Tijuana, una ciudad caracterizada por su vibrante dinamismo y diversidad cultural, enfrenta en la actualidad un dilema urbanístico que está reconfigurando su tejido social y su paisaje arquitectónico: ¿estamos frente a un proceso de urbanización o estamos siendo testigos de la gentrificación?
Para entender este fenómeno, primero debemos diferenciar ambos términos. La urbanización se refiere al proceso de expansión de las zonas urbanas como resultado del crecimiento poblacional y el desarrollo económico. La gentrificación, por otro lado, es un fenómeno socioeconómico que involucra la transformación de un barrio, en donde la población original de ingresos bajos es desplazada por nuevos residentes de mayor poder adquisitivo, llevando a una revalorización del espacio y, a menudo, a la pérdida de la identidad y cultura local.
En el contexto de Tijuana, podemos observar cómo zonas que antes eran marginadas o de bajo valor inmobiliario están comenzando a atraer a inversores y desarrolladores, que ven en estos espacios una oportunidad de negocio. Este interés ha llevado a la construcción de modernos edificios, restaurantes gourmet, centros comerciales y otras infraestructuras que, si bien pueden generar empleo y atraer turismo, también tienen el efecto de elevar los precios del suelo y de las viviendas.
En las últimas décadas Tijuana ha experimentado un cambio significativo. La cercanía con los Estados Unidos ha generado que un aumento en la demanda de espacios urbanos de alta calidad, y ha dado lugar a una serie de proyectos de gentrificación en la ciudad. En una nota publicada en el New York Times, en su versión en español se lee: “los habitantes de San Diego se están mudando a Tijuana para hacer rendir su dinero. Algunos tienen la esperanza de ahorrar para el enganche de casas que en el lado norte de la frontera son inalcanzables”.
En una entrevista realizada al señor José Manuel Ibarra, quien trabaja de en la agencia Hyundai ubicada en escondido, aseguró que el dinero que gana allá aquí le “rinde mucho más”. Cabe mencionar que el señor Ibarra actualmente paga un departamento en la colonia Buena Vista.
En la Buena Vista se puede observar como inmobiliarias están comprando terrenos y están construyendo casas de diversos estilos arquitectónicos y las están vendiendo a precios muy elevados. Una de estas casas se ve en el portal propiedades.com en 5 millones 250 mil pesos. Se menciona en el citado artículo del New York Times. En “San Diego, el precio promedio de venta de una casa-habitación alcanzó el millón de dólares en abril, aunque para junio bajó un poco, a 987.225 dólares. Un informe elaborado en febrero por la firma inmobiliaria que utiliza inteligencia artificial OJO Labs reveló que la ciudad es el área metropolitana menos asequible de Estados Unidos, pues ya rebasó a San Francisco, en gran parte debido a un aumento del 14 por ciento en el precio promedio de venta de las casas con respecto al ejercicio anterior”.
Y es que la Buena Vista no es la única área afectada por este fenómeno. Así mismo la Zona Centro ha sido objeto de una renovación urbana significativa en los últimos años. La gentrificación ha llevado a la creación de nuevos espacios comerciales y viviendas de alta calidad, lo que ha aumentado su costo y ha limitado el acceso a esta por parte de personas con ingresos bajos. La Cacho, de por si lugar caro, también se encuentra entre las colonias afectadas. En estas áreas, los desarrolladores inmobiliarios han construido condominios de lujo y han atraído a compradores de alto poder adquisitivo. Otras más son la 20 de noviembre y Otay Universidad.
Sin embargo, la renovación urbana puede traer consigo múltiples beneficios, desde mejoras en infraestructura y servicios hasta el embellecimiento del espacio público. Sin embargo, es esencial cuestionar a qué costo se están llevando a cabo estos cambios y quiénes están siendo los beneficiados o perjudicados en el proceso.
El reto que enfrenta Tijuana es cómo equilibrar la necesidad de desarrollo y modernización con la preservación de su rica herencia cultural y la protección de sus habitantes más vulnerables. Es esencial que los planificadores urbanos, las autoridades locales y los inversionistas trabajen juntos para garantizar que el desarrollo sea inclusivo y sostenible.
El debate entre urbanización y gentrificación en Tijuana no tiene una respuesta única o sencilla. Lo que está claro es que el camino a seguir debe ser fruto del diálogo, la inclusión y el respeto a la identidad de una ciudad que, más que edificios y calles, está hecha de personas, historias y sueños. Es nuestro deber colectivo garantizar que Tijuana crezca sin perder su esencia y que todos sus habitantes se beneficien de su progreso. N