas que la sostengan. Todo lo que vale la pena requiere de otros”.

Consciente de que la literatura es también una conversación con sus lectores, Chapela juega. Su novela propone una montaña rusa narrativa que cambia de rieles sin previo aviso. “Me encanta cuando los libros te sorprenden, pero no para colgar toda la tensión en eso. Quería que cada parte reconfigurara la anterior. Es un juego con quien lee: yo diseño el viaje y tú decides si confías en que sé lo que hago”.

En ese sentido, Todos los fines del mundo es también una novela sobre cómo leemos, cómo nos relacionamos con el tiempo, con el amor, con el miedo y con el planeta que habitamos. Una ficción climática sin cinismo, donde el final no es colapso, sino umbral.

¿Y la química? Sí, Chapela es química de formación. Pero más que ciencia exacta, lo que le dejó esa carrera es una forma de pensar. “Tengo una manera muy esquemática de crear. Y puedo agarrar del lenguaje científico con soltura. Es una herramienta para sostener mundos”.

Quizá por eso su ficción se siente tan cuidadosamente construida

Es una novela sobre cómo leemos y nos relacionamos con el tiempo, el amor, el miedo.

. Con pies en la tierra, pero mirando al futuro. No al de las catástrofes espectaculares, sino al de los cambios íntimos, sostenidos por vínculos, palabras y nuevas formas de imaginar. Porque si el mundo se va a acabar —otra vez—, que al menos esta vez sepamos cómo contarlo. N

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