La mañana del 6 de noviembre lo primero que hizo una alumna mía de bachillerato fue preguntar: “Señor, Shah, ¿es verdad que Trump va a deportar a todos los inmigrantes?”.
La verdad, no supe qué decir. La joven en cuestión cursa el séptimo grado [primero de secundaria] y es originaria de Honduras. Era mi primera conversación la mañana posterior al día de las elecciones en Estados Unidos, y aún estaba procesando un montón de sentimientos, combinados con una profunda fatiga. Así que me vi obligado a adoptar mi papel de profesor para encontrar la respuesta más adecuada ciñéndome a los hechos: “Todos los años deportan a algunos inmigrantes, pero muchos más se quedan aquí”.
“Entonces —reviró mi alumna—, ¿por qué dice Trump que va a deportarnos a todos?”
No supe qué contestar. Había estado leyendo muchísimos posts en redes sociales afirmando que Trump iba a deportar a todos los inmigrantes, no obstante su estatus legal. Muchos de esos comentarios en línea exigían “sacarlos de nuestro país”, y sabía muy bien que mis alumnos obtienen buena parte de su información en la internet, de plataformas como YouTube, TikTok e Instagram.
Igual que yo, los docentes tenemos la obligación de no compartir nuestras posturas políticas, porque tenemos una influencia enorme en las mentes que aún están en desarrollo. Pese a ello, también tenemos la responsabilidad de responder preguntas con información bien depurada y planteamientos motivadores.
MI ALUMNA ME PUSO EN APRIETOS CON SU PREGUNTA SOBRE TRUMP
Me vi en serios aprietos para responder a mi alumna y su pregunta sobre Trump, de modo que me limité a decir que las leyes inmigratorias son de lo más complejas. En 2024, todo —incluso el clima— se ha convertido en tema politizado, por lo que, aquella mañana, no pude abordar el asunto con base en mis conocimientos personales.
En aquel momento mi único consuelo era que los escolares se distraen fácilmente, así que lancé un suspiro de alivio cuando mi alumna se puso a conversar con una amiga sin esperar más por mi respuesta. De cualquier modo, terminé sintiéndome como un cobarde, por haberla defraudado con mi incapacidad de actuar como su profesor.
Aun cuando sentía que me ahogaba en un pantano de impotencia, no podía imaginar lo que estaban sintiendo mis alumnos. Al menos, yo tenía el derecho de votar y, como adulto, tenía la autoridad para hacer que mi voz se escuchara en el proceso electoral.
En cambio, carentes de casi cualquier derecho, mis alumnos están sujetos a la decisión de los demás y, muchas veces, ni siquiera pueden opinar sobre lo que comen, las redes sociales a las que tienen acceso, las escuelas disponibles o la atención médica que reciben.
Pero divago. Lo importante de aquel incidente es que, inmediatamente después del intercambio, mi aula se llenó de risas, de preguntas y de un sincero compromiso de entender la ciencia. Es verdad que el tema de las elecciones volvió a aparecer otras 13 veces; un chico incluso me preguntó si votaría por él cuando cumpliera 35 años y pudiera postularse a un cargo gubernamental.
MIS DISCÍPULOS TIENEN LA MIRADA PUESTA EN EL FUTURO
Con todo, el tema de aquel día fueron los terremotos y, durante la clase, los alumnos hicieron pruebas con sismógrafos caseros para medir la magnitud de temblores simulados, y explicar cómo es que la construcción de esos dispositivos y la preparación pública pueden minimizar los daños aun en sismos de alta intensidad.
En otras palabras, mis discípulos tenían la mirada puesta en el futuro, y en el papel que pueden desempeñar para mejorar ese futuro.
Decir que “nuestros hijos son el futuro” es una expresión muy trillada, pero jamás la experimenté de una manera más visceral que aquel día. No me queda duda de que hoy está tan vigente como lo ha estado en cada generación. Mientras crecen y moldean sus mentes, nuestros jóvenes tienen plena conciencia de que llegará un día en que ocuparán nuestro sitio y heredarán el mundo que hemos construido para ellos.
Y dado que el mundo actual ha caído en manos de octogenarios, confío en que seguirán preparándose y armándose de valor para tomar las riendas y cambiar el rumbo.
Al avanzar el día me sentí cada vez más alentado y consolado. Y percibí claramente el privilegio de trabajar con jóvenes en una época como la que estamos viviendo. Me sentí embargado por muchas emociones, a veces conflictivas, pero, al final del día, me quedé solo con la esperanza. N
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Ronak Shah es maestro de ciencias en un bachillerato de Indianápolis, Estados Unidos. Las opiniones expresadas son exclusivas del autor. Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek.
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