Crecí en una familia estrictamente religiosa en Oklahoma, en el sureste de Estados Unidos, en medio de la nación Muscogee—Creek. Desde muy pequeño me sentí diferente a las demás personas que me rodeaban. Estaba más interesado y enamorado de los chicos. Pero como el único varón de entre cuatro hijos sentí la presión y obligación de comportarme y presentarme de la forma en que las familias conservadoras que me rodeaban esperaban que lo hicieran los niños.
La única vez que recuerdo haberme sentido liberado de esos límites en mi infancia fue en un Halloween, cuando dije que iría disfrazado como mi hermana. Por una noche pude comportarme fuera de esas normas.
A pesar de permanecer encerrado en el clóset, mis compañeros me molestaron durante toda mi adolescencia por lucir diferente. Me decían muchos de los apodos odiosos que se les infligen a los jóvenes homosexuales.
Durante la universidad comencé a tener relaciones con otros jóvenes homosexuales, las cuales siempre mantuvimos en secreto. Pero yo estaba convencido de que eso ero malo, que era un pecado y algo que no deberíamos hacer. Incluso cuando comencé a sentir momentos de felicidad por estas relaciones también comencé a odiarme aún más.
Cuando tuve un intento de suicidio informé a los miembros de la religión de mi familia, que formaba parte de la Iglesia de Cristo. Les expliqué que había tomado una sobredosis de pastillas. Les dije por qué, así que les compartí mi secreto.
EN TEXAS ENCONTRÉ UNA COMUNIDAD GAY
Ellos informaron a mis padres, quienes acudieron al hospital. Sobreviví y, afortunadamente, resultó que la sobredosis que había tomado no fue suficiente para matarme. Aunque mis padres supieron mi secreto a partir de ese momento, nunca me hablaron de ello ni una sola vez. Sin embargo, descubrí más tarde que compartieron mi secreto con otras personas.
Después de la universidad me mudé a Texas y, por primera vez, encontré una comunidad gay. Los marginales bares gais de Dallas fueron como un salvavidas. Pero el odio hacia mí mismo no terminó. Tomé la decisión de salir con una mujer. Al poco tiempo me casé y tuvimos dos hijas.
Durante años mantuve oculta esta parte de mí. Me negué a mí mismo insistiendo en que había sido una fase temporal. Pero cuando cumplí 40 años me sentía miserable.
En ese momento vivíamos en Houston y probé los pasos típicos para afrontar la “crisis de la mediana edad”. Me hice un tatuaje elaborado, compré una camioneta nueva, hice ejercicio y perdí mucho peso. Pero nada de eso fue efectivo.
Finalmente, mi esposa y yo tuvimos que reconocer el proverbial elefante que vivía en la habitación. Ella lo sabía, yo lo sabía, pero no habíamos hablado de eso. Me preguntó si estaría dispuesto a probar la “terapia de conversión” y acepté.
LA TERAPIA DE CONVERSIÓN ES ECONÓMICAMENTE DESTRUCTIVA
Los científicos dicen que esta “terapia de conversión” es peligrosa y destructiva. Recientemente, Kentucky se convirtió en el último estado en prohibirla para menores, y el gobernador Andy Beshear dijo que “no tiene base en la medicina ni en la ciencia, y se ha demostrado que aumenta las tasas de suicidio y depresión”.
Un estudio también encontró que la terapia de conversión también es económicamente destructiva y le cuesta a Estados Unidos más de 9,000 millones de dólares al año.
Todo lo que la terapia de conversión hizo por mí fue que volviera a tener tendencias suicidas. Comencé a dormir con una escopeta en la mano pensando que, si el trauma y el odio hacia mí mismo se apoderaban de mi cerebro y no podía soportar vivir más, terminaría con mi vida.
Pero al ver lo miserable que estaba haciendo a todos los que me rodeaban, especialmente a mi esposa y a mis hijas, supe que tenía que hacer algo más. Era hora de aceptarme a mí mismo. Entonces salí del clóset.
Romper nuestro matrimonio fue doloroso y hasta el día de hoy aprecio y respeto a mi exesposa. Mis hijas se sorprendieron, pero tenían la edad suficiente para comprender y pronto llegaron a aceptarme.
También tenía miedo del impacto que podría tener en mi carrera al salir del clóset. Trabajo en la industria del petróleo y gas como especialista en regalías. Es una industria en gran medida conservadora. No sabía si me aceptarían.
SER AUTÉNTICO TE QUITA UN PESO DE ENCIMA
Pero me inspiré en John Browne, exdirector de BP (British Petroleum), quien salió del clóset y escribió sobre su experiencia en sus memorias. Luego pasó a escribir The Glass Closet, que explica que salir del clóset es bueno para los negocios.
Y es razonable. Mantener tu verdad en secreto requiere trabajo y energía y daña las relaciones. En tanto, ser auténtico te quita un peso de encima y te permite rendir al máximo.
Programé una reunión con la jefa de contabilidad de mi empresa, una mujer a la que respetaba y en la que confiaba. “Soy gay y ya no lo voy a ocultar”, le dije. Para mi sorpresa, ella inmediatamente se levantó, se me acercó y me dio un gran abrazo. “Te apoyo”, me dijo.
Y lo hizo. En general me encontré aceptado y apoyado en el trabajo. Desde ese día nunca miré atrás. Sentí alegría y fervor en el trabajo y lo hice mejor que nunca, lo que me llevó a un ascenso y un aumento.
Años más tarde, me jubilé y comencé una segunda carrera como consultor, trabajando con una mujer increíble que siempre me anima a ser auténtico y nunca esconderme. De hecho, descubrí que muchas organizaciones buscan mi consultoría porque me consideran único y memorable.
Me enamoré de un hombre maravilloso originario de Dallas. Nos casamos en Las Vegas y luego viajamos rápidamente a Oklahoma para asistir al nacimiento de mi primer nieto. Todos se llevan bien.
LA TERAPIA DE CONVERSIÓN NO ES EL CAMINO, SINO ACEPTARSE
Cada año, el 11 de octubre, millones de estadounidenses como yo celebramos el Día Nacional de Salir del Clóset. Es un momento para que las personas LGBTQ+ muestren orgullo y demuestren que no necesitamos ocultar nuestro verdadero yo.
Como dijo el presidente Biden: “Hoy y todos los días, quiero que todos los miembros de la comunidad LGBTQ+ sepan que son amados y aceptados tal y como son, independientemente de si han salido del clóset o no”.
Este día, que se celebra en el aniversario de la Marcha en Washington de 1987 por los derechos de lesbianas y gais, es una señal de lo lejos que hemos llegado como comunidad y un recordatorio de todo el trabajo por la igualdad que aún tenemos por delante.
Pero para mí y para muchos otros, también es un momento para reflexionar sobre mis propios caminos difíciles. No salí del clóset, no acepté ni reconocí públicamente que soy un hombre gay, sino hasta los 48 años. Y para llegar allí tuve que sobrevivir a años de odio de parte de otros y de parte de mí mismo.
Si bien no tengo ningún título clínico ni formación en psicología, soy la prueba viviente de los beneficios de salir del clóset. Aprendí a verme realmente a mí mismo, respetar mis habilidades y amar quien soy. Estos son ingredientes cruciales para disfrutar de una vida exitosa y plena. N
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Steve Bailey es vicepresidente y director de operaciones de Savvy Oil & Gas Consulting. Todas las opiniones expresadas son propias del autor. Publicado en cooperación con Newsweek. Published in cooperation with Newsweek.