Mi madre es uno de los mayores de 16 hijos nacidos en el sur de Estados Unidos, en medio de los campos de algodón y la aparcería. Sin embargo, también había algo del espíritu del poema “Nikki-Rosa”, de Nikki Giovanni: ese amor y creatividad que surgían del ingenio de la abuela para hacer mucho con poco, de su fe inquebrantable —sin importar las dificultades que enfrentaba— y de la vida trabajadora que llevó.
Cuando era niña, mi mamá intentó escapar de los terrores de la pobreza, del pequeño y superpoblado lugar de una antigua plantación, del alcoholismo de su padre y del maltrato que este le perpetuaba a su madre, así como de algunas duras realidades de la vida negra del sur.
Le fue bien en la escuela, pero la abandonó a los 17 años por lo antes mencionado. Se dirigió a Chicago para quedarse con la hermana de su madre en un departamento en el West Side (lado Oeste). Allí, como muchos inmigrantes negros del sur, encontró un nuevo mundo urbano —no tan utópico— dinámico, sucio y aterrador. Yo ya era una mujer adulta con un hijo propio antes de conocer mucho sobre los traumas que mi madre dejó atrás en el sur y los nuevos que toleró en el norte.
MI MADRE Y SU HERMANA NO LE CONTARON A NADIE SOBRE LA VIOLACIÓN
Cuando se bajó del tren en Chicago, a mediados de los años 1960, mi madre era una adolescente que ya había sobrevivido a una violación. Irónicamente, su agresor era supuestamente un buen tipo, un flamante estudiante universitario, y ella, una novata de 16 años en una cita doble con su hermana dos años mayor que ella.
No sospechó nada cuando su caballerosa cita sugirió que hablaran en el auto mientras su hermana y su propia cita visitaban un lugar cercano. Cuando él empezó a conducir, ignorando las protestas de ella, ella dijo que su mente se paralizó, pero luchó. Logró saltar cuando él disminuyó la velocidad, pero solo había campos oscuros y desconocidos a su alrededor.
Más tarde, tras la violación, su hermana —mi tía— consoló a mi madre histérica y le lavó la sangre de entre las piernas y la suciedad de la cara y el cabello. Esta era la misma hermana mayor que la había tranquilizado cuando tuvo su primer periodo explicándole lo que estaba sucediendo cuando ella no tenía idea. Las hermanas no le contaron a mi abuela ni a nadie durante un buen tiempo sobre la violación en el campo.
Luego, en Chicago, un extraño escondido debajo de las escaleras del edificio de departamentos agarró a mi madre y la hizo desnudarse mientras le apuntaba con una pistola; la salvó una prima que fue a buscarla cuando no vio a mamá salir del edificio.
Ojalá hubiera sido la última de esas experiencias para ella, pero no lo fue. Mamá fue agredida varias veces. Yo fui fruto de una de esas violaciones. Quería realizarse un aborto, pero todavía no había ningún “caso Roe vs. Wade” y el médico no quiso realizarlo.
EL ABORTO ES UN TEMA COMPLICADO PARA MI MADRE
Hubo un intento fallido de aborto. Una joven le dijo a mamá que bebiera una mezcla de jugo de limón y whisky o vodka para provocar un aborto espontáneo. Mamá terminó al borde de la muerte en la sala de emergencias, pero no sufrió un aborto espontáneo.
Al conocer las circunstancias de mi origen, la gente a veces comenta la suerte que tengo de que mi madre, mi latido y brújula, no interrumpiera su embarazo producto de una violación. Mi madre es una persona magnífica, una mujer verdaderamente fenomenal, moldeada en parte por todo lo que sobrevivió. Estoy agradecida de estar aquí, por supuesto. Pero si nunca lo hubiera estado, no lo habría sabido. Por encima de todo, mi madre merecía la opción de controlar su propio cuerpo y su vida.
Lloro por ella. ¿Qué otras vidas fabulosas podría haber forjado si hubiera tenido la posibilidad? Criada por una madre incondicionalmente cristiana y ahora misionera, el aborto es un tema complicado para mi madre: no es ni defensora del aborto ni habría elegido igual si hubiera podido, y ciertamente no es alguien que atribuye a sus hijas la necesidad de maternidad.
Mi madre probablemente habría elegido no tener hijos, lo cual expresó alguna vez. Eso no me molesta en absoluto y no siento menos su amor. Mamá era la segunda hija mayor, siempre hubo bebés que cuidar durante su infancia. Teniendo en cuenta eso y el resto de lo que pasó, lo entiendo.
En mi mente veo a mamá, su versión joven y hermosa niña, bajo el sol del sur recogiendo algodón y viajando en ese tren a Chicago soñando con un tipo de vida fantástica y diferente.
NO PUEDO IMAGINAR QUE LAS NIÑAS Y MUJERES DE HOY NO PUEDAN DECIDIR
El trauma de la violación y la maternidad antes de que tuviera plena libertad y experiencia suficiente para elegir moldearon su vida de maneras terribles, y ella sacó lo mejor de eso. Cuando quedé embarazada no me preocupé por lo que no era una opción, porque yo tenía a mi disposición una opción segura y accesible. No tenía que enfrentar arresto o huir a otro estado si así lo decidía.
Cuando me convertí en adulta, “Roe vs. Wade” ya era una realidad en Estados Unidos. A pesar del incesante debate al respecto, la elección reproductiva parecía inalienable. No puedo imaginar la situación de mi madre ni imaginar regresar a una versión de eso para las niñas y mujeres de ahora ni para las generaciones venideras. N
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Stéphane Dunn, PhD, MA, MFA (Universidad de Notre Dame), BA (Universidad de Evansville), es escritora, cineasta, profesora y académica cultural y se centra en la política histórica y contemporánea de raza y género. Enseña escritura creativa, estudios cinematográficos, escritura de guiones, cine, literatura y cultura popular estadounidense y afroamericano en Morehouse College y es una de las cofundadoras y primeras directoras del departamento de Cine, Televisión y Estudios de Medios Emergentes de Morehouse. Es autora del libro Baad Bitches & Sassy Supermamas: Black Power Action Films (University of Illinois Press) y de la novela Snitchers (2022). Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek.