Cuando Adrián Pérez sale a pescar pasa junto a lo que fue su escuela: un edificio derruido por el mar, que está devorando todo en el pueblo donde creció, en Tabasco. El Bosque es considerado por Greenpeace como el primer asentamiento víctima del calentamiento global, en un país que urge a la presidenta electa de México —en las elecciones del domingo— acciones para mitigar problemas como la erosión costera o la crisis del agua.
Allí, varias casas ya están bajo las aguas del Golfo de México debido al calentamiento de los océanos y el deshielo en zonas marítimas y terrestres. Entre el agua sobresalen muros y cisternas como testimonio de que allí existió un poblado pesquero donde vivían unas 700 personas.
“Ya está a punto de acabarse. Como comenzó, así se tiene que acabar”, dice resignado Adrián, de 24 años, antes de irse a pescar.
Con temperaturas de 40 ºC, Tabasco es uno de los estados más golpeados por la ola de calor que afecta actualmente al 80 por ciento de México, con saldo de 48 muertos desde marzo. Ocho víctimas eran de esa región, donde decenas de monos también fallecieron presuntamente por la canícula que ha secado presas.
Esta situación agrava la crisis del agua en varias regiones, incluida la zona metropolitana de la capital, donde viven 22 millones de personas y que ha registrado temperaturas récord. En México, la disponibilidad promedio anual de agua per cápita cayó 68 por ciento de 1960 a la actualidad, según un análisis del Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO). Se estima que para 2030, la caída sería de 70 por ciento.
CASO DE EL BOSQUE FUE ANALIZADO EN LA CIDH
El caso de El Bosque fue analizado en febrero en una audiencia sobre desplazados climáticos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), al tiempo que el Congreso de Tabasco aprobó la reubicación del pueblo. Buena parte de la escuela donde estudió Adrián está enterrada en la arena. A unos metros, algunas familias levantaron casas de láminas de zinc.
Pero el joven es consciente de que el avance del océano es imparable. “El clima nos está desbaratando, el mar está reclamando sus cosas”, afirma en tono profético.
El saliente mandatario Andrés Manuel López Obrador apostó a los combustibles fósiles —responsables del calentamiento global— en detrimento de energías limpias para lograr “autosuficiencia energética”. A unos 80 kilómetros de El Bosque, en El Paraíso, su gobierno construyó una refinería que procesará 340,000 barriles diarios de crudo.
Compró además una refinería en Texas (Estados Unidos) y lanzó la construcción del Tren Maya, proyecto turístico criticado por devastar selvas y contaminar ríos subterráneos de la Península de Yucatán.
“Se requieren medidas para ir gradualmente clausurando algunas refinerías porque están muy obsoletas o son hipercontaminantes o hay que mejorarlas”, opina Boris Graizbord, investigador de El Colegio de México.
Para mitigar los daños ambientales, el gobierno ejecuta la siembra de un millón de hectáreas de árboles, que considera el mayor plan de reforestación del planeta.
LA CRISIS DEL AGUA Y EL CAMBIO CLIMÁTICO ESPERAN A LA PRESIDENTA
Pero expertos como Pablo Ramírez, coordinador del programa de clima y energía en Greenpeace México, estiman que en el país “no existe una política pública que pueda hacer frente a los graves impactos que está teniendo el cambio climático y que van a empeorar”.
Doctora en ingeniería ambiental, Claudia Sheinbaum, candidata oficialista y favorita para ganar la presidencia en las elecciones del próximo 2 de junio, promete mantener el “rescate” de la endeudada petrolera estatal Pemex, pero también invertir unos 13,600 millones de dólares en energías limpias.
“Vamos a impulsar la transición energética”, sostiene Sheinbaum, que integró el Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU (IPCC), que ganó un Premio Nobel de la Paz en 2007.
Su rival y segunda en encuestas, Xóchitl Gálvez, propone cerrar las refinerías de Nuevo León y Tamaulipas, y que Pemex produzca energías limpias. “Necesitamos acabar nuestra adicción a los combustibles fósiles”, asegura.
Pero estas promesas dicen poco a Cristy Echeverría. Su casa empezó a colapsar en 2022. Solo le dio tiempo de tomar algunos enseres e irse. “No somos responsables de todo esto que está pasando, pero lo estamos pagando. Somos los primeros y no vamos a ser los únicos”, dice.
Marcharse no es fácil, sobre todo para los pescadores. “No hay otra fuente de trabajo, pero también sabemos lo peligroso que es”, apunta. El tiempo apremia, pues la temporada de fuertes vientos y lluvia se acerca.
“Si el mar destruyó la casa de material, qué no va a hacer con la de lámina”, exclama. N