“Oremos todos, todas, todes”, pide Gonzalo Rosas, sacerdote jesuita que celebra misas por la inclusión de personas LGBTQ+ en Ciudad de México (CDMX), ahora con una motivación adicional: el aval del papa para bendecir a parejas del mismo sexo.
La cita es en la Sagrada Familia, majestuosa parroquia del barrio Roma donde el padre Gonzalo trabaja desde hace 11 años y oficia eucaristías dominicales con la comunidad LGBTQ+ una vez al mes, que se replican en tres iglesias capitalinas.
Al tomar la palabra durante el sermón, Víctor Rodríguez afirma que él y muchos otros acuden porque se sienten “excluidos”, como cuando fue presionado de adolescente a dejar el seminario por su homosexualidad.
Entonces invita a la feligresía a orar por quienes los rechazan: “Por ese curita que me sacó de la iglesia por ser como soy”, dice Rodríguez, de 39 años, quien asiste con su esposo. Rosas, a su vez, se dirige a los fieles con lenguaje inclusivo. La misión del padre Gonzalo Rosas al llegar al templo, en 2013, fue conocer a la comunidad. Descubrió “rostros nuevos”.
“Encontré mucha diversidad sexual, busqué a las organizaciones, a los jóvenes para dialogar. Me decían ‘padre, la iglesia nos excluye’. Los invité a ver qué camino podíamos hacer juntos y surgió la idea de una misa”, recuerda el sacerdote de 68 años, compañero de orden del papa Francisco.
En la iglesia ya existía un coro de jóvenes LGBTQ+ que habían dejado el seminario y solían reunirse a orar en una casa, recuerda Eduardo Andrade, director del grupo musical. Con la llegada del padre Gonzalo “se vio la posibilidad de visibilizar su orientación sexual” y formalizar las misas, añade Andrade, del Colectivo Teresa, organización teológica dirigida a personas LGBTQ+.
“EXPERIENCIAS ÚNICAS EN AMÉRICA LATINA”
El sacerdote cuenta que sus superiores autorizaron las celebraciones a condición de que no se politizaran. Incómodos, algunos feligreses se marginaron, evoca de su lado Andrade, quien describe estas eucaristías como experiencias “únicas” en América Latina.
“Hay algunas comunidades que tienen misas, pero son una vez al mes o cada dos meses y es a puerta cerrada o si son abiertas, no se menciona que hay comunidad LGBTQ+”, asegura el también integrante de la Red Global de Católicos Arcoíris.
En diciembre pasado, el papa autorizó la bendición a parejas del mismo sexo, aclarando que se consagra a las personas y no la unión, fuera de los rituales litúrgicos. Al siguiente mes, tras la misa, se dieron las dos primeras bendiciones de la Sagrada Familia.
“Fue un milagro de Dios, nosotros somos muy católicos. Nunca llegué a pensar que en una iglesia me aceptaran con mi pareja, mi sexualidad”, dice Arturo Manjarrez junto a su esposo Carlos Sánchez.
Ciudad de México fue pionera en América Latina al aprobar el matrimonio igualitario en 2010. Doce años después la Suprema Corte lo legalizó en todo el país, donde 72 por ciento de sus 126 millones de habitantes se declaran católicos. Un tercio de los estados aceptan además la adopción homoparental, e incluso el padre Gonzalo ha bautizado a un par de bebés con dos mamás.
Andrade reconoce que para algunos sectores LGBTQ+ las bendiciones autorizadas por Francisco son una “migaja”, pero él lo celebra. “Es mejor dar un paso pequeño, pero seguro”.
LA INCLUSIÓN LGBTQ+ EN LA IGLESIA CATÓLICA
En un barrio vecino, Vincent Schwahn, sacerdote anglicano retirado y casado con un mexicano por la ley y la iglesia en su natal Estados Unidos, reconoce un paso “en 2,000 años de homofobia”. Pero critica las restricciones. “Es como bendecir un auto”, añade Schwahn, quien el pasado 14 de febrero ofició una ceremonia por el miércoles de ceniza en un mercado.
Director de Casa Koinonia, organización religiosa dirigida a la comunidad LGBTQ+, Schwahn considera que “todas las parroquias deben ser inclusivas”.
Con una camiseta negra que reza “blessed” (bendecido) en los colores del arcoíris y una cruz en el cuello, Andrade marca el compás del coro. Destaca la voz de Regina, pedagogo que se define como persona no binaria, con rostro maquillado y colorida blusa.
“A la primera misa llegué ‘heteronormado’, vestido de manera común. Pero me dijeron, ‘¿dónde está el atuendo, dónde está el maquillaje?’. Y cuando entro, veo que esto es totalmente distinto. Me reconcilié con la Iglesia”, explica abanico en mano. Aunque la mayoría de asistentes son miembros de la comunidad LGBTQ+, amigos y familiares, también hay quienes van por su cuenta.
“Es lo que tenemos que aprender, todos somos seres humanos, todos nos tenemos que respetar”, expresa Irma Juárez, de 77 años. N