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Callejones que hablan

Publicado el 30 de septiembre, 2025
Callejones que hablan

Cada vez que regreso a Guanajuato, la ciudad me dice algo distinto. Sus callejones parecen iguales, pero nunca lo son. El eco cambia, las luces caen de otra forma sobre los balcones, y lo conocido se transforma en sorpresa.

 

Caminar por el centro es como hojear un libro antiguo: cada esquina guarda una nota escondida, un secreto tallado en cantera, un recuerdo que no me pertenece, pero que me habita. Los puentes, con sus arcos firmes, no sostienen solo calles: sostienen siglos de pasos. Son ingeniería hecha poesía, pensados para resistir la fuerza del agua y la irregularidad del terreno, pero también para recordarnos que la belleza puede durar sin dejar de ser útil.

 

El callejón del beso confirma que las ciudades son palimpsestos de emociones. Una historia nacida del horror terminó convertida en la leyenda de amor eterno más visitada. Me conmueve cómo transformamos el miedo en símbolo de esperanza, cómo insistimos en bordar canciones sobre lo que alguna vez dolió.

 

En otro rincón, el Museo de las Momias revela la paradoja de permanecer. Siempre pienso que la verdadera ventaja de estar vivos es no tener que quedarnos intactos. El cuerpo se desgasta, pero lo que realmente queda en Guanajuato no son huesos: es la certeza de que todo cambia, aunque el tiempo intente retener.

 

El Teatro Juárez, con su imponente fachada y su interior palaciego, es otra forma de eternidad. Bajo sus luces doradas, uno entiende que el arte necesita escenarios donde respirar con dignidad. Cada función se suma a la memoria colectiva, como un eco que nunca se extingue del todo.

 

Desde lo alto, la Universidad domina la ciudad como una escalinata hacia el conocimiento. Sus muros, recorridos por generaciones, son un mural vivo donde cada estudiante deja una huella invisible. Y en lo más alto, el Pípila vigila: no como estatua inmóvil, sino como recordatorio de que la valentía también se construye en los actos cotidianos.

 

Una callejoneada es más que música. Es rito compartido: guitarras, voces, risas y el aire fresco que se cuela entre balcones. Aunque hayas estado antes, siempre llega un instante en que el corazón late distinto, como si la ciudad se abriera de nuevo solo para ti.

 

Guanajuato es esa mezcla entre lo íntimo y lo colectivo, entre lo que cambia y lo que permanece. Cada regreso es distinto porque la ciudad, como nosotros, nunca es la misma.

 

Quizá por eso Guanajuato nunca se repite: porque como la luna en sus tejados, siempre refleja otra historia.

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