En los últimos dos meses, el nuevo coronavirus se ha diseminado por todos los continentes, menos el Antártico. Esta situación ha desatado temores en cuanto a que el mortal microbio pueda ser el “patógeno del siglo”, haciendo que muchos se pregunten cómo terminará la crisis epidémica actual.
Detectado inicialmente en diciembre de 2019, en la ciudad de Wuhan -capital de la provincia central de Hubei-, el virus ha causado la mayor cantidad de infecciones y muertes en el territorio continental de China. Aunque se sabe que las cifras de infecciones y pacientes recuperados empiezan a ser más o menos equivalentes en China -de hecho, el país ha informado de una disminución de nuevas infecciones desde fines de enero-, estados como Irán, Italia y Corea del Sur han emergido como nuevos focos de infección en las últimas dos semanas. Entre tanto, Armenia, República Checa, República Dominicana, Luxemburgo, Islandia e Indonesia anunciaron este martes que COVID-19 había aparecido en sus poblaciones, lo que significa que el virus ya está presente en más de 60 países y territorios, incluido el de Estados Unidos.
La semana pasada, en vista de la facilidad de transmisión y la capacidad del patógeno para cobrar las vidas de adultos mayores, Bill Gates, cofundador de Microsoft, manifestó la inquietud de que el virus esté “comportándose como el ‘patógeno del siglo’ que hemos temido desde hace tiempo”. E incluso fue más allá, declarando que COVID-19 se ha convertido en una “pandemia”, término que la Organización Mundial de la Salud (OMS) se ha resistido a utilizar.
Por otra parte, el filántropo se dijo muy preocupado por la letalidad del virus, afirmando que la tasa de mortalidad es de aproximadamente 1 por ciento (cifra bastante variable, ya que algunos observadores han propuesto que es de hasta 2 por ciento). Si Gates está en lo cierto, la infección por COVID-19 quedaría ubicada en el punto intermedio de las pandemias de influencia ocurridas en 1957 y 1918, cuyas tasas de mortalidad ascendieron a 0.6 y 2 por ciento, respectivamente (de ellas, la primera ocasionó 1.1 millones de muertes en todo el mundo, mientras que la segunda aniquiló a, por lo menos, 50 millones de personas).
En respuesta a los comentarios del empresario, el Dr. Christopher Chiu, profesor clínico y consultor honorario en enfermedades infecciosas para Imperial College Londres, en el Reino Unido, dijo a Newsweek que usar el término “pandemia” para hablar de COVID-19 era una cuestión de “semántica”, ya que la “definición de pandemia depende” de que el virus comience a transmitirse a partir de individuos que han estado expuestos al patógeno o bien, de que el agente se disemine entre personas que no han viajado ni tenido contacto con alguno de los epicentros de la infección.
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Por su parte, el Dr. Piers Millett, experto en pandemias e investigador principal de Future of Humanity Institute [Instituto Futuro de la Humanidad] de la Universidad de Oxford, aclaró para Newsweek que “el brote actual ya ha sido clasificado dentro de la categoría de mayor riesgo de la OMS. Esto es mucho más pertinente que describir [el brote] como una pandemia, pues ese término no tiene un significado específico bajo las reglas de la salud pública internacional”.
Millett agregó que, pandemia o no, la historia nos recuerda que los grandes brotes epidémicos tienden a diseminarse con intensidad y rapidez, aunque también pueden ser más lentos e insidiosos. En el primer escenario, la infección es tan eficaz para cobrar vidas humanas que ese mismo hecho afecta su diseminación, mientras que el segundo panorama resulta en la infección de “muchas, muchísimas” personas, pero con una menor mortalidad.
En ese sentido, Chiu comentó: “Conforme la mayor parte de la población desarrolle inmunidad, llegará el momento en que la transmisión y los nuevos casos disminuyan de manera drástica”. Aunque, por supuesto, los esfuerzos para contener la diseminación del patógeno también contribuyen a poner fin a las epidemias.
Desatada en 1918, la pandemia de gripe española -la más mortífera en la historia de la humanidad- llegó a su conclusión cuando el virus se quedó sin huéspedes, a resultas de la mortalidad o la inmunidad adquirida por las poblaciones. Por su parte, la pandemia de gripe asiática de 1957 fue controlada mediante la combinación de vacunas desarrolladas rápidamente, antibióticos para tratar las infecciones secundarias, y la inmunidad de algunas poblaciones.
Chiu explicó que la epidemia de SARS -ocurrida en 2003, la cual dejó un saldo de 774 víctimas mortales- terminó gracias a las medidas adoptadas para controlar la diseminación, incluidas cuarentena y aislamiento de pacientes infectados. Dichas estrategias dieron resultado porque, en primer término, SARS es relativamente fácil de diagnosticar en etapas incipientes; y segundo, porque la enfermedad quedó confinada geográficamente.
Sin embargo, cuando el patógeno se disemina a muchos países y empieza a transmitirse en las poblaciones, esas medidas solo permiten desacelerar su avance, “aunque, de cualquier manera, podrían resultar muy convenientes para reducir las cifras de personas infectadas y evitar que se saturen los servicios de salud”, agregó Chiu.
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Hasta el momento, SARS-CoV-2 (nombre científico del agente causal de COVID-19; es importante no confundir con SARS) está actuando como cabe esperar de un virus nuevo y “agresivo” que pasó de un animal a un ser humano, prosiguió Millett.
“Desde el punto de vista de un patógeno viral, la muerte del huésped reduce su capacidad para replicarse, lo que le vuelve menos exitoso. En cambio, un virus bien adaptado hace que el huésped enferme, pero no lo mata. Si este brote es un nuevo evento de cruzamiento entre especies, es de esperar que la epidemia disminuya tanto en intensidad como en virulencia durante [las] próximas semanas, a la vez que el agente empieza a adaptarse a su nuevo huésped”, precisó el científico.
“Las proyecciones actuales para COVID-19 sugieren que la tasa de letalidad es muy baja”, continuó Millett. “Es verdad que puede diseminarse ampliamente, pero la mayoría de los pacientes infectados terminará por recuperarse”. A medida que la epidemia prosigue su camino, y funcionarios sanitarios de todo el mundo intentan entorpecer su paso con obstáculos como las cuarentenas, la comunidad científica ha puesto manos a la obra para producir vacunas y medicamentos que ayuden a prevenir y tratar la infección.
China ha adoptado medidas de salud pública “sin precedentes, que bien pueden haber limitado la propagación de COVID-19 en ese país, aun cuando no han logrado controlarlo del todo”, señaló Chiu.
Al preguntarle si compartía los temores de Gates, en cuanto a que SARS-CoV-2 podría ser el “patógeno del siglo”, la Dra. Catherine Rhodes, directora ejecutiva de Centre for the Study of Existential Risk [Centro para el Estudio del Riesgo Existencial], en la Universidad de Cambridge, respondió a Newsweek: “Semejante expresión sugiere que se trata de algo que debemos esperar con más frecuencia [durante el presente siglo]”.
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En su comentario sobre un informe de 2017, en el que el Banco Mundial advierte que habrá una pandemia en las próximas décadas, Rhodes agregó que “parece casi inevitable que enfrentemos otro brote pandémico de influenza”.
“Si repasamos la historia humana, veremos la clara tendencia de que los brotes de enfermedad repetidos tienen un grave impacto en la escala mundial”, comentó Millett, acerca del informe. Con todo, la buena noticia es que hoy tenemos una capacidad nunca vista para responder.
“Nuestra capacidad para intervenir -para comprender qué causa los brotes, para prevenir la diseminación, para crear vacunas o terapias- es bastante reciente; poco más de unas cuantas décadas”, explicó Millett, añadiendo: “Las herramientas de que disponemos hoy para combatir enfermedades nos ayudarán a definir cuál es el aspecto real de la nueva normalidad”.
Por su parte, Chiu señaló: “El aspecto positivo es que, con la puesta en marcha de los planes de preparación para pandemias, y con el acelerado avance en las investigaciones para tratamientos y vacunas, el mundo se encuentra más capacitado que nunca para hacer frente a estos problemas”. En cuanto a los augurios de Gates, Chiu concluyó: “Me parece precipitado. Tenemos que esperar para ver qué sucede”.
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Publicado en cooperación con Newsweek / Published in cooperation with Newsweek